Don Quijote de la Mancha (Segunda parte)

Don Quijote de la Mancha (Segunda parte) Resumen y Análisis Capítulos XLII-XLVII

Resumen

Capítulo XLII: De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas

El duque, muy contento por cómo salió la broma que le jugaron a don Quijote y Sancho, le dice a este último que se prepare para ir a gobernar su ínsula, que sus habitantes lo están esperando. Asimismo, el duque le informa a Sancho que, en la ínsula que le dará, él tiene que ir vestido parte de letrado y parte de capitán, porque son tan necesarias las armas como las letras. En ese momento llega don Quijote y se lleva a su escudero a sus aposentos para explicarle cómo debe comportarse como gobernador. Primero, dice don Quijote, Sancho debe temerle siempre a Dios, porque ahí radica la sabiduría. Segundo, Sancho debe conocerse bien a sí mismo, esto es, hacer "gala (...) de la humildad de tu linaje" (868). Luego también le aconseja descubrir la verdad, tanto en las lágrimas de los pobres como en las promesas y dádivas de los ricos. También le dice que a quien deba castigar con obras no lo trate mal con las palabras. Por último, don Quijote le explica a Sancho que, si sigue los varios consejos que le dio sobre cómo gobernar bien, su fama será eterna.

Capítulo XLIII: De los consejos segundos que dio don Quijote a Sancho Panza

Luego de darle consejos que habrán de adornarle el alma, ahora don Quijote va a darle a Sancho una serie de recomendaciones que servirán para adorno del cuerpo. A propósito de esto, el narrador pone énfasis en que, salvo por los arrebatos de locura concernientes al tema de la caballería, don Quijote parece un hombre absolutamente cuerdo.

Don Quijote, entonces, le aconseja a Sancho que sea limpio y que se corte las uñas. También le recomienda no comer ajos ni cebollas, ya que estos alimentos están asociados a los villanos. Asimismo, le pide que sea templado al beber. Por otro lado, le pide que no ande todo el tiempo diciendo refranes, a lo que su escudero replica que le será difícil, puesto que él tiene más refranes que un libro.

Sancho, por su parte, le agradece los consejos a su amo, aunque dice que no los recordará, y que le será necesario dárselos por escrito a su confesor, ya que él no sabe leer ni escribir. Don Quijote se pone nervioso porque Sancho sigue usando refranes para hablarle. El escudero argumenta que, en todo caso, fue el propio don Quijote el que le metió en la cabeza eso de gobernar, y que si su amo piensa que no sirve para ello, "más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno" (876). Don Quijote, por su parte, al escuchar esto, le dice que solo por haber dicho eso ya se merece ser el gobernador de mil ínsulas, y le recomienda que siempre tenga el firme propósito de acertar en sus negocios. Finalmente, agrega que deben ir a comer, ya que los señores los están aguardando.

Capítulo XLIV: Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la estraña aventura que en el castillo sucedió a don Quijote

Luego de comer, don Quijote le entrega sus consejos a Sancho por escrito. El duque y la duquesa los leen y quedan admirados del ingenio de don Quijote. Acto seguido, el mayordomo del duque -el mismo hombre que había actuado de la Dolorida- se dispone a llevar a Sancho a la ínsula. El escudero le hace notar a su amo el parecido del mayordomo con la Dolorida, pero don Quijote le dice que no pueden ser la misma persona, y pide a Dios que los libere de los malos hechiceros. Luego de esto, Sancho parte.

Inmediatamente después, a don Quijote lo embarga un profundo sentimiento de soledad. La duquesa quiere consolarlo, ofreciéndole los servicios de sus doncellas, pero el caballero se niega y pide que lo dejen solo en su aposento. Don Quijote se acuesta en su cama, dispuesto a dormir, pero escucha que hay gente hablando en el jardín. Las voces corresponden a dos doncellas: una dice que, desde que entró don Quijote al castillo, ella sufre de amor por él; la otra la incita a cantar para hacerle llegar su dulce voz al Caballero de los Leones. Don Quijote estornuda a propósito para que ellas sepan que él está despierto y, acto seguido, Altisidora tañe su arpa y comienza a cantar un romance. Al concluir, don Quijote se lamenta de que cada doncella que lo ve se enamore de él. Cierra con fuerza la ventana y se vuelve a acostar, declarando que él tiene que ser de Dulcinea y de nadie más.

