El llano en llamas

El llano en llamas Citas y Análisis

-Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.

-Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al Gobierno que les da la tierra.

Narrador y oficial del gobierno, “Nos han dado la tierra”, p. 10

En "Nos han dado la tierra", Rulfo expone el fracaso de una de las conquistas de la Revolución mexicana: la reforma agraria. Esta medida se proponía el reparto equitativo de tierras cultivables, con el fin de acabar con la enorme concentración de tierras en manos de unos pocos que había consolidado la dictadura de Porfirio Díaz, garantizando así una mejora en las condiciones económicas del campesinado. En el cuento, un grupo de hombres, que a su vez participaron activamente de la lucha armada de la Revolución, reciben del gobierno una porción de tierra, el Llano Grande, pero descubren que es una parcela infértil, donde no puede crecer ningún cultivo ni pastar ningún ganado.

En el diálogo citado, se manifiesta el reclamo que hacen los hombres al funcionario del gobierno que les asigna la tierra. Irónicamente comprenden que luego de tanta lucha, la recompensa que reciben es sumamente inútil. La respuesta del funcionario gubernamental es desalentadora y da cuenta de la negligencia del Estado a la hora de ayudar a los más vulnerables. El hombre le quita la responsabilidad al gobierno y la desplaza al latifundio, herencia del porfiriato. Queda en evidencia de esta manera que el objetivo de la Revolución de acabar con el poder de los terratenientes fracasó.

... ellos eran allí los dueños de la tierra y de las casas que estaban encima de la tierra, con todo y que, cuando el reparto, la mayor parte de la Cuesta de las Comadres nos había tocado por igual a los sesenta que allí vivíamos, y a ellos, a los Torricos, nada más un pedazo de monte, con una mezcalera nada más, pero donde estaban desperdigadas casi todas las casas. A pesar de eso, la Cuesta de las Comadres era de los Torricos. El coamil que yo trabajaba era también de ellos (...) No había por qué averiguar nada. Todo mundo sabía que así era.

Narrador, “La Cuesta de las Comadres", p. 14

En esta cita, que corresponde al cuento "La Cuesta de las Comadres", el narrador vuelve hacer hincapié en lo que retrataba "Nos han dado la tierra", esto es, el fracaso de la reforma agraria impulsada por la Revolución mexicana. Si bien se menciona el reparto de tierras, que administró en partes equitativas las tierras de la Cuesta de las Comadres, el narrador admite que en la práctica los verdaderos dueños de esas tierras eran los Torricos. Según el reparto oficial, a los Torricos les correspondía una pequeña porción, pero la ley estatal tiene poco peso y no se aplica efectivamente. Incluso el narrador reconoce que su propio coamil, esto es, la superficie cultivable que le asignaron, era también de los dos hermanos.

Pero además, el narrador, con el característico tono lacónico y apático rulfiano, expresa esa situación con toda naturalidad. En ningún momento se atreve a cuestionar ese desfasaje entre lo impuesto por la ley y lo impuesto por los Torrico: "No había por qué averiguar nada. Todo mundo sabía que así era". Se hace evidente que los Torricos dominan la Cuesta a través del terror y la violencia, lo cual lleva al pueblo a aceptar en silencio su dominio y a resignarse a que su voluntad es incuestionable.

De esta manera, se pone de manifiesto que las medidas conseguidas por la Revolución son formas vacías, que no logran transformar realmente las injusticias de la realidad mexicana.

La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papá con muchos trabajos había conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las más grandes.

Narrador, “Es que somos muy pobres”, p. 26

En este pasaje de "Es que somos muy pobres", el narrador expone, por un lado, la desesperación de una familia que ha perdido todo, luego de que una inundación echara a perder la cosecha y ahogara a la vaca de Tacha; por otro lado, el rol fundamental que el padre asume en esta familia, como proveedor y encargado de velar por la seguridad de toda la familia. A pesar de su pobreza, el padre se ha esforzado por conseguirle a su hija menor una vaca, la Serpentina, la cual simboliza la esperanza de que esa hija logre prosperar, casarse con un hombre decente y evitar así el destino indigno que le tocó a sus otras hermanas: ser prostitutas.

