Don Quijote de la Mancha (Segunda parte)

Don Quijote de la Mancha (Segunda parte) Resumen y Análisis Capítulos LX-LXV

Resumen

Capítulo LX: De lo que sucedió a don Quijote yendo a Barcelona

Don Quijote decide ir directamente a Barcelona, sin pasar por Zaragoza, para burlar lo escrito por ese falso historiador en la segunda parte de Don Quijote de la Mancha. Amo y escudero se detienen a descansar, pero don Quijote no logra conciliar el sueño, en parte porque le sobreviene una ira incontenible a raíz de que Sancho no esté cumpliendo con los azotes que acabarán con el encantamiento de Dulcinea. En este punto, don Quijote decide darle él mismo los azotes a Sancho. Cuando este último siente que le están desabrochando el cinturón, pregunta qué está pasando, y su amo le dice que viene a azotarlo para ayudar a Dulcinea. Sancho le mete una zancadilla a don Quijote; lo tira al suelo y le pone una rodilla sobre el pecho. Su amo le grita que lo que está haciendo es propio de un traidor; Sancho le responde que recién lo dejará libre cuando prometa que no volverá a intentar azotarlo, cosa que su amo promete.

Luego, don Quijote y Sancho encuentran algunos bandoleros colgados de los árboles. Inmediatamente después aparecen más de cuarenta bandoleros vivos, que rodean a don Quijote y a su escudero. Enseguida llega el jefe, Roque Guinart, quien, luego de ver tan triste a don Quijote, le dice que no se aflija, ya que él tiene más de compasivo que de sanguinario. En ese momento, llega una doncella a caballo. Le pide a Roque que la ayude a pasar a Francia, ya que viene de matar a don Vicente: el hombre que le prometió casarse con ella, pero que, luego, acabó casándose con otra. Don Quijote se ofrece a ir a constatar que este caballero esté efectivamente muerto y a ayudar a la hermosa Claudia.

Roque y Claudia van hasta el lugar donde debería estar el cuerpo de don Vicente, pero solo hallan una mancha de sangre. El hombre, en realidad, se encuentra a pocos metros: mientras es cargado por sus criados, pide que lo dejen morir allí. Roque y Claudia llegan hasta donde él se encuentra, y ella le dice que si no la hubiera traicionado, ahora no se encontraría en esa situación. Él jura que no la traicionó, que fue todo un malentendido, y le pide que le dé la mano para morir en paz, cosa que sucede al instante. Claudia decide internarse en un monasterio, y Roque vuelve con su banda de bandoleros. Una vez allí, uno de ellos le cuenta que por el camino viene un grupo de gente; Roque ordena que traigan a todas esas personas. Don Quijote y Sancho se quedan con Roque mientras el resto va a secuestrar a las personas que vienen por el camino. El jefe de los bandoleros le dice al caballero que este debe estar sorprendido por el estilo de vida que llevan ellos; aun así, dice, no pierde las esperanzas de ir al cielo. Don Quijote, por su parte, entiende las razones que le acaba de dar y dice que el hecho de tener tanta conciencia de sus fechorías ya es un paso importante para que Roque alcance ese perdón divino.

Regresan los bandoleros con dos capitanes de infantería, dos mozos en mula y un coche de mujeres con seis criados. Roque decide repartir lo robado en partes iguales para sus soldados. Por otra parte, se compromete a no robarles más de lo que necesita y a no hacerles daño, lo cual es celebrado tanto por los caballeros como por la señora Quiñones, la mujer principal que viaja en el coche. Finalmente, Roque escribe una carta para un amigo de Barcelona en la que le cuenta que está con el famoso don Quijote de la Mancha, y que este andará por la ciudad catalana en cuatro días.