Capítulo XLV: De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula y del modo que comenzó a gobernar

Sancho es recibido por la gente de la ínsula. El mayordomo del duque le explica que debe responder a una pregunta que determinará para los pobladores cuál es el nivel de ingenio del nuevo gobernador. Sin embargo, comienzan a llegar pobladores con distintas disputas que Sancho debe resolver. Uno de ellos es un pobre ganadero que explica que cuando volvía de vender unos puercos, se cruzó con una mujer y tuvieron relaciones sexuales. Luego, él le pagó lo suficiente, pero la mujer insiste en que él la forzó. Sancho le dice al ganadero que le dé todo el dinero que lleva a la querellante, quien, luego de recibir los veinte ducados, abandona el juzgado. El nuevo gobernador le dice al ganadero que ahora vaya tras la mujer y le quite la bolsa con el dinero. El hombre hace esto, pero vuelve al rato con la mujer, a quien no le pudo quitar la bolsa. Sancho le pide a la mujer que le devuelva el dinero al ganadero, y le explica que si hubiera puesto la mitad del esfuerzo con el que defendió el dinero en defender su cuerpo, nada habría pasado. Por último, la acusa de desvergonzada y le pide que se retire. Acto seguido, también le dice al ganadero que puede retirarse, y le aconseja que, si quiere conservar su dinero, trate de reprimir su voluntad de acostarse con cuanta doncella se cruza.

Capítulo XLVI: Del temeroso espanto cencerril y gatuno que recibió don Quijote en el discurso de los amores de la enamorada Altisidora

Don Quijote, sumido en los pensamientos que le ha dejado la música de la enamorada Altisidora, no logra conciliar el sueño en toda la noche. Llega la mañana; el caballero andante se viste y sale de su aposento. Al pasar por una galería, ve a Altisidora con su amiga, y la primera finge desmayarse ante la presencia de don Quijote. El Caballero de los Leones dice entender el mal que aqueja a la desmayada y pide que le lleven un laúd a su aposento por la noche, ya que la música es uno de los grandes remedios para el mal de amores. Las doncellas le informan de esto a la duquesa, quien hace que le lleven el laúd a don Quijote.

A las once de la noche, el caballero andante afina el laúd, abre la reja de la ventana y canta un romance para las personas que están en el jardín. Sin embargo, en medio del canto, desde arriba de la ventana, descuelgan una serie de cordeles con cencerros enganchados y arrojan un saco de gatos con cencerros más chicos atados en sus colas. Don Quijote queda estupefacto ante tanto ruido, y dos o tres gatos se meten en su aposento. Acto seguido, el Caballero de los Leones desenfunda su espada y comienza a lanzar estocadas a los cencerros, gritando "¡Afuera, malignos encantadores!" (898). En eso, uno de los gatos a los cuales don Quijote también les lanzaba estocadas le salta en la cara y le clava las garras en la nariz. Tiene que intervenir el duque, quien le desengancha el gato de la cara y lo saca por la reja. Es la propia Altisidora quien le cura las heridas a don Quijote y, por lo bajo, le dice que ojalá Dulcinea quede encantada para siempre, ya que ella lo adora. Don Quijote, por su parte, responde a esto solo con un suspiro y queda en cama por cinco días.

Capítulo XLVII: Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en su gobierno

Del juzgado llevan a Sancho a un lujoso palacio con una gran sala, en donde hay una mesa servida con una gran variedad de manjares. El nuevo gobernador se sienta en la cabecera y se presenta un hombre que dice ser el médico de los gobernadores de la ínsula. El hombre se llama Pedro Recio de Agüero y no le permite comer a Sancho prácticamente ningún plato de los que están servidos, ya que, dice, le harán daño a su salud. Sancho, por su parte, se enoja con el hombre y le pide que se vaya. Justo en ese momento llega un correo con un mensaje del duque para el nuevo gobernador. Sancho pide que el secretario lo lea. En él, el duque le advierte al gobernador que unos enemigos suyos probablemente atacarán la ínsula, no sabe bien qué noche, y le pide que esté atento. Sancho manda a meter en el calabozo a Pedro Recio por no dejarlo comer y dice que, ahora que está por entrar en batalla, con más razón debe alimentarse bien.