Asimismo, este pasaje da cuenta de la raíz naturalista de este cuento. El naturalismo es un movimiento filosófico y literario, que concibe que el destino del hombre está determinado por su herencia biológica y por el entorno en el que vive. En este sentido, el padre de esta familia sabe que su hija Tacha está fuertemente condicionada por el destino que corrieron sus otras hijas y por el desfavorable entorno económico, que las priva de oportunidades. En virtud de ello, consiguió la vaca como un modo de garantizar una alternativa a ese destino oscuro. Sin embargo, con la pérdida de la vaca, la familia sabe que Tacha ha perdido tal vez su única oportunidad de forjar un futuro distinto al de sus hermanas.

Él vino por mí. No los buscaba a ustedes, simplemente era yo el final de su viaje, la cara que él soñaba ver muerta, restregada contra el lodo, pateada y pisoteada hasta la desfiguración. Igual que lo que yo hice con su hermano; pero lo hice cara a cara, José Alcancía, frente a él y frente a ti, y tú nomás llorabas y temblabas de miedo.

Urquidi, “El hombre", p. 33

En esta cita de "El hombre", se construye la trama de violencia que caracteriza a los cuentos de Rulfo y la lógica según la cual esa violencia circula. Se trata de una cadena de venganzas familiares, por la cual un hombre venga el asesinato impune de un familiar suyo matando al asesino y convirtiéndose él mismo en un asesino también. Eso abriría un nuevo ciclo de asesinatos, pues daría lugar a que la familia del nuevo muerto se vengue también.

En "El hombre", esa dinámica violenta es retratada con toda naturalidad, pero Urquidi se lamenta de que algo salió mal en ese procedimiento. En el pasado, Urquidi había asesinado al hermano de José y este último, dispuesto a vengar a su hermano, fue en busca del asesino. Sin embargo, Urquidi no se encontraba en casa cuando José llegó allí, dispuesto a asesinarlo, y por error murieron todos sus familiares. En efecto, José, con actitud despiadada, decidió asesinar a toda la familia, seguro de que alguno de los dormidos sería Urquidi. En el presente del cuento, José es quien huye de Urquidi, el cual busca, a su vez, saldar la muerte de sus familiares, matando a su asesino. En esta compleja trama de asesinatos, la literatura de Rulfo expone el dramático estado de corrupción moral que caracteriza al ámbito rural mexicano, allí donde la ley estatal se hace ausente y deja lugar para que surja este tipo de justicia por mano propia.

Nunca había sentido que fuera más lenta y violenta la vida como caminar entre un amontonadero de gente; igual que si fuéramos un hervidero de gusanos apelotonados bajo el sol, retorciéndonos entre la cerrazón del polvo que nos encerraba a todos en la misma vereda y nos llevaba como acorralados. Los ojos seguían la polvareda; daban en el polvo como si tropezaran contra algo que no se podía traspasar. Y el cielo siempre gris, como una mancha gris y pesada que nos aplastaba a todos desde arriba. Solo a veces, cuando cruzábamos algún río, el polvo era más alto y más claro. Zambullíamos la cabeza acalenturada y renegrida en el agua verde, y por un momento de todos nosotros salía un humo azul, parecido al vapor que sale de la boca por el frío. Pero poquito después desaparecíamos otra vez entreverados en el polvo, cobijándonos unos a otros del sol, de aquel calor del sol repartido entre todos nosotros.

Narrador, “Talpa”, p. 55

En este fragmento de "Talpa", el narrador describe el poder arrollador de la naturaleza sobre los hombres, tema que recorre toda la narrativa de Rulfo. Durante el largo trayecto de peregrinación, las inclemencias del clima (el sol agobiante, la aridez del aire, la pesadez del cielo gris, la asfixia que genera el polvo) se convierten en fuerzas violentas capaces de oprimir y someter a la multitud de hombres y mujeres. El efecto de la naturaleza es tan impactante que la sensación de agobio del narrador es descripta mediante una animalización: la naturaleza es capaz de convertir a todas esas personas en una masa de gusanos apelotonados, de insectos indefensos que se derriten al sol, sin escapatoria. De esa forma, la peregrinación, que surgió como un acto voluntario de deseo y devoción, se convierte en una escena monstruosa.

