La vida del Buscón

La vida del Buscón Resumen y Análisis Libro tercero, Capítulos I-III

Resumen

Capítulo I: “De lo que sucedió en la Corte luego que llegué hasta que amaneció”

Al llegar a Madrid, don Toribio conduce a Pablos a la casa de sus amigos. Los recibe una vieja, la madre Labruscas, y les dice que los demás han salido a buscarse la vida. Entretanto, don Toribio le enseña a Pablos la “profesión de la vida barata” (119), y Pablos presta mucha atención.

Pronto llega un hombre vestido de luto, con la ropa manchada de aceite y dos rodajas de cartón atadas a la cintura para aparentar llevar ropa debajo de la capa. El hombre dice que debe dedicarse a remendar porque su vestimenta está en muy mal estado, pero la vieja le dice que hace días que no tienen tela, lo cual ha llevado a uno de ellos, Lorenzo Iñíguez del Pedroso, a tener que quedarse quince días en cama, por no tener calzas en buen estado.

A continuación llega otro hombre, que se gana la vida escribiendo cartas con noticias inventadas que luego entrega a hombres honrados, cobrándoles los portes, es decir, el servicio de entrega de esa correspondencia. Y enseguida aparecen otros dos, uno de ropilla de paño y otro llamado Magazo, que se dice soldado (aunque solo fue soldado en una obra de teatro), que lleva muleta y una pierna vendada porque no tiene más de una calza. Estos dos hombres vienen peleando porque el soldado se hizo pasar por un alférez y consiguió doce pañuelos que una familia enviaba a ese alférez, y el otro hombre reclama la mitad de ese botín porque ayudó al soldado a efectuar ese engaño. Entre toda la comunidad de pícaros resuelven que el botín será entregado a la vieja, para hacer con ellos cuellos y parches para la ropa rota.

Por la noche se acuestan todos en dos camas, muy apretados y sin cenar. No se desnudan para dormir porque su estilo diario ya era como estar desnudos.

Capítulo II: "En que prosigue la materia comenzada y cuenta algunos raros sucesos"

Enseguida, Pablos se siente a gusto en ese grupo, como si fuesen todos hermanos, y reflexiona sobre la facilidad que se halla siempre en las cosas malas. Por la mañana, los hombres se visten, rearmando sus atuendos comprendidos por retazos, y dedican un largo rato a remendar sus ropas con mucho ingenio, utilizando los pañuelos que consiguió el soldado.

Pablos dice que quiere cambiar su atuendo para ser como ellos, y sugiere usar parte de su dinero para conseguir una sotana, pero todos acuerdan que el dinero vaya al fondo común y lo visten con retazos reservados, enseñándole a llevarlos para disimular la miseria. Además, le regalan una caja con lo que para ellos es el mejor remedio: hilos y aguja para remendar ropa. Por último, le indican cuál será su barrio para buscarse la vida y le asignan al hidalgo como a su padrino para ayudarlo con sus primeras andanzas en la estafa.

Pablos y el hidalgo caminan por el barrio asignado, haciendo cortesías y reverencias a todas las personas que pasan. El hidalgo se disculpa con todos ellos, asegurando que pronto recibirá dinero, con lo cual Pablos descubre que su padrino es un caballero de alquiler, pues todo lo que lleva es prestado. De pronto, ven venir a un acreedor y el hidalgo, rápidamente, se pone un parche en un ojo y comienza a hablar en italiano, logrando así despistar al acreedor que creía haber reconocido en él a su deudor.

Pronto Pablos siente mucha hambre y se lamenta de que aún no han comido. El hidalgo se queja de la impaciencia de Pablos y le dice que pueden ir juntos a la sopa de San Jerónimo, pero Pablos decide buscar por otro lado, porque no quiere suplir su hambre con sobras de otros.

De camino a un bodegón, Pablos se encuentra con el licenciado Flechilla, un amigo suyo que le cuenta que está apurado porque se dirige a comer a lo de su hermana. Pablos, haciéndose el interesado por saludar a su hermana, se ofrece acompañarlo. Para ganarse el favor de Flechilla, empieza a hablarle de una mujer que él quiso mucho en Alcalá, e inventa que la mujer le ha estado preguntando por él. Al llegar a la casa de la hermana de Flechilla, Pablos consigue que lo inviten a comer. Cuando termina, finge que alguien lo llama desde la calle y se disculpa con sus anfitriones, asegurando que volverá pronto, pero se va y jamás regresa.