Capítulo LXI: De lo que le sucedió a don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto

Don Quijote, Sancho, Roque y seis de sus escuderos llegan a Barcelona de noche, en la víspera de San Juan. Roque lo deja allí, en la playa, al caballero andante, y se va. Ya de mañana, don Quijote observa que se desata un fuego cruzado entre las galeras que han llenado el mar y los soldados, apostados en las murallas de la ciudad. En eso, llega corriendo el hombre al que Roque le ha enviado la carta, quien le da la bienvenida a don Quijote, al verdadero, "no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores" (1019-1020). Luego, el hombre invita a don Quijote a ir con él, y el Caballero de los Leones acepta en el acto por tratarse de un amigo de Roque.

Capítulo LXII: Que trata de la aventura de la cabeza encantada, con otras niñerías que no pueden dejar de contarse

Don Antonio Moreno se llama el amigo de Roque que hospeda a don Quijote y Sancho en su casa. Todos en la casa de Moreno tratan a don Quijote como si fuera un verdadero caballero andante. Durante la cena, el Caballero de los Leones cuenta la historia sobre cómo fue el gobierno de su escudero, ante la actitud atenta y risueña de los presentes. Don Moreno, por su parte, le muestra a don Quijote una cabeza de bronce y le dice que fue hecha por un gran hechicero y que tiene la capacidad de responder a todas las preguntas que se le hagan al oído.

Luego, esa misma tarde, don Moreno saca a pasear por la ciudad a don Quijote, quien va sobre un gran caballo y con un letrero que dice su nombre. Muchas personas se acercan al reconocer quién es, lo que maravilla al propio Caballero de los Leones. En eso, aparece un castellano que acusa a don Quijote de loco y de enloquecer a la gente con la que se junta. Don Moreno le pide a este hombre que siga su camino y afirma que tanto don Quijote como la gente que lo sigue son personas cuerdas. A la noche, algunas damas quieren invitar a bailar a don Quijote, pero él se niega, alegando que su corazón solo pertenece a la sin par Dulcinea del Toboso.

Al día siguiente, don Moreno invita a su mujer, a don Quijote, a Sancho y a dos amigos a preguntarle cosas a la cabeza de bronce. Luego de las preguntas -con sus respectivas respuestas- de casi todos los presentes, le llega el turno a don Quijote, quien busca saber si lo vivido en la cueva de Montesinos fue real, y si los azotes de Sancho desencantarán finalmente a Dulcinea. La cabeza de bronce dice que lo que ocurrió en la cueva de Montesinos tiene algo de real y algo de fantasía; con respecto al desencantamiento de Dulcinea, llegará cuando los azotes de su escudero se completen.

Cide Hamete luego explica que la cabeza de bronce era una farsa: la mandó a construir don Moreno para burlarse de los ignorantes que iban a su casa. En este caso, fue un sobrino del propio don Moreno quien hizo la voz de la cabeza.

Don Quijote decide salir a dar un paseo a pie por Barcelona. Él y Sancho se encuentran con un local con un cartel que dice Aquí se imprimen libros. Entran en la imprenta y, luego de hablar con algunas personas, don Quijote encuentra a un hombre corrigiendo un libro; le pregunta cómo se llama, y el corrector dice: Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. En este punto, el Caballero de los Leones critica esta apócrifa versión de su propia historia, diciendo que las ficciones solo son buenas y deleitables cuando tienden hacia la verdad. Luego, don Quijote regresa a la casa de don Moreno, a quien le pide que lo lleve a ver las galeras en la playa.

Capítulo LXIII: De lo mal que le avino a Sancho Panza con la visita de las galeras, y la nueva aventura de la hermosa morisca

Don Quijote, Sancho y don Moreno van a ver las galeras. En una de ellas los recibe un general, quien trata a don Quijote con sumo respeto y admiración. En eso, divisan un barco que se aproxima a la costa. El general dice que debe tratarse de un bergantín de corsarios de Argel. A la galera en la que se encuentran don Quijote y Sancho se le suman tres más, y las cuatro van detrás del bergantín de corsarios, al que, finalmente, le dan caza. En la batalla, mueren dos de los mejores soldados del general, frente a lo cual este decide colgar a todos los prisioneros, sobre todo al jefe morisco que capitaneaba el bergantín. Llega el virrey a la galera y felicita al general por la caza. El jefe morisco resulta ser una mujer cristiana, quien decide contar su historia frente a los que allí se encuentran, todavía atónitos por el descubrimiento.

