Don Quijote de la Mancha (Segunda parte)

Don Quijote de la Mancha (Segunda parte) Resumen y Análisis Capítulos XLVIII-LIII

Resumen

Capítulo XLVIII: De lo que le sucedió a don Quijote con doña Rodríguez, la dueña de la duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura y de memoria eterna

Luego del episodio en que es atacado por un gato, don Quijote pasa seis días encerrado en su aposento. Una noche, escucha que alguien entra e imagina que es Altisidora, que viene a declararle su amor otra vez. Don Quijote se levanta de la cama envuelto en una colcha amarilla; observa mejor y ve que bajo el marco de la puerta hay una mujer toda recubierta en mantas. La mujer avanza. De repente, divisa la figura confusa de don Quijote, se asusta y, cuando quiere huir del aposento, tropieza con su propio vestido. El Caballero de los Leones cree que se trata de un fantasma, pero enseguida la mujer se presenta como doña Rodríguez y le dice que está allí para ayudarlo con sus dolores. Don Quijote se apura en aclarar que él es de provecho solo para Dulcinea, a lo que doña Rodríguez le responde que no tiene esas intenciones con él; luego de aclararle esto, sale del aposento a buscar una vela.

Don Quijote se queda reflexionando sobre doña Rodríguez: no descarta que sea un engaño del diablo. Así y todo, cuando ella regresa, decide besarle la mano para poner a prueba su recato, es decir, su capacidad de autocontrol, y asegurarse de que en ningún momento se entregará a sus instintos. Acto seguido, él vuelve a la cama y se acurruca, mientras ella se sienta en una silla, a su lado. Doña Rodríguez, luego de relatarle parte de su biografía, hace referencia a un problema que tiene su hija: el labrador que ha pedido su mano ahora no quiere casarse con ella, y, más allá de que ya se han quejado con el duque, este no parece dispuesto intervenir. Después de contarle la situación de su hija, doña Rodríguez dice que la duquesa guarda un oscuro secreto: dos incisiones "que tiene en las dos piernas, por donde se desagua todo el mal humor de quien dicen los médicos que está llena" (916). En ese momento, irrumpen algunas personas en el aposento -que ha quedado a oscuras porque se ha apagado la vela de doña Rodríguez- y golpean tanto a ella como a don Quijote.

Capítulo XLIX: De lo que le sucedió a Sancho Panza rondando su ínsula

Finalmente, el doctor Pedro Recio le permite cenar a Sancho alguno de los manjares que estaban preparados. El nuevo gobernador de la ínsula lo insta a que nunca vuelva a prohibirle comer nada, porque eso saca de quicio a su estómago. El maestresala, también presente, dice que Sancho merece amor y benevolencia por parte de los insulanos, ya que, hasta el momento, ha gobernado con suavidad. Más tarde, Sancho, el maestresala y el mayordomo del duque, entre otros, salen a dar un recorrido por el reino. Escuchan ruidos de cuchilladas y, cuando llegan al lugar, encuentran a dos hombres peleando. Sancho insta a uno de los hombres a que le cuente la causa de la disputa.

Uno de los hombres dice que el otro ganó diez mil reales en una casa de juego y que se retiró sin darle la oportunidad a sus contrincantes de recuperar su dinero; el que habla es, justamente, uno de los contrincantes que más dinero perdió. Por eso, le explica a Sancho, corrió hasta la calle y le pidió ocho reales, como un gesto de honor, pero el hombre no quiso darle más que cuatro reales y ahí empezó la pelea. Sancho le pregunta al otro si es verdad lo que este hombre cuenta. El ganador dice que sí, y que si no quería darle más de cuatro reales era porque, según él, los perdedores deberían aceptar lo que los ganadores les dan, sin ponerse exigentes, ya que, en definitiva, han perdido y, además, suelen ser estafadores. Sancho le dice al ganador que le dé más de cien reales al perdedor; luego, expulsa a este de la ínsula por diez años, ya que su único oficio es andar pidiendo.

