La vida del Buscón

La vida del Buscón Resumen y Análisis Libro primero, Capítulos I-II

Resumen

Capítulo I: En que cuenta quién es y de dónde

El capítulo se abre con una presentación en primera persona del protagonista, don Pablos, oriundo de Segovia, que, dirigiéndose a un señor, se dispone a contarle su historia de vida. Su padre fue Clemente, un barbero que, para enaltecer su profesión, decía ser un “sastre de barbas” (21). Su madre fue Aldonza de San Pedro, una mujer muy hermosa, celebrada por los copleros de España, que hacía alarde de los apellidos de sus antepasados para hacer frente a quienes ponían en duda su cristiandad.

Las malas lenguas, cuenta Pablos, decían que su padre era ladrón y que su hermano de siete años, mientras aquel atendía a su clientes en la barbería, les robaba el dinero de sus bolsillos. Ese hermano suyo murió luego en la cárcel, producto de los azotes que le dieron. Su padre estuvo preso un tiempo, pero Pablos siente orgullo, pues sabe que salió de manera honrosa.

Sobre su madre, cuenta con poco entendimiento que muchos la consideraban una bruja, lo cual estuvo a punto de convertirse en hecho público. También decían que era prostituta. Su habitación, donde solo ella entraba, estaba llena de calaveras y sogas de ahorcado.

Desde pequeño, sus padres discutían sobre cuál habría de ser su profesión. Su padre le hablaba bien del trabajo de ladrón, diciendo que quien no hurta en el mundo, no vive. Agregaba que los alguaciles y los jueces aborrecen a los ladrones, los persiguen y los castigan porque no quieren que haya otros ladrones más que ellos mismos y sus ministros. Aconsejaba a su hijo seguir ese camino, con el que él se vanagloriaba de haber mantenido a su familia. Por su parte, su madre se lamentaba de que su hijo no quisiera ser brujo, y aseguraba que ella era la que había sostenido a la familia, salvando a Clemente de sus delitos, dándole, por ejemplo, pociones para que él no confesara.

Ante esas discusiones, el narrador les dice que él quiere aprender virtudes y seguir sus buenos pensamientos. Por eso, les pide que lo manden a la escuela, para aprender a leer y escribir. Luego de resistirse un rato, sus padres acceden. El narrador agradece a Dios por tener padres tan hábiles y cuidadosos de su bienestar.

Capítulo 2: De cómo fui a la escuela y lo que en ella me sucedió

Don Pablos comienza a ir a la escuela, donde se gana la simpatía del maestro, que lo cree un chico inteligente. Allí estudia con hijos de caballeros y personas importantes, y se hace amigo de don Diego, hijo de don Alonso Coronel de Zúñiga. El trato favorable que recibe del maestro genera la envidia de sus compañeros, que le ponen apodos burlones y despectivos que refieren a su padre y a su madre.

Pablos intenta disimular su sufrimiento, hasta que, un día, un compañero le dice que su madre es una puta y hechicera, y él le arroja una piedra. Al contárselo a su madre, esta lo felicita, aunque admite que esos dichos son verdaderos. El chico se horroriza y le pregunta si él es hijo de su padre, pero la mujer solo se ríe. Pablos, avergonzado, decide que, en cuanto pueda, se irá de su casa.

El protagonista y don Diego se hacen muy amigos. En una oportunidad, ven pasar por la calle a un hombre llamado Poncio de Aguirre, que tiene fama de ser judío converso, y don Diego desafía a Pablos a que lo llame “Poncio Pilato” (27). Don Pablos lo hace y el hombre comienza a perseguirlo furiosamente, con un cuchillo en la mano. Él corre hacia la casa de su maestro, que lo defiende ante el judío, pero luego lo castiga con azotes, haciéndole prometer que no volverá a pronunciar más aquel nombre.

En otra ocasión, con motivo del carnaval de Carnestolendas, a Pablos le toca ser rey de gallos, y debe desfilar a caballo con el fin de cortarle el cuello a un gallo. Pero el caballo que le toca está hambriento y arrebata un repollo de una verdulería. La verdulera comienza a gritar y acuden en su ayuda un grupo de comerciantes que se alzan contra el chico y le arrojan verduras, hasta hacerlo caer del caballo en un charco de lodo y suciedad. El caballo muere en esa caída. Llega la policía y se lo quieren llevar a la cárcel, pero, al encontrarlo tan sucio, no se animan a agarrarlo y lo dejan ir.