La muchacha cuenta que vivió en diferentes lugares, separada de sus padres moriscos, y criada, luego, por unos tíos en la fe católica. Uno de estos lugares fue Berbería, en donde conoció a don Gregorio, un mancebo bellísimo que la acompañó en su destierro y con el que se enamoraron profundamente. Al llegar a Argel, el rey le preguntó a la muchacha si traía riquezas, a lo que ella respondió que todas sus joyas estaban enterradas en España. El rey, entonces, dispuso que ella partiera en un bergantín hacia aquel país para desenterrar esas joyas y llevarlas a Argel. Asimismo, decidió mantener cautivo a don Gregorio debido a que "entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer, por bellísima que sea" (1041). Si bien la muchacha había encontrado en la codicia del rey por sus joyas la estrategia perfecta para volver a su España natal, el plan no había salido como ella quería: su amado había quedado prisionero en Argel.

Apenas finalizado el relato, todos los presentes quedan conmovidos con la historia de la muchacha. De repente, un anciano peregrino se acerca a ella y dice ser Ricote, su verdadero padre. Sancho reconoce a su vecino, aquel que se encontró apenas salido de su gobierno, y afirma que él es, sin duda, el verdadero padre de la muchacha llamada Ana Félix. El general, naturalmente, le perdona la vida a la muchacha, y se lleva a Ana Félix y Ricote a su casa, con el consentimiento del virrey, quien, por su parte, decide enviar a un grupo de personas al rescate de don Gregorio.

Capítulo LXIV: Que trata de la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido

Don Quijote dice que tendrían que haberlo mandado a él a rescatar a don Gregorio, a lo que don Antonio Moreno responde que si los que fueron llegan a fracasar, él tendrá su oportunidad. Dos días después de la partida del grupo de rescate de Gregorio, don Quijote sale a caminar por la playa, armado como siempre, y se cruza con otro caballero, que se presenta como el Caballero de la Blanca Luna. Este lo desafía a un duelo, con el único objetivo de que don Quijote, al ser vencido, confiese que la doncella del Caballero de la Blanca Luna -sea quien fuere- es más hermosa que Dulcinea del Toboso. Don Quijote, por su parte, dice que jamás dirá una cosa así, y acepta el duelo.

Ya en el campo de batalla, cuando ambos caballeros están a punto de embestirse, aparece el virrey, se coloca en medio y les pregunta a qué se debe semejante batalla. El Caballero de la Blanca Luna le explica, y el virrey va a lo de don Antonio Moreno a preguntarle si este nuevo caballero era un enviado de él para jugarle una broma a don Quijote. Don Antonio responde que no sabe quién es este Caballero de la Blanca Luna. Así las cosas, el virrey no tiene más opción que autorizar el combate. El Caballero de la Blanca Luna embiste a don Quijote y lo tumba; luego, le coloca la lanza sobre la visera y le recuerda que, si no confiesa lo acordado, tendrá que matarlo. Don Quijote, por su parte, todavía aturdido por la caída, dice que Dulcinea es la mujer más hermosa y le pide a su vencedor que le quite la vida de una vez. En este punto, el Caballero de la Blanca Luna dice que no lo matará, sino que lo obligará a retirarse a su casa un año o hasta que él lo disponga como, supuestamente, habían acordado antes del combate. Don Quijote dice que cumplirá con lo que su vencedor le pide. El Caballero de la Blanca Luna sale al galope de la ciudad, y el virrey le pide a don Antonio que lo siga, ya que quiere saber quién es este caballero.

