El llano en llamas

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El fracaso de la reforma agraria de la Revolución mexicana

La reforma agraria fue una de las premisas de la Revolución mexicana: luego de la dictadura de Porfirio Díaz (1876-1911), la concentración de tierras en manos de unos pocos y la legislación a favor de los dueños, en detrimento de los pueblos y agricultores independientes, había generado una enorme desigualdad social. La Revolución se proponía entonces acabar con el latifundio y democratizar el cultivo de la tierra. Sin embargo, la reforma agraria se implementó de manera deficiente y desorganizada, y el reparto de la tierra llegó a grupos heterogéneos, pero no logró hacerse extensivo a los campesinos, quienes realmente estaban explotados y sometidos a los hacendados.

La decepción de la Revolución mexicana atraviesa toda la colección de cuentos de Rulfo, y el fracaso de su reivindicación es tratada desde su primer cuento: "Nos han dado la tierra"; incluso, este primer relato quizás sea el que mejor representa ese fracaso, ya que las tierras que los hombres reciben, luego de años de luchar, son parcelas desérticas e inútiles, donde no es posible producir nada. En contraste, un funcionario del gobierno señala que la culpa de eso la tiene el latifundio, es decir, reconoce que la Revolución no ha logrado acabar con la concentración de tierras. También "La Cuesta de las Comadres" señala esa deficiencia, al retratar un pueblo en el que se han repartido equitativamente las tierras, pero el dominio efectivo de ellas la siguen teniendo un grupo reducido de tiranos, los Torricos.

La violencia generalizada

En todos los cuentos de El llano en llamas, la violencia es el contexto común sobre el que se desarrollan las tramas narrativas y los vínculos entre los personajes. Tal como se la construye, esa violencia es una herencia de la que se desarrolló durante la lucha armada de la Revolución mexicana, entre 1910 y 1920. Luego de esa década de violencia, extendida después durante la Guerra Cristera (1926-1929), la población parece haberse acostumbrado y haberla tomado como un elemento más de su idiosincrasia. De ahí que en los cuentos, la violencia aparezca totalmente naturalizada e incorporada al día a día.

El contexto que los cuentos representan es de gran desorden político, religioso y económico, y el Estado y sus autoridades no intervienen ni regulan, y si lo hacen es para reproducir más violencia. A partir de ello, el ciudadano común se vuelve parte de ese clima violento. En efecto, la muerte es moneda corriente en los cuentos de Rulfo. Muchos de sus narradores retratan en primera persona la historia de algún asesinato que han cometido o que han presenciado. Si la violencia no es producto de la lucha armada de la Revolución o de la Guerra Cristera, es producto de algún ajuste de cuentas o venganza personal. Ante la ausencia de intervención estatal, surge la necesidad de asentar una ley individual, que se maneja según los códigos de la venganza. Se abren así ciclos de venganza que parecen no tener fin, como sucede en "El hombre". Sin embargo, también hay cuentos en los que la violencia circula de manera inmotivada: está tan naturalizada que puede darse casi sin control, como se sugiere en "En la madrugada", cuando Esteban duda de si ha sido él quien mató a don Lupe.

Asimismo, aun en los casos en que no se traduce en muerte, la violencia circula entre patrones y peones, y particularmente dentro de las familias: a través de la traición, del incesto, del odio y el resentimiento, los vínculos familiares se alejan del afecto y se entregan al contexto violento.

La destrucción de la familia

En todos los cuentos de El llano en llamas en que se retratan vínculos familiares, estos están resentidos por la violencia y la perversión de la moral. El contexto político y económico, signado por la muerte y la venganza, termina filtrándose al interior de las familias y repercutiendo sobre la integridad de los lazos. Se ven familias disfuncionales, atravesadas por el incesto, el adulterio y la violación. Además, a partir de la ausencia de intervención del Estado, la gente desarrolla una legalidad paralela, una ley individual que utiliza deliberadamente la violencia para saldar cuentas pendientes y vengar asesinatos de familiares que han quedado impunes. Sin ley oficial, emerge la ley de la sangre, que inicia una cadena de venganzas familiares que en general no tienen fin. De ahí, por ejemplo, que a Juvencio, en "¡Diles que no me maten!", le llegue un castigo tan tardío por asesinar a un hombre: ese crimen no prescribe para el hijo del asesinado, que aún cuarenta años después decide vengar esa afrenta a su sangre.

