Confabulario

Confabulario Resumen y Análisis "Una mujer amaestrada"

Resumen

El narrador cuenta la llegada a una plaza de un saltimbanqui que exhibe a una mujer amaestrada. La función se da dentro de un círculo de tiza que traza el recién llegado, con permiso de las autoridades, como manifiesta rápidamente. El hombre sostiene a la mujer con una cadena que, en verdad, no cumple ninguna función, pues se la puede romper sin mucho esfuerzo, y utiliza un látigo de seda floja que es también inofensivo.

Un enano de edad indefinida toca el tamboril para generar un fondo musical para el número. Los actos de la mujer se reducen a caminar en posición erecta, salvar obstáculos de papel y resolver cálculos aritméticos elementales. Cada vez que una moneda rueda por el suelo, la mujer la recoge y, tras la orden del saltimbanqui, besa a quien cree que la ha arrojado. En general, los individuos se dejan besar con risas y aplausos. Un policía llega entonces, pero el domador le muestra un papel mugriento con sellos oficiales, por lo que el policía se retira.

Las gracias de la mujer son muy simples, pero demuestran la paciencia del domador, y esta es la razón por la que la gente lo respeta y contempla el número. Cada vez que la mujer comete una torpeza, el hombre tiembla angustiado. El narrador comprende que existe cariño entre domador y mujer, y que seguramente ambos sostienen una relación. Luego, el narrador afirma con certeza que el saltimbanqui se siente orgulloso y culpable, pues nadie puede negarle el mérito de haber amaestrado a la mujer, pero todos pueden comprender la vileza de aquel fenómeno.

El policía vuelve a acercarse, pero no puede hacer nada frente a los permisos que posee el domador, por lo que debe retirarse nuevamente. Luego, el saltimbanqui ordena al enano que toque un ritmo tropical y la mujer comienza a sacudir el ábaco del número matemático como si se tratara de un pandero y a bailar con ademanes procaces. El domador se siente totalmente defraudado e impreca la lentitud de la bailarina, mientras que el público aplaude al ritmo de la música. Entonces, el hombre se pone a golpear a la mujer con su látigo y, en ese momento, el narrador deja de estar pendiente del domador y pone los ojos en la mujer. Luego, salta la línea de tiza y se mete a bailar con la mujer, hasta que el enano deja de tocar. Entonces, el narrador se deja caer bruscamente de rodillas frente a la mujer.

Análisis

Este cuento está dedicado a un episodio de la vida de una mujer dominada por un saltimbanqui. Los personajes son protagonistas de un espectáculo callejero en el que la mujer muestra una serie de trucos primitivos y baila al compás de un tambor tocado por un enano. Este es hijo del hombre y posiblemente también de la mujer, aunque esto no se expresa explícitamente. El narrador observa la exhibición y trata de describirla objetivamente, pero poco a poco su perspectiva cambia y la narración se hace cada vez más subjetiva a medida que siente compasión hacia el saltimbanqui. Al final del relato, el narrador interviene en el espectáculo para rebajar, de alguna manera, la humillación de la mujer.

El relato es similar a “Anuncio” en el trato que establece de la mujer y la deshumanización con que la presenta. En este caso, la mujer se presenta con una reducción de sus capacidades mentales y locomotoras, y los trucos para los que está entrenada por el saltimbanqui “se reducían a caminar en posición erecta, a salvar algunos obstáculos de papel y resolver cuestiones de aritmética elemental” (p. 85). Como indica el narrador, el espectáculo que se presenta no es nada especial y, desde su perspectiva, el mérito verdadero debería ser atribuido al hombre domador: "A decir verdad, las gracias de la mujer no eran cosa del otro mundo, pero acusaban una paciencia infinita, francamente anormal, por parte del hombre. Y el público sabe agradecer siempre tales esfuerzos. Paga por ver una pulga vestida; y no tanto por la belleza del traje sino por el trabajo que ha costado ponérselo" (p. 86).

Esta satirización exagerada de la imagen femenina resulta tanto satírica como degradante, y delata la misoginia del propio Arreola, que no es otra cosa sino un espejo de la misoginia de la sociedad patriarcal, como ya se ha mencionado en el análisis de “Anuncio”. En este caso, se describe a la mujer como una criatura primitiva que carece de libre albedrío y está totalmente sometida a su dueño, que la tiene atada por una cadena, aunque sea una cadena más bien simbólica porque, como indica el narrador, “el menor esfuerzo habría bastado para romperla” (p. 85).

La dimensión absurda del relato se apoya en la tranquilidad y la naturalidad con las que el público acepta toda la exhibición. El único personaje que directamente muestra cierto desacuerdo con lo exhibido es un guardián del orden público. Sin embargo, este no prohíbe el espectáculo porque el saltimbanqui posee un permiso oficial y porque, además, la segunda vez que se presenta en escena los espectadores lo sobornan para que no vuelva a intervenir.

Lo que resulta más absurdo de todo el relato es, sin embargo, que el narrador se concentra en el sufrimiento del saltimbanqui al dirigirse hacia la mujer; parece que esta carece de emociones, o al menos el narrador no le presta ninguna atención a subjetividad, lo que también contribuye a su deshumanización: “No cabe duda que el tipo sufría, mientras más difíciles eran las suertes, más trabajo le costaba disimular y reír. Cada vez que ella cometía una torpeza, el hombre temblaba angustiado. Yo comprendí que la mujer no le era del todo indiferente, y que se había encariñado con ella, tal vez en los años de su tedioso aprendizaje” (p. 86).

Esta indicación del narrador también pone de manifiesto la posibilidad de la existencia de lazos afectivos entre el saltimbanqui y la mujer; aunque no se explicita en el texto, el narrador llega a pensar que probablemente existe un lazo amoroso entre los dos, producto de todo el tiempo que ha convivido con ella.

Por todo lo antedicho, es posible interpretar que el texto presenta, de forma simbólica, la relación entre un hombre y “su” mujer, tal como la observa desde fuera un espectador que, en un momento dado, entra a la relación (cuando el narrador cruza el círculo de tiza y baila con la mujer). Sin embargo, dada la brevedad del cuento y la limitación de los datos que se otorgan en relación a los personajes, es difícil profundizar en la interpretación, aunque la caricatura de la relación amorosa es evidente. En esta caricatura, el saltimbanqui exhibe a su mujer frente al mundo, los espectadores. La compasión final del narrador por la mujer y su ingreso al círculo de tiza podría representar, desde esta perspectiva, la intervención de alguien que pueda cambiar la vida de la mujer, aunque en este caso tampoco se informa qué es lo que siente el protagonista, o qué es lo que sucede luego de su intervención.

Es evidente que la mujer es representada de forma misógina, y para ello Arreola acude a la deshumanización, la animalización, la caricatura y la hipérbole. Sin embargo, todos estos procesos no logran la comicidad tan característica de otros cuentos, y ello se debe principalmente a la postura del narrador frente a la situación: el protagonista que observa la escena siente compasión por la mujer amaestrada, al punto de intervenir en su situación para tratar de aliviarla. Esa compasión, cuando es experimentada también por el lector, destruye el efecto cómico del relato y pone de manifiesto el tono trágico de la sátira.