El lugar sin límites

El lugar sin límites Temas

El paternalismo

La obra explora la dependencia que se genera entre los habitantes de la Estación El Olivo y el dueño del fundo, don Alejo. A través de regalos y de amenazas, el patrón gobierna en ese pueblo a tal punto que su personaje aparece caracterizado como un dios.

En el pueblo ya es costumbre decir que todas las personas que nacen en el fundo son hijos de don Alejo. El caudillo parece ser origen y fin del pueblo. Es así que, gracias a él, se funda la Estación El Olivo y es por nuevos intereses que lo mueven que el pueblo no tendrá jamás electricidad y, poco a poco, sus habitantes deberán mudarse a Talca u otro pueblo vecino. De hecho, es posible observar el poder que ejerce don Alejo cuando obliga a todos a acercarse a votar por él en las elecciones.

La actitud paternalista que don Alejo sostiene, y los demás avalan e incluso festejan, está mejor representada en la relación del viñatero y Pancho Vega. Si bien esta relación asimétrica es la que más se explora la novela en la novela, lo que sucede allí se puede extrapolar a las demás relaciones. El mismo sustento de Pancho Vega depende de don Alejo, quien le concedió un préstamo para comprar el camión con el que trabaja y, quien es, además, capaz de interferir para que otros patrones lo contraten o no. Con la excusa de haberlo visto nacer en su fundo y sobre la base del préstamo, don Alejo trata a Pancho como un hijo al que puede retar y dar órdenes. Cuando Pancho se comporta de manera altiva, don Alejo recurre a infundir miedo en él. A lo largo de la novela, la violencia y el temor que es capaz de generar el caudillo aparece representado en los cuatro perros que rodean al amo.

El género

El tema del género aparece problematizado, principalmente, en el personaje de Manuela. La protagonista de la novela es una travesti que, a lo largo de la obra, va a identificarse como mujer, pero, en ciertos momentos clave, va a ser identificada por el narrador por su nombre de nacimiento: Manuel González Astica.

En efecto, existe un constante contraste entre la percepción que tiene Manuela de sí misma y la de los otros. Sin duda, la relación entre la Japonesita y Manuela es en la que se desarrolla más extensamente y con mayor claridad el problema de la percepción de género: la Japonesita no solo insiste en tratar a Manuela de “padre” y utilizar pronombres masculinos para referirse a ella, sino que también insiste en otorgarle el rol de padre y hombre protector. Cuando le pide a Manuela que la defienda de Pancho Vega, la Japonesita está negando la manera en la que Manuela se autopercibe. Las veces en las que percibimos enojo e irritación en Manuela hacia la Japonesita, se debe a que esta última no la trata como mujer.

Por otro lado, dos veces a lo largo de la novela se menciona el nombre verdadero de la protagonista. La primera vez aparece en la narración focalizada desde el punto de vista de Manuela, que teme ser olvidada y piensa como en algún momento todos quienes la conocen no van a estar más y su lápida va a llevar su nombre masculino, destruyendo del todo la memoria de ella como mujer. La segunda vez en la que se menciona su nombre es hacia el final de la novela, cuando, como consecuencia de la violencia que Pancho y Octavio ejercen sobre ella, Manuela pierde su identidad.

El machismo

La sociedad retratada en la novela es sin duda machista. Los hombres parecen estar siempre preocupados porque nada amenace su masculinidad y, en este sentido, Manuela es problemática para los hombres del pueblo. Por un lado, es divertida y el alma de la fiesta, y más de uno siente fascinación por ella, pero, por otro, representa una amenaza tal para su masculinidad que es blanco de ataques violentos y tratos humillantes.

No es solamente Manuela quien sufre las consecuencias de la mentalidad machista, sino que las otras mujeres también van a ser víctimas de las expectativas de la sociedad. La Japonesita, por ejemplo, se debate entre casarse y tener una familia o ser independiente y llevar adelante su negocio. Una de las alternativas que Manuela considera viable para la Japonesita es tener un hijo de uno de los nietos de don Alejo, aún sabiendo que jamás sería reconocido. Esto nos muestra cuán limitadas son las alternativas para las mujeres, especialmente para aquellas que viven en la marginalidad.