Después de que Sancho interactúa con algunas personas de la ínsula, un guardia le trae a una mujer vestida de hombre. Ella dice ser la hija de un tal Pedro Pérez Mazorca, pero el mayordomo responde que él conoce bien a Mazorca, y este no tiene ni hijo ni hija. La doncella, entonces, dice que no sabe bien lo que dice y ahora afirma ser, en realidad, hija de Diego de la Llana. El mayordomo dice que conoce bien a Diego y sabe que tiene dos hijos, un varón y una mujer, pero que nadie conoce el rostro de esta última, ya que su padre siempre la tuvo muy encerrada. La doncella dice ser, justamente, esa hija a quien nadie le conoce el rostro; se pone a llorar y confiesa que intercambió roles con su hermano porque, después de diez años de encierro, necesitaba salir y ver algo del mundo. Acto seguido, aparecen unos guardias con el hermano preso de la doncella. El muchacho corrobora el relato de su hermana. Sancho les dice que no hacía falta tanto llanto ni mentiras y decide llevarlos de regreso a la casa de su padre. Luego de dejar a los chicos en su casa, el maestresala le manifiesta a Sancho su voluntad de casarse con la doncella algún día, convencido de que el padre se la otorgará por ser criado del duque.

Capítulo L: Donde se declara quién fueron los encantadores y verdugos que azotaron a la dueña y pellizcaron y arañaron a don Quijote, con el suceso que tuvo el paje que llevó la carta a Teresa SanchaI, mujer de Sancho Panza

Altisidora y la propia duquesa se enteraron de que doña Rodríguez iba hacia el aposento de don Quijote y se apostaron en la puerta para espiar qué sucedía dentro. Cuando la duquesa escuchó a Rodríguez hablar de las incisiones de sus piernas, no pudo contenerse y entró junto a Altisidora a golpear a doña Rodríguez y don Quijote.

Luego, la duquesa envía a su paje a la casa de Sancho Panza para buscar a Teresa Panza y entregarle la carta que su marido ha escrito para ella. De casualidad se encuentra con la hija de Sancho, quien lo lleva hasta la casa de Teresa. El paje le dice a la mujer de Sancho que ella es la esposa de un gobernador y le entrega la carta. Teresa, por su parte, le pide que se la lea, ya que ella es analfabeta. Luego de leer la carta de Sancho, el paje saca otra de la duquesa y también se la lee a Teresa, quien acaba teniendo una muy buena impresión de ella. La esposa de Sancho sale a comunicar las noticias sobre el nuevo estatus de su marido y, en este punto, aparecen el cura y el bachiller Sansón Carrasco. Teresa Panza comienza a bailar de la emoción y les cuenta las cálidas palabras que la duquesa le dedicó y el cargo de gobernador que recibió su esposo. El cura y Carrasco desconfían de la carta y quieren ver quién la trajo. Teresa los lleva con el paje, y este habla constantemente de que no se debe dudar del rango de gobernador de Sancho. Además, lleva algunos regalos para Teresa, que son la prueba de las buenas intenciones de la duquesa hacia la esposa del nuevo gobernador. Mientras el cura y Carrasco continúan dudando de la verosimilitud de las noticias que trajo el paje, Teresa y Sanchica, su hija, fantasean con los favores que recibirán de Sancho.

Por último, el paje pide que le den de comer, ya que por la tarde tiene pensado volver. Teresa se ofrece a hacerlo, pero el cura le dice que ella no tiene con qué atenderlo, y obliga al paje a ir en penitencia con él. Teresa, por su parte, le paga con un bollo y dos huevos a un muchacho para que escriba por ella las cartas de respuesta a su esposo y la duquesa.

Capítulo LI: Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos

Luego de la ronda, tanto el maestresala como el mayordomo pasan toda la noche en vela; el primero, porque no puede dejar de pensar en la doncella; el segundo, porque se queda redactando para el duque un informe relacionado con las actividades de Sancho. A la mañana siguiente, el gobernador se encuentra desayunando cuando lo visita un forastero para presentarle un asunto: un hombre quiso cruzar el puente hacia la ínsula, y cuando los guardias le preguntaron el motivo de su visita, él dijo que había ido a morir ahorcado en un árbol. Esto, dice el forastero, supone un problema, ya que existe una regla muy estricta para entrar en la ínsula: el que dice la verdad sobre los motivos de su visita pasa; el que miente, muere ahorcado en un árbol. En este sentido, Sancho entiende que el hombre ha de morir de una forma u otra, pero ordena que lo dejen pasar porque, en última instancia, él, como gobernador, prefiere hacer el bien que el mal.

Luego de comer, aparece un hombre con una carta de don Quijote para Sancho. El gobernador le pide a su secretario que la lea en voz alta. En la carta, el Caballero de los Leones dice que se ha enterado de las buenas obras de Sancho al frente de la ínsula. Asimismo, le da nuevos consejos respecto de cómo ser un buen gobernante, y le cuenta que ha estado un poco indispuesto a causa de un "gateamiento" (942) que le sucedió. Por último, le cuenta que la duquesa le ha enviado la carta de Sancho a Teresa junto con algunos regalos, pero que todavía no han obtenido respuesta.

