Don Quijote de la Mancha (Segunda parte)

Don Quijote de la Mancha (Segunda parte) Imágenes

Rocinante

A lo largo de esta segunda parte de la novela, en varias oportunidades se describe a Rocinante a través de diferentes imágenes. En principio, aparece en escena en el capítulo IV, a través de una imagen auditiva:

No había bien acabado de decir estas razones Sancho, cuando llegaron a sus oídos relinchos de Rocinante, los cuales relinchos tomó don Quijote por felicísimo agüero, y determinó de hacer de allí a tres o cuatro días otra salida... (577)

A partir de este relincho, don Quijote decide emprender su tercera salida, es decir, dar comienzo a la aventura de esta segunda parte. Vale aclarar que el hecho de oír el relincho de un caballo antes de emprender un viaje significaba en aquella época que ese viaje acabaría felizmente. No son pocos los testimonios históricos de esta creencia.

Por otro lado, Cervantes también utiliza a Rocinante para describir el paisaje a través del cual don Quijote y Sancho viajan: "[don Quijote] sin sentirlo soltó las riendas a Rocinante, el cual, sintiendo la libertad que se le daba, a cada paso se detenía a pacer la verde yerbaI de que aquellos campos abundaban" (623-624).

Asimismo, al igual que en la primera parte, en este segundo libro, Rocinante refleja también cierta decadencia que puede atribuírsele a don Quijote:

Don Quijote, que le pareció que ya su enemigo venía volando, arrimó reciamente las espuelas a las trasijadas ijadas de Rocinante y le hizo aguijar de manera, que cuenta la historia que esta sola vez se conoció haber corrido algo, porque todas las demás siempre fueron trotes declarados (653).

En esta cita, las "trasijadas ijadas" dan cuenta de la delgadez del caballo, delgadez que, como bien sabemos, es una característica de don Quijote también. Además, el hecho de que prácticamente nunca galopara hace referencia a la vejez de Rocinante, otro rasgo distintivo de su jinete.

La boda de Camacho y Quiteria

Este evento es descrito en detalle en el capítulo XX a través de varias imágenes sensoriales:

Lo primero que se le ofreció a la vista de Sancho fue, espetado en un asador de un olmo entero, un entero novillo; y en el fuego donde se había de asar ardía un mediano monte de leña, y seis ollas que alrededor de la hoguera estaban no se habían hecho en la común turquesa de las demás ollas, porque eran seis medias tinajas, que cada una cabía un rastro de carne: así embebían y encerraban en sí carneros enteros, sin echarse de ver, como si fueran palominos; las liebres ya sin pellejo y las gallinas sin pluma que estaban colgadas por los árboles para sepultarlas en las ollas no tenían número; los pájaros y caza de diversos géneros eran infinitos, colgados de los árboles para que el aire los enfriase (699).

Esta descripción plagada de imágenes visuales pone énfasis en la perspectiva de Sancho, quien está caracterizado como glotón.

Por otro lado, también se describe a los bailarines de las danzas que se desarrollan en la boda:

De allí a poco comenzaron a entrar por diversas partes de la enramada muchas y diferentes danzas, entre las cuales venía una de espadas, de hasta veinte y cuatro zagales de gallardo parecer y brío, todos vestidos de delgado y blanquísimo lienzo, con sus paños de tocar, labrados de varias colores de fina seda; y al que los guiaba, que era un ligero mancebo, preguntó uno de los de las yeguas si se había herido alguno de los danzantes (701).

En este punto, vale la pena señalar cómo las descripciones ponen énfasis en la calidad de la ropa de los invitados. Sin ir más lejos, unas líneas más abajo, aparece otra descripción en la que, una vez más, se pone de relieve la calidad de las vestimentas, aunque también se centra en algunos rasgos físicos de las bailarinas asociados a la belleza:

También le pareció bien otra que entró de doncellas hermosísimas, tan mozas, que al parecer ninguna bajaba de catorce ni llegaba a diez y ocho años, vestidas todas de palmilla verde, los cabellos parte tranzados y parte sueltos, pero todos tan rubios, que con los del sol podían tener competencia; sobre los cuales traían guirnaldas de jazmines, rosas, amaranto y madreselva compuestas. Guiábalas un venerable viejo y una anciana matrona, pero más ligeros y sueltos que sus años prometían. Hacíales el son una gaita zamorana, y ellas, llevando en los rostros y en los ojos a la honestidad y en los pies a la ligereza, se mostraban las mejores bailadoras del mundo (702).

En esta cita, también podemos apreciar una imagen auditiva en la que esa "gaita zamorana" le pone música a la gran cantidad de imágenes visuales que ofrece la descripción.

La cueva de Montesinos

La cueva de Montesinos constituye en sí misma una imagen muy fuerte dentro de la historia, no solo por cómo se la describe, sino también porque es un espacio onírico en el que don Quijote vive una realidad y tiempo paralelos. En principio, cuando el caballero andante llega junto con su escudero, así se describe la cueva:

Don Quijote dijo que aunque llegase al abismo, había de ver dónde paraba; y, así, compraron casi cien brazas de soga, y otro día a las dos de la tarde llegaron a la cueva, cuya boca es espaciosa y ancha, pero llena de cambroneras y cabrahígos, de zarzas y malezas, tan espesas y intricadas, que de todo en todo la ciegan y encubren (719-720).

En esta cita podemos obtener una imagen bastante concreta de los detalles de la entrada a la cueva de Montesinos, detalles que, a su vez, producen cierta sensación de misterio o, incluso, peligro.

Y en diciendo esto se acercó a la sima, vio no ser posible descolgarse ni hacer lugar a la entrada, si no era a fuerza de brazos o a cuchilladas, y, así, poniendo mano a la espada comenzó a derribar y a cortar de aquellas malezas que a la boca de la cueva estaban, por cuyo ruido y estruendo salieron por ella una infinidad de grandísimos cuervos y grajos, tan espesos y con tanta priesa, que dieron con don Quijote en el suelo; y si él fuera tan agorero como católico cristiano, lo tuviera a mala señal y escusara de encerrarse en lugar semejante (721).

En esta última secuencia de imágenes, tanto visuales como auditivas, el narrador da cuenta de cómo don Quijote se prepara para entrar a la cueva, al mismo tiempo que sigue contribuyendo con lo terrorífico de la misma, haciendo salir de ella cuervos y grajos que tumban al caballero andante.

Una vez dentro, don Quijote tendrá una imagen completamente distinta de la cueva de Montesinos:

... y estando en este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo, me salteó un sueño profundísimo, y cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza, ni imaginar la más discreta imaginación humana (723).

Esta imagen idealizada -probablemente soñada- de la cueva es la que don Quijote les trasmitirá a Sancho y al primo, y ellos no sabrán cómo creerle.

El lecho de muerte de don Quijote

Si bien el lecho de muerte de don Quijote no se describe de una manera exhaustiva, sí constituye una imagen muy potente dentro de la novela. Allí, don Quijote ya ha recobrado la cordura, y esto se refleja en que vuelve a autopercibirse como el hidalgo Alonso Quijano. Alrededor de él se encuentran todos sus seres queridos: su sobrina, Sancho, el cura, el bachiller Sansón Carrasco. Asimismo, el narrador pone en boca del escribano una reflexión que ayuda a completar la imagen de una muerte tranquila y apuntalada por el afecto de seres queridos:

Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió (1104).

En este punto, escuchamos las compasiones y el llanto de Sancho y el resto de los presentes, al mismo tiempo que don Quijote muere sosegadamente, en una imagen que irradia paz.