La historia de la Japonesa Grande es otra muestra del machismo que impera en aquella sociedad. Sus posibilidades están enteramente ligadas a don Alejo y, cuando consigue cierta independencia, al convertirse en propietaria del prostíbulo, lo hace apostando sobre su sexualidad y su capacidad de seducir.

A esto podemos añadir el vínculo entre el machismo y las clases sociales, dado que las mujeres que viven en los márgenes son aún más vulnerables a la violencia del sistema. El personaje de Ema nos ayuda a comprender este tema cuando se empecina con que su hija se eduque en un colegio de monjas y tenga una profesión para poder elegir un marido entre mejores candidatos. Los motivos por los cuales la mujer de Pancho quiere eso para su hija revelan cómo medrar en lo social amplía el abanico de posibilidades para las mujeres, aunque aun con claras limitaciones.

La violencia

La violencia está latente en toda la novela. En el caso de don Alejo, sus perros representan la constante amenaza que el poder de este hombre representa. El domingo fatídico que compone el presente del relato, el ladrido de los perros es constante y anticipa un final violento. Más de una vez se menciona lo inquietos que parecen estar los perros ese día en particular. De todas formas, las maneras en las que ejerce la violencia don Alejo son a veces más sutiles. El retraso que se empeña en mantener en el pueblo, el abandono gradual del mismo impulsado por sus propios proyectos y la dependencia absoluta que genera con sus habitantes son formas de violencia solapadas pero que calan profundamente en la Estación El Olivo. Es además un tipo de violencia que presupone la sumisión del violentado. La actitud servil de los habitantes del pueblo agrega a la violencia del patrón.

Algo parecido sucede con la violencia que ejerce Pancho para con Manuela. La presencia de Pancho es igual de constante ese domingo, y así como los perros anuncian a don Alejo, la bocina del camión remite a Pancho. También de forma análoga a la relación entre el patrón y los habitantes del pueblo, el poder que ejerce Pancho sobre Manuela incluye la fascinación, la sumisión y el miedo por parte de ella. Manuela siente tanta impotencia frente a la violencia incontenible de Pancho como el pueblo con respecto al poder de don Alejo.

La pobreza

El pueblo la Estación El Olivo es sumamente pobre. Las condiciones en las que se encuentra el pueblo contrastan vivamente con la riqueza y productividad del viñedo de don Alejo. Las casas tienen los muros derruidos y la maquinaria está abandonada, al igual que los galpones de la antigua estación, que ahora no es más que un potrero abandonado. Los domingos, los niños desaparecen de las calles porque se acercan a la capilla para pedir limosna. En nada vemos mejor el abandono y la necesidad que hay en el lugar que en la falta de electricidad. Las mujeres en el prostíbulo, por ejemplo, utilizan antiguas lámparas de querosén y deben hacer un gran esfuerzo por mantener el calor prendiendo el fuego de la cocina.

Asimismo, aún los que no pasan necesidad porque tienen de qué trabajar, como es el caso de Pancho Vega, no pueden sino sujetarse a las condiciones que les impone don Alejo. Esto lo vemos en claramente en el festejo por la elección de don Alejo para un puesto público: todos se acercan con pedidos de los cuales depende su sustento.

El prostíbulo reúne una serie de personajes pobrísimos. Cuando Manuela llega al pueblo, las mujeres de allí comentan la pobreza de su maleta con pintura descascarada y el hecho de que su vestido es un manojo de remates. Lucy, por su parte, es una mujer que ya nadie elige para pasar la noche, pero, con tal de tener un techo, trabaja muy duro en la casa de la Japonesita. Los ahorros que llegan a tener La Japonesita y Manuela son el resultado de la austeridad que impone la hija.