En este mismo sentido, el vínculo entre padres e hijos es abordado en varios cuentos. Suele ser un vínculo conflictivo, cargado de rencor, resentimiento e, incluso, odio. En general, suele estar caracterizado por la ausencia de la madre, figura mediadora que cuida desde el amor y la solidaridad, y que al no estar presente, da lugar a que el conflicto entre padre e hijo se desarrolle. En el caso de "No oyes ladrar los perros", el padre, horrorizado por los crímenes de Ignacio, decide dejar de considerarlo su hijo; sin embargo, es la memoria de su difunta esposa, madre de Ignacio, la que lo lleva a hacer el esfuerzo por salvarlo de la muerte. Así y todo, en general, hay poca solidaridad entre padres e hijos. Es el caso, por ejemplo, de "La herencia de Matilde Arcángel", en el que la muerte de la madre como un último acto de amor por su hijo es interpretada por el padre como responsabilidad del hijo, que en ese momento era un bebé. Esa certeza construye en el padre un odio profundo por su hijo y hace lo imposible por dejarlo en la miseria; el hijo, heredero de ese maltrato, termina asesinando a su propio padre.

La fuerza devastadora de la naturaleza

En los cuentos de El llano en llamas, la naturaleza es tematizada como una fuerza arrolladora y devastadora, que con sus desequilibrios oprime a los hombres y es capaz, incluso, de llevarlos a su perdición. En "Nos han dado la tierra", por ejemplo, la aridez de la tierra, la violencia del sol y la falta de lluvia terminan expulsando a los hombres del Gran Llano; en "Es que somos muy pobres", es el exceso de lluvia inesperada el que termina por echar a perder la cosecha de la familia y, en última instancia, la que destruye la vida de Tacha, la hija menor, al ahogarse su vaca; en "Talpa", los peregrinos sufren el azote del sol, que termina por animalizarlos, como si fueran una masa de gusanos; en "Luvina", la naturaleza manipula por completo el paisaje, y el viento destruye todo, transformando el pueblo en una especie de purgatorio.

En este sentido, los hombres, que pueden hacer uso de la violencia para lastimarse y matarse entre ellos, no pueden hacer nada contra las inclemencias de la naturaleza, cuando esta se les impone.

La religiosidad

Los cuentos de El llano en llamas representan el ámbito rural mexicano y la vida del campesinado más empobrecido y atrasado. Esa población es muy tradicional y ante la miseria y la falta de proyección de futuro, la religión se torna un elemento fundamental, sobre el que se vertebra la vida de estas personas. En principio, los campesinos viven inmersos en la tradición religiosa cristiana, lo cual queda representado, por ejemplo, en las instancias en las que aparecen mencionados la Iglesia y sus funcionarios, allí donde se retrata el conflicto de la Guerra Cristera, o en ceremonias como entierros o peregrinaciones. Se produce asimismo un cruce entre la religiosidad propia de la Iglesia católica y la religiosidad popular, abordada en cuentos como "Anacleto Morones" o "Talpa", incluso en "Luvina", en que a diferencia del mundo católico, se produce una convivencia entre vivos y muertos, como se reivindica en el culto pagano de los antepasados.

Asimismo, la religiosidad aparece en Rulfo con un sesgo crítico. El ejemplo más representativo de ello es "Anacleto Morones", en que se representa un grupo de mujeres que se reúnen en la Congregación y militan la canonización de Anacleto como santo. Sin embargo, el cuento termina revelando que esa devoción es, en realidad, otra cosa: las mujeres han caído en la seducción de Anacleto, quien haciéndose pasar por un milagrero, estafó a esas mujeres y las convenció de acostarse con él. Las mujeres, atravesadas por las normas de conducta impuestas por la Iglesia, encuentran en la religiosidad el modo de encubrir su indigno deseo sexual. La hipocresía del discurso religioso queda entonces expuesta tanto en las estafas del "Santo Niño" como en la falsedad de las convicciones de las mujeres de la Congregación.

