Don Quijote de la Mancha (Segunda parte)

Don Quijote de la Mancha (Segunda parte) Resumen y Análisis Capítulos VI-XI

Resumen

Capítulo VI: De lo que le pasó a don Quijote con su sobrina y con su ama, y es uno de los importantes capítulos de toda la historia

La sobrina y el ama de don Quijote intentan persuadirlo de que no se aventure en una tercera salida. Él, por su parte, habla de las diferencias que existen entre los cortesanos y los caballeros andantes para justificar la importancia de la aventura que quiere emprender. Su sobrina le hace notar que todo lo que acaba de decir de los caballeros andantes es "fábula y mentira" (590). Don Quijote le dice que, si ella no fuera hija de su hermana, él la castigaría severamente por la blasfemia que acaba de decir. La sobrina le hace notar que aunque los hidalgos pueden convertirse en caballeros, no así los pobres. Don Quijote le da la razón, aunque también le explica que la única forma de salir de la pobreza es a través de las letras o las armas; y en su caso, se ha inclinado hacia estas últimas. Por último, sentencia que es la andante caballería la que lo llevará por la estrecha senda de la virtud y que los pensamientos caballerescos se llevan tras de sí todos sus sentidos. En ese momento, Sancho Panza llama a la puerta. Don Quijote lo hace pasar, y los dos se encierran en el aposento del dueño de casa.

Capítulo VII: De lo que pasó don Quijote con su escudero, con otros sucesos famosísimos

Cuando el ama de don Quijote se percata de la presencia de Sancho, deduce que se han reunido para ultimar los detalles de la tercera salida. Acto seguido, va a buscar al bachiller Sansón Carrasco para que persuada a don Quijote de dejar de lado "tan desvariado propósito" (594). El ama encuentra al bachiller Sansón en el patio de su casa y le comenta sus temores. Él le dice que vuelva a la casa de don Quijote y que le tenga preparado algo caliente para almorzar; él irá luego y resolverá la cuestión. Una vez que el ama se ha retirado, el bachiller Sansón Carrasco va a buscar al cura.

Mientras tanto, en casa de don Quijote, este último y Sancho conversan sobre la inminente tercera salida. Sancho explica que ya le ha contado a su mujer al respecto. Don Quijote pregunta qué ha dicho Teresa, y Sancho le cuenta que ella le ha aconsejado que se asegure de hacer un buen trato, es decir, de obtener una buena paga, por los servicios que le brindará a don Quijote. En este punto, don Quijote le da a entender a Sancho que no puede asegurarle ninguna paga concreta y que, si decide ir con él, tendrá que hacerlo por la pura expectativa de lo que podrán encontrar en las aventuras; en caso contrario, a él no le faltarán escuderos más obedientes y, de seguro, menos habladores que Sancho. Frente a esta posición de su amo, a Sancho Panza "se le cayeron las alas del corazón" (598). En ese momento, aparece Sansón Carrasco, acompañado por la sobrina y el ama de don Quijote. Lejos de persuadirlo para que no se embarque en una tercera salida, Sansón abraza a don Quijote, llamándolo "flor de la andante caballería" (598) y maldice a quienes quieren impedirle que salga en busca de nuevas aventuras. Por si fuera poco, Sansón se ofrece a ser el escudero de don Quijote si hiciese falta. Frente a esta oferta, Sancho rápidamente vuelve a ofrecerse como escudero. Don Quijote y Sancho Panza se abrazan haciendo las paces y determinan salir en tres días. Tanto el ama como la sobrina de don Quijote maldicen al bachiller Sansón por alentar en vez de evitar esta tercera salida del amo.

Transcurridos los tres días, don Quijote y Sancho se ponen en camino del Toboso.