Esta revolución la vamos a hacer con el dinero de los ricos. Ellos pagarán las armas y los gastos que cueste esta revolución que estamos haciendo. Y aunque no tenemos por ahorita ninguna bandera por qué pelear, debemos apurarnos a amontonar dinero, para que cuando vengan las tropas del gobierno vean que somos poderosos.

Pedro Zamora, “El Llano en llamas” p. 78

El cuento "El llano en llamas" elabora una reflexión crítica en torno a la Revolución mexicana. Rulfo desarma el tono mítico que la hace parecer un movimiento por y para las masas, impulsado por el deseo de justicia social, y en cambio retrata a los revolucionarios como grupo de hombres violentos e ignorantes, con una ideología poco clara. En efecto, en esta cita, el cuento pone en cuestión que la Revolución se sostenga en una ideología concisa, al sugerir, en boca del líder revolucionario Pedro Zamora, que no hay certezas de cuáles son las banderas por las que luchan. La Revolución se convierte así en una mera revuelta contra los ricos, pero sin motivaciones precisas ni sustento ideológico.

Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta.

Coronel, “¡Diles que no me maten!”, p. 96

En este fragmento de "¡Diles que no me maten!", queda esbozado el rol preponderante que tiene el vínculo entre padres e hijos en la narrativa de Juan Rulfo. Si bien ese vínculo suele ser problemático y estar atravesado por el rencor y el desencuentro, el lugar del padre en las familias adopta también un papel importante, en la medida en que es quien debe proveer el sustento económico y garantizar el bienestar de la familia. El coronel de este cuento quedó huérfano de padre de muy chico, luego de que Juvencio, el protagonista del cuento, lo asesinara. Aquí expresa el despojo que implica crecer sin padre. Mediante una metáfora, construye el crecimiento de una persona como si se tratara de una planta, que necesita aferrarse a un suelo, un sustento, que representaría al padre; como si la planta no tuviera tierra de donde agarrarse, el hijo sin padre no puede crecer felizmente. El dolor que de ese crimen se deriva es el motor que da lugar al cuento: el coronel decide vengar la muerte impune de Guadalupe Terreros persiguiendo y fusilando a Juvencio.

Paradójicamente, con ese fusilamiento, el coronel está dejando huérfano a otro hijo: Justino, el hijo de Juvencio. Por lo tanto, el cuento pone en entredicho la lógica vengativa de estos personajes al mostrar que el ciclo de venganzas y muertes puede proyectarse infinitamente, hasta acabar con todos los miembros de una familia.

Yo les dije que [la madre del gobierno] era la Patria. Ellos movieron la cabeza diciendo que no. Y se rieron. Fue la única vez que he visto reír a la gente de Luvina. Pelaron sus dientes y me dijeron que no, que el gobierno no tenía madre. Y tienen razón, ¿sabe usted? El señor ese solo se acuerda de ellos cuando alguno de sus muchachos ha hecho alguna fechoría acá abajo. Entonces manda por él hasta Luvina y se lo matan. De ahí en más no saben si existe.

Profesor, “Luvina”, p. 109

En esta cita, que corresponde al cuento "Luvina", se expone con crudeza el choque entre la expectativa idealista del narrador y la realidad concreta de los pueblos rurales mexicanos. El narrador es un profesor que hace años fue encomendado para dirigir una escuela en Luvina. El hombre representaba el proyecto modernizador que buscaba garantizar la justicia social, a través de, entre otras cosas, la educación de todos los habitantes. Su idealización de ese proceso queda evidenciado en la idea que tiene sobre el gobierno, como hijo de la patria, esto es, como heredero y custodio de los valores y la prosperidad del país.

Pero los habitantes de Luvina, ese pueblo fantasmal, completamente sumido en el abandono y la miseria, descreen de esa idealización y se burlan del profesor. Este concluye, con amargura, en que efectivamente el gobierno está completamente ausente cuando de ayudar se trata. Solo se hace presente en los casos en que quiere impartir justicia, y lo hace con violencia, asesinando a quienes cometen crímenes.