Capítulo LXV: Donde se da noticia de quién era el de la Blanca Luna, con la libertad de don Gregorio, y de otros sucesos

Don Antonio Moreno y un grupo de muchachos persiguen al Caballero de la Blanca Luna, hasta que lo encierran en una casa. Entendiendo que no van a soltarlo hasta que no confiese quién es, el de la Blanca Luna comienza a explicar todo: se presenta como el bachiller Sansón Carrasco, quien ya hace tres meses salió al cruce de don Quijote haciéndose llamar el Caballero de los Espejos. El problema, cuenta, es que en aquella oportunidad don Quijote lo venció, y él no pudo imponerle la condición de volver a su casa, algo que Carrasco considera primordial para la salud del Caballero de los Leones. Luego de esta confesión, el bachiller Carrasco se retira de la ciudad, convencido de que don Quijote cumplirá con lo acordado.

El Caballero de los Leones, por su parte, pasa seis días en cama, triste, pensativo, muy desganado. Le dice a Sancho que cumplirá con su palabra, pero que después del año, volverá a las aventuras sin perder tiempo. En eso, llega don Antonio y cuenta que don Gregorio ha sido rescatado y que, en ese momento, se encuentra en la playa. Finalmente, Ana Félix se reencuentra con su amado. Don Antonio se ofrece a ir a la corte para negociar que tanto Ana Félix como su padre Ricote puedan quedarse en España. Asimismo, también llevará a don Gregorio a visitar a sus padres, que deben estar todavía desconsolados por la ausencia de su hijo. El capítulo concluye con la partida de don Antonio y don Gregorio, por un lado, y la de don Quijote y Sancho, por otro.

Análisis

Ante todo, es importante señalar que varios críticos coinciden en que el plan original de Cervantes no era enviar a don Quijote a Barcelona, sino a las justas de Zaragoza, pero que, al enterarse de que Avellaneda ya lo había hecho en su Quijote apócrifo, el autor decide llevarlo a la ciudad catalana. En este sentido, como el trayecto a Barcelona es un exceso no previsto en el plan de escritura de Cervantes, este debe compensar esas distancias imprevistas y echa mano a un recurso que no ha utilizado prácticamente en toda la novela: un violento salto temporal de seis días en los que, según Cide Hamete, "... no le sucedió cosa alguna digna de ponerse en escritura" (1004). Ahora bien, este salto temporal no se trata de una incidencia menor si pensamos que estamos ante un texto que se ha construido sobre la necesidad de contarlo todo, que ha sido muy generoso en cuanto a los detalles y que, de repente, decide renunciar a esa determinación programática a partir de un súbito cambio de planes, tal vez, a causa de cierta irritación y cierto despecho ante la aparición de la versión apócrifa.

Por otro lado, en la escena en que don Quijote intenta azotar a Sancho sin que este se dé cuenta, podemos observar algunas cuestiones interesantes respecto del momento en que se encuentra la historia. En principio, vuelve a ponerse de relieve la locura de don Quijote: sigue convencido de que Dulcinea está encantada y que los azotes en la cola a su escudero son la llave para el desencantamiento. En este punto, ya llegando a los últimos capítulos de la novela, emerge otra vez esa alienación característica de don Quijote que lo define y que tan importante será en las próximas páginas. Así y todo, hay otro aspecto de la situación al que es interesante prestarle atención: Sancho, al darse cuenta de lo que está sucediendo, somete a su amo y le hace prometer que nunca más intentará azotarlo sin su consentimiento. En relación con esto, ya hemos hecho referencia en varias oportunidades a que Sancho tiene un rol protagónico tanto o más importante que el de don Quijote en esta segunda parte. Ahora bien, en ningún momento de este segundo libro hemos visto una escena tan elocuente: Sancho arriba de don Quijote, con una rodilla en su pecho, obligándolo a prometer que no lo molestará más. Aquí se ha perdido definitivamente esa relación jerárquica amo-escudero. Esta situación no solo ilustra esta nueva posición de Sancho en la historia, sino que también nos va insinuando una debilidad diferente en don Quijote: una decadencia que, a partir de aquí, será progresiva y que concluirá, como Cervantes nos ha prometido en el prólogo, con la muerte del caballero andante.