Capítulo VIII: Donde se cuenta lo que le sucedió a don Quijote yendo a ver su señora Dulcinea del Toboso

"Bendito sea el poderoso Alá" (601), dice Hamete Benengeli al comienzo del capítulo. El motivo de esta bendición, dice, es que don Quijote y Sancho ya se encuentran en campaña, por lo que los lectores de su historia ya pueden dar por comenzada esta nueva serie de aventuras.

Mientras cabalgan, don Quijote reafirma sus intenciones de ir a Toboso a visitar a Dulcinea antes de comenzar cualquier nueva aventura. Sancho le explica a su amo que la última vez que vio a Dulcinea, ella estaba limpiando el trigo, frente a lo cual don Quijote dice que no es posible, ya que Dulcinea es una persona principal y, como tal, no realiza esas tareas. En todo caso, esa imagen de Dulcinea trabajando el trigo que aparece en el libro de sus hazañas debe ser obra de algún "mal encantador" (603) que le tiene envidia a las cosas de don Quijote. Luego, el caballero andante reflexiona sobre diferentes casos en los que personajes históricos priorizaron la fama por encima de cualquier otra cosa. En este punto, don Quijote le dice a Sancho que esa fama es efímera, mientras que la gloria que los cristianos, los católicos y los andantes caballeros persiguen es eterna. Sancho cuestiona esta idea arguyendo que todo depende en qué se base esa fama; luego le hace notar a don Quijote que, si su intención es alcanzar la gloria del cielo, este está mucho más poblado de frailes que de caballeros andantes. Don Quijote acepta esta observación, aunque tiene en claro que el camino a través del cual Dios lo quiere conducir hacia el cielo es otro: "... religión es la caballería, caballeros santos hay en la gloria" (608).

Al día siguiente, don Quijote y Sancho llegan a Toboso.

Capítulo IX: Donde se cuenta lo que en él se verá

Don Quijote y Sancho entran a Toboso a medianoche. Todos duermen en la ciudad, y don Quijote le pide a su escudero que lo lleve al "palacio" de Dulcinea, a lo que Sancho responde que la última vez que la vio fue en una casa pequeña que no tenía nada de palacio. Don Quijote entonces guía a Sancho a lo que cree que es el palacio de Dulcinea, pero al final se trata de la iglesia de la ciudad. En este punto, Sancho le explica que la casa de Dulcinea está en una callejuela sin salida, y don Quijote confiesa que nunca ha visto a Dulcinea, y admite que solo está enamorado "de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta" (611). Sancho, por su parte, confiesa que, en realidad, él tampoco nunca ha visto a Dulcinea, pero su amo no le cree.

En eso, aparece un labrador caminando con sus dos mulas. Don Quijote le pregunta si sabe dónde se encuentra el palacio de la princesa Dulcinea, a lo que el labrador responde que es nuevo en la ciudad, pero que, por lo que sabe, allí en Toboso no vive ninguna princesa. Luego, el labrador sigue su camino. Don Quijote decide descansar en el bosque mientras Sancho busca a Dulcinea para anunciarle la presencia de su amo.

Capítulo X: Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos

Sancho va en busca de Dulcinea para pedirle que le dé la bendición a don Quijote, pero cuando se aleja de su amo y se da cuenta de que este no lo sigue, se detiene y comienza a hablar consigo mismo. En este soliloquio, imagina lo que podría pasar si volviera a entrar en Toboso y se da cuenta de que si, efectivamente, Dulcinea es una princesa, los hombres de la ciudad podrían querer molerlo a palos por estar disturbando a sus mujeres. A raíz de esta conclusión, Sancho decide no ir a Toboso y quedarse allí el tiempo suficiente como para que don Quijote piense que sí ha ido. Transcurrido este tiempo, Sancho se dispone a volver a buscar a su amo, y justo en ese momento ve salir de Toboso a tres labradoras. Entonces se apresura a volver con don Quijote y le anuncia que Dulcinea está yendo a verlo con dos doncellas.

