Luna de enfrente

Luna de enfrente Símbolos, Alegoría y Motivos

El mar (Motivo)

El mar es un motivo que aparece a través del poemario de manera recurrente, tanto en poemas que están explícitamente situados en el mar como espacio o describiéndolo específicamente, como en otros en que simplemente el mar es una imagen que se evoca. Poemas como los del primer caso, por ejemplo, son "Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad", "Singladura", "Dakar" y "La promisión en alta mar"; poemas como los del segundo caso son, por ejemplo, "Amorosa anticipación", "Una despedida" o "Mi vida entera". Muchas imágenes se asocian al mar, a veces en líneas similares, a veces contradictoras; quizás el mar sea un espacio que pueda contener contradicciones: en lo "indescifrable" ("Singladura", p. 65) del mar y su "lenguaje" (p. 65) coexisten la soledad, la intimidad y la compañía; la ceguera y la mirada; la ira y la aceptación; lo indescifrable y la persistencia (p. 65). Al fin, el mar es como el lenguaje para la voz poética: indescifrable y, por lo tanto, hipnótico: aquello a lo que siempre se vuelve.

La calle (Motivo)

La calle por la que deambula el yo poético es un espacio que atraviesa todo el poemario como motivo, espacio en el que se permite pasear como un ser errante, reflexionar, dudar, extrañar. Desde el primer poema, que se titula justamente "Calle con almacén rosado" (p. 57, el énfasis es propio), la calle aparece como la "de siempre" (p. 57) y a la vez como "cualquiera" (p. 57). Si bien a través del poemario se recorren otros espacios, e incluso se contrasta a lo urbano con lo rural, y se establece acaso más una simultaneidad que una disyunción, es a la calle a donde siempre vuelve el yo lírico: allí lo encuentra asentado el último poema, "Versos de catorce" (p. 73). Luego de recorrer "orillas", "pampas", "playas", "la noche olorosa como un mate curado", "tierras antiguas", "retazo[s] de pampa" (p. 73), el yo lírico vuelve a "[su] ciudad" (p. 73).

La luz (Motivo)

La luz funciona como un motivo que, desde el inicio, aparece y recorre todo el libro. De hecho, en el poema que abre el libro, "Calle con almacén rosado" (p. 57), el yo lírico confiesa que no ha "mirado los ríos ni la mar ni la sierra" (p. 57), pero que sí "intimó conmigo la luz de Buenos Aires" (p. 57). Aquí se produce una iluminación literal, puesto que esta luz que "raya el aire" (p. 57) es la que le permite "atestiguar" (p. 57) esta calle y los recuerdos que le trae. A su vez, funciona también a nivel metafórico, como iluminación, en el sentido epifánico de la palabra. El yo poético tiene, en el momento climático de este poema, una revelación. Estas luces, sin embargo, aparecen casi siempre en el ocaso: como las epifanías, las luces también se pierden y dan paso a lo oscuro: la noche por la que el yo lírico deambula, a veces errante, a veces reflexivo, a veces solitario, como en "Una despedida" (p. 60), "Jactancia de quietud" (p. 62), "Montevideo" (p. 63) y otros. Por eso, en este poemario, el juego de luces es indisociable del juego de sombras, y el par de binarismos luz-oscuridad funciona como un todo que no podría existir sin su cara contraria.

El atardecer (Motivo)

La imagen del atardecer recorre como motivo el poemario. La luz parece estar siempre yéndose para dar lugar al ocaso; muchas veces es tenue, y el atardecer siempre llega. En "Singladura" (p. 65), el yo lírico dice: "Cada tarde es un puerto. [...] / ¡Qué dulce intimidad la del ocaso en el huraño mar!". A veces pareciera que la tarde es un personaje más. De hecho, en "Una despedida" (p. 60) es casi como si se tratase del personaje que separa al yo lírico de su amada: aquel habla de la tarde como aquella que "socavó [su] adiós" (p. 60). La tarde vuelve una y otra vez, como si se tratara de algo hipnótico e inexorable. El yo lírico observa los atardeceres, a través de los distintos poemas, y es en "Una despedida" (p. 60), justamente, que la describe en todo su esplendor: "Tarde acerada y deleitosa y monstruosa como un ángel oscuro" (p. 60). En este símil, el "ángel oscuro" (p. 60) con que se compara la tarde, que previo a la comparación era a un tiempo "acerada y deleitosa y monstruosa" (p. 60), luego de la comparación se vuelve también una tarde oscura -adjetivo que, en su uso corriente, es de mucha más frecuencia que cualquiera de los otros para describir una tarde, por otra parte-. Así, en un poema que se trata de una despedida y de una tarde que aleja y distancia a una pareja de amantes, que, además, serán rechazados por la luz y la llegada urgente de la noche (p. 60), este símil permite ese desplazamiento que vuelve a la tarde, al fin, sin ambivalencias, oscura.

La lejanía (Motivo)

La lejanía funciona como motivo a través del poemario, sobre todo como la posición de enunciación del yo lírico: presente o no, pareciera que la voz poética está siempre en otra parte, siempre distante, lejos. En "Al horizonte de un suburbio", por ejemplo, el yo lírico le escribe en segunda persona a la "Pampa" (p. 58). No se puede precisar la ubicación espacial del yo lírico; lo único que es seguro es dónde no está: en la Pampa a la que le escribe. De este modo, la única presencia certera es la de la lejanía.

Suele ser desde el recuerdo, siempre mediado por la lejanía, temporal o especial, que el yo lírico se dirige a las cosas: a las pampas o al campo, a las orillas o al mar, a los amores que fueron, a la ciudad de Montevideo desde enfrente, o a la misma ciudad de Buenos Aires, tanto cuando está en ella como cuando no.