El lugar sin límites

El lugar sin límites Resumen y Análisis Capítulo 2

Resumen

Manuela se prepara para ir a misa y está tranquila porque, según reportó Nelly, no hay ningún camión rojo en el pueblo. Antes de la misa, piensa pasar por casa de Ludovinia, para buscar el hilo para su vestido.

Las calles están desiertas. El pueblo es rústico y parece descuidado; lo que queda del tren y la estación no son más que ruinas. Todo esto contrasta con las viñas que rodean al pueblo, ya que, dentro de la propiedad de don Alejo, hay una casa, un parque, galpones, lecherías, herrerías, tonelerías y bodegas.

Una vez en casa de Ludo, mientras toman mate y comen sopaipillas, Manuela busca el hilo. Ludo no puede ayudar ya que le falta la vista y perdió sus anteojos cuando, por imitar a la mujer de don Alejo, Misia Blanca, quien había tirado su trenza en la tumba de su hija cuando esta había muerto de tifus, Ludo tiró sus anteojos dentro de la tumba de su marido. Los Cruz habían sido sus empleadores.

Según lo que cuenta Ludo, don Alejo aprovechó la cercanía ente Misia Blanca y ella para enviarle un mensaje con su mujer: quiere comprar la casa de Ludo. Manuela ya había escuchado eso en otra ocasión y pierde la paciencia con su amiga, quien se ha vuelto repetitiva y parece no tener más memoria que para la familia de su patrona. La impaciencia se torna en exasperación cuando Ludo parece no acordarse de Pancho Vega y los cuentos de Manuela sobre sus actitudes abusivas.

Luego, Ludo, en un momento de lucidez, le cuenta a Manuela que Pancho Vega le debe plata a don Alejo por la compra de un camión. La noticia le cae bien a Manuela, que se siente aún más justificada en el desprecio que pretende sentir por ese hombre sinvergüenza, ya que es incapaz siquiera de honrar sus deudas.

Manuela reflexiona sobre las mujeres en su vida. En particular, piensa en la Japonesita y la ambigüedad que presenta entre su deseo de casarse y ser madre y, en contraste, el de ser independiente y llevar adelante el prostíbulo, y quizá prostituirse también.

La visita termina y Manuela camina hacia la capilla mientras imagina intercambios violentos y confrontativos con Pancho Vega. En su fantasía, después de los golpes que recibiría de Pancho, don Alejo y Misia Blanca la salvarían y cuidarían de ella.

De repente, Manuela escucha su nombre y se encuentra con don Alejo. El hombre está rodeado de sus perros, que la asustan. Ambos intercambian unas palabras y don Alejo anuncia que quiere reunirse con ella y la Japonesita con urgencia esa misma tarde. Además, confirma la presencia de Pancho Vega en el pueblo y le recomienda tener cuidado con el hombre que parece estar obsesionado con ella. Manuela le pide que lleve su auto cuando vaya al prostíbulo, para que Pacho Vega sepa que está en su casa y así sentirse protegida. En su lugar, don Alejo ofrece llevar sus perros para amedrentarlo.

Análisis

Al igual que en el primer capítulo, las descripciones del salón, las calles por las que camina Manuela y las viñas que rodea al pueblo, nos ayudan a conocer el marco en el que sucede la acción. En un primer momento, el narrador describe cómo el desgaste del prostíbulo es tal, que la casa misma se está sumiendo, el piso aparece desgastado y el escalón para nivelar el salón y la vereda es irregular; la mugre se acumula en el hueco sucio de la entrada. Todo esto profundiza aún más en la miseria del prostíbulo.

El pueblo también aparece desgastado. El abandono está ilustrado sobre todo con la descripción de “los muñones de las paredes derruidas” y el antiguo paso del tren, que ahora es “un potrero cruzado por una línea” y “un semáforo inválido”. La mención de Talca, el pueblo vecino, es recurrente en la novela y sirve de contracara. Todo lo que no se pudo desarrollar en El Olivo se trasladó allí, una ciudad pujante, en comparación.

