Luna de enfrente

Luna de enfrente Citas y Análisis

¡Qué lindo atestiguarte, calle de siempre, ya que miraron tan pocas cosas mis días!

Yo lírico ("Calle con almacén rosado", p. 57)

La calle por la que deambula el yo poético es un espacio que atraviesa todo el poemario como motivo, espacio en el que se permite pasear como un ser errante, reflexionar, dudar, extrañar. Desde este poema, la calle aparece como la "de siempre" (p. 57) y a la vez como "cualquiera" (p. 57).

Esta ciudad y esta calle es lo único que el yo lírico ha visto y conoce, y aquello que, recién ahora, después de mucho tiempo, puede detenerse a mirar, a pesar de haber pasado allí toda su vida. Aquí, el yo poético se asienta y se ancla en el paisaje urbano, en la ciudad, como oposición a otros lugares, otros espacios. Confiesa que no ha "mirado los ríos ni la mar ni la sierra" (p. 57), pero sí que "intimó [con él] la luz de Buenos Aires" (p. 57).

Pampa:

[...] no sé si eres la muerte. Sé que estás en mi pecho.

Yo lírico ("Al horizonte de un suburbio", p. 58)

En el poema en el que aparece esta frase, no es claro dónde está la voz poética. Del mismo modo, tampoco ella tiene claridad sobre muchas cosas de las que escribe o dice. En este sentido, este verso es clave para pensar todo el poema siguiendo esta línea de lectura, porque aquí se pueden analizar varios elementos: el tono angustiado (y angustiante) de la voz poética, también acaso la nostalgia, pero en especial la ambigüedad y el desconocimiento que caracterizan todo el poema: el yo poético no sabe si la Pampa es la muerte; solo sabe que está en su pecho, y a ella le habla, no sabemos (¿y no sabe?) desde dónde.

El tiempo inevitable se desbordaba

sobre el abrazo inútil.

Prodigábamos pasión juntamente, no para nosotros sino para la soledad ya cercana.

Nos rechazó la luz; la noche había llegado con urgencia.

Yo lírico ("Una despedida", p. 60)

El fin de la tarde, que marca el inevitable paso del tiempo, marca también el fin de la relación entre estos dos amantes, que se despiden en estos versos y en este poema. Ante la inevitabilidad, el abrazo que los enamorados se dan es inútil. Ante esto, el yo lírico queda otra vez solo, sin su amada.

Hablan de humanidad.

Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria.

Hablan de patria.

Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada, la oración evidente del sauzal en los atardeceres.

El tiempo está viviéndome.

[...] Mi nombre es alguien y cualquiera.

Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar.

Yo lírico ("Jactancia de quietud", p. 62)

Este pasaje muestra a un yo lírico contemplativo, que disfruta de sus reflexiones, característica que se subraya sobre todo en los últimos dos versos aquí citados. Se trata, como el título del poema lo indica, de una jactancia de la quietud y la lentitud en el obrar (pero no necesariamente en el pensar). El yo lírico, a diferencia de los ambiciosos que son ávidos y no tardan en acometer, se relame en su quietud. Es a partir de allí, de separarse de los ambiciosos y observarlos, que empieza el discurso adversativo, en el que el yo lírico, desde la primera persona del singular, se diferencia de "ellos".

Hacia el final del poema, establece una diferencia última y primordial, que pone el énfasis otra vez en este detenimiento y en por qué él yo lírico no es como los ambiciosos: "Ellos son imprescindibles, únicos, merecedores del mañana. / Mi nombre es alguien y cualquiera. / Paso con lentitud, como quien viene de tan lejos que no espera llegar" (p. 62). Así, se jacta no solo de su quietud, sino de no creerse, por ejemplo, merecedor del mañana, sino de entenderse como "cualquier" otro. El yo lírico, en su detenimiento, no ambiciona, siquiera, llegar a ninguna parte.

Lo inmediato pierde prehistoria y nombre.

El mundo es unas cuantas tiernas imprecisiones.

El río, el primer río. El hombre, el primer hombre.

Yo lírico ("Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad", p. 64)

En este poema, la noche pareciera infinita, y un lugar donde el hombre podría perderse. Pero el poema, y en particular el pasaje aquí citado, tiene otra cosa para decir. Aquí, entre el blanco y negro, por decirlo de algún modo, aparece el gris, con sus imprecisiones. Acaso en el anteúltimo verso esté la clave del tono del poema: la ternura. Entre lo que se desdibuja y lo que se pierde, como lo inmediato y el pasado (eso que recorre el poema), queda la única eternidad posible: el presente, el único lugar en el que el río puede ser el río por vez primera, y el hombre, el primer hombre.

El mar es solitario como un ciego.

El mar es un antiguo lenguaje que ya no alcanzo a descifrar.

En su hondura, el alba es una humilde tapia encalada.

De su confín surge el claror, igual que una humareda.

Impenetrable como de piedra labrada

Persiste el mar ante los muchos días.

Cada tarde es un puerto.

Nuestra mirada flagelada de mar camina por su cielo:

Última playa blanda, celeste arcilla de las tardes.

¡Qué dulce intimidad la del ocaso en el huraño mar!