Esta perspectiva pesimista evidencia la mirada crítica que tenía Rulfo de la realidad histórica mexicana de la posrevolución.

No hallo qué decir, padre, hasta lo desconozco. ¿Qué me gané con que usté me criara?, puros trabajos. Nomás me trajo al mundo al averíguatelas como puedas. Ni siquiera me enseñó el oficio de cuetero, como pa que no le fuera a hacer a usté la competencia (...) Mire usté, este es el resultado: nos estamos muriendo de hambre.

Hijo, “Paso del Norte”, p. 118

En esta cita, podemos rastrear los rasgos conflictivos del vínculo padre-hijo que Rulfo construye en los cuentos de El llano en llamas, en particular desde la perspectiva del hijo. En estos cuentos, el clima generalizado de violencia se infiltra en el interior de las familias, fragmentando y pervirtiendo los vínculos, trastocando el amor y convirtiéndolo en resentimiento. El vínculo entre padre e hijo suele estar atravesado por el reproche, el rencor y, en casos extremos, el odio.

En "Paso del Norte", el hijo reprocha a su padre haberle obligado a independizarse demasiado pronto y de no haberlo ayudado a garantizarse los medios para la prosperidad económica. Lo acusa de haber sido egoísta, ya que no le enseñó el oficio de la pirotecnia para evitar la competencia, y lo hace responsable de su miseria actual. Producto de ese descuido del padre, ahora el hijo, convertido en padre de cinco niños, no logra cumplir con su rol: el de servir de sostén para ellos.

Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde ya no vuelva a saber de usted. Con tal de eso… Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: "¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!". Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente.

Padre, “No oyes ladrar los perros”, p. 132

En el cuento "No oyes ladrar los perros", se retoma el característico vínculo problemático entre padres e hijos, pero esta vez desde la perspectiva del padre. El hombre está atravesado por una contradicción: por un lado, carga a su hijo moribundo en los hombros, impulsado por la desesperación de conseguirle asistencia médica; por otro lado, lleva a flor de piel el rechazo que siente por su hijo, al que sabe bandido y asesino. En esa tensión, el único motor que el hombre encuentra para llevar adelante el rescate es la memoria de la madre del chico, su difunta esposa, cuyo recuerdo, a pesar de ser una vez más una figura ausente, sirve aún para restituir algo del amor degradado entre padre e hijo.

No obstante, se hace evidente que el vínculo está roto, y el padre reniega de la sangre que comparte con su hijo. La crisis política y social del contexto mexicano ha logrado así infiltrarse en el interior de la familia, y la sangre común ya no es garantía de afecto ni de sentido de comunidad. La violencia y la degradación moral terminan por desgarrar el amor familiar.

Y eso que nomás estuvieron un día y en cuanto se les hizo de noche se fueron, si no, quién sabe hasta qué alturas hubiéramos salido desfalcados, aunque eso sí, estuvimos muy contentos: la gente estaba que se le reventaba el pescuezo de tanto estirarlo para poder ver al gobernador…

Narrador, “El día del derrumbe”, p. 137

El presente fragmento de "El día del derrumbe" es un parlamento del narrador, en el cual relata a su interlocutor los sucesos en torno a la visita del gobernador a su pueblo, luego del terremoto. Por un lado, describe la sorpresa que significó para ellos que el gobernador los tuviera en cuenta, y la adoración con la cual la gente lo trató. Pero también expresa alivio de que la visita haya durado tan poco tiempo, en la medida en que es consciente del enorme gasto que les insumió. En efecto, esta cita condensa la ironía del cuento: el gobernador acude, presuntamente, con el fin de ayudar a una población azotada por el desastre natural, pero en lugar de ayudar, termina aprovechándose del banquete que el pueblo, en señal de respeto, le ofrece. De esta manera, Rulfo expone con sorna la negligencia estatal y la completa falta de empatía de las autoridades para con los más vulnerables. En lugar de centrar la atención en la reconstrucción del pueblo, el gobernador y sus funcionarios se dedican a beber y comer todo cuanto les ofrecen, sin reparar en que así endeudan a una población que acaba de sufrir una tragedia.