Don Quijote de la Mancha (Segunda parte)

Don Quijote de la Mancha (Segunda parte) Temas

La locura

En esta segunda parte de Don Quijote, el tema de la locura se presenta de una forma un poco diferente respecto de cómo aparece en la primera. Mientras que en el primer libro, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, el caballero andante parece estar completamente alienado, hasta el punto de poner en riesgo su vida en varias oportunidades en su afán de vivir aventuras caballerescas, en este segundo libro, El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, advertimos una versión mucho más aplacada, casi prudente, podríamos decir, de esa locura caballeresca. Ahora bien, sorpresivamente, el que parece haber perdido bastante el juicio en esta segunda parte es Sancho, quien en la primera parte funcionaba como un marco de referencia para su amo, es decir, era la persona que conservaba una conciencia plena de la realidad y, muchas veces, trataba de proteger a su amo de las ficciones que este se inventaba.

La locura es un tema central en el Quijote, que atraviesa toda la novela y, en esta segunda parte, su tratamiento parece haber adquirido mayor complejidad: don Quijote ya no es ese loco capaz de poner en riesgo su vida en pos de sus ideales caballerescos, sino que elude ciertos peligros como lo hace, por ejemplo, en la aventura de los leones, en la que comprende que es mejor autoproclamarse vencedor sin exponerse a las garras del león macho.

Por otro lado, también nos encontramos con una forma alternativa de locura: la de los duques, que en su afán de divertirse a costa de dos locos como don Quijote y Sancho, invierten mucho tiempo y energía en montar complejísimas ficciones. Sin ir más lejos, es el eclesiástico que se encuentra en el banquete de bienvenida del caballero andante y su escudero quien sentencia: "Por el hábito que tengo que estoy por decir que es tan sandio Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras!" (794).

Por último, es interesante remarcar que, en su lecho de muerte, don Quijote recupera su identidad perdida al comienzo de la novela, es decir, vuelve a ser Alonso Quijano, para dejar el mundo como hombre cuerdo. En ese sentido, la locura queda completamente ligada a esas ficciones que don Quijote fue proyectando como aventuras a lo largo de la historia, pero que ahora, en sus últimos momentos de vida, debe desaparecer para que el protagonista pueda morir en paz. Hay, sin embargo, un gesto de simpatía hacia esa locura de don Quijote, ya que el escribano, al describir el cuerpo de don Quijote ya muerto, se refiere a él como caballero y no como a un hacendado común y corriente: "Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote" (1104).

La caballería andante

La tercera salida que se da en esta segunda parte responde, por supuesto, a que, más allá de haber pasado aproximadamente un mes en cama, en su aldea, después de las duras consecuencias de sus últimas aventuras (las que cierran la primera parte), don Quijote nunca ha dejado de sentirse caballero andante. Entonces, luego de la desilusión de su ama, su sobrina, el cura y el bachiller Sansón Carrasco, quienes esperaban que don Quijote se hubiese curado de esa fantasía caballeresca, El Caballero de la Triste Figura sale de nuevo al camino, con Sancho, en busca de aventuras.

Ahora bien, ¿se trata simplemente del arrebato de un loco, o hay un propósito más profundo en las andanzas de don Quijote? En principio, está claro que el Quijote nace como una parodia a los grandilocuentes libros de caballerías. Sin embargo, esto no quita que Cervantes no reconozca en esa orden de la caballería andante ciertos valores que desea poner de relieve con la historia de don Quijote, valores relacionados, fundamentalmente, con la moral, que siente que la sociedad de su época ha ido perdiendo y que busca, a través de su personaje, refrescar.

Por otro lado, en esta segunda parte, Cervantes cambia el ángulo -o, mejor dicho, el objeto- de su parodia. Mientras que en el primer libro, la historia buscaba ridiculizar esa grandilocuencia de los libros de caballerías, en este segundo libro, Cervantes tomará la primera parte de su novela como referencia paródica. Dicho de otra forma: antes parodiaba libros como el Amadís de Gaula, y ahora parodia a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. ¿Qué significa esto? En cierta medida, podríamos decir que es un mensaje para Avellaneda y su Quijote apócrifo: el hecho de que Cervantes pueda utilizar un libro suyo para autoparodiarse significa que este libro ya ha adquirido cierta relevancia para el público lector de esa época. Dicho de otro modo: Cervantes, en la parodia que hace de sí mismo, además de estar reflejando cierto nivel de autocrítica respecto de la primera parte de su Quijote, también está poniendo de relieve el éxito de su obra; casi poniéndola a la altura de los grandes libros de caballerías.

