Don Quijote de la Mancha (Segunda parte)

Don Quijote de la Mancha (Segunda parte) Resumen y Análisis Capítulos XXIV-XXIX

Resumen

Capítulo XXIV: Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento desta grande historia

Este capítulo comienza con algunas reflexiones de Cide Hamete Benengeli respecto de la aventura de don Quijote en la cueva de Montesinos. En principio, dice que él no puede asegurar que todo lo que contó don Quijote sea cierto y que, en todo caso, esa responsabilidad recae sobre los lectores. Luego, retoma la historia y cuenta que don Quijote propone encontrar un lugar donde pasar la noche. En ese momento, se encuentran con un hombre que viene corriendo. Don Quijote le pregunta por qué lleva tanta prisa, y el hombre dice que debe llevarle unas armas a alguien. Así y todo, tan apurado está que no puede detenerse a explicarles más cosas; en todo caso, si ellos quieren saber más sobre la situación, él estará alojado en la venta que está más arriba de la eremita. Dicho esto, se retira, y don Quijote, Sancho y el primo cabalgan en dirección a la venta.

En el camino se encuentran con un mancebito que camina despacio con la espada al hombro y, en la punta de esta, un envoltorio. Don Quijote le pregunta a dónde va, y el joven responde que a la guerra. Luego de pronunciar un refinado discurso que reflexiona sobre las armas y las letras, Don Quijote le ofrece al joven que se suba a su caballo y que cene con ellos. El mancebo solo acepta la invitación a cenar. Al llegar a la venta, don Quijote pregunta por el hombre que se han cruzado antes, el que llevaba las armas; el ventero dice que está en el establo. Sancho, por su parte, se alegra de que su amo no haya confundido la venta con un castillo, como sí ya ha hecho antes.

Capítulo XXV: Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titerero, con las memorables adivinanzas del mono adivino

Don Quijote encuentra al hombre que llevaba las armas y le pide que le cuente por qué se encuentra allí. Ante la presencia de don Quijote, Sancho Panza, el primo, el mancebo y el ventero, el hombre comienza a contar la historia: al concejal de un lugar cercano le desapareció un asno y, por mucho que intentó encontrarlo, no pudo. A los quince días, apareció otro concejal del mismo pueblo, quien le pidió alguna recompensa, ya que, según él, había encontrado el asno. Pero cuando llegaron al monte donde supuestamente estaba, no lo encontraron. Ambos concejales comenzaron a rebuznar como asnos para llamar al animal, pero, finalmente, lo encontraron muerto, comido por los lobos. La cuestión es que en la búsqueda del asno, ambos se dieron cuenta de lo bien que reproducían el sonido del rebuzno, y esto generó que la gente de pueblos vecinos comenzaran a desafiarlos o burlarse de ellos en lo que a rebuznar se refería. Estos desafíos y burlas, a su vez, muchas veces terminaban en luchas armadas, y esa era la razón por la cual el hombre llevaba las armas: en pocos días, la gente de su pueblo, todos grandes rebuznadores, iban a salir de campaña contra un pueblo vecino, que los perseguía por su talento.

Apenas el hombre concluye su historia, entra a la venta otro sujeto, vestido de gamuza, que pide un cuarto y dice que en breve también llegará el mono adivino. El ventero presenta a este hombre como "mase Pedro" y le dice que esa noche hay gente que seguro pagará para ver las habilidades del mono. Una vez que mase Pedro sale de la venta, don Quijote le pregunta al ventero quién es este hombre y qué mono trae. El ventero dice que mase Pedro es un titiritero y que el mono tiene una rara habilidad: si alguien le pregunta algo, el animal salta sobre los hombros de su amo y le dice la respuesta al oído. Sancho quiere poner a prueba al mono y le pregunta qué está haciendo su mujer Teresa en ese momento. El mono se sube al hombro de maese Pedro y le habla; luego, este se arrodilla delante de don Quijote y lo alaba por sus cualidades de caballero, dando a entender que el mono lo conoce de las historias que ha escuchado. Luego, maese Pedro le dice a Sancho que Teresa está bien, trabajando.

Ahora bien, el mono no puede adivinar el futuro, y esto le resulta extraño a don Quijote, que aparta a Sancho y le dice que maese Pedro debe haber hecho algún pacto con el demonio. Sancho, por su parte, le aconseja a su amo que le pregunte al mono si las cosas que dice que le pasaron en la cueva de Montesinos son ciertas. A don Quijote le parece una buena idea y lo hace. Maese Pedro, como portavoz del mono, dice que algunas son ciertas y otras falsas; luego, concluye diciendo que si don Quijote quiere saber más, deberá esperar hasta el viernes, porque, por el momento, al mono se le ha agotado la virtud de adivinar.

