Luna de enfrente

Luna de enfrente Temas

El campo y la ciudad

El campo y la ciudad como binarismo funcionan como un tema que ha obsesionado no solo a Borges sino también a la literatura argentina, especialmente en los siglos XIX y XX. Se puede pensar en textos políticos y en textos literarios.

En mayo de 1853, Juan Bautista Alberdi publica Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, texto en el que se basa parcialmente la Constitución Argentina de aquel año. Ya allí está introducida la noción de poblar para gobernar, es decir, la dimensión de lo que Sarmiento llama "el desierto" empieza a aparecer en la letra argentina. Justamente Domingo Faustino Sarmiento, en Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, publicado en 1845, retoma al binarismo del campo y de la ciudad como lo despoblado y lo poblado, como lo bárbaro y lo civilizado, categorías que Borges retoma en su escritura, incluso en sus primeros dos poemarios, y transforma en espacios ficcionales donde se abren otras posibilidades y otros mundos.

Del mismo modo en que en Fervor de Buenos Aires, la voz poética que construye Borges en este libro tiene una relación "íntima" con la ciudad de Buenos Aires. En Luna de enfrente, Borges agrega la idea de que ahora esta intimidad "tiene algo de ostentoso y de público" (p. 55). El yo poético, entonces, tiene una relación intimista con la ciudad de Buenos Aires; relación que, sin embargo, tiene un elemento "público" y "ostentoso" (p. 55), que acaso se deba al hecho de que, en Luna de enfrente, se producen varios desplazamientos espaciales que generan una sensación de lejanía y extrañamiento. El yo poético no está anclado siempre en el mismo lugar; no es fijo. No es un yo poético que hable desde la ciudad de Buenos Aires únicamente. Muchas veces, aunque hable de ella, lo hace desde aquel otro lugar típicamente argentino de principios de siglo XX que se ofrece como contraste: el campo (que también aparece como las pampas o las llanuras).

Los espacios del campo y la ciudad, entonces, con diferentes nombres y variantes, aparecen a través de todo el poemario como entidades que están "en el pecho" (p. 58) del yo lírico. Eso mismo dice la voz poética de "Al horizonte de un suburbio", poema en el que se dirige a la "Pampa" (p. 58) en segunda persona. Sin embargo, la ciudad en la que empieza y en la que termina el poemario (es decir, aquella en la que está en el primer y en el último poema: la ciudad de Buenos Aires) también está siempre consigo, y la relación que se establece entre campo y ciudad no es tanto una de antagonismo como una en la que ambas están-ahí todo el tiempo. De este modo, aun cuando retorna a Buenos Aires, el yo lírico ve la ciudad abrirse "clara como una pampa" (p. 73).

La muerte

La muerte es un tema que ronda todo el poemario casi espectralmente, acaso como la muerte misma ronda la vida, con esa angustia que se tapa con velos y a veces aparece con todas sus fuerzas. Quizá sea esto lo que le pase a la voz poética en "Al horizonte de un suburbio" (p. 58), cuando en segunda persona se está dirigiendo a la Pampa y le dice: "no sé si eres la muerte. Sé que estás en mi pecho" (p. 58). En este momento, la muerte aparece como lo que es: algo ineludible y esencialmente indisoluble de la vida y la experiencia humanas, como lo son también el sufrimiento o la separación, que son mostradas como otras pequeñas muertes a lo largo del poemario.

En estas muertes, pequeñas o no, concretas o figurativas, la angustia se hace presente en la vida. Pero, como vida y muerte son indisolubles, también ocurre que muchas veces la muerte aparece en el poemario como la contracara de la vida, que permite examinar la propia vida como si se la mirase en un espejo. Esto ocurre, por ejemplo, cuando el yo lírico se somete a sí mismo a juicios que se comparan con el juicio final (como en el poema que lleva, justamente, el título "Casi juicio final", p. 69), o en los poemas en los que, justamente por saber que la muerte algún día llegará, el yo lírico recorre su vida toda, la escruta, y la elige de nuevo. Es la muerte, entonces, la que le permite al yo poético aferrarse otra vez a la vida; y no solo a la vida en abstracto, sino, en particular, a su propio derrotero.