Juntos se dirigen al encuentro de las muchachas, pero al divisarlas, don Quijote no ve tres doncellas, sino tres labradoras montadas en tres borricas. Sancho insiste varias veces en que su amo está mirando mal; se baja del jumento, se arrodilla delante de una de ellas y, luego de alabarla, se presenta y hace lo propio con don Quijote. La muchacha le pide que las deje pasar, ya que están apuradas. Sancho insiste, y las otras dos labradoras se quejan de que Sancho se esté burlando de unas pobres aldeanas. Es finalmente don Quijote quien le pide a Sancho que se ponga de pie y deje en paz a las muchachas. Le echa la culpa a un maligno encantador por haberle nublado la vista y hacerle ver como una pobre labradora a la más hermosa de las doncellas, Dulcinea del Toboso. Acto seguido, Sancho se hace a un lado y las deja pasar. Don Quijote vuelve a quejarse de que el encantador no le haya permitido ver a Dulcinea, y Sancho maldice la poca suerte de su amo. Luego, amo y escudero siguen por el camino de Zaragoza.

Capítulo XI: De la estraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el carro o carreta de "Las Cortes de la Muerte"

Don Quijote está deprimido porque siente que él es el culpable de que Dulcinea haya cambiado de apariencia, ya que seguramente ha sido un encantador malvado quien le ha dado a ella la figura de una humilde labradora con el único objetivo de cubrir su belleza a los ojos de don Quijote. Sancho lo incita a dejar la tristeza de lado y continuar camino hacia alguna aventura. En eso, una carreta aparece en el camino con personajes muy extraños: un feo demonio, la Muerte, Cupido, un caballero de punta en blanco. Ante esta desconcertante escena, don Quijote exige saber quiénes son. El cochero (el feo demonio) le aclara que todos ellos pertenecen a la compañía de Angulo el Malo y que vienen de representar la obra Las Cortes de la Muerte. Cuando don Quijote acaba de despedirse deseándoles suerte en la próxima fiesta, aparece un hombre disfrazado de bufón. Este blande un palo como si fuera una espada delante de don Quijote, lo que provoca que Rocinante se asuste, salga corriendo y, por último, haga caer a su jinete. Sancho, por su parte, quiere ir a ayudar a su amo, pero el demonio le roba su rucio.

Cuando don Quijote recibe la noticia del robo, promete un castigo para ese demonio, pero Sancho lo tranquiliza al darse cuenta de que el ladrón también cayó del rucio y ahora el animal está volviendo con su amo. Así y todo, don Quijote sigue convencido de castigar a los de la compañía. Estos, al darse cuenta de las intenciones del caballero andante, se cargan de piedras y lo esperan. Don Quijote se da cuenta de esto y se detiene; trata de pensar cuál es la manera de atacarlos sin salir lastimado. Sin embargo, Sancho lo persuade de no castigarlos, ya que debajo de aquellos disfraces solo hay gente común, indigna de ser castigada por un caballero andante. Don Quijote le da la razón a su escudero, y ambos parten en busca de "mejores y más calificadas aventuras" (630).

Análisis

En el capítulo VI, don Quijote vuelve a justificar la importancia de la caballería andante haciendo referencia a que esta práctica lo llevará por el sendero de la virtud. Es muy extensa y rica la conversación que él mantiene con su ama y su sobrina al respecto. En esta conversación, las mujeres tratan de convencerlo con argumentos estrictamente racionales de que no se embarque en una nueva aventura caballeresca. Si bien Don Quijote se muestra mucho más consciente y centrado que en la primera parte, no deja de ser un hombre alienado por los libros de caballerías y, como tal, inmune a cualquier razonamiento que ponga en duda la validez del oficio de la caballería andante.

