La vida del Buscón

La vida del Buscón Temas

El dinero

El dinero es el motor que impulsa a Pablos a lo largo de la novela. Su voluntad de ascenso social está íntimamente ligada a la preocupación por obtener dinero, para lo cual el protagonista acudirá a las más variadas estrategias: embustes y robos, enamoramientos falsos, explotación infantil y secuestros. En la medida en que proviene de una familia y una clase social baja, el dinero siempre será una carencia para Pablos, y aun cuando consiga hacerse de él, pronto volverá a faltarle. Esa condición resulta una denuncia a la imposible movilidad social en esa sociedad, en la que los pobres siempre serán pobres.

Además, en la novela, el dinero es tematizado como un signo de clase, capaz de distinguir a las personas, y una fuerza que condiciona los vínculos entre ellas. Pablos observa cómo don Diego, desde su lugar de caballero, debe ostentar su dinero para legitimar su poder: se vale de él para conseguir el favor de las personas y para hacerse amigos en la escuela. La gente de la venta de Viveros se aprovecha justamente de ese mandato de ostentación para aprovecharse de Diego. De allí, Pablos aprende el poder que el dinero tiene sobre las personas: cuando lo tiene, usa su dinero para ganarse favores, y mediante sobornos se compra su salida de la cárcel; cuando no tiene dinero, aprende a fingir que lo tiene.

Asimismo, el dinero es una fuerza capaz de corromper a las personas, sea cual sea su estrato social. Así, Pablos logra sobornar a toda la pirámide de funcionarios en torno a la cárcel: al carcelero, al escribano, al relator y al alcaide.

El ascenso social

El ascenso social es sin dudas uno de los temas más relevantes de la novela, en la medida en que esta se centra en los intentos de Pablos por abandonar su condición humilde y convertirse en un caballero con dinero y buena posición social. En ese sentido, el protagonista toma decisiones orientadas a ese objetivo: abandona la casa de sus padres, personas humildes y sin honra; va a la escuela para aprender a leer y escribir; se junta con personas honradas, como don Diego; se aleja de su tío para que no lo asocien a un personaje tan vil. Así, Pablos intenta dejar atrás su pasado y busca una nueva vida, donde pueda forjarse un nuevo destino.

Sin embargo, el ascenso social de Pablos queda siempre frustrado y, a pesar de buscarse la vida y de conseguir dinero, siempre regresa al mismo punto de partida miserable. Además, las estrategias que busca para ensayar ese ascenso social son degradantes y delictivas, con lo cual la novela parece sugerir que Pablos está determinado a permanecer en un estrato social bajo, por su originaria naturaleza vil.

El modelo que Pablos persigue está representado en la figura de don Diego, hijo de un caballero que, a pesar de ser un judío converso, logró hacerse un lugar destacado en esa sociedad. Sin embargo, Pablos nunca llegará a acercarse a Diego. Por el contrario, solo podrá estar a su lado siendo su criado. Cuando Pablos intente engañar a la prima de Diego para casarse con ella, será el mismo Diego quien se encargue de desenmascarar las mentiras de Pablos y de señalarle el lugar que le corresponde en la base de la pirámide social.

El hambre y la disputa por la comida

El hambre y la disputa por la comida son una constante en la vida de Pablos. Su experiencia más traumática en ese sentido se da en el pupilaje, un espacio miserable en el que los estudiantes y los trabajadores están desnutridos, y el hambre es representada de manera hiperbólica.

Al igual que el dinero, el hambre se distribuye también de manera desigual, según los estratos sociales. Tanto en el pupilaje como en la venta de Viveros, Pablos, como criado, debe observar cómo su amo y sus pares comen antes que él, y a él solo le corresponden las sobras de lo que aquellos hayan dejado. Asimismo, las estrategias que Pablos aprende a lo largo de su vida, especialmente aquellas que le enseñan Toribio y sus amigos, tienen que ver con conseguir dinero, pero, también, alimento gratis. De ahí que los vínculos sociales que Pablos contrae están asociados también a la posibilidad de que lo inviten a comer.

La judeofobia

El desprecio y la discriminación a los judíos y sus descendientes es un tema que atraviesa la novela, en tanto rasgo característico de la época en que Francisco de Quevedo escribe su novela. Durante el siglo XVII español, era recurrente la mirada despectiva sobre los judíos conversos al cristianismo o cristianos nuevos, pues se consideraba que eran una amenaza a la cristiandad. La discriminación a esas personas se hacía visible en el modo en que eran caracterizadas, como viles, maliciosas, arrogantes, despreciables, de sangre impura.