La vida

La voz poética que recorre el poemario es capaz de examinar su vida toda, de mirarla a la luz de su conciencia y juzgarla, y sintetizarla en la frase: "He sido y soy" (p. 69). A partir de eso, la vida aparece como una sucesión o una acumulación de momentos o sensaciones en los que se presenta un tono en el que se deja entrever cierto autorreproche o cierta nostalgia: "He trabado en firmes palabras mi sentimiento que pudo haberse disipado en ternura"; "El recuerdo de una antigua vileza vuelve a mi corazón" (p. 69).

De a ratos, estos recuerdos, con las sensaciones de pesadumbre y arrepentimiento que los acompañan, parecen abrumar al yo lírico por su persistencia: "Como el caballo muerto que la marea inflige a la playa, vuelve a mi corazón" (p. 69).

Y, sin embargo, la esperanza aparece aquí por medio de la dulzura, la gracia y la belleza, que aún acompañan a la voz poética. Todo esto hace de este un casi juicio final y no un juicio final, como sugiere el poema de título homónimo, o al menos un juicio final donde el yo lírico se absuelve a sí mismo. Su propia vida, vista desde sus ojos, puede "justific[arse] y ensalz[arse]" (p. 69). Los últimos versos de ese poema reflejan con exactitud esa sensación del yo lírico: "Aún están a mi lado, sin embargo, las calles y la luna. / El agua sigue siendo dulce en mi boca y las estrofas no me niegan su gracia. / Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a condenarme, si esta gran luna de mi soledad me perdona?" (p. 69).

Su vida entera, que sintetiza acaso en el poema con ese título ("Mi vida entera", p. 70), se iguala "en pobreza y en riqueza" a la de "Dios" y la de "todos los hombres" (p. 70). De este modo, al recorrer a través del poemario recuerdos muy específicos de la propia vida, personales, íntimos, románticos, familiares, pero también universalizar de este modo la experiencia, la voz poética habla de su vida pero también de la vida misma, como algo que excede a una sola persona.

El tiempo

El paso del tiempo es un tema que se manifiesta a través del poemario, casi siempre escondido detrás de alguna máscara: los atardeceres, por ejemplo, o la contemplación luego de toda una vida de aquello que se ha experimentado. De este modo, algo tan abstracto como el tiempo se reduce a cosas tan concretas como una tarde, un color en el cielo, una enumeración de cosas que se han hecho. Quizás el poema donde más claramente aparezca desde el inicio este motivo sea "Último sol en Villa Ortúzar", donde justamente la tarde y la luz del (último) sol son protagonistas. El poema comienza así: "Tarde como de Juicio Final" (p. 71).

"Casi juicio final" (p. 69) y "Mi vida entera" (p. 70) muestran el tiempo bajo esa otra luz: la de la retrospectiva, la del recuerdo, a veces la de la nostalgia, pero no la del arrepentimiento. El yo lírico concluye su vida entera, en algún sentido, con las siguientes palabras: "Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos los hombres" (p. 70).

La identidad

El tema de la identidad recorre este poemario de la mano de la voz poética y sus desplazamientos, de los lugares que recorre y también de aquellos que deja atrás y recuerda, de sus interacciones con los otros y, sobre todo, de la ausencia de tales interacciones. Por eso, lo hace de una manera inestable, difusa, que no termina de asentarse en ningún lugar. El yo o la identidad en el poemario es un tema que se establece como algo borroneado, poco claro. La identidad no está determinada ni definida: no tiene bordes o límites claros. De la misma manera en que el yo lírico parece un yo urbano algunas veces, y otras un yo más campestre, la identidad se muestra también como algo que no puede terminar de asentarse: como si el yo se tratase, también, de algo nómade.

Acaso por eso, la voz poética habla muchas veces desde una lejanía y le escribe en segunda persona a lugares en los que parece estar en sus recuerdos, pero ya no en su presente; a veces, le escribe a los mismos lugares en los que pareciera estar en ese momento, pero de los que la voz poética misma parece estar sustraída, como en el poema inicial. De este modo, la identidad en este poemario se muestra como esquiva, como imposible de clasificar o encasillar, de encapsular en un solo espacio o una temporalidad única. La identidad, aquí, es devenir.