El amor

En principio, podemos decir que el amor por Dulcinea es, en buena medida, la razón de ser, la fuerza motriz, la piedra angular de la locura de don Quijote. Muchas de las aventuras del caballero andante son motivadas por la necesidad de comunicarle al mundo que ella, Dulcinea, es la mujer más hermosa que existe. Por otro lado, en esta segunda parte, otras tantas aventuras están relacionadas con la necesidad de "desencantar" a la amada de don Quijote, a quien un maligno encantador le ha ocultado su belleza tras la imagen de una simple labradora. El amor, entonces, funciona como un estímulo de la locura; impulsa la alienación de don Quijote, dándole el argumento perfecto para embarcarse en cualquier aventura. Sin ir más lejos, don Quijote acepta el duelo con el Caballero de la Blanca Luna porque este le quiere hacer confesar al Caballero de los Leones que Dulcinea no es tan bella como su amada, sea quien fuera.

Ahora bien, el amor por Dulcinea no es la única forma en la que se trabaja este sentimiento en la novela: está también el amor entre don Quijote y Sancho, reflejado en su relación de amistad, que en esta segunda parte parece consolidarse y transfigurar esa cuestión jerárquica que existe entre caballero andante y escudero. Don Quijote y Sancho se quieren y se respetan. Eso se puede ver con mayor claridad cuando Sancho es rescatado del pozo, luego de que ha abandonado el gobierno de su ínsula, y don Quijote, emocionado, se reencuentra con su escudero, y también en el llanto desconsolado de Sancho ante la muerte de su amo.

La religión

La fe en Dios, dicho por el propio don Quijote en más de una oportunidad, es una condición esencial del buen caballero andante. Asimismo, es el primer consejo que él le da a Sancho respecto de cómo ser un buen gobernador. La religión católica se presenta no solo como una práctica fundamental de la caballería andante, sino también como un marco moral dentro del cual se inscriben las buenas personas. Sin ir más lejos, el hecho de que el escribano mencione que nunca vio morir a un caballero andante de una manera tan sosegada y cristiana también da cuenta de la importancia que tiene la religión en la forma en que era considerada la gente en aquella época. Morir de una manera "cristiana" es morir bien, en paz.

Ahora bien, el cristianismo no es la única religión presente en el Quijote. Cervantes también le da protagonismo a la religión musulmana, en principio, ni más ni menos que a través del historiador que repone las aventuras de don Quijote, Cide Hamete Benengeli. Pero el autor también pone de relieve una coyuntura particular de la España de aquella época a partir del caso del vecino de Sancho, Ricote el morisco. Cabe señalar que por "morisco" se entiende una persona hija de aquellos musulmanes que siguieron viviendo en la península ibérica después de la Reconquista, y que fueron expulsados años después por decisión del rey Felipe III. Paradójicamente, Ricote, en conversación con Sancho, elogia esta medida dictada por el rey. En cierta medida, el personaje de Ricote funciona como ejemplo del sentir de varios moriscos que, insólitamente, defendían una postura del gobierno español que los perjudicaba.

La realidad y la imaginación

En esta segunda parte, don Quijote ya no está solo en eso de interpretar arbitrariamente la realidad y proyectar aventuras donde no las hay. Sancho, alienado por su ambición de obtener el título de gobernador, en varias oportunidades también es víctima de una percepción alterada de la realidad. Ahora bien, estas ficciones en las que se ven envueltos amo y escudero son, casi siempre en este segundo libro, montajes armados por los duques para divertirse con las locuras de sus huéspedes. El límite entre lo real y lo imaginado se desdibuja a partir del empeño de los nobles por diseñar escenarios que activen la locura caballeresca de don Quijote y la insensatez de su escudero. Incluso, Cide Hamete llega a decir que estos montajes eran tan realistas que hasta los lacayos de los duques, por momentos, parecían olvidarse de que estaban actuando.