Sancho se encierra con su secretario y le dicta una carta para don Quijote. En ella, el escudero le cuenta que el duque le informó sobre unos espías que querían matar al gobernador de la ínsula, pero que hasta el momento no ha visto ninguno. Luego le cuenta lo que ha visto en la ronda de la noche anterior, y dice que le agradecerá en algún momento a la duquesa por haber enviado su carta y los regalos a Teresa. Finalmente, dice no entender eso del "gateamiento" y le pide a don Quijote que, en caso de que su mujer responda, pague la diligencia para que llegue su carta a la ínsula.

Una vez que despacha al secretario con la carta, Sancho continúa ocupándose de sus labores de gobernante, como, por ejemplo, moderar los precios de todos los calzados o crear un "alguacil de pobres" (946).

Capítulo LII: Donde se cuenta la aventura de la segunda dueña Dolorida, o Angustiada, llamada por otro nombre doña Rodríguez

Don Quijote siente que la vida en el castillo del duque va en contra de lo que la orden de caballería profesa. Por ese motivo, durante un almuerzo, solicita que le den licencia para viajar a Zaragoza en busca de aventuras. En ese momento aparece doña Rodríguez, quien pide acompañar a don Quijote. Los duques le conceden este permiso. Así y todo, Rodríguez le recuerda a don Quijote que le prometió días atrás ayudarla con ese labrador que ha ofendido a su hija. El Caballero de los Leones lo recuerda bien y le dice al duque que desafía a este labrador a un duelo. El duque, por su parte, dice que le garantiza que el labrador se enterará y fija el lugar del duelo: la plaza del castillo.

En ese momento, regresa el paje con las cartas de Teresa Panza; una para su marido y otra para la duquesa, quien, luego de leerla en voz baja, decide hacerlo a viva voz. En la carta, Teresa le agradece a la duquesa por los regalos y le pide que le diga a Sancho que le envíe un poco de dinero, ya que quiere ir a la corte a "quebrar los ojos a mil envidiosos" (950). Por último, le solicita a la duquesa que siga escribiéndole.

Todos los presentes celebran las palabras de Teresa, y la duquesa insta a don Quijote a que abra la otra carta, la que está dirigida a Sancho, y la lea en voz alta. Don Quijote lo hace: en ella, Teresa le dice a su marido que será la propia duquesa la que le informe de sus intenciones de ir a la corte. Luego le comenta que nadie en el pueblo puede creer que él se haya convertido en gobernador. Acto seguido, comenta algunas novedades relacionadas con la gente del pueblo. Cierra la carta diciendo que espera su respuesta.

Capítulo LIII: Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno de Sancho Panza

Este capítulo se inicia con una reflexión de Cide Hamete respecto de la ligereza e inestabilidad del presente. Con estas palabras, el filósofo mahomético anticipa que "se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como en sombra y humo el gobierno de Sancho" (953).

En su séptima noche como gobernador, Sancho se encuentra en su cama. En eso, escucha fuertes campanadas, y la gente comienza a correr desesperada, gritando que han entrado enemigos a la ínsula. Un hombre que pasa cerca de Sancho le dice que se tiene que armar cuanto antes. Acto seguido, el gobernador ordena que le den las armas. Al verlo ya armado, los habitantes de la ínsula le dicen que vaya delante y los guíe hacia la victoria. Sancho, por su parte, dice que con todas esas armas no puede caminar y, ni bien da un paso, se cae. El resto avanza, algunos tropezando con él; otros, saltándolo. La supuesta batalla se desarrolla, y los insulanos comienzan a gritar que el enemigo ha sido vencido. Luego, llevan a Sancho a su lecho y le dan vino para que se reponga de semejante sobresalto. Una vez que Sancho se recupera, va hasta su rucio y comienza a hablarle mientras lo ensilla. Le dice, entre otras cosas, que cuando solo tenía que preocuparse por tenerlo bien alimentado, sus horas eran más dichosas. Luego, dirigiéndose al mayordomo, al secretario, al maestresala, a Pedro Recio y a algunos habitantes, expresa su voluntad de renunciar a su gobierno. Más allá que varios quieren convencerlo de que no se vaya, Sancho, con lágrimas en los ojos, se despide de todos y abandona la ínsula.