En su casa, sus padres lo reprenden y maltratan. Luego, él se dirige a lo de don Diego, cuyos padres acaban de decidir no mandarlo más a la escuela. Viendo el caos que se ha generado, don Pablos decide abandonar también la escuela y su casa, y quedarse en compañía de don Diego, para servirlo. Envía a sus padres una carta de despedida, en la que asegura que, para cumplir su deseo de ser caballero, es mejor escribir mal, de modo que renuncia a la escuela y a su casa, para evitarles más gastos y problemas.

Análisis

Ambientada en la España del siglo XVII, La vida del Buscón es una novela que pertenece al género narrativo de la picaresca. Presenta un relato en primera persona de un pícaro, don Pablos o “el buscón”, que se propone contar desde un presente de enunciación los sucesos de su vida pasada. Se dirige a una segunda persona a la que interpela llamándola “señor” o “Vuestra Merced”, tratamiento de respeto que se usa para referirse a una persona de una posición social superior a la propia. El relato de Pablos reconstruye una serie de peripecias que él ha vivido a lo largo de esa búsqueda que ha sido su vida. En suma, Pablos se ha dedicado a buscar, en los viajes que lo llevaron por distintas ciudades españolas, el modo de dejar atrás su origen humilde y vil, y de convertirse en un caballero. Pero esa búsqueda de ascenso social es infructuosa, porque Pablos no dejará de ser nunca un pícaro miserable. En efecto, tal como indica el título, es un “buscón”, término que refiere a una persona que hurta y engaña.

Desde el primer capítulo se percibe el tono irónico y jocoso que predominará a lo largo de toda la novela. Lo trágico de las peripecias que Pablos narra se nutre del tono liviano que usa él para narrarlas, o del efecto humorístico que provoca su falta de entendimiento de algunos asuntos serios. El clima resultante del relato no es dramático, entonces, a pesar de la crudeza de algunos de sus contenidos (por ejemplo, Pablos cuenta livianamente que su hermano de siete años murió por los azotes que le dieron en la cárcel luego de ayudar a su padre a robar), sino humorístico. Con este tono, Quevedo podrá hacer en su novela una crítica fría y despiadada a la sociedad española y sus instituciones corruptas, y un retrato cruel y distante de pobres, desheredados y delincuentes, sin ningún gesto de compasión ni moralismo.

Lo humorístico se instala desde el comienzo, en la picardía de los padres de Pablos, evocada en el primer capítulo. Clemente, para enaltecer su profesión de barbero, dice que es “sastre de barbas” (21), eufemismo que no hace más que ridiculizarlo. Aldonza, cuando Pablos le cuenta de las burlas que recibe por ella en la escuela, confirma livianamente que es prostituta y se burla de su hijo cuando él le pregunta si Clemente es su padre biológico. El efecto risible también se desprende de la falta de entendimiento de Pablos al reconstruir su historia, lo cual da lugar a numerosas ironías dramáticas, en las que el lector comprende más de lo que el personaje ve. Por ejemplo, Pablos narra con orgullo que su padre salió “con tanta honra” (22) de la cárcel, ya que fue acompañado por doscientos cardenales, pero a los que no llamaban “señoría” (22). Enseguida una nota al pie interviene para frustrar esa expectativa y aclarar el equívoco, eligiendo otra acepción del término: estos cardenales aludidos no son funcionarios de la Iglesia, sino moretones producto de los azotes del verdugo. La nota agrega también que el paseo de Clemente no tenía nada de épico, como retrata Pablos, sino que era una exposición a la vergüenza pública.

Así, la novela superpone a la voz narrativa de Pablos otra voz, la del narrador de las notas al pie. Se trata de una voz que ostenta un nivel de lengua menos vulgar que el de Pablos, más culto, y que evidencia un mayor entendimiento que el del protagonista, lo cual permite a esa voz comentar y aclarar al lector los equívocos producidos por el discurso del narrador principal. Con estas aclaraciones, el relato de Pablos queda ridiculizado, y el lector deduce que su relato es, por lo menos, dudoso.

Muchas veces, el humor surge de ocurrencias discursivas de Pablos que no son voluntarias, sino producto de su inocencia o de su ignorancia. Así, por ejemplo, dice que durante el carnaval se sube a un “caballo ético”, pero la voz de la nota al pie explica que el chico quiso decir “tísico” (28). Lo humorístico surge de la distancia que hay entre los conocimientos del enunciador y los del lector, que son mayores. Además, será un recurso recurrente de la novela que la falta de entendimiento de Pablos dé lugar a malentendidos y situaciones patéticas, dignas de risa. Otras veces, el humor brota de expresiones chistosas que Pablo elige, como cuando, para caracterizar el ataque de los verduleros, habla de “batalla nabal” (29) y no naval, pues no involucra naves sino verduras, como nabos.