Por otro lado, también es importante recalcar que la imaginación de don Quijote, es decir, esa proyección caprichosa que realiza sobre la realidad (que en la primera parte, por ejemplo, lo llevó a ver una legión de gigantes donde solo había molinos de viento) es la principal causa de todas sus desgracias; entendiendo este término, "desgracias", como padecimientos físicos y emocionales. Sancho, por su parte, sufrirá otro tanto, y un ejemplo de esto es que, en una de estas ficciones montadas por los duques, él quedará condenado a darse tres mil trescientos azotes en sus posaderas para desencantar a Dulcinea. La ironía más grande de esto radica en que fue el mismo Sancho quien "encantó" a la amada de don Quijote. En ese sentido, está claro que Sancho está tan alienado respecto de alcanzar esa gobernación que, para él, lo real y lo imaginado se funden en una dimensión más confusa que ambigua.

La literatura

Don Quijote es una obra que reflexiona permanentemente sobre su condición de existencia, es decir, es un texto literario que, a su vez, aborda varias cuestiones literarias. En ese sentido, podemos catalogarla como una metaficción. A su vez, en esta segunda parte, este concepto de metaficción se complejiza un poco con respecto a la primera parte: por un lado, el texto vuelve una y otra vez sobre su primera parte (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha), publicada en 1605; por otro lado, hay un trabajo exhaustivo por parte de Cervantes para desprestigiar otro texto literario: el Quijote apócrifo de Avellaneda. En relación con esto, está claro que, como afirman varios críticos, el Quijote es, entre muchas otras cosas, una reflexión profunda y lúcida sobre la literatura. Así y todo, es importante señalar que esta reflexión, por momentos, adquiere un tono más bien agresivo cuando un Cervantes indignado hace que sus personajes repudien a ese autor que le "robó" a su héroe.

Ahora bien, más allá de las muchas referencias a diferentes textos literarios que aparecen en la novela, también hay una clara voluntad de Cervantes de definir lo que para él es una forma digna de ejercer el oficio de la escritura. A propósito de esto, el autor utiliza a Sancho como su embajador dentro del texto para sentenciar: "¿Al dinero y al interés mira el autor? Maravilla será que acierte, porque no hará sino harbar, harbar, como sastre en vísperas de pascuas, y las obras que se hacen apriesa nunca se acaban con la perfeción que requieren" (577). Con esta afirmación, Cervantes critica a Avellaneda con su Quijote apócrifo, a quien acusa de autor mediocre por priorizar la fama y el dinero por sobre la calidad literaria.

El estatus social

En principio, podemos decir que esa obsesión que tiene Sancho por alcanzar el estatus social de gobernador es, en buena medida, aquello que lo aliena, es decir, que le hace tener una perspectiva tergiversada de la realidad, casi a la manera de don Quijote.

Ahora bien, antes de emprender la tercera salida con su amo, Sancho conversa con su mujer Teresa. En esa conversación, él busca convencerla de la importancia de acompañar a don Quijote; para ello, argumenta que solo acompañando a su amo podrá acceder, de una vez por todas, al gobierno de la ínsula. Y este título de gobernador, a su vez, habilitará una serie de posibilidades relacionadas con el estatus social de la familia Panza: "... que si Dios me llega a tener algo qué de gobierno, que tengo de casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente, que no la alcancen sino con llamarla «señoría»" (583). Este es el deseo de Sancho, entonces: casar a su hija con un hombre de posición social alta para que, en esa unión, toda la familia pase a tener otro estatus.

Sin embargo, Teresa Panza no está para nada de acuerdo con su marido: "Eso no, Sancho (...), casadla con su igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines (...) y de una Marica y un tú a una doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha de caer en mil faltas..." (583). El temor de Teresa es que su hija no esté a la altura del ascenso social que propone Sancho. Dicho de otro modo, la esposa del escudero está convencida de que es mejor que la familia se contente con el lugar que ocupa en la escala social, sin buscar pertenecer a un estrato que no le es propio. Paradójicamente, Sancho, que en esta conversación con su esposa todavía se resiste a darle la razón, varios capítulos más tarde, cuando finalmente consiga ese título de gobernador, renunciará a él al poco tiempo por no sentirse a la altura del cargo.

Por último, es interesante remarcar que el texto no adopta una postura concreta respecto de una idea en casi ninguno de los temas analizados en esta sección; es decir, excepto en el tema de la literatura, en el que Cervantes sí se posiciona de una manera definida y explícita, en el resto, las ideas se exponen sin juicio de valores específicos. Por ejemplo, aquí, en el tema del estatus social, cada personaje tiene su idea, la expone, la defiende, pero el texto en ningún momento da a entender que una es mejor que otra. Los temas fluyen de manera natural y orgánica con la trama y nunca intentan hacer prevalecer un mensaje por sobre la historia.