En la calle, Pablos se sienta cerca de la puerta de un comercio y escucha que dos mujeres se detienen a preguntar por un terciopelo exclusivo. Pablos se acerca a ellas, asegurando que él vende unas telas especiales y que puede acercarlas a su casa a través de su criado. Para dar credibilidad y hacerse el hombre distinguido, saluda familiarmente a las personas que pasan por la calle y les hace creer a las mujeres que un paje que se encuentra a unos metros esperando a su amo es criado suyo. Las mujeres acceden a recibir las telas y, a cambio, como depósito, Pablos les pide un rosario engarzado en oro que ellas llevan. Las mujeres le exigen a Pablos que les indique cuál es su casa, de modo de poder encontrarlo en cualquier caso, y Pablos las conduce por unas calles hasta mostrarles la casa más grande y linda que encuentra. Luego se presenta como don Álvaro de Córdoba y se despide de ellas, con la promesa de llevarles las telas por la noche.

De regreso en la casa comunitaria, llega el padrino de Pablos golpeado, lleno de sangre y sucio. Cuenta que fue a pedir doble porción de sopa a San Jerónimo, alegando que era para personas honradas y pobres, pero luego lo descubrieron comiéndosela él solo y lo molieron a golpes.

Capítulo III: "En que prosigue la misma materia, hasta dar con todos en la cárcel"

Entra Merlo Díaz en la casa, llevando oculta una serie de jarras de vidrio que se ha robado del convento de monjas luego de pedir algo para beber. Le sigue don Lorenzo del Pedroso, que entra con una capa muy buena que le robó a un hombre distinguido durante un juego de cartas, fingiendo haberla confundido con la suya. Luego entra don Cosme, uno que se hace pasar por curandero a cambio de dinero, y Polanco, un hombre que usa barba larga postiza y campanilla, y que vaga por las noches recogiendo limosnas.

Pablos reconoce así un abanico de posibilidades a la hora de hurtar y engañar, y se sorprende de todas las estrategias extraordinarias que esos hombres desarrollan para sobrevivir. Al contarles a todos sus compañeros de la estafa que él realizó, quedándose con el rosario de las dos mujeres, todos lo felicitan. La vieja recoge el relicario con el fin de venderlo; su truco es ir por las casas diciendo que es una doncella pobre que debe deshacerse de sus pertenencias para conseguir algo que comer.

Sin embargo, en una de esas ocasiones, la vieja lleva a vender unos objetos a una casa donde un hombre reconoce un objeto de su propiedad. Trae al alguacil y este interroga a la vieja. Ella confiesa los delitos de su grupo y es arrestada. Enseguida, el alguacil va a buscar a la pandilla de pícaros y lleva a todos a la cárcel.

Análisis

En estos capítulos, Pablos describe su estadía en la casa de la pandilla de pícaros amigos del hidalgo, en Madrid. Tal como se anticipó en capítulos previos, el objetivo de Pablos es aprender de ellos los modos de subsistir sin ningún recurso económico. En este sentido, su estancia allí será para él un aprendizaje y una profundización en sus conductas picarescas.

En efecto, los amigos de don Toribio son un grupo de pícaros, atorrantes y embusteros que desarrollan habilidades de estafa muy sofisticadas como una forma de vida. Por eso, al igual que Pablos (según lo indicado en el título de la novela), estos pícaros son también buscones, en la medida en que pasan sus días buscándose la vida: Pablos dirá de ellos que son “un colegio de buscones” (135). Así, apenas llegan el hidalgo y Pablos, la vieja que los recibe les dice que han salido todos “a buscar” (119), esto es, a ganarse la vida.

Enseguida van ingresando a la casa los distintos personajes. Sus estrategias en la estafa son tan variadas y elocuentes que generan un gran efecto cómico y divertido. El hombre que viste de luto, por ejemplo, padece “mal de calzas” (120): como si se tratara de una enfermedad que lo aqueja, el hombre se empeña en remendar sus ropas para no quedarse desnudo. La vieja, que es la encargada de conseguir las telas y trapos para tal fin, le dice que no es posible hacerlo y que, “por falta de harapos se estaba, quince días había, en la cama, de mal de zaragüellas, don Lorenzo Iñíguez del Pedroso” (120).

Las estrategias de estos hombres para ocultar su miseria son variadas y, muchas veces, extremas. Es evidente que la vestimenta es, justamente, lo que más pone en evidencia su pobreza, razón por la cual desarrollan la destreza de remendar, y la toman casi como un momento religioso, comparable al momento de la oración. Significativamente, la ropa, para estos hombres, constituye un símbolo de su pobreza y, al disfrazarse, la convierten en un señuelo para concretar sus estafas. Por ejemplo, uno de ellos, el soldado, usa puertas afuera muletas y una pierna vendada para disimular que no tiene más que una sola calza, pero apenas ingresa a la casa se deshace de ellas. Cuando él y otro de ellos pelean, sus vestimentas están en tan mal estado que se quedan con parte de la ropa del otro en la mano: “arremetió el uno al otro y, asiéndose, se salieron con los pedazos de los vestidos en las manos a los primeros estirones” (121). Su ropa es tan escasa que, al acostarse a dormir, no necesitan desnudarse: “No se desnudaron los más, que, con acostarse como andaban de día, cumplieron con el precepto de dormir en cueros” (122). Cuando llega el momento de Pablos de pertenecer formalmente al grupo, le eligen una ropa nueva que, paradójicamente, es ropa vieja y andrajosa.