Finalmente, don Quijote, Sancho, el primo, el mancebo y el ventero se acomodan en el establo para mirar la obra de títeres que maese Pedro va a llevar adelante.

Capítulo XXVI: Donde se prosigue la graciosa aventura del titerero, con otras cosas en verdad harto buenas

El joven criado de maese Pedro comienza a contar la historia de cómo un tal don Gaiferos liberó a su esposa, Melisendra, que estaba cautiva en España. El muchacho se pierde en demasiados detalles y tanto don Quijote como el propio maese Pedro, escondido tras el retablo desde donde maneja los títeres, le piden que no abra tantas subtramas de la historia porque debilita la trama principal. El criado prosigue y narra el momento en que Gaiferos y Melisendra huyen y los moros van tras ellos. Don Quijote siente que su deber como caballero es defender a Gaiferos y su amada: se levanta, saca su espada y comienza a descabezar títeres. Maese Pedro se lamenta de esta reacción de don Quijote, ya que lo ha dejado sin recursos para ganarse la vida. Sancho Panza se conmueve con la tristeza del titiritero y le dice que su amo le pagará lo que ha destruido. Don Quijote, por su parte, aunque no cree que le haya hecho nada malo a maese Pedro, entiende que quizás los hechiceros hicieron que los títeres se vieran como moros reales, por lo que se compromete a pagarle al titiritero. Maese Pedro le pone precio a cada una de los títeres descabezados, y don Quijote paga la suma total que pide el titiritero. Por último, cenan todos en paz y, al día siguiente, don Quijote y Sancho prosiguen su camino.

Capítulo XXVII: Donde se da cuenta de quiénes eran maese Pedro y su mono, con el mal suceso que don Quijote tuvo en la aventura del rebuzno, que no la acabó como él quisiera y como lo tenía pensado

Cide Hamete, seguramente moro, jura como católico cristiano que lo que cuenta en relación con la historia de don Quijote es verdad. Asimismo, explica quién es, en realidad, maese Pedro: se trata de aquel Ginés de Pasamonte que en la primera parte le robó el rucio a Sancho Panza. Justamente, luego de este hecho, Ginés temió ser hallado por la justicia y, por eso, huyó hacia el reino de Aragón y se convirtió en titiritero. El mono se lo había comprado a unos cristianos de Berbería y lo había entrenado para que pareciera que podía adivinar lo pasado y lo presente.

Volviendo a don Quijote, el de la triste figura y su escudero se suben a una loma y ven un escuadrón de uno de los pueblos del rebuzno. Don Quijote se acerca a los principales del ejército y les dice que no cree que sea una buena idea para ellos ir a hacer la guerra con otro pueblo por algo tan infantil como la capacidad o no de rebuznar. Sancho, para reforzar la idea de don Quijote, quiere mostrar que él también sabe rebuznar y no por eso se sentiría ofendido por las críticas. El problema es que cuando comienza a rebuznar, uno del escuadrón siente que el escudero se está burlando de ellos y le da un palazo que lo deja en el suelo. Don Quijote, al ver a su amigo herido, quiere vengarse y se dirige con su lanza hacia este hombre, pero varios otros del escuadrón se le interponen, y el Caballero de los Leones no tiene más remedio que escapar. Luego, la gente del escuadrón le permite a Sancho subirse a su jumento e ir tras su amo.

Capítulo XXVIII: De cosas que dice Benengeli que las sabrá quien le leyere, si las lee con atención

Cuando don Quijote ya se ha alejado lo suficiente del escuadrón, le recrimina a Sancho irónicamente lo bien que ha rebuznado. El escudero, por su parte, le replica que no es de caballeros andantes huir de la batalla y dejar que un amigo quede a la merced del enemigo. "No huye el que se retira" (767), dice don Quijote. Luego van hasta una alameda y Sancho se queja de dolores en todo el cuerpo. Acto seguido, protesta por las pésimas condiciones laborales bajo las cuales tiene que desarrollar el trabajo de escudero y le reclama a don Quijote un aumento que contemple todo el tiempo transcurrido desde que su amo le prometió el gobierno de una ínsula. Don Quijote, por su parte, acusa a Sancho de bestia, de ignorante de las reglas de la caballería. Su escudero se muestra compungido ante tantas agresiones y pide disculpas. Don Quijote lo perdona y le pide que no sea tan amigo de su interés, y que confíe en que él cumplirá su promesa de darle el gobierno de una ínsula. Finalmente, ambos pasan la noche en la alameda y, al día siguiente, continúan su camino.

Capítulo XXIX: De la famosa aventura del barco encantado

Dos días después de salir de la alameda, don Quijote y Sancho llegan al río Ebro, donde encuentran un pequeño barco sin remos atado en la orilla. El Caballero de los Leones dice que, sin duda, ese barco fue puesto allí para él, para que vaya al rescate de algún caballero en apuros; Sancho, por su parte, dice que si su amo se lo manda, él se embarcará con él, aunque le aclara que ese barco seguramente pertenece a algún pescador de por ahí. Luego de atar a los animales, don Quijote y su escudero se embarcan y parten. Pero luego de haber hecho unos metros por el río Ebro, Sancho comienza a escuchar que su rucio rebuzna porque lo están dejando solo en la orilla, y esto provoca que Sancho comience a llorar de pena y que don Quijote lo regañe por tener un "corazón de mantequillas" (774).

Luego de navegar un poco, se topan con unos molinos construidos en medio del río. Don Quijote confunde esos molinos con la parte de una ciudad donde debe estar el caballero o la reina que él debe rescatar. Sancho trata de convencerlo de que son simplemente molinos, pero su amo dicen que son los encantadores los que le dieron esa forma. En medio de esta discusión, ninguno se da cuenta de que el barco se está aproximando rápida y peligrosamente hacia las ruedas de los molinos. Al ver esto, los molineros, con la cara manchada de harina, salen al rescate del barco. Don Quijote los confunde con enemigos y comienza a esgrimir la espada en el aire contra ellos. Los molineros logran detener provisoriamente el barco, pero luego este continúa avanzando e impacta contra las ruedas, provocando que Sancho y don Quijote caigan al agua. Si bien este último sabe nadar, el peso de la armadura lo lleva hacia el fondo del río, y son los molineros los que le salvan la vida.

Ya en tierra, aparecen los dueños del barco, que le exigen a don Quijote que pague por los daños. El Caballero de los Leones dice que no tiene problema en pagar por el barco, siempre y cuando todos ellos, pescadores y molineros, liberen a aquellas personas que están en el castillo oprimidas. Uno de los molineros reacciona indignado, preguntándole de qué castillo habla y acusándolo de loco. Don Quijote les pide perdón por no poder ayudar a aquellas personas que supuestamente están encerradas en el "castillo", les paga a los pescadores cincuenta reales por el barco y se va.

Análisis

En los capítulos anteriores (XXII y XXIII), hemos visto cómo Cide Hamete Benengeli ha perdido, en buena medida, su omnisciencia como narrador. No sabe qué pasó dentro de la cueva de Montesinos y, prácticamente, se entera de los hechos cuando don Quijote se los cuenta a Sancho y al primo humanista. Ahora bien, en el capítulo XXIV, Benengeli duda seriamente de la versión de don Quijote; piensa que no es posible ni verosímil. El problema aquí es que reconoce que el Caballero de los Leones sería incapaz de mentir o de fabricar semejante historia en un período de tiempo tan breve. En este punto, Cide Hamete decide eludir la tarea de determinar si el relato de don Quijote es verdadero o falso y derivarle esa responsabilidad al lector.

Ahora bien, hay varios indicios de que lo que cuenta el caballero andante se corresponde con un sueño. En principio, podríamos señalar la cuestión del tiempo: mientras que para Sancho y el primo humanista, don Quijote solo estuvo en la cueva una hora, para el Caballero de los Leones fueron tres días con sus respectivas noches. También, desde ya, está la propia confesión de don Quijote de haberse quedado dormido dentro de la cueva. Como sea, está claro ya desde la primera parte que a don Quijote le cuesta bastante discernir entre el sueño y la vigilia. Esto, como apunta Benengeli, no significa que mienta o fabrique el cuento: lo que hace el Caballero de los Leones, en realidad, es decir su verdad onírica. Así y todo, vemos en esta nueva versión de don Quijote que, aun sin perder esa locura suya que lo caracteriza, esta ha adquirido un matiz mucho más funcional: por ejemplo, en el capítulo XXIV no confunde la venta con un castillo, como le ocurría con frecuencia en la primera parte.

Por otro lado, en estos capítulos nos encontramos con una serie de pequeñas aventuras: el episodio de los rebuznadores, la aventura del retablo de maese Pedro y la del barco encantado. Estos episodios funcionan como un punto de inflexión dentro de esta segunda parte, ya que, luego de ellos, don Quijote y Sancho entrarán en una larguísima zona teatral, es decir, en una parte de la historia en la que serán los otros personajes quienes propondrán diferentes actuaciones para ver el despliegue de la locura de don Quijote. Ahora bien, ¿qué ocurre en esta antesala? En principio, accedemos a una versión de don Quijote que se asemeja bastante a la de la primera parte; incluso, podríamos decir que en estos capítulos parecería que el protagonista "vuelve a volverse loco". Está claro que desconoce la realidad, la inventa desde su imaginación y actúa en consecuencia; esto último quizás sea lo más importante, y aquello que nos hace pensar en el Quijote de la primera parte.