Entra en la sala un labrador que quiere hablarle al gobernador de un negocio. El hombre le pide a Sancho seiscientos ducados para la dote de su hijo, que quiere casarse con una doncella muy hermosa. El nuevo gobernador, luego de escuchar pacientemente todos los pedidos del labrador, lo echa de la sala, amenazándolo con una silla, y le recrimina que le haya pedido dinero cuando no lleva ni día y medio de gobierno.

Análisis

En estos capítulos, Sancho, finalmente, recibe su tan ansiada ínsula. Luego de la aventura de Clavileño, es el propio duque quien se lo comunica. Don Quijote aparta a su escudero para darle una serie de indicaciones respecto de qué adornos debe tener en el alma un buen gobernante. En principio, podemos notar la presencia de lo religioso: siempre temerle a Dios. A propósito de esto, observamos que en esta segunda parte hay una clara intención de Cervantes por destacar el costado religioso, católico, para ser más precisos, en relación con la caballería andante. Esto puede interpretarse como una reivindicación de aquellos preceptos morales que la sociedad ha ido perdiendo y que necesita de un Quijote que venga a refrescarlos. Dicho de otra forma: don Quijote es un caballero andante fuera de época, casi anacrónico, podríamos decir; pero, con su locura y todo, funciona como el embajador de ciertos valores que la sociedad ha perdido y que le convendría recuperar; valores que la caballería andante tenía como pilares fundamentales y que Cervantes, como hombre de armas que es, respeta, más allá de que haya escrito un libro que parodia los libros de caballerías. Valores como la lealtad, la compasión, la caridad o la pureza ya no se respetan como en aquella época de los caballeros andantes, y don Quijote los menciona en sus consejos a Sancho. El ejemplo más claro de esto podemos apreciarlo en los duques, que, lejos de mostrar algún tipo de compasión por la locura de don Quijote, se aprovechan de ella. Así y todo, no serán los únicos personajes que no muestren ni compasión ni piedad para con el Caballero de los Leones. Ahora bien, otro de estos valores, quizás el más importante, que don Quijote desea poner de relieve, es la profunda conexión con Dios:

Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada.

Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.

(...) Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y agüelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale (868-869).

Ahora bien, en los consejos que le da don Quijote a su escudero podemos observar dos cuestiones: por un lado, todas las recomendaciones son absolutamente lúcidas, propias de una persona en su sano juicio; y es el propio narrador quien nos lo indica: "¿Quién oyera el pasado razonamiento de don Quijote que no le tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada?" (871). Por otro lado, Sancho reconoce la buenas intenciones de su amo y se lo agradece, aunque confiesa haberse olvidado todos los consejos. Don Quijote enfurece, no tanto porque su escudero se haya olvidado los consejos, sino porque este comienza a justificarse diciendo un refrán tras otro. En este sentido, Sancho se ha vuelto un agente paródico de la cultura popular de ese momento. Visto de esta forma, es interesante plantear que en esta nueva relación entre don Quijote y su escudero también podríamos interpretar la búsqueda de Cervantes de hacer interactuar la tradición literaria (encarnada en don Quijote y su obsesión por los libros de caballerías) y la cultura popular (encarnada en Sancho y sus refranes). Esta relación, como hemos visto y veremos, más allá de algunos momentos de tensión, irá definiendo su propio equilibrio, y es, justamente, este equilibrio lo que Cervantes ha encontrado en su segundo Quijote respecto del primero.