Luego, don Quijote y Sancho se encuentran con los bandoleros (primero, los colgados; después, los que llegan a caballo). El jefe, Roque Guinart, es otro gran lector de la primera parte de Don Quijote. Como hemos visto en varios momentos de este segundo libro, son los lectores de la primera parte del Quijote (con los duques a la cabeza) quienes, en buena medida, hacen avanzar la trama. Y la hacen avanzar a fuerza de querer divertirse a costa del propio don Quijote. Pero antes de que Roque impulse a don Quijote a encontrarse con un amigo suyo en Barcelona que estará encantado de recibirlo, aparece Claudia Jerónima y cuenta su historia. Aquí se presenta la posibilidad de una aventura: ella pide que la acompañen a confirmar si Vicente ha muerto. Pero está claro que si don Quijote o Sancho participan activamente de una situación, esta se enriquece, se complejiza, se extiende. Cervantes no tiene tiempo para eso; por ese motivo hace que Roque y Jerónima vayan solos. Así las cosas, el autor hace esperar a sus protagonistas lejos de la escena para que, justamente, esta se resuelva de manera simple, efectiva y rápida. Varios críticos especializados en Cervantes coinciden en que la ausencia de tiempo o, en realidad, la urgencia por terminar es la única respuesta que puede explicar tal decisión. Sin ir más lejos, apenas concluya este episodio, don Quijote y Sancho ya estarán caminando por las playas de Barcelona, y el amigo de Roque ya habrá recibido la carta en la que Guinart le informa que el gran don Quijote de la Mancha se hará presente en la ciudad.

Con respecto al capítulo LX, cabe señalar que don Quijote hace una incursión en la historia de su tiempo: hasta ahora, todos los personajes que aparecieron han sido imaginarios y producto de la fantasía de Cervantes. Roque Guinart, en cambio, es un personaje rigurosamente histórico y contemporáneo, tanto de los hechos que se narran en la novela como del momento en que se está escribiendo esa segunda parte de Don Quijote. En ese sentido, estamos ante un hecho insólito en el libro, pero la extrañeza del lector no termina aquí, porque, además, se le ofrece una visión extraordinariamente favorable del bandolero catalán: su lado más legendario, caballeresco y gentil, acorde con la sublimada imagen del bandolerismo que recogía la literatura española de aquella época, especialmente el teatro y algunas pocas manifestaciones de ficción en prosa.

En este punto del análisis, quizás sea importante plantear una cuestión un poco subjetiva, sí, pero también muy debatida y sobre la que han coincidido varios estudiosos de la obra cervantina. Si repasamos los tres errores que descubre don Quijote en la segunda parte apócrifa de Avellaneda, notaremos que no hace referencia a yerros literarios demasiado trascendentes. Dicho de otra forma, las imprecisiones son, básicamente, nimiedades o, incluso, pueden ser consideradas decisiones estéticas del autor. Ahora bien, esto, en parte, ayudaría a entender el malestar de Cervantes. ¿Por qué? Porque no son pocos los que afirman que el Quijote apócrifo de Avellaneda es bastante bueno. En ese sentido, cabría preguntarse por qué Cervantes estaría tan apurado e indignado con el texto apócrifo si no fuera lo suficientemente bueno como para competir con el suyo. El texto de Avellaneda no estaba nada mal y se le había adelantado; ese era el verdadero problema. Esto, a su vez, implicaba que la segunda parte del Quijote de Cervantes quizás no se vendiera como la primera. En otras palabras: Avellaneda le estaba robando su público.