Análisis

En estos capítulos continúa la intercalación de escenarios: palacio, ínsula, palacio, ínsula. Luego de que Cide Hamete cuenta quiénes fueron las que le propinaron la golpiza a la dueña y los pellizcos a don Quijote un par de capítulos atrás, la duquesa despacha en el capítulo L a un paje muy discreto con las cartas, un collar de corales y oro y un atado de ropa para Teresa Panza. Pero no solo lo despacha: el paje llega hasta la aldea de Sancho, encuentra en las afueras a Sanchica lavando, le entrega las cosas a Teresa, habla largamente con ella, ella sale en busca del cura y de Sansón Carrasco; también el paje charla con ellos, luego el cura se lo lleva con él a comer y todavía Teresa Panza tiene tiempo para dictarle un par de cartas, una para Sancho y la otra para la duquesa, a un monacillo a cambio de un bollo y dos huevos.

En comparación con capítulos anteriores -incluso, con capítulos posteriores- en este, el capítulo L, podemos observar una alteración de la lógica narrativa que venía teniendo Cervantes. Si bien esta alteración no tiene una causa explícita o definitivamente clara, son varios los críticos que se la atribuyen al impacto que tuvo en el autor la salida del Quijote apócrifo de Avellaneda. ¿En qué consiste esta alteración de la lógica narrativa? Básicamente, en que Cervantes concentra una gran cantidad de acciones en un mismo capítulo, algo que no ocurría en los capítulos anteriores y que tampoco ocurrirá en los siguientes. Dicho de otra forma, esta insólita densidad de situaciones dramáticas que encontramos en este capítulo refleja, según la mayoría de los críticos cervantinos, la necesidad de Cervantes de apurar la escritura de la segunda parte de su Quijote para que saliera a luchar cuanto antes contra ese otro Quijote apócrifo.

Ahora bien, otra de las cuestiones que podemos destacar en esta zona de turbulencias del segundo libro es el humor; hay mucho en todos los capítulos. Está esa ligereza que contrarresta la solemnidad de los capítulos que contenían los consejos de don Quijote a Sancho para ser un buen gobernante. Por otro lado, estamos frente a un grupo de capítulos en los que pasan muchas cosas en poco tiempo, de forma caótica -por momentos, confusa-, pero en los que también el Quijote logra conectarse con parte de su esencia: lo paródico, lo humorístico. En este sentido, quizás uno de los hechos más relevantes sea lo buen gobernador que resulta ser Sancho. Sus métodos son poco ortodoxos, casi ridículos, pero, en última instancia, efectivos y dotados de una fuerte impronta de justicia social. Sin ir más lejos, luego de responderle a su amo que no comprende eso de los "gateamientos" que le han provocado tanto malestar, el gobernador Panza se ocupa de moderar los precios de los calzados y de crear una figura de autoridad específica para los pobres. Sancho, el escudero ignorante, el glotón Sancho, contra todo pronóstico, gobierna con criterio y justicia; y quizás lo que mejor refleja la evolución del personaje es que lo hace simplemente siendo él mismo.

Ya en el capítulo LI, el médico Pedro Recio insiste con su tarea de no dejar comer a un Sancho Panza cada vez más hambriento y decidido a dejar su gobierno insulano. También en estas páginas se le presenta al gobernador Panza otro juego de ingenio, a la manera de las disputas sobre las que tenía que emitir juicio en capítulos anteriores. Esta vez, se habla de un puente en el que hay que jurar ante cuatro jueces a dónde y a qué se va en la isla, con riesgo de morir ahorcado si se miente. En este contexto, podemos decir que la transformación de Sancho llega a su cúspide. El enigma que se le plantea es de tipo especulativo, más sutil que las complejas disputas que tuvo que resolver con anterioridad. En ese sentido, esta del capítulo LI se asemeja mucho a las aporías, tan apreciadas por los griegos. En primer lugar, Sancho se muestra capaz de resumir claramente los elementos de un problema que le presentan caóticamente; luego, se acuerda oportunamente de un consejo de su amo (que le recordaba, en caso de duda, la mansedumbre en el ejercicio de la justicia) para encontrar una salida a la interminable espiral de esa aporía. En síntesis, Sancho resuelve el problema con naturalidad y sencillez, algo que, incluso, podría haber sido difícil hasta para un gobernante de experiencia. ¿Cómo lo logra? Simplemente, apelando a su criterio de hombre simple y humilde; en última instancia, la mayoría de las personas sobre las que tiene que impartir justicia son como él. Dicho de otra forma, Sancho tiene una sensibilidad justa respecto de los problemas de los habitantes de su ínsula porque, en definitva, son los problemas de gente simple, como él, y esto hace que pueda ponerse en su lugar con mayor facilidad que un gobernante tradicional.