Yo lírico ("Singladura", p. 65)

En este pasaje, el mar es descrito como si se tratase de una abstracción; es descrito, incluso, con la siguiente metáfora: "El mar es solitario como un ciego" (p. 65). Esto es interesante porque aquí todavía no ha aparecido el yo poético acompañado de su hermana, que será compondrán la primera persona del plural. En este momento, el mar es un lugar de soledad, "impenetrable" (p. 65), incluso "un antiguo lenguaje que ya no alcanzo a descifrar" (p. 65).

Por otro lado, es imposible no pensar, ya por fuera del texto, que Borges se quedaría, eventualmente, ciego. De alguna manera, esa imagen que llega desde afuera y desde el futuro de estos poemas de 1925 hace que esa metáfora en particular cobre aun más fuerza.

Luego, sin embargo, aparece este nosotros inclusivo que anticipamos: la voz lírica aparece en forma de primera persona del plural, en los versos citados más arriba ("Nuestra mirada flagelada de mar..., p. 65). De este modo, aquí ya no hay soledad ni ceguera: hay dos que miran. El mar aquí es también una "dulce intimidad" (p. 65), algo que permite que el yo lírico comparta la tarde con su hermana "como un trozo de pan" (p. 65). Acaso lo "indescifrable" (p. 65) del mar y su "lenguaje" (p. 65) sea que alberga todas estas contradicciones, las cobija, y no las rechaza. En el mar coexisten la soledad, la intimidad y la compañía; la ceguera y la mirada; la ira y la aceptación; lo indescifrable y la persistencia (p. 65).

Una amistad hicieron mis abuelos

con esta lejanía

y conquistaron la intimidad de los campos

y ligaron a su baquía

la tierra, el fuego, el aire, el agua.

Yo lírico ("Dulcia linquimus arva", p. 68)

En este pasaje, la lejanía aparece con ternura, sin nostalgia aparente: la lejanía es un espacio (o el espacio entre dos espacios) con el que se puede establecer una relación de amistad, de intimidad incluso. La lejanía funciona como motivo a través del poemario, sobre todo como la posición de enunciación del yo lírico: presente o no, pareciera que la voz poética está siempre en otra parte, siempre distante: lejos. Muchas veces, no se puede presenciar la ubicación del yo lírico, y la única presencia certera es la de la lejanía. Sin embargo, en este pasaje, aparece otra certeza: la de la posibilidad de establecer una amistad en esa lejanía. En este caso, además, no es el yo lírico quien está lejos, sino sus abuelos.

Sabiduría de campo afuera la suya,

la de aquel que está firme en el caballo

y que rige a los hombres de la llanura

y los trabajos y los días

y las generaciones de los toros.

Soy un pueblero y ya no sé de esas cosas,

soy hombre de ciudad, de barrio, de calle:

los tranvías lejanos me ayudan la tristeza

con esa queja larga que sueltan en las tardes.

Yo lírico ("Dulcia linquimus arva", p. 68)

En este fragmento, el yo lírico establece un contraste entre sí mismo y sus abuelos. Por un lado, sus abuelos supieron hacer de la lejanía una intimidad. Así, se asentaron en los que se volverían sus "queridos campos", aquellos a los que alude la máxima de Virgilio a la que hace alusión el título.

Aquí, hacia el final del poema, el yo lírico aparece más expresamente para confesar que ya no sabe de esas cosas, puesto que es un hombre de ciudad, de barrio, de calle. Ciertamente, ha abandonado los campos que sus abuelos quisieron, y ahora, como hombre de ciudad, solo los tranvías lejanos lo ayudan con la tristeza.

Aún están a mi lado, sin embargo, las calles y la luna.

El agua sigue siendo dulce en mi boca y las estrofas no me niegan su gracia.

Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a condenarme, si esta gran luna de mi soledad me perdona?

Yo lírico ("Casi juicio final", p. 69)

En este poema, el yo lírico enumera una sucesión de hechos que funciona como una suerte de resumen de su vida toda. Entre ellos, menciona algunos momentos o sensaciones en los que se deja entrever cierto autorreproche o cierta nostalgia. Sin embargo, en este pasaje, que cierra el poema, aparece la esperanza por medio de la dulzura, la gracia y la belleza, que aún lo acompañan. Esto podría explicar el título del poema: el yo lírico hace de sí mismo un casi juicio final y no un juicio final, o al menos un juicio final donde se ve absuelto, como sugiere el último verso.

He persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de la pena.

He atravesado el mar.

He conocido muchas tierras; he visto una mujer y dos o tres hombres.

He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud.

He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes.

He paladeado numerosas palabras.

Creo profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.

Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos los hombres.

Yo lírico ("Mi vida entera", p. 70)

En los primeros seis versos de este pasaje, que están escritos en el pretérito perfecto de la primera persona del singular, el yo lírico pretende, en algún sentido, encapsular toda su vida. Esta intención se acentúa en los últimos dos versos, donde el yo lírico reflexiona sobre su vida, comparándola a todas las vidas. Aquí, el yo lírico expresa su creencia de que su vida entera ha sido y será la repetición de esos actos ya mencionados, y que se iguala en pobreza y en riqueza no solo a la de todos los hombres, sino también a la de Dios.