En la venta, el Caballero de los Leones se encuentra con el hombre que se ha cruzado en el camino. Ahora este sí está dispuesto a contarle su historia: le habla de su pueblo de rebuznadores y de las guerras que mantienen con otros pueblos; esa es la razón por la que lleva las armas con él: se están preparando para la guerra contra uno de los pueblos enemigos. En este punto, interrumpe la historia del rebuznador maese Pedro con su show de títeres y su mono adivino. De esta forma, se van plantando las circunstancias para que don Quijote le dé rienda suelta a su locura. Desde ya, si tenemos en cuenta los elementos que nos está ofreciendo la narración (un pueblo de rebuznadores, un mono adivino), está claro que las aventuras en las que se embarque don Quijote serán absurdas y divertidas, a la manera de aquellas de la primera parte.

Por otro lado, cabe señalar que el mono y sus supuestos poderes establecen una conexión con la cueva de Montesinos en el momento en que don Quijote interroga al simio para averiguar si lo que ha sucedido en la cueva ha sido real o se lo ha imaginado todo. Esta pregunta y la posterior respuesta del mono presentan el tema de la verdad y la mentira, la realidad y la apariencia, desarrollado con nuevos matices en la representación de los títeres. En este sentido, el escepticismo de don Quijote sobre el mono y su capacidad apuntan a la crítica (muy común en aquella época) del exceso de credulidad en falsas astrologías y zahoríes, que ignoran las correctas interpretaciones de la ciencia astrológica, dicho sea de paso, muy aceptada en el Siglo de Oro.

Cuando Gaiferos corre con Melisendra recién liberada, los moros salen en su persecución, y don Quijote no se da cuenta de que se trata de títeres: comienza, espada en mano, a defender a la pareja de cristianos del ejército de infieles. Aquí es donde vemos, una vez más, como en la primera parte, que su pulsión de caballero andante lo traiciona y actúa en base a la construcción que su "locura" hace de la realidad. En este marco, don Quijote descabeza títeres con tanta vehemencia que está a punto de matar al propio maese Pedro. Luego, en el capítulo XXVII, se encuentra en el monte con los rebuznadores, a quienes les dará un largo y tedioso discurso sobre la tolerancia humana. Sancho interviene para reforzar la idea de su amo y desata las consecuencias dramáticas de esta aventura: a él le dan un palazo que lo deja en el piso, y su amo debe huir para que el resto de los rebuznadores no lo apedreen. En el capítulo XXIX, don Quijote confunde un complejo hidráulico con un castillo y, luego de destrozar contra sus ruedas una barca de pescadores, termina prácticamente ahogado en las aguas del río Ebro. Estos breves aventuras son efectivamente comparables con aquellas que ocurrían en la primera parte, en las que el caballero andante ponía muchas veces en peligro su vida por no poder distinguir la realidad de la ficción. Así y todo, hablando específicamente del episodio con maese Pedro, el hecho de que los enemigos del caballero andante sean títeres parecería alejar al texto de cualquier tipo de especulación violenta o cruel hacia don Quijote. En el caso de los rebuzandores, ellos sí utilizan la violencia; primero con Sancho, luego con su amo. Don Quijote, en ese momento, dimensiona las consecuencias reales de recibir un piedrazo y decide huir, incluso dejando atrás a su escudero. Estas son pequeñas diferencias respecto de las aventuras de la primera parte, en las que don Quijote no resignaba su honor de caballero sino hasta que caía rendido por los golpes.

Asimismo, hay un hecho en la aventura del barco encantado que marca, de alguna manera, cierta conciencia que don Quijote tiene respecto de su propia locura: les paga a los pescadores cincuenta reales por el barco que él destruyó. Más allá de esa cosmovisión caballeresca de la realidad que tiene don Quijote; más allá, incluso, de esa pulsión desenfrenada por la aventura, el caballero andante, por un momento, parece tener la lucidez suficiente para entender que perjudicó de forma real a los pescadores, es decir, que los perjudicó en la realidad, por fuera de esa ficción del castillo y los supuestos prisioneros que se ha creado. Así y todo, no puede expresarlo en términos tan coherentes y realistas; debilitaría su personaje. Por eso, antes de pagarles por el barco destruido, se queja: "¡Basta! (...) [Aquí] será predicar en desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna, y en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más" (777).

Por último, vale la pena mencionar que, luego de la aventura del barco encantado, esta segunda parte de Don Quijote se internará en una extensísima dimensión en donde todo lo que le ocurra al caballero será provocado por los personajes que lo rodean. Ya no nos encontraremos con hechos casuales o raptos de enajenación de don Quijote, sino que serán personajes concretos -los duques, por ejemplo- quienes diseñarán con meticulosidad las aventuras del caballero andante para su propia diversión. En este contexto, don Quijote pasará a ser prácticamente un títere, no muy distinto de los que acaba de descabezar en el retablo de maese Pedro.