El llano en llamas

El llano en llamas Imágenes

El fuego en "El llano en llamas"

En el cuento "El llano en llamas", los revolucionarios prenden fuego el Llano, y Pichón describe con mirada romántica cómo el fuego recorre San Pedro y va destruyendo el maíz y las milpas, las casas y los potreros: “Le prendimos fuego y luego la emprendimos rumbo al Petacal. Era la época en la que el maíz ya estaba por pizcarse y las milpas se veían secas y dobladas por los ventarrones que soplan por este tiempo sobre el Llano. Así que se veía muy bonito ver caminar el fuego en los potreros; ver hecho una pura brasa casi todo el Llano…” (77). La imagen del fuego arrollador, destruyendo todo a su paso, dialoga con la violencia y el terror que este grupo de bandidos despliega sobre los pueblos: "nos habíamos levantado de la tierra (...) para llenar de terror todos los alrededores del Llano" (77). El fuego simboliza, a su vez, la devastación que el conflicto político deja y el modo en que el primer damnificado es siempre el pueblo.

El viento de "Luvina"

En "Luvina", Rulfo construye un espacio devastado, similar a un purgatorio, que simboliza la soledad del hombre y la devastación del espacio rural mexicano, la miseria, el abandono y la desidia estatal. Asimismo, como en muchos de estos cuentos, la naturaleza asume un poder arrollador, capaz de superar las fuerzas humanas y de someter al hombre contra su voluntad. Así, Luvina, donde las personas están más muertas que vivas, está atravesada por un viento violento, que asume tanto protagonismo en el cuento que se convierte casi en un personaje más:

Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina perdiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados. Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye a la mañana y a la tarde, arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo verá usted. (100)

El viento es representado por el narrador como una fuerza monstruosa, que destruye todo a su paso, incluso la integridad de los humanos que allí habitan.

La putrefacción del cadáver de Tanilo en "Talpa"

Desde el comienzo de "Talpa", el cuerpo de Tanilo padece un aspecto desagradable, producto de sus llagas, el pus que se desprende de ellas y el olor pestilente que emana el enfermo. Sin embargo, esa imagen monstruosa es acentuada una vez que muere. El narrador abunda en descripciones del cadáver y del modo en que, dramáticamente, él y su cuñada, Natalia, debieron enterrar ellos mismos al muerto:

... el cuerpo de Tanilo, tendido en el petate enrollado; lleno por dentro y por fuera de un hervidero de moscas azules que zumbaban como si fuera un gran ronquido que saliera de la boca de él; de aquella boca no pudo cerrarse a pesar de los esfuerzos (...) las manos y los pies engarruñados y los ojos muy abiertos como mirando su propia muerte. Y por aquí y por allá todas sus llagas goteando un agua amarilla, llena de aquel olor que se derramaba por todos lados y se sentía en la boca, como si se estuviera saboreando una miel espesa y amarga... (60)

Esta imagen resulta de alto impacto para el lector, que además de conocer el oscuro trasfondo familiar de la muerte de Tanilo, se imagina a sus familiares cargando al cadáver en estado de descomposición. Una vez más, el poder de la naturaleza irrumpe sobre el cuerpo humano y lo transforma de manera macabra. El cuerpo de Tanilo es invadido por las moscas, que incluso parecen entrar a su interior. Pero no solo se trata de una imagen visual, sino que el narrador recurre a imágenes olfativas y gustativas repugnantes.

La aridez de la tierra infértil de "Nos han dado la tierra"

En "Nos han dado la tierra", la tierra que el gobierno reparte a los hombres que lucharon en la Revolución resulta ser todo lo contrario a lo esperado: lejos de ser fértil y cultivable, es un llano árido y desértico, donde ni siquiera los buitres quieren detenerse. La tierra aparece personificada en el cuento, y, por lo tanto, su sequedad es comparada con la sed. La sequía es tan agobiante que los hombres esperan con ansias la llegada de una lluvia, pero esa lluvia no llega, lo único que ven es una gota que cae del cielo. Poco dura la esperanza, pues en seguida esa gota se filtra en la tierra y "se la come la tierra y la desaparece en su sed" (8). Las descripciones de la aridez son una constante ironía en el cuento, puesto que esa característica estéril de la tierra contrasta con la enorme expectativa que genera la Revolución y la reforma agraria propuesta por ella.