Dos caminos hay, hijas, por donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos y honrados: el uno es el de las letras; otro, el de las armas. Yo tengo más armas que letras, y nací, según me inclino a las armas, debajo de la influencia del planeta Marte, así que casi me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo de ir a pesar de todo el mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena y la razón pide, y, sobre todo, mi voluntad desea; pues con saber, como sé, los innumerables trabajos que son anejos a la andante caballería, sé también los infinitos bienes que se alcanzan con ella y sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y espacioso; y sé que sus fines y paraderos son diferentes, porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin... (592-593)

Más adelante, en el capítulo VII, Sancho busca establecer las condiciones de su trabajo como escudero en esta nueva salida. Don Quijote, inusualmente cauteloso, le dice que no puede prometerle ninguna paga. Sancho está desahuciado, y recién cuando aparece el bachiller Sansón Carrasco y se ofrece como escudero de don Quijote, él decide no ceder su lugar y embarcarse con su amo en una nueva aventura. En este sentido, vale la pena aclarar que el bachiller Sansón Carrasco es uno de los personajes más importantes de esta segunda parte, ya que cada vez que aparece en la historia propone un punto de inflexión: en este capítulo, por ejemplo, anima a don Quijote a que salga a buscar nuevas aventuras y lo llama "flor de la andante caballería" (598); esto, a su vez, motiva un abrazo de reconciliación entre Sancho y su amo, y la promesa de que saldrán en tres días. En cierta medida, el bachiller contribuye a que la aventura de don Quijote comience. También será el bachiller Carrasco quien, más adelante, encarne al Caballero de los Espejos y al Caballero de la Blanca Luna, dos enemigos de don Quijote con los que este se enfrenta y que serán determinantes para la continuación y el final de sus aventuras.

La tranquila partida de don Quijote en esta segunda parte es paradigmática de la aceptación universal de su locura. Ahora bien, ¿a qué nos referimos con "la tranquila partida"? En principio, el poco tiempo que lleva para que se concrete y los pocos preparativos que necesitan él y su escudero para salir. Si comparamos esta tercera y última salida con las dos anteriores, es decir, con las dos salidas que tienen lugar en la primera parte de la novela, notaremos que esta de la segunda se da de una forma mucho más pragmática y simple que las otras. En ese sentido, está claro que Cervantes, en esta segunda parte de su Quijote, ya no necesita darle consistencia de verosímil a la locura de su personaje. Ese trabajo ya está hecho en la primera parte, por lo que, aquí, el autor puede ser más expeditivo y pasar directamente a las aventuras de un don Quijote al que todos los lectores de la época ya sabían loco.

Asimismo, como sugiere el crítico Julio Rodríguez-Luis, es evidente que Cervantes tiene en esta segunda parte un plan bastante concreto respecto de lo que va a hacer don Quijote de aquí en adelante. En buena medida, este plan surge de la popularidad que alcanza la primera parte: Cervantes escucha con atención tanto los halagos como las críticas, y se propone, en esta segunda parte, potenciar las virtudes y corregir ciertos defectos de la primera.

En el capítulo VIII, don Quijote y Sancho se dirigen hacia Toboso y comienzan a reflexionar sobre el concepto de "fama". Ambos concuerdan en que se alcanza mayor fama como santo que como caballero andante, aunque don Quijote es consciente de que eso de ser fraile no es para cualquiera. En relación con esto, la crítica coincide en que Cervantes busca dejar en claro que, aunque su Quijote sea una parodia (de los libros de caballerías o, incluso, de la primera parte de su propia obra), el tema de la religión está en un plano muy diferente, y no es susceptible de ser caricaturizado.

Cuando don Quijote y Sancho entran en Toboso, no encuentran a nadie, por la hora. El escudero propone descansar en las afueras de la ciudad; promete buscar a Dulcinea cuando amanezca. Esto ocurrirá en el capítulo X: en palabras de Federico Jeanmaire, escritor argentino y especialista del texto de Cervantes, "El fantástico capítulo X. Quizás el más importante a la hora de entender algunas de las cosas que se propone Cervantes en el Segundo Quijote. O el más importante, definitivamente" (Jeanmaire, 2004).