Así y todo, cabe aclarar que esa práctica de continuar los libros de otros era muy extendida en aquella época. En ese sentido, si consideramos la envergadura literaria que cobró el Quijote cervantino, parece mentira que el autor se preocupara tanto por el texto de Avellaneda. No obstante, es fácil decirlo a cuatrocientos años de distancia, cuando la novela de Cervantes ya ha adquirido el estatus de clásico de la literatura universal. Ahora bien, más allá de todo, es indiscutible que esa prepotencia, esa intimidación que sintió Cervantes por el texto apócrifo de Avellaneda fue un impulso decisivo para lograr concluir la segunda parte.

En el capítulo LXI, nos encontramos con otro desajuste temporal en la narración: se dice que don Quijote y Sancho llegan a Barcelona en la víspera de San Juan (23 de junio), pero sabemos que eso no puede ser a partir de las fechas de las cartas que analizamos en capítulos anteriores (por ejemplo, la del duque a Sancho informándole sobre la inminente llegada de enemigos, fechada el 16 de agosto). Es, justamente, en este tipo de desajustes, en donde mejor podemos ver que Cervantes no puede dejar de batallar con Avellaneda. Ese Quijote apócrifo lo presiona tanto que lo lleva a cometer este tipo de errores bastante ingenuos, podríamos decir. La aparición de ese libro inesperado ha distorsionado todo: el cuidado temporal, los diálogos, las aventuras. Dicho mal y pronto: contamina el Quijote de Cervantes. Y, quizá, precisamente por eso, Cervantes no puede detenerse. Esa ansiedad de conclusión que se percibe en esta última parte del segundo libro, si bien lo lleva a cometer errores, acabará siendo la fuerza definitiva que le ayudará a Cervantes a concluir su novela.

En otro orden de cosas, está claro que Barcelona está encantada con la llegada de don Quijote, y este, a su vez, está encantado con Barcelona. Lo reciben con grandes discursos, lo hospedan en una casa principal, lo tratan como a un verdadero caballero andante; incluso, lo pasean por sus calles para que la gente lo salude, aunque eso ocurre a partir de la ayuda de un cartel que avisa de quién se trata. Barcelona está preparada para don Quijote; para que se luzca, no solo su condición de caballero, sino también su locura.

Se trata de unos días en que los dos manchegos, seres de tierra adentro, nacidos y criados en una aldea, se sumen en la movida y multiforme vida de una gran ciudad (más animada que nunca al estar celebrando la festividad de San Juan), donde les esperan las mayores maravillas y, finalmente, el mayor desengaño. Nunca habían estado rodeados de tanta gente; se fascinan con tanto bullicio, no pueden disimularlo y se convierten en objeto de atracción de cuantos los rodean. Si bien no forma parte del conjunto de temas principales que se desarrollan a lo largo de esta segunda parte, sí podemos observar que la estadía de don Quijote y Sancho en Barcelona pone de relieve el contraste de realidades entre dos aldeanos como ellos y las personas acostumbradas a una dinámica más ajetreada y cosmpolita como los catalanes que los reciben.

En el capítulo LXII aparece la falsa cabeza parlante. Sin demasiado esfuerzo, podemos relacionarla con aquel mono adivino del capítulo XXV. En relación con esto, estamos ante una cabeza que puede responder a todas las preguntas que se le hagan, salvo los viernes. Al mono adivino de Ginés de Pasamonte también se le acababa la virtud en determinados momentos, pero podía avisar cuándo le volvería. Los esquemas de la cabeza parlante y el mono son tan idénticos en ese sentido que al principio del capítulo siguiente Cide Hamete descubre el truco, de igual manera que lo había descubierto después de la aventura del retablo de maese Pedro. La narración, en ambos casos, sigue esta fórmula: primero, la sorpresa, el juego, la diversión; después, el develamiento del misterio. Ahora bien, está claro que un lector moderno podría hasta sentirse ofendido por la explicación pedagógica posterior que acompaña a los dos casos. Sería, de alguna manera, menospreciar nuestra capacidad de lectura, resolviéndonos cuestiones que, sentimos, podríamos desentrañar por nuestra cuenta. Pero, claro, estamos a principios del siglo XVII, época en la que el autor (sobre todo, el de una obra tan popular como Don Quijote) necesita avisarles a sus lectores cómo funcionan ciertos mecanismos paródicos. No se arriesga a obviar esa explicación. En ese sentido, Cervantes, más allá de las muchas innovaciones que aportó en relación con la literatura universal, no deja de ser un escritor de su época, con sus obligaciones para con ella.