Pablos se siente muy pronto a gusto, y anticipa que eso es algo malo: “Ya estaba yo tan hallado con ellos como si todos fuéramos hermanos, que esta facilidad y dulzura se halla siempre en las cosas malas” (123). El joven reconoce ante el interlocutor de su relato que aquello es un vínculo dañino, y con eso anticipa lo que sucederá más adelante: serán todos descubiertos por la policía e irán todos a la cárcel. Además, es la primera vez que reconoce que él tiene facilidad y debilidad para las cosas malas, lo cual es digno de un pícaro.

Como parte de su aprendizaje, los pícaros le asignan a Pablos un padrino, que es el hidalgo. Al salir con él a la calle por primera vez, el joven nota que su padrino es “caballero de alquiler”, porque “era tan amigo de sus amigos, que no tenía cosa suya” (125), es decir, todo lo que lleva es prestado. Las estrategias que el hidalgo aplica en la calle son de gran inspiración para Pablos: saluda a todos con cortesías, asegura que pronto le ingresará el dinero que les debe y, en un momento extremo, se pone un parche en el ojo y habla en italiano para despistar a un acreedor al que teme. Pablos toma cabal conciencia, así, de un grado de picardía que hasta ahora desconocía, y que le causa gran admiración y contento: “Yo moríame de risa de ver la figura de mi amigo” (125). De hecho, se refiere al hidalgo como a su “adiestrador” (126), con lo cual Pablos no solo asume su lugar de aprendiz, sino también cierta animalización. El hidalgo, orgulloso, se vanagloria de su estrategia y dice: “Estos son los aderezos de negar deudas. Aprended, hermano, que veréis mil cosas de estas en el pueblo” (125). La idea de negar deudas es una destreza picaresca y, sobre todo, resulta un eufemismo, pues oculta un delito: al no pagar sus deudas, el hidalgo se entrega al delito.

Pablos pone en práctica lo aprendido al separarse de su padrino y quedarse solo en la calle. Significativamente, la razón de la separación de los dos personajes es el hambre, motor que condiciona la conducta de Pablos en toda la novela. Una vez que se queda solo, piensa en pagar por su comida, pues no se atreve a robar. Pero pronto se encuentra con su amigo Flechilla y aplica lo aprendido: consigue acompañarlo a la casa de su hermana, a donde Flechilla se dirige para almorzar, y se hace invitar, con lo cual logra comer gratis. Para ganarse la simpatía de su amigo, aprovecha para contarle mentiras sobre una mujer que aquel ama: “le pegaba yo con la mozuela, diciendo que me había preguntado por él y que le tenía en el alma, y otras mentiras de este modo; con lo cual llevaba mejor el verme engullir…” (128). Pablos demuestra así que ha aprehendido de sus maestros la mentira, con el fin de conseguir sustento. Como si fuera poco, para retirarse, Pablos finge que alguien lo llama desde afuera y promete que volverá, pero no lo hace, consolidando así su accionar atorrante: “Pedíle licencia, diciendo que luego volvía. Quedóme aguardando hasta hoy, que desaparecí por lo del pan comido y la compañía deshecha” (129). En esta expresión, Pablos recurre con tono jocoso a un dicho antiguo que evoca el modo en que una vez que alguien recibe comida, se olvida inmediatamente del favor. Es, efectivamente, lo que él hace con Flechilla y su familia.

Pablos pasa un mes con esa comunidad pícara, donde aprende “todas estas trazas de hurtar y modos extraordinarios” (134). Pero, tal como anticipó, ese período llega a su fin de una manera trágica: “Quiso, pues, el diablo, que nunca está ocioso en cosas tocantes a sus siervos, que, yendo a vender no sé qué ropa y otras cosillas a una casa, conoció uno no sé qué hacienda suya” (135). Aquí Pablos reconoce hiperbólicamente la falta de honra de sus amigos, sugiriendo que son siervos del diablo. Paradójicamente, eso lo convertiría a él también en un personaje cercano al diablo, lo cual configura un extremo de su picardía. Finalmente, la policía desbarata la comunidad y da “con todo el colegio buscón en la cárcel” (135). Con su ingreso en la cárcel, queda superado lo poco de inocencia que podía quedar en Pablos.