En este punto, también cabe analizar ese contraste entre la manera de pensar y hablar de don Quijote y la de Sancho. El Caballero de los Leones se expresa con cierta pretensión doctrinaria a través de aforismos clásicos, como se puede apreciar en uno de los primeros consejos que le da a su escudero, que es un extracto de la Biblia (Salmos, CX, 10): "Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada" (868). Sancho, por su parte, se expresa mediante los proverbios y dichos populares que le dicta su sentido común. Don Quijote lo critica por esto, aludiendo que un buen gobernador no debe usar refranes para hablar con su pueblo, ya que hacen que lo que dice pierda seriedad. Sancho se defiende de la crítica de su amo, justificando su tendencia natural a decir refranes, de esta manera:

(...) sé más refranes que un libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros, pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo, que en casa llena, presto se guisa la cena, y quien destaja, no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener, seso ha menester (872-873).

Esta réplica es un ejemplo del vasto conocimiento que tiene Sancho sobre la cultura popular y la naturaleza humana. Al mismo tiempo, con el correr de las páginas, también podremos apreciar su inteligencia innata y hasta su buen juicio al gobernar. Cervantes sugiere así la superioridad de la ley natural por sobre sobre la escrita, cuestión que pone de relieve un tema de discusión clásico respecto de si el buen gobernador nace o se hace.

En otro orden de cosas, podemos advertir que en los capítulos XLII y XLIII el tono de la narración se ha vuelto relativamente serio, considerando la naturaleza disparatada de la historia que está contando. Entonces, la narración se prepara para sumergirse nuevamente en pasajes que buscarán más la risa que la reflexión. La historia parece partirse en dos: por un lado, se centra en el desempeño de Sancho como gobernador de su ínsula; por otro lado, nos enteramos de lo que le ocurre a don Quijote en el castillo de los duques mientras su escudero está ejerciendo su cargo. La narración irá de una historia a la otra, poniendo especial énfasis en las cuestiones más absurdas y graciosas de cada una de ellas, haciéndonos olvidar rápidamente esos dos capítulos en los que el tono cayó en un exceso de solemnidad. Así y todo, vale aclarar que aquellos dos capítulos son indispensables no solo para pasar en limpio ciertos valores que esta segunda parte de Don Quijote irradia, sino también para generar un contraste con las escenas disparatadas que la historia nos propondrá en las próximas páginas.

En este punto, entonces, los protagonistas se han separado geográficamente el uno del otro, y la narración irá y vendrá de la ínsula de Sancho al castillo de los duques, utilizando el cambio de capitulación. Esta alternancia constante de escenografía emula, en cierta medida, la dinámica utilizada en el teatro, nada extraño para un autor con tanta vocación para la dramaturgia como Cervantes.

Asimismo, cabe señalar algunos aspectos particularmente relevantes de estos capítulos en los que Sancho hace las veces de gobernador, y don Quijote sufre las trágicas consecuencias de su locura, casi a la manera de la primera parte. Por un lado, Cervantes propone un juego bastante interesante con el gobernador Panza: él es el encargado de impartir justicia en los pleitos insulares de sus gobernados, es decir, es el responsable de descubrir la verdad de lo ocurrido y emitir una sentencia al respecto. Estos "casos" pueden tomarse como pequeños juegos de ingenio a resolver. En este sentido, Sancho y nosotros, los lectores, tenemos la misma información sobre el asunto a discernir y, por lo tanto, estamos en las mismas condiciones de acertar en la dilucidación de lo ocurrido.

Por otro lado, en una situación completamente diferente, tenemos a don Quijote, que, mientras toca el laúd para curar a Altisidora de una decepción amorosa (de la cual él es responsable), es atacado por un gato y sufre varias heridas, sobre todo, en la nariz. En este sentido, el Caballero de los Leones recupera parte de ese halo de Caballero de la Triste Figura de la primera parte, aunque, aquí, la violencia no proviene de otros hombres, sino de un pobre gato que solo se defiende de las estocadas erráticas que propina don Quijote. Para establecer una marcada diferencia entre las escenas de violencia de la primera parte (criticadas por una parte de los lectores) y de esta segunda, podemos decir que, en el primer libro, las desventuras de don Quijote nos despertaban un sentimiento de pena frente a la exacerbación de la condición patética del caballero andante, mientras que en este segundo libro, las desdichas de don Quijote adquieren un matiz más absurdo, por momentos, disparatado, y eso contribuye a que los lectores no experimentemos sensaciones tan negativas.