En este contexto, aparecen la carta que le envía don Quijote a Sancho y, luego, la respuesta de este a su amo. En principio, podemos observar que, de repente, esta segunda parte parece llenarse de cartas. Sin ir más lejos, en el capítulo siguiente, el LII, habrá todavía más: las cartas de Teresa Panza a su marido y a la duquesa, y la lectura de la carta que don Quijote le acaba de enviar a Sancho en el capítulo anterior. Por otro lado, más allá de esta proliferación de cartas, también se multiplican los escenarios: a la intercalación entre ínsula y palacio ahora se le suma la aldea de don Quijote y Sancho. En ese sentido, tanto la serie de cartas como la suma de un nuevo escenario dan lugar a la descripción de los mismos hechos pero desde perspectivas diferentes, ya sea porque son narrados por distintos personajes o porque se cuentan a destinatarios diferentes. Este recurso enriquece la narración, ya que deja expuesta una dimensión más íntima de los personajes y, al mismo tiempo, nos permite acceder a las repercusiones de algunos hechos (como, por ejemplo, el gobierno insular de Sancho) desde la perspectiva de personajes que antes estaban fuera de campo, como Teresa Panza o, incluso, el cura y el bachiller Sansón Carrasco.

Asimismo, algunas de estas cartas, además de mostrarnos el matrimonio Panza en plena domesticidad, están ligadas al fenómeno de la epístola bufonesca y su función literaria. Este recurso alcanza su auge en la época renacentista anterior a la de la publicación de Don Quijote, cuando fue implementada por los bufones oficiales y extraoficiales residentes en las cortes españolas. Durante el siglo XVI hay un gran crecimiento en la costumbre social de la correspondencia y la publicación de libros que incorporan las cartas como medio de comunicación. En ese sentido, está claro que Cervantes incorpora estas cartas como un recurso humorísitico, a través del cual accedemos a las particularidades de la relación entre Sancho y su mujer, y a la burla de la duquesa hacia la señora Panza.

Ahora bien, así como en los capítulos en los que don Quijote aconseja a Sancho respecto de cómo ser un buen gobernante el tono es más bien solemne, en estos capítulos siguientes se produce un fuerte contraste, en el que el autor despliega una serie de situaciones claramente humorísticas, y lo hace a través de las cartas. Por otro lado, las cartas unen los espacios escindidos, llevan y traen las voces de los protagonistas, hacen que ellos interactúen más allá de las distancias. De esta forma, las distancias van desapareciendo a partir de esas cartas, se acortan y, de algún modo, preparan el encuentro inminente de los personajes dentro de un mismo escenario; dicho de otra forma, preparan el futuro necesario y casi inminente de la historia.

Ahora bien, detengámonos un momento en la forma en que renuncia Sancho al gobierno de su ínsula. En el preciso momento en que se libra la supuesta batalla (esa pequeña obra teatral producida por los duques, quienes ni siquiera necesitan presenciarla para divertirse), él se queja de que con todas esas armas no puede caminar y, ni bien da un paso, se cae y es pisoteado por los soldados-actores. Luego de la victoria de los insulanos, el gobernador Panza comunica su decisión de renunciar al gobierno y, con lágrimas en los ojos, abandona la ínsula.

Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido (...). Vuestras mercedes se queden con Dios y digan al duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. (957)

¿Por qué eran horas más dichosas para Sancho cuando solo tenía que preocuparse de "arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas?". Por un lado, porque se trataba de una responsabilidad simple, menor, acorde a la esencia de su personaje; pero, por otro lado, porque era algo definitivamente real, cotidiano, inofensivo. Está claro que estamos ante una versión quijotizada de Sancho, en el sentido que confunde ficción con realidad casi de la misma forma en que su amo lo hacía en la primera parte. Así y todo, más allá de no cuestionarse la legitimidad de su título de gobernador, Sancho parece entender que esa realidad no es para él. ¿Por qué? Porque es una realidad peligrosa, demandante y alejada de su aldea, de su familia y su amo. Es, hasta cierto punto, casi tan ajena como una ficción. En relación con esto, cabe señalar que a lo largo de toda la novela, siempre los peligros, tanto para don Quijote como para su escudero, nacen de confundir ficción con realidad.