La esperanza

La esperanza en la novela siempre queda trunca y se torna en desesperanza. El tema está principalmente representado por la esperanza de progreso ligado a la llegada de la electricidad, que no sucederá nunca. La Japonesa, según su hija, muere de pena esperando la noticia de la llegada de la electricidad. Y la Japonesita hereda la mirada ambiciosa y de progreso que la lleva a imaginar mejoras para el prostíbulo, pero es ella quien recibe la noticia de que lo que su madre y ellas tanto esperaron no se dará nunca. En ese sentido, la mención recurrente de la Wurlitzer, el piano eléctrico con el que la Japonesita sueña, nos muestra que, en verdad, no ha dejado de creer. Así, vemos que la esperanza de mejora va a extenderse a lo largo de más de una generación.

El deseo de cambio y progreso de la Japonesita está destinado a fracasar porque se encuentra en directa oposición con los deseos del patrón. No podemos hablar de esperanza en don Alejo; lo que él tiene son proyectos que, como hombre poderoso, puede llevar a cabo a costa de la esperanza de otros.

Pancho también parece tener esperanza. En su caso, desea independizarse del patrón, trabajar por mérito propio, comprar una casa para su mujer y cortar todo lazo con la Estación el Olivo. Sin embargo, su actitud está signada por su origen y por la relación que mantiene con don Alejo. Aún en los momentos en los que parece estar afirmando su independencia y ejerciendo su libertad, sus decisiones parecen estar ligadas al patrón. Asistir al prostíbulo para festejar el pago total de su deuda no termina siendo una decisión libre, sino una respuesta a la prohibición explícita del patrón. Durante la fiesta en el salón, Pancho se cuestiona el haber ido al lugar que le produce rechazo y reconoce que lo hizo solo para contradecir a don Alejo. De este modo, toma conciencia de que su actitud irreverente lo sigue ligando al patrón. De ahí que podemos decir que la esperanza que deposita en recuperar su libertad al saldar la deuda también queda trunca.

Finalmente, está la esperanza que deposita Manuela en don Alejo como protector. La esperanza de que la asociación con el patrón o que él mismo personalmente se ocupe de protegerla termina con una gran decepción y su final fatídico.

La otredad

Este tema está ligado al tema del género, aunque hay otros sentidos en los que en la novela ingresa el concepto de la otredad. La identidad está definida, en gran parte, por “no ser otro” y por los límites que se establecen entre Uno y Otro. En la novela, esos límites se desdibujan. Cuando los personajes desdibujan esos límites, se convierten en seres "monstruosos" que generan rechazo y compasión.

Manuela es el caso más claro de la exploración de la otredad en la novela. Al ser travesti, ella es el “otro” para todos. Aún en su comunidad de prostitutas no se identifica enteramente con ellas. Pero nadie le hace sentir la condición de otredad con más claridad que su hija, la Japonesita, que incluso se niega a usar los pronombres con los que Manuela se identifica, le adjudica el rol tradicionalmente masculino e incluso la llama “papá”. Por otra parte, quienes asisten al prostíbulo sienten fascinación y rechazo por Manuela por su otredad. Pancho es la antítesis de Manuela, ya que representa la versión más cruda de la masculinidad en una sociedad machista. Sin embargo, es quien más fascinación y rechazo siente por ella.

La otredad también se establece en los límites que se trazan entre don Alejo como “futre” y latifundista y el resto del pueblo. Un ejemplo claro de la otredad representada en “ellos” latifundistas y “los otros” el pueblo es el caso de Ludovinia, quien, para parecerse a su patrona Misia Blanca, repite el gesto de tirar algo valioso en la tumba de un ser querido, pero ese gesto, al ser imitación, se transforma en una mueca. El ridículo en esa mueca es que, como consecuencia, Ludovinia queda casi ciega, porque se deshizo de sus anteojos.

En general, la exploración de la otredad es también una reflexión sobre cómo se construye la propia identidad desde el contraste con el otro. En El lugar sin límites, la identidad está constantemente formada por oposición, pero, a la vez, se la cuestiona a través de personajes que desdibujan las fronteras entre esos opuestos.