En el capítulo LXIII, vuelve a aparecer el personaje de Ricote, el vecino morisco que se cruzó Sancho a la salida de su ínsula. También entra en escena Ana Félix, su hija, disfrazada de varón, que cuenta su historia. Todo parece acelerarse otra vez: hay dos muertos en la escaramuza naval, luego viene el perdón del virrey y la hospitalidad de don Antonio Moreno para la familia de moros. Aquí también encontramos un desajuste temporal: Ricote está presente en la escena final, lo que significa que, en los trece días que han transcurrido desde el encuentro con Sancho, el morisco ha podido viajar hasta la aldea manchega, también ha podido sacar el tesoro de las profundidades de la tierra y, además, ha tenido el tiempo suficiente para subir hasta Barcelona y no perderse ningún detalle del cuento que acaba de hacer su hija frente al virrey. Teniendo en cuenta los medios de locomoción de ese momento, son demasiadas cosas para tan pocos días. Además, Roque llevó a don Quijote y a Sancho a Barcelona por un atajo, lo que hace aún más inverosímil que Ricote esté allí después de haber hecho todo lo que dice.

Desde un punto de vista estructural, esta narración en dos tiempos del episodio de los moriscos no deja de ser una señal llamativa. Entre otras cuestiones, salta a la vista el contraste entre el heroísmo abstracto de don Quijote y el pragmatismo de la hija de Ricote, la cual, para llevar a cabo su liberación y la de su novio, no ha dudado en valerse de los servicios de un renegado. En esta historia, por otro lado, no aparecen solo renegados, sino también cristianos dudosos, falsos peregrinos, "travestis" (don Gregorio vestido de mujer, quien todavía espera su liberación en el harén de Argel). Todo esto es un claro indicio de un mundo nuevo, heterogéneo y ambiguo, que no exige ya los credos firmes y las identidades claras, como se los exigía a sí mismo don Quijote, y donde el único pasaporte válido es, en realidad, la fortuna.

Ya en el capítulo LXIV aparece el Caballero de la Blanca Luna y desafía a combatir a don Quijote, en principio, para hacerlo confesar que su amada, cualquiera sea, es más bella que Dulcinea, pero, fundamentalmente, lo desafía a combatir para que, si don Quijote resulta vencido, acepte volver a su aldea y no salir de ella en busca de aventuras por un año. Don Quijote, por supuesto, acepta el desafío. El Caballero de la Blanca Luna vence, derribando a don Quijote. Esta caída es el final de muchas cosas. En principio, parece ser la última humillación que el Caballero de los Leones está dispuesto a aceptar. Aunque también, como comprobaremos más adelante, puede interpretarse como el final de la locura de don Quijote, quien, luego de ser vencido, acepta la derrota y la penitencia que el Caballero de la Blanca Luna le impone.

Por último, resulta evidente que este capítulo, el LXV, es uno crucial: se trata del comienzo del final del libro. A partir de aquí, solo queda el regreso a la aldea por parte de Sancho y don Quijote, y la muerte del caballero andante. Cervantes es tan consciente de lo cerca que está del final que se olvida por un buen rato de pelear con Avellaneda; parece tomarse un descanso de esa otra batalla a muerte que se está dando en el texto, y la escritura, a partir de aquí, adquiere una voz más íntima y más lenta.