El astillero

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El fracaso del proyecto modernizador uruguayo

En El astillero pueden rastrearse los signos de un fenómeno que marcó la historia de Uruguay de mediados del siglo XX: el desplome económico y social que sobrevino a un proceso de bonanza y modernización muy importante. Desde comienzos del siglo, el país vivió una reforma política, económica y social muy ambiciosa, que lo ubicó a la vanguardia de América Latina. El mentor de ese proceso fue José Batlle y Ordóñez, líder del Partido Colorado, que impulsó un proyecto modernizador muy avanzado para su época, basado en el modelo de Estado de bienestar, la industrialización y la exportación. Sin embargo, promediando la mitad de siglo, el país experimentó un derrumbe económico devastador y pasó de ser un modelo de prosperidad, democracia y desarrollo a sufrir una crisis que lo empobrecería y lo hundiría en el subdesarrollo.

Alrededor de los años en que estalla la crisis económica, Onetti escribe El astillero, y en él se ven los signos de ese deterioro económico. El hecho de que la novela esté dedicada a Luis Batlle Berres, presidente de Uruguay en el período inmediato a la crisis (1947-1951), y sobrino de José Battle y Ordónez, abona esta perspectiva. Así, Puerto Astillero, y el astillero en particular, se configuran como la evidencia material de ese fracaso. El astillero cumplió un rol privilegiado en ese proceso económico en general y en la puesta en valor del puerto de Puerto Astillero en particular, en pos del modelo agroexportador. Sin embargo, en el presente de la novela, el astillero está completamente abandonado y arruinado. Persisten en él los restos que dejó ese proyecto, hoy obsoletos, como una evidencia cruda del fracaso.

El existencialismo

El existencialismo es una corriente de pensamiento que alcanzó distintas expresiones durante el siglo XIX y el XX, y que se pregunta por la condición existencial del ser humano. Sostiene que la existencia precede a la esencia del hombre, es decir, el hombre es un ser consciente que actúa de forma independiente y responsable, sin estar determinado por una esencia previa y arbitraria; son sus actos los que determinan su existencia y su vida. El existencialismo busca dar sentido y comprender la existencia del hombre, indagando sobre los problemas de la condición humana, el absurdo de la vida, la insignificancia del ser, su libertad, su muerte.

La literatura de Onetti está marcada por la impronta del existencialismo francés, cuyos principales referentes fueron los franceses Jean Paul Sartre y Albert Camus. En efecto, Onetti es considerado el primer escritor latinoamericano que percibe e incorpora rasgos de esa sensibilidad existencialista, que marca la cultura a partir de los años 40. En sus obras, al igual que en las novelas de Sartre y de Camus, predominan el pesimismo, la soledad y la angustia existencial, que condenan a sus personajes a convertirse en seres marginales. Sin embargo, un rasgo propio de Onetti es que sus personajes suelen echar mano de un recurso que les permite soportar esa angustia: la ficción, la invención de un mundo imaginario paralelo, compensatorio de su realidad desgraciada.

En El astillero, los personajes están atravesados por la degradación y el vacío. Conscientes de ese estado, se entregan a la realización de acciones por medio de las cuales intentan justificar sus existencias y restituirles un sentido, aunque saben que se trata de tareas inútiles. Así, el regreso de Larsen a Santa María se vincula con ese dilema existencial: vuelve dispuesto a asumir alguna responsabilidad que le dé un sentido a su vida, y por eso deposita sus esfuerzos en la misión de rescatar el astillero de Petrus. Esa ilusión es compartida por los demás personajes que habitan Puerto Astillero, que se abocan a una puesta en escena, a un simulacro de puesta en marcha del astillero, aún a sabiendas de que es una misión imposible. Lo importante no es que sea verdad, sino que la farsa suspenda, al menos provisoriamente, la evidencia de su insignificancia y del vacío de sus existencias.