Los padres del buscón parecen preocuparse por garantizar un buen destino para su hijo, pero sus ideas distan mucho de lo que se considera honrado. El padre lo insta a ser un ladrón como él, argumentando que los alguaciles y los jueces solo persiguen a ladrones porque “no querrían que, adonde están, hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros” (23), y su madre quiere que sea brujo. En esas discusiones iniciales por su futuro, Pablos expone cuál es su deseo personal, el cual signará su recorrido a la largo de la novela: quiere aprender las virtudes y seguir sus buenos pensamientos. Por eso, en primera instancia, les pide a sus padres que lo manden a la escuela, “pues sin leer ni escribir no se podía hacer nada” (24), y cuando se pone en duda la paternidad de Clemente, Pablos planea irse de su casa, pues se siente avergonzado de su origen espurio. En este sentido, la búsqueda de Pablos se orientará a alejarse de ese origen y buscar un futuro honrado, aspirando a convertirse en un caballero. No obstante, la novela parece responder a una idea determinista: el pícaro, a pesar de sus intentos por ascender socialmente, está determinado por su origen bajo y por los delitos y la deshonra de sus padres. Así, todo intento de progresar será frustrado y jamás podrá dejar de ser un pícaro.

En la escuela, Pablos conoce a don Diego, un personaje importante en su vida, con quien atravesará varias travesuras. Diego es un muchacho proveniente de una clase social más alta que la de Pablos, y su amistad no será simétrica. De hecho, Diego terminará tomándolo como criado, y será responsable en la caída en desgracia de Pablos. En estos capítulos, Diego desafía a Pablos a llamar “Poncio Pilato” a un judío converso, lo cual significa una grave ofensa. Poncio Pilato fue gobernador de Judea entre los años 26 d. C. y 36 d. C, y en la Biblia es presentado como el responsable de ordenar el suplicio y la crucifixión de Cristo. Con esta alusión bíblica, la novela da cuenta de un signo de época: el odio y la discriminación a los judíos y a sus descendientes, propia de la sociedad del Siglo de Oro en la que Quevedo estaba inscripto. Durante el siglo XVII, se experimentaba en España una mirada despectiva sobre los cristianos nuevos, esto es, los judíos conversos al cristianismo, pues se los consideraba una amenaza a la cristiandad. Quevedo, proveniente de una familia noble y cristiana vieja, encarna en su novela los prejuicios con los que se caracterizaba a los nuevos cristianos, por considerarlos aún judíos: eran descritos como viles, maliciosos, arrogantes, usureros, de sangre impura.

Muchos de los personajes de El Buscón son cristianos nuevos, descendientes de judíos. La propia madre del protagonista, Aldonza, es sospechada de su impureza: “Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja…” (21). Eso implica que Pablos es también descendiente de judíos y, por lo tanto, de sangre impura. En oposición, don Diego y su familia representan el arquetipo de conversos encumbrados que han sabido -a pesar de sus orígenes- infiltrarse e integrarse en los círculos nobiliarios. En este sentido, el desafío que Diego impone a Pablos, llamando “Poncio Pilato” al vecino, es asimismo una afrenta para Pablos y su familia.

El capítulo II es anticipo de la serie de peripecias que Pablos protagonizará a lo largo de la novela, muchas de ellas, experiencias fallidas en las que terminará sufriendo maltratos, burlas y vejaciones injustas, que no siempre merece. Esto también constituye un motivo de la novela picaresca: la falta de suerte que acompaña al pícaro, quien debe salir adelante sin el favor de nadie. Así, por ejemplo, en el carnaval lo nombran rey del juego de gallos, pero el resultado, irónicamente, es muy contrario al esperado: su caballo muere, lo atacan, se cae en lodo, casi termina encarcelado, su familia lo maltrata y Diego abandona la escuela. Simbólicamente, el joven pasa de ser rey a caer a lo más bajo. De todas formas, el pícaro de esta novela no es un inocente, sino que también irá aprendiendo a responder a esa injusticia con mentiras y delitos.

Como resultado de estos altercados, don Pablos decide abandonar la escuela y su casa, y dedicarse a servir a Diego. Su aspiración de aprender a leer y escribir, esbozada al final del primer capítulo, cambia rotundamente hacia el final del segundo: “para mi intento de ser caballero lo que se requería era escribir mal” (30). Una vez más, Pablos insiste en su deseo de convertirse en un caballero, y de esa búsqueda se tratará su recorrido por la novela.