Inmediatamente después, tenemos la descripción de las viñas que pertenecen a don Alejo o, por lo menos, a algún miembro de la familia Cruz, y llegan “hasta la cordillera”. Esta primera mención de las viñas como un lugar cuyos límites no se alcanzan a ver nos permite reflexionar sobre los posibles significados del título de la novela, cuya primera mención encontramos, en realidad en el epígrafe de la misma: "El infierno no tiene límites, ni queda circunscrito a un solo lugar, porque es aquí donde estamos y aquí donde es el infierno tenemos que permanecer". Mediante el vínculo que se establece entre el epígrafe y la primera descripción de las viñas, entonces, podemos anticipar lo que les sucederá a quienes viven allí: el lugar sin límites es el mundo en el que están obligados a permanecer estos personajes por estruturas anquilosadas, ya sea el machismo o el poder latifundista, que eliminan cualquier esperanza de cambio. Al final de la novela, incluso, el tiempo se estira y la Japonesita reflexiona sobre la permanencia de los hábitos y las rutinas. Según ella, lo más terrible en un lugar así es la esperanza, y opta por la resignación de vivir inmóvil en ese mismo lugar.

Es necesario agregar que la descripción del fundo de Alejo es importante porque vemos que dentro de sus límites se encuentran elementos que indican que allí sí hay movimiento y producción. De hecho, es llamativo el contraste entre la maquinaria productiva que aparece en la propiedad y la “maquina trilladora antediluviana” que se encuentra en el potrero que alguna vez fue la Estación El Olivo. El narrador utiliza una hipérbole al llamar "antediluviana" a la máquina trilladora, para enfatizar hace cuánto el pueblo ha dejado de ser productivo y ha perdido toda vigencia. El contraste aporta al desarrollo del tema de la pobreza en la que está sumido el pueblo, en gran parte, por los intereses del patrón, que solo piensa en acumular más riqueza.

Desde el punto de vista de Manuela, sabemos que don Alejo no solo tiene dinero y poder ­­­­­­-incluso tiene un cargo como senador-, sino que cuenta con la estima de la gente que siente gratitud hacia lo que le ha brindado al pueblo. A pesar de las claras diferencias entre el fundo y el pueblo que lo rodea, Manuela reflexiona sobre cómo la misma existencia del pueblo se la deben a don Alejo.

A través de la visita a Ludo, podemos ahondar aún más en la naturaleza de la relación entre la poderosa familia Cruz y los pobladores de El Olivo. Uno de los temas más importantes en la obra es el orden paternalista en la sociedad retratada. El bienestar de todos los que viven allí parece depender de la voluntad de don Alejo y el destino de todos está ligado a su familia. Es especialmente significativo que la falta de memoria de Ludo no se manifieste cuando se trata de recordar los nombres de los bisnietos de Misia Blanca y que su falta de anteojos sea producto de un gesto con el que busca emular a sus patrones. El triste destino de los sirvientes, de vivir de manera vicaria a través de las experiencias de sus patrones, es lo que representa el personaje de Ludo.

Asimismo, Manuela se siente justificada en su rechazo y desprecio hacia Pancho Vega por la deuda de este con don Alejo, que funciona como una suerte de evidencia de que Pancho es una persona vil. Es llamativo que esto cause en ella más indignación que las violencia de la que ha sido víctima ella misma. Además, su propia seguridad está ligada a la familia Cruz en su imaginación cuando fantasea que don Alejo la salva de la violencia de Pancho, y Misia Blanca permite que ella se recupere en su cama de “raso rosado”. Y ya no solo en un plano imaginario, Manuela está convencida de que el solo hecho de que la asocien con don Alejo puede llegar a salvarla cuando le pide a este que lleve el auto a la reunión en su casa.

Otro tema que empieza a cobrar fuerza en este capítulo es la violencia machista. Manuela revela que la violencia ejercida por Pancho llegó a ser física cuando le “retorció el brazo y casi se lo quebró”. Pero no es ella la única víctima de machismo. A la Japonesita se la describe como un ser ambiguo, más ambiguo que su padre travesti, porque no se decide entre el matrimonio y la maternidad o la prostitución. La ausencia de menstruación a sus 18 años parece indicar que las pocas veces en las que piensa en casarse y tener un hijo verdaderamente no son más que ilusiones. La feminidad de la Japonesita va a ser puesta en cuestión más de una vez en la obra, y está casi exclusivamente definida por el rol que puede o no cumplir para con el hombre: esposa o prostituta. De todas maneras, la Japonesita no parece estar lista para cumplir ninguno de esos roles, pero no deja de ser víctima de la presión social machista.

La expresión más patente del machismo, asociado además al paternalismo, se da cuando Manuela considera aceptable y hasta deseable que la Japonesita tenga un hijo de los nietos de don Alejo que cada tanto aparecen por el prostíbulo para atenuar el aburrimiento de los veranos en la viña. Manuela llega a decir: “no, claro que no casarse, pero un niño… ¿Por qué no? Era un destino”. Ser madre soltera de un hijo de los Cruz parece un destino aceptable.