Sale, entonces, Sancho a buscar a Dulcinea, pero enseguida reflexiona sobre la imposibilidad de llevar a cabo su promesa. No lo queda otra opción que inventar a Dulcinea a partir de una aldeana cualquiera, convirtiéndose él mismo en una suerte de "encantador". De esta forma, el escudero crea esta fantasía que, luego, deberá hacerle creer al propio don Quijote. Y así lo hace. La cuestión más interesante que plantea este capítulo X es la alteración de la lógica que empuja a don Quijote a valerse como caballero andante: mientras que en la primera parte era su propia distorsión de la realidad aquello que lo empujaba a encontrar aventuras, en esta segunda parte, serán los personajes que lo rodean, como acaba de hacer Sancho, quienes intenten hacerle creer que está viviendo dentro de un libro de caballerías. En cierta medida, podemos decir que los personajes que orbitan alrededor de don Quijote en esta segunda parte son cómplices -si no, propulsores- de su locura, y, en varias ocasiones, la utilizan para sacar algún provecho. Sancho busca hacerle creer a su amo que aquella labradora es la mismísima Dulcinea; don Quijote, por su parte, elige creer que efectivamente se trata de su Dulcinea, y que es él quien no puede verla porque algún encantador le ha nublado la vista o ha trocado la figura de su amada en la de una simple labradora. Ahora bien, ni a Sancho en este capítulo ni al resto de los personajes más adelante parece importarles demasiado cómo impactan en don Quijote las mentiras con las que estimulan su obsesión por los libros de caballerías.

Por otro lado, la nueva imagen de Sancho en esta segunda parte es la de un personaje consciente de sus propias motivaciones y del poder de su inteligencia, especialmente en cuanto a controlar a su amo. El escudero especula que lo más probable es que su amo reaccione de acuerdo con el esquema de las aventuras que recuerda, es decir, las de la primera parte. Así y todo, don Quijote también ha cambiado entre la primera parte y la segunda. Mientras que antes transformaba lo que veía, por ejemplo, molinos de viento en gigantes, ahora ve la realidad tal cual es. Así las cosas, si algo parece sobrenatural es porque se presenta con esas características o porque es manipulada para que así lo parezca. Esa disminución de los poderes imaginativos de don Quijote expresa, en cierta medida, el agotamiento del recurso más característico de la obra y que estaba tan presente en la primera parte.

Ya en el capítulo XI, don Quijote va sobre Rocinante, apesadumbrado por la burla que, en teoría, le han hecho los encantadores. Sancho, por su parte, trata de disuadir a su amo de que no se deprima por eso, aunque, claro, tampoco puede ponerse demasiado insistente al respecto, ya que correría el riesgo de que don Quijote sospechara de su mentira. Asimismo, allí por los primeros capítulos, Sansón Carrasco ya ha dicho que algunos lectores criticaban la violencia de la primera parte de Don Quijote. Justamente como esta segunda parte de Don Quijote es un libro diferente, más maduro, menos vehemente en comparación con el texto de 1605, muchas de las actitudes de los personajes reflejan dicha evolución. Pensemos en la carreta repleta de actores vestidos de demonios y ángeles que se encuentran don Quijote y Sancho; está claro que ese mismo encuentro en cualquier página de la primera parte hubiese terminado de una forma muy distinta. En esta segunda parte, don Quijote es casi una versión mejorada, hasta corregida, de sí mismo. Él ya luchó contra molinos de viento, ya sufrió heridas graves, ya se desencontró con Dulcinea una y otra vez. Por eso, hasta cierto punto, es lógico que, aunque todavía conserve su obsesión por la caballería andante, se haya vuelto un "loco" más cauteloso. En ese sentido, cuando decide luchar contra el demonio que le hurtó el jumento a Sancho y ve que los actores los están esperando con piedras, se deja convencer por su escudero de que no vale la pena esa batalla, ya que los disfrazados no pertenecen a la orden de la caballería y sería deshonroso pelear contra ellos.