Poemas en los que la voz poética habla desde la lejanía y le escribe en segunda persona a lugares abundan en el poemario, y un ejemplo bastante gráfico de este procedimiento está en "Al horizonte de un suburbio" (p. 58). Allí, la identidad queda difuminada y borroneada con un paisaje en el que el yo lírico ni siquiera está (pero tampoco se termina de entender dónde sí estaría). Se trata de una especie de identidad fantasmal, que a la vez se mimetiza y se pierde en los paisajes: "Pampa: / [...] yo me estoy desangrando en tus ponientes"; "Pampa sufrida y macha que ya estás en los cielos, / no sé si eres la muerte. Sé que estás en mi pecho" (p. 58). De este modo, la identidad débil del yo se pierde también en los lugares, y la Pampa está a la vez en el pecho de la voz lírica y puede, también, ser su muerte: quizás, simplemente, la muerte de la identidad.

El amor

El amor se manifiesta de distintas maneras a través del poemario: se puede hablar del amor por el territorio, del amor por la vida, del amor por la muerte, del amor por lo urbano, del amor por lo rural, hasta del amor por todo eso junto. Aquí, sin embargo, el foco estará en el amor romántico, que aparece especialmente en dos poemas que están uno atrás del otro: "Amorosa anticipación" (p. 59) y "Una despedida" (p. 60).

El que aquí se describe es un amor que inevitablemente se terminará, cuyo desenlace ineludible no es otro que el de la separación. Imágenes como la tarde, el ocaso, el mar a oscuras acompañan estos amores que se terminan o se ven forzados a alejarse. El amor, además, está rodeado en este poemario de un halo de misterio: "Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta/ ni la costumbre de tu cuerpo aun misterioso y tácito y de niña, / ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios/ serán favor tan misterioso/ como mirar tu sueño implicado/ en la vigilia de mis brazos" (p. 59).

En el poemario, parece que el otro, su interior, son en realidad inaccesibles para el yo lírico, que solo puede contemplarlos desde afuera, admirarlos, incluso amarlos, pero nunca conocerlos del todo. La verdad solo parece accesible por fuera del amor, luego del fin del amor. La única manera de ver a la persona amada, ya no como un misterio o una idealización, es a la distancia. Quizás, incluso, esta sea la primera vez que el amante vea a la persona amada: "Arrojado a quietud, / divisaré esa playa última de tu ser/ y te veré por vez primera, quizá, / como Dios ha de verte" (p. 59). Esto podrá suceder con una sola condición: "sin el amor, sin mí" (p. 59).

De este modo, pareciera que la voz poética planteara una conexión indisoluble entre el amor y el misterio, y que a su vez propusiese que la única forma de acabar con el misterio es con la separación. La separación siempre llega y, ante la inevitabilidad, el abrazo que los enamorados se dan es "inútil" (p. 60). Aparece, indisoluble del amor, el desamor.

Y sin embargo, más allá del tono nostálgico o de los finales amargos, no hay momento en el que el amor sea desalentado o deje de ser buscado. En cambio, el amor se muestra en sus facetas más pasionales: en este poemario, el amante parece capaz de darle a la persona amada todo, aun aquello que no tiene ("me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes", p. 59).

La soledad

La soledad recorre todo el poemario, pero aparece más explícitamente tematizado en algunos poemas. En ellos, el yo lírico se encuentra solo, deambulando por las calles y los barrios de la ciudad, o acaso rememorando un tiempo o un espacio en los que ya no está.

En consonancia con el tono nostálgico que marca el ritmo del poemario, la soledad aparece como una condición que parece preexistente al ser del yo lírico en el poemario: no necesariamente como algo negativo, pero decididamente tampoco como algo positivo. Se trata, en cambio, de una soledad que es inevitable, como lo son en el poemario también la separación, el desamor y la muerte.

A su vez, es esta soledad la que permite que el yo lírico reflexione (algunas veces, incluso sobre la soledad misma) y que su voz poética hable.