En la novela, la cuestión existencial alcanza su punto de mayor explicitación durante el encuentro de Larsen con el doctor Díaz Grey. Así como el doctor asume la voz del saber a la hora de diagnosticar a Petrus y a Angélica, también se vuelve portavoz de la sensibilidad existencialista al develar que el hombre se crea farsas personales para evadir el vacío. Díaz Grey identifica la desesperación de Larsen y siente alivio porque le confirman que su propio vacío existencial es en realidad una experiencia común de la humanidad:

estaba de pronto alegre, estremecido por un sentimiento desacostumbrado y cálido, humilde, feliz y reconocido porque la vida de los hombres continuaba siendo absurda e inútil y de alguna manera y otra continuaba también enviándole emisarios, gratuitamente, para confirmar su absurdo y su inutilidad. (97)

El nihilismo

El nihilismo es la tendencia que, en respuesta a la pregunta existencialista sobre el significado de la vida, afirma que esta no tiene sentido. Esta falta de sentido afirma el absurdo del mundo y niega la existencia de una esencia o divinidad que justifique las angustias terrenales y el vacío existencial.

En la novela, el nihilismo sobrevuela a los personajes como una presencia que intentan evadir a través de la farsa. Con esta, se distraen y disimulan la opresión que les genera la angustia de saberse insignificantes. Pero cuando la farsa comienza a desmoronarse, la nada que define sus vidas comienza a emerger. Por eso, en su último viaje a Santa María, cuando Petrus ya está preso y Gálvez ha desaparecido, Larsen ve de lleno su vejez y su soledad, y le dice a Medina: “No hay nada, no hay manera de sacarme nada más porque no tengo” (199).

La perspectiva nihilista había sido ya manifestada en la voz del saber de Díaz Grey, cuando al enterarse de que Larsen está viviendo en Puerto Astillero y trabajando para Petrus, piensa:

estaba de pronto alegre, estremecido por un sentimiento desacostumbrado y cálido, humilde, feliz y reconocido porque la vida de los hombres continuaba siendo absurda e inútil y de alguna manera y otra continuaba también enviándole emisarios, gratuitamente, para confirmar su absurdo y su inutilidad. (97)

El médico muestra que es absolutamente consciente del sinsentido y el absurdo de la vida, y ve constatadas sus nociones con la experiencia de Larsen. Fiel al estilo de Onetti, Díaz Grey no se desespera ante esa evidencia, sino que siente una alegría que da cuenta de su resignación.

La farsa

En la narrativa de Juan Carlos Onetti se repite un motivo asociado a la ficción: sus personajes suelen emprender viajes a un universo inventado para liberarse de una realidad que aborrecen. En la medida en que sus realidades siempre son opresivas y vacías, hay una tendencia común en ellos por abstraerse y escapar de la realidad objetiva mediante alucinaciones o fantasías inventadas. Esa es el recurso que Onetti les ofrece para posponer sus fracasos.

En El astillero, los personajes idean una farsa, juegan a la mentira, se disfrazan y asumen máscaras, como un modo de recrearse una realidad nueva, compensatoria de su realidad vacía y degradada. Se inventan actividades para postergar su caída en la nada. Viven del simulacro de manera consciente, sabiendo que no es otra cosa que una ficción. En este sentido, Onetti expone este procedimiento en la voz autorizada de Díaz Grey, que elabora una teoría en torno a la farsa como mecanismo universal del hombre contra su angustia existencial: “Todos sabiendo que nuestra manera de vivir es una farsa, capaces de admitirlo, pero no haciéndolo porque cada uno necesita, además, proteger una farsa personal. También yo, claro. Petrus es un farsante cuando le ofrece la Gerencia General y usted otro cuando acepta. Es un juego, y usted y él saben que el otro está jugando” (103).

En una entrevista que dio Onetti a Emir Rodríguez Monegal en 1970, refiriéndose a El astillero, el autor aseguró que Larsen “trata de fabricar su redención por medio de una nueva esperanza. Después de haber fracasado con el prostíbulo vuelve a Santa María a triunfar en otra cosa. Entonces acepta el juego del astillero arruinado, acepta el absurdo”. Pero la esperanza y el sueño insