Don Quijote de la Mancha (Segunda parte)

Don Quijote de la Mancha (Segunda parte) Resumen y Análisis Capítulos XVIII-XXIII

Resumen

Capítulo XVIII: De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes

En la casa del Caballero del Verde Gabán los reciben la esposa e hijo de don Diego. Mientras don Quijote deja las armas en una habitación, don Lorenzo, el estudiante poeta hijo de Diego Miranda y doña Cristina, le pregunta a su padre quién es el caballero andante recién llegado. El del Verde Gabán le responde que ha visto a don Quijote "... hacer cosas del mayor loco del mundo y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos" (681); luego, lo invita a que corrobore lo que él está diciendo hablando con don Quijote.

Don Lorenzo se reúne con don Quijote, y, luego de un breve intercambio, el caballero andante valora la humildad que el chico tiene como poeta. Acto seguido, don Lorenzo, hasta ahora imposibilitado de determinar el grado de locura de don Quijote, le pregunta por su formación, a lo que este último responde que se ha formado en la ciencia de la caballería andante. Luego, don Quijote despliega una descripción respecto de las muchas virtudes de la caballería andante. Don Lorenzo, por su parte, ahora sí identifica el componente de locura de su interlocutor, aunque, luego, cuando los llaman a comer, él le reconoce a su padre que don Quijote "es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos" (684).

Después de la cena, don Quijote le pide a don Lorenzo que recite algo. El hijo del Caballero del Verde Gabán recita una glosa que fascina tanto a don Quijote, que acaba pidiéndole otro recitado; esta vez, de algunos versos mayores. Don Lorenzo accede y recita un soneto a la fábula de Píramo y Tisbe. Don Quijote vuelve a maravillarse por los talentos del joven poeta y lo llena de alabanzas.

Recién al cuarto día de estancia en la casa de don Diego Miranda, don Quijote decide continuar su viaje. Antes de irse, le recomienda a don Lorenzo que deje la poesía y se vuelva caballero andante, si lo que quiere en verdad es fama. Con esta sugerencia, "acabó don Quijote de cerrar el proceso de su locura" (688), es decir, acaba de darles a don Diego y su hijo los argumentos que necesitan para juzgarlo como loco. Aun así, también le dice que, si insiste en ser poeta, debe guiarse más por el parecer ajeno que por el propio. Finalmente, don Quijote y Sancho parten.

Capítulo XIX: Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, con otros en verdad graciosos sucesos

Don Quijote y Sancho se cruzan con dos labradores y dos estudiantes que van en la misma dirección que ellos. Estos últimos, luego de enterarse de quién es aquel hombre vestido de caballero, lo invitan a ir con ellos a una de las mejores bodas y más ricas que hasta ese momento se haya celebrado en la Mancha. Cuando don Quijote pregunta si se trata de la boda de algún príncipe, el estudiante responde que no, que se trata de la boda de un labrador rico de nombre Camacho con Quiteria, la más hermosa de las labradoras; por otro lado, cuenta que el padre de ella decidió casarla con Camacho para que su hija no acabara con su antiguo pretendiente, Basilio, ya que este último no tenía tantos bienes de fortuna como el otro. Don Quijote, al escuchar que Basilio es hábil con la espada, dice que ya solo por esa gracia, él debería casarse con la hermosa Quiteria. El estudiante también comenta que, luego de que Basilio se enterara del casamiento de Quiteria con Camacho, no ha vuelto a reír ni a hablar con sensatez.

Sancho tiene esperanza de que Quiteria se niegue a ese casamiento y acabe con Basilio. Don Quijote le reprocha a su escudero las expresiones confusas que ha utilizado para decirlo, y esto genera una discusión entre los dos estudiantes. El primero, el que ha hablado hasta ahora, dice estar orgulloso de poseer un discurso llano, pero claro; el otro, apodado Corchuelo, lo acusa de desmerecer el refinamiento del lenguaje y darle una importancia exageradamente superlativa al uso de la espada. Esta discusión termina con un combate en el que don Quijote oficia de juez.

El estudiante vence fácilmente a Corchuelo. Este, por su parte, admite la derrota y se reconcilia con su amigo. Cerca del pueblo, ya de noche, perciben los preparativos para la boda. Aunque el estudiante invita a don Quijote a entrar con ellos al lugar, este se niega, ya que los caballeros andantes tienen la costumbre de dormir en los prados.

Capítulo XX: Donde se cuentan las bodas de Camacho el rico, con el suceso de Basilio el pobre

Don Quijote despierta a Sancho y propone que vayan a ver qué está haciendo Basilio. Su escudero replica que es mejor no inmiscuirse en asuntos que no les corresponden; en última instancia, la riqueza de Camacho es el mejor cimiento para construir un futuro. A don Quijote no le interesan los argumentos de Sancho y le ordena que lo acompañe a ver a Basilio. Apenas se ponen en marcha, Sancho se fascina con la cantidad de comida y bebida que está preparada para el casamiento. Don Quijote, por su parte, contempla bailarines que van entrando al casamiento ejecutando diversas danzas. Luego, amo y escudero vuelven a trabarse en una discusión en la que Sancho justifica su simpatía por Camacho a raíz de lo mucho que ha comido gracias a este; mientras don Quijote lo acusa de ser un villano que, por conveniencia, dice: "¡Viva quien vence!" (705).

Capítulo XXI: Donde se prosiguen las bodas de Camacho, con otros gustosos sucesos

Sancho ve venir a la novia y la alaba utilizando expresiones un poco rústicas que le causan gracia a don Quijote. En eso, de entre la multitud aparece Basilio, quien se pone delante de los novios y le dice a la hermosa Quiteria que ella no puede esposarse, dando a entender que entre ella y el propio Basilio existe un compromiso clandestino previo. Así y todo, luego aclara que no quiere ser un estorbo para Quiteria y Camacho, e intenta quitarse la vida con un bastón que tenía oculto, en un extremo, una punta de espada. Acuden a ayudarlo sus amigos y don Quijote. Basilio, todavía con vida, le pide a Quiteria que le dé su mano como esposa antes de que la muerte se lo lleve; de esa forma, él juntará el valor para confesarse antes de morir. Don Quijote, por su parte, dice que lo que pide el moribundo es una cosa muy justa y agrega que Camacho quedará muy honrado si recibe a Quiteria como viuda del valeroso Basilio. Quiteria, por su parte, turbada por la situación, se arrodilla al lado de Basilio y le pide la mano con un gesto. Basilio le pide que no lo haga por compromiso, y luego de que ella dice que le da la mano con sinceridad, los dos se autoproclaman esposo y esposa. Pero una vez que el cura les da la bendición, Basilio se pone de pie y se saca la punta de espada del cuerpo, dando a entender que todo ha sido un engaño.

Camacho y sus amigos, profundamente ofendidos por la trampa, desenvainan sus espadas para enfrentarse con Basilio y los suyos. Don Quijote expresa su apoyo a este último grupo, ya que, en su opinión, el amor ha triunfado, y blande la espada con tanta destreza que Camacho y los suyos, aconsejados por el cura, deciden no pelear. Quiteria, Basilio y los amigos parten hacia la aldea de él para celebrar, llevándose a don Quijote con ellos. Sancho, lamentando tener que dejar una celebración tan opulenta como la que ha preparado Camacho, sigue los rastros de su amo hasta la aldea de Basilio.

Capítulo XXII: Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha

El narrador explica que Basilio le había contado del engaño a algunos de sus amigos, pero no a Quiteria. Don Quijote afirma que no se puede hablar de engaño si en con la estrategia se prioriza la virtud que conlleva el amor. Luego, teoriza un buen rato sobre el matrimonio, lo que motiva que Sancho murmure para sí cuán excesivamente locuaz es su amo. Acto seguido, don Quijote le pregunta qué murmura, y su escudero replica que hubiera preferido escucharlo a don Quijote teorizar sobre el amor antes de casarse con su Teresa, ya que esta no es tan buena con él como Sancho quisiera.

Después de pasar tres días con los novios, don Quijote y Sancho deciden ir a la cueva de Montesinos, acompañados por un primo de uno de los estudiantes que aparecen en el Capítulo XIX. Cuando llegan, don Quijote le ruega en voz alta a Dulcinea que lo ampare en esta aventura de sumergirse en el abismo de la cueva. Luego, Sancho y el primo le van dando soga mientras don Quijote comienza a descender a la cueva. Media hora pasa dentro, hasta que su escudero y el primo lo vuelven a subir. Una vez fuera de la cueva, don Quijote permanece con los ojos cerrados, y cuando Sancho y el primo lo despiertan de su sueño, el caballero andante se lamenta de que lo hayan sacado de "la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado" (722).

Capítulo XXIII: De las admirables cosas que el estremado don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa

Don Quijote les cuenta al primo y a Sancho lo que vio dentro de la cueva de Montesinos. Luego de una breve descripción del lugar, dice haber visto la imagen de un suntuoso palacio. Acto seguido se le aparece el mismísimo Montesino, quien lo saluda y le dice que hace mucho tiempo que lo esperan allí. Don Quijote, por su parte, le pregunta si es verdad la historia que cuenta que él le sacó el corazón a Durandarte y se lo llevó a su amada Belerma, tal como su amigo se lo pidió antes de morir. Montesinos responde que sí, y lleva a don Quijote dentro del palacio para mostrarle el sepulcro sobre el cual reposa el cuerpo de Durandarte. En este punto, Montesinos revela que Merlín, aquel francés encantador que, se dice, es hijo del diablo, tiene a Durandarte allí encantado, de la misma forma que lo tiene a él y a tantos otros. En eso, a pesar de que está muerto, Durandarte habla y le pide a Montesinos que le arranque el corazón y se lo lleve a Belerma. Montesinos, por su parte, se arrodilla y le dice que eso que le pide ya lo ha hecho; luego, le informa que el famoso don Quijote de la Mancha se encuentra allí con él. Durandarte osa comparar la belleza de Belerma con la de Dulcinea y don Quijote se siente ofendido; así y todo, le pone paño frío a la situación, diciendo que cada una de las doncellas es quien es, y cada una tiene su hermosura.

En este punto, el primo dice que no puede creer todas las cosas que le pasaron en solo una hora en la cueva, a lo que don Quijote responde que para él fueron tres días. Sancho hace referencia a que este desfasaje temporal, al igual que todas las historias que contó y que puede contar a partir de ese momento, son producto del encantamiento del lugar. Don Quijote no está de acuerdo; dice que todo lo vio con sus ojos y lo tocó con sus manos. Entre las cosas que Montesinos le mostró, estaba la mismísima Dulcinea, todavía bajo la forma de la labradora a raíz del encantamiento. Sancho lo acusa de estar loco. Su amo le describe la situación en la que interactuó con una de las doncellas de Dulcinea, quien le preguntó, por orden de su ama, cómo estaba y, además, le pidió dinero. Don Quijote continúa la historia, pero esta adquiere tintes absurdos, frente a los cuales Sancho vuelve a acusar a su amo de que los encantamientos le han trocado el buen juicio. Don Quijote, por su parte, se propone reforzar la idea de su cordura contando más historias que le ocurrieron en la cueva de Montesinos.

Análisis

En el capítulo XVIII, Cervantes nos propone una reflexión sobre la literatura a través del joven don Lorenzo, poeta e hijo de don Diego. En principio, don Quijote escucha el recitado del muchacho y lo llena de alabanzas, sobre todo cuando recita versos mayores. Así y todo, trata de convencer al joven Lorenzo de que los poetas suelen ser arrogantes, y le dice que, si lo que busca es fama, debe dejar la poesía y dedicarse a la caballería andante, a la que define como una ciencia:

Es una ciencia (...) que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adondequiera que le fuere pedido; ha de ser médico, y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas (...), ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas; y dejando aparte que ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales (...) ha de guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla. De todas estas grandes y mínimas partes se compone un buen caballero andante (682-683).

Varios críticos afirman que este pasaje refleja la experiencia del propio Cervantes en relación con el mundo literario de su época. En ese sentido, hasta la primera parte de Don Quijote, él no era un escritor reconocido ni tampoco había ganado ningún premio literario. No obstante, sí había participado de la batalla de Lepanto, momento en que recibe tres disparos en la mano izquierda. Esta herida de guerra es la que señala con orgullo Cervantes en el prólogo, y con la que se defiende de Avellaneda después de que este lo llamara "manco" en el prólogo del Quijote apócrifo. En este sentido, está claro que, más allá de cualquier intención paródica de Cervantes hacia los libros de caballerías, el autor reconoce el prestigio y el respeto que se desprenden del hecho de ser un hombre de armas.

Ahora bien, luego de cuatro días en la casa de don Diego, don Quijote y Sancho deciden continuar. El camino ya no se presenta como ese lugar en el que ocurren las aventuras (algo que sí ocurría en la primera parte), sino más bien un espacio de tránsito, en el que amo y escudero se van topando con gente con la que compartirán momentos agradables como, por ejemplo, la boda del rico Camacho y la hermosa Quiteria. Esta fiesta obnubilará a Sancho por lo fastuosa y por la generosidad de las personas, algo que hubiese sido impensable en la primera parte de Don Quijote. En este contexto, será el despechado Basilio el que complete el triángulo amoroso, y también quien determinará el comienzo de esta aventura de don Quijote.

Asimismo, el capítulo XX inicia con una alegoría escrita en una prosa refinada que, de repente, se ve interrumpida por el vulgar ronquido de Sancho: "Apenas la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo con el ardor de sus calientes rayos las líquidas perlas de sus cabellos de oro enjugase, cuando don Quijote, sacudiendo la pereza de sus miembros, se puso en pie y llamó a su escudero Sancho, que aún todavía roncaba... (697)". Esta suerte de juego que despliega Cervantes al comienzo del capítulo, en el que se encastran elementos tan disímiles como el ardor de los calientes rayos de Febo y los ronquidos de Sancho, propone la clave de lectura del capítulo: la tensión de una escritura pendular que tendrá, por un lado, a un don Quijote extasiado por las danzas y las coplas y, por otro lado, a Sancho revisando ollas y rogando por comida. Ahora bien, más allá de las grandes diferencias entre la primera y la segunda parte del Quijote, aquí sí podríamos establecer una relación de semejanza entre los dos libros, ya que ambos están trabajados desde la mezcla entre la cultura alta y la cultura popular, siendo, quizás, este capítulo XX de la segunda parte en donde más se concreta narrativamente esta ambición de Cervantes.

El capítulo XXI comienza con la llegada de los novios, acompañados por una gran comitiva. Será Sancho quien describa a la novia, utilizando un vocabulario rústico que motiva la risa de su amo. Cervantes demostró ya en la primera parte interesarse mucho por la prosopopeya, es decir, por la solemnidad en el lenguaje. En relación con esto, Sancho describe a Quiteria de una forma tan ordinaria como pura: "¡Oh, hideputa, y qué cabellos, que, si no son postizos, no los he visto más luengos ni más rubios en toda mi vida!" (708). Por supuesto, el hecho de que Cervantes le dé la palabra a Sancho para que describa a Quiteria es, de alguna manera, una forma de reírse de las descripciones; casi una hipérbole, podríamos decir. Causa risa la forma en que exagera las virtudes del vestido de la doncella y las palabras que elige para hacerlo. La prueba irrefutable de la intención de Cervantes de provocar humor con esta descripción es que hasta don Quijote se ríe. Quizás por primera vez en todo el texto, el lenguaje bajo, popular de Sancho no incomoda a su amo, sino que le causa gracia o, por lo menos, le cae simpático.

Luego viene toda la secuencia entre Quimeria, Camacho y Basilio, en la que este último finge estar herido de muerte para casarse con la doncella. Una vez descubierta la farsa, los ánimos se caldean y queda todo dispuesto para un gran enfrentamiento entre Camacho y Basilio, cada uno con su respectivo ejército de amigos. En medio de esa tensión -literalmente en medio de las dos "tropas"-, don Quijote brinda un breve pero emotivo discurso sobre el amor que conmueve a todos los presentes y calma los ánimos. No está demás recalcar que este mismo episodio habría tenido un final muy diferente si hubiera estado en la primera parte. Hasta cierto punto, podemos decir que este don Quijote es una versión evolucionada de aquel del primer tomo. ¿Evolucionada en qué sentido? Bueno, en principio, su locura no parece estar poniéndolo en peligro, cosa que le ocurría con frecuencia en la primera parte. Por el contrario, pareciera una forma prudente y reflexiva de esa misma locura; quizás porque ha entendido qué aspectos de la caballería andante son mas beneficiosos para el mundo y menos perjudiciales para él.

Retomando el triángulo amoroso Camacho-Quimeria-Basilio, es notable cómo el discurso de don Quijote aplaca el rencor del público hasta el punto de que Camacho permite que siga la fiesta, y Quimeria y Basilio se llevan para su aldea al caballero andante con su escudero. El amor -en este caso, el discurso sobre el amor que pronunció don Quijote- ha restituido el orden. Hacia el final del capítulo, la narración no se ha vuelto solemne, pero conserva todavía parte del refinamiento que ha propuesto el Caballero de los Leones con su discurso. Quizás para darle un cierre circular al capítulo, es decir, para cerrarlo con cierto toque de humor al igual que como comenzó, vemos a Sancho completamente desmoralizado porque no alcanzará a probar esos majestuosos platos que están llegando justo cuando ellos están partiendo.

Este capítulo XXI puede leerse como el triunfo del amor sobre el interés. Así y todo, este triunfo solo puede alcanzarse gracias al arte e ingenio de Basilio. Por otra parte, el engaño está justificado, como dice el propio don Quijote, porque se trata de un caso de amor y, al mismo tiempo, porque hubo casamiento secreto anterior entre los dos enamorados. En ese sentido, Cervantes propone un triángulo amoroso en el que dos de sus integrantes poseen un mayor nivel de profundidad de análisis que el restante. Quiteria, por ejemplo, lleva el nombre de una de las santas más veneradas en la Mancha por ser la protectora de los rebaños contra la rabia. De la misma manera, Cervantes juega con el nombre de Basilio, cuyo santo patrono era famoso por sus dotes de orador sagrado, lo que explica que el muchacho, moribundo y todo, pueda articular un discurso tan convincente para que Quiteria acepte casarse con él antes de perder la vida. Ahora bien, Camacho no tiene ningún otro atributo que su riqueza. Es ella quien lo define. En relación con esto, el crítico literario Agustín Redondo plantea que el personaje de Camacho representa esa superficialidad que contrasta con los valores más profundos de la vida -como el amor- que defiende don Quijote, y que es imposible no emparentarlo con otro personaje cervantino, Capacho, el escribano poco viril del Retablo de las Maravillas, entremés escrito por Cervantes y publicado el mismo año que esta segunda parte del Quijote.

Don Quijote y Sancho pasan tres días en casa de Basilio y, luego, parten con el primo del licenciado hacia la cueva de Montesinos. Este primo se presenta como estudiante, humanista y escritor, y esto lo vuelve funcional para que Cervantes parodie ciertas falsas erudiciones de la época. Así y todo, el primo es también muy importante a la hora de descomprimir el gran volumen de material onírico que poblará las próximas páginas y, en un plano más concreto, ayudará a Sancho a tirar de la soga tanto cuando don Quijote descienda primero y salga después de la cueva de Montesinos.

Ahora bien, una cuestión interesante para remarcar es que la aventura de don Quijote en la cueva apenas ocupa unas líneas del capítulo XXII. Sin embargo, la narración que hace don Quijote sobre aquella aventura cuando regresa a la superficie ocupa todo el capítulo XXIII. En este sentido, Cide Hamete Benengeli, que nos tiene acostumbrados a los lectores a ver absolutamente todo, esta vez decide quedarse con Sancho y el primo humanista esperando arriba de la cueva a que el héroe regrese. La cuestión es que no puede o no quiere ver qué ocurre allí dentro y se limita, casi como un personaje más, a la reconstrucción de los hechos que don Quijote pueda hacer (incluso conociendo los riesgos que esto supone). En este punto, por primera vez a lo largo de los dos libros, el narrador, Sancho y los lectores sabemos lo mismo y dependemos de nuestro protagonista para acceder a una parte oculta de la historia.

En esta narración de lo ocurrido dentro de la cueva de Montesinos que abarca el capítulo XXIII, don Quijote no tiene ningún reparo en confesar que se quedó dormido, aunque aclara que fue solo por unos instantes, porque luego se despertó sobre un bellísimo prado en donde había un castillo de cristal, del que salió el mismísimo Montesinos. Mientras el Caballero de los Leones continúa con su relato -bastante onírico-, Sancho lo interrumpe algunas veces, con la única finalidad de darle un poco de aire al relato de su amo. La última de estas interrupciones es bastante significativa: don Quijote cuenta que en la cueva vio a Dulcinea encantada, y Sancho se convence de que su amo, que había mostrado ciertos raptos de lucidez, en realidad sigue tan loco como siempre. Ahora bien, no es la primera vez que don Quijote sueña. De hecho, en la primera parte le ocurre algunas veces, como, por ejemplo, en la aventura de los sacos de vino. La gran diferencia es que aquellos personajes que rodeaban a don Quijote en aquel momento dejaban en claro que el caballero estaba dormido; en cambio, en la aventura de la cueva de Montesinos, nos falta eso; ni siquiera Cide Hamete puede dar testimonio de que, efectivamente, don Quijote ha estado soñando y no ha vivido en verdad eso que cuenta. Esa ausencia produce cierta ambigüedad o, al menos, cierto nivel de duda respecto de lo ocurrido en la cueva, duda o ambigüedad que también puede emparentarse a esta nueva versión más prudente y "razonable" de la locura de don Quijote.

Por último, vale la pena mencionar que, con este episodio de la cueva de Montesinos, Cervantes retoma el motivo platónico de la caverna como ámbito en el que se desarrolla el proceso del conocimiento y, al mismo tiempo, el de la creación literaria, ya que es en la mente de don Quijote, creador del relato de su sueño, donde la cueva y sus habitantes tienen su verdadera existencia. La cueva de Montesinos está poblada de seres extraordinarios con rasgos vulgares que desmitifican la tradición alegórica de las visiones de ultramundo. En ese sentido, ya desde Homero y Virgilio, el sueño tiene dos puertas: la de la verdad y la de la mentira; y en esta disyuntiva Cervantes quiere implicar no solo a narradores y personajes, sino también a los propios lectores.