En La vida del Buscón, hay profusión de personajes descendientes de judíos o judíos conversos, con lo cual la judeofobia está muy presente. La familia de Pablos pertenece a aquel conjunto de personas y su madre, Aldonza, manifiesta una preocupación por demostrar que ella es cristiana vieja. Por su parte, Pablos, que ignora su propia identidad y el trasfondo detrás de ese desprecio, reproduce esos prejuicios sobre otros judíos conversos y los burla y discrimina, por ejemplo, llamando a uno "Poncio Pilato", en alusión al personaje bíblico responsable de la muerte de Cristo. Asimismo, en su relato, trata a los judíos conversos como personas que no son de "buena ley", y se refiere a ellos recurriendo a la idea de que son falsos cristianos, "de los que creen en Dios por cortesía o sobre falso" (49).

El engaño de las apariencias

En su camino al ascenso social, Pablos se vale de numerosos embustes para conseguir dinero, alimento y alojamiento. Lejos de propiciarse esos recursos por la vía legal, el joven desarrolla toda su picardía mintiendo sobre su identidad y disfrazándose en numerosas ocasiones para aparentar ser alguien que no es. Usualmente, esa apariencia es la de un hombre adinerado, de renombre y origen alto, honrado e ilustre.

En efecto, uno de los aprendizajes más notables de Pablos se da junto a Toribio y sus amigos, una pandilla de pícaros que ha convertido el engaño de las apariencias en todo un oficio. Junto a ellos, Pablos aprende a convertir estropajos de tela en trajes decentes, a impostar conductas propias de caballeros, a frecuentar ambientes adinerados para fingir un buen pasar. Gracias a esos amigos, aprende estrategias para hacerse pasar por un hombre rico y enamorar a Berenguela, o aparentar ser un hombre de bien y conquistar así a Ana y a su familia. Consigue en todos los casos engañar a los demás con su aspecto y, sin embargo, la mentira siempre termina saliendo a la luz, dejando al descubierto su verdadera naturaleza: la de un villano pícaro que siempre pertenecerá a las clases bajas.

La violencia

La violencia es factor transversal a la novela, que circula indiscriminadamente en todos los estratos sociales. Como es habitual en la novela picaresca, Pablos, el pícaro, sufre injustamente distintas formas de violencia gratuita, ya sea física o psicológica, proveniente de sus superiores o bien de sus pares. Así, por ejemplo, sufre la discriminación de los estudiantes de Alcalá, que lo escupen y le pegan en represalia por su origen espurio, o es traicionado por criados como él, que lo engañan, lo hacen revolcarse en excremento y lo humillan frente a su señor, don Diego. También recibe golpizas de este último, que lo castiga cuando cree que es un vago. De toda esa violencia, Pablos aprende que está solo en el mundo y que debe cuidarse porque nadie lo hará por él.

La violencia aprendida por Pablos engendra más violencia. Así, además de ser una víctima constante, Pablos la replica hacia sus pares. Por ejemplo, discrimina a los judíos conversos, sin reparar en que él también es uno de ellos, o se refiere al homosexual de la cárcel con expresiones homofóbicas.

Hacia el final de la novela, Pablos recibe una fuerte golpiza por parte de Diego y los dos caballeros. Significativamente, quien fuera su primer amigo termina volviéndose en su contra e hiriéndolo gravemente. En ese punto, Pablos no logra distinguir que esa violencia viene de su amigo, pero reconoce sin sorpresa que la golpiza puede provenir de cualquiera de las personas a las que engañó y lastimó desde su partida de Segovia. Así, Pablos parece comprender que las malas conductas que él impartió también tendrán consecuencias violentas.

La virtud y la honra

Desde un comienzo, Pablos expone a su interlocutor que su deseo personal siempre fue perseguir la virtud y la honra, y convertirse en un caballero respetable. Como producto de ese deseo surge el pedido temprano a sus padres para que lo envíen a la escuela, gesto que supone un distanciamiento respecto de la vida que le ofrecen sus padres, dedicada al delito y la brujería. Su deseo es aprender allí las virtudes y seguir buenos pensamientos. Algo similar sucede cuando huye de lo de su tío, pues quiere alejarse de su sangre impura, y empezar una vida nueva.

Asimismo, Pablos reflexiona sobre la virtud y se enorgullece de su preocupación por seguir una vida honrada. En este sentido, la novela se entronca en la tradición de la novela picaresca, en la que el pícaro suele alardear sobre el mérito que hay en el hecho de que alguien como él, de origen humilde y sin ninguna suerte, acceda a una vida decente.

Sin embargo, es evidente que el pícaro de Quevedo se desvía pronto de esa senda honrada y elige un camino lleno de mentiras y vilezas, como robos, sobornos, estafas, secuestros, entre otros delitos. Con esa desviación, la novela parece sugerir que no existe para el pícaro la posibilidad de salir del determinismo que lo enajena y lo obliga a repetir los pasos de sus padres.