Esa hipocresía queda también de manifiesto de manera cruda en "Talpa": el narrador y Natalia defienden la peregrinación a Talpa, pero no realmente porque confíen en los milagros de la Virgen, sino justamente para que Tanilo muera y ellos puedan seguir adelante con su adulterio. Como si fuera poco, el cuento contradice el poder milagroso de la Virgen, al menos en lo que respecta a la salvación de Tanilo, quien a pesar de su penitencia, muere en el altar. Sin embargo, se opera otro milagro inesperado e irónico: el viaje que pretendía facilitar el vínculo entre el narrador y Natalia, termina quebrando su vínculo, pues ambos sienten culpa luego de que Tanilo muere.

La negligencia del gobierno

En sus cuentos, Juan Rulfo representa el drama de las tierras del llano mexicano, aquellas regiones acosadas por la violencia y la pobreza, y abandonadas por las autoridades. En este sentido, el gobierno aparece en algunas ocasiones, pero su intervención siempre es insuficiente, negligente, poco empática con la necesidad de los hombres a los que gobierna. Así, desde "Nos han dado la tierra", la repartición de tierras que hace el gobierno es inútil, pero el funcionario que lo representa no se hace cargo del pedido de los hombres que reclaman algo mejor. Del mismo modo, en "Luvina", ese pueblo fantasma simboliza de manera cruda los efectos del abandono estatal y la hipocresía del gobierno, que solo se hace presente cuando se trata de castigar a los criminales, pero nunca interviene para ayudar a los más vulnerables.

La negligencia de las autoridades y la ausencia del Estado se hace presente, también, a lo largo de aquellos cuentos que retratan cadenas de asesinatos que quedan impunes. Se hace evidente allí que ante la falta de intervención estatal, las poblaciones rurales, abandonadas a su suerte, crean una nueva legalidad, sostenida sobre las leyes de la sangre y el afán de venganza.

El tema asume su mayor grado de parodia en el cuento "El año del derrumbe", en el que el gobernador visita un pueblo azotado por un terremoto, con el aparente objetivo de ayudar a las víctimas. Sin embargo, esa visita desemboca en un banquete, del cual el gobernador y sus funcionarios se aprovechan, y que supone un enorme gasto para un pueblo que se encuentra en emergencia sanitaria, luego de la catástrofe natural. Por si fuera poco, el gobernador, luego de comer y beber a sus anchas, pronuncia un discurso rico en giros lingüísticos pero vacío de contenido.

Justicia estatal y justicia por mano propia

Los cuentos de El llano en llamas reflejan un escenario de gran desorden a nivel político, económico, social y religioso. En el ámbito rural que se retrata, el Estado suele estar ausente y cuando interviene, lo hace de manera injusta o deficiente. En este sentido, son numerosas las instancias de justicia estatal que se representan en el libro. Hay cuentos en los que los personajes se enfrentan a una instancia de interrogatorio y deben confesar sus actos. Sin embargo, en todos esos casos, sucede que la justicia interviene paradójicamente injustamente, es decir, incriminando a personajes en relación con crímenes que no les corresponden. Tal es el caso de "El hombre", donde el pastor debe defenderse de la acusación de haber matado a José, o en "En la madrugada", en que la justicia llega a convencer al viejo Esteban de que mató a don Justo, mientras que el lector sabe que don Justo murió solo. Así, las intervenciones de la justicia estatal son arbitrarias y poco ayudan a garantizar la justicia y la seguridad social; al contrario, reproducen más violencia, castigando a los más vulnerables.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, la justicia estatal está totalmente ausente. En esos casos, resulta evidente que surge en paralelo un nuevo orden de justicia, por mano propia, sostenida sobre la ley de la sangre y la venganza. Ante la devastación que han dejado en las familias distintos crímenes que han quedado impunes por negligencia del Estado, algunos miembros de esas familias se rebelan ante esa injusticia y vengan las afrentas a la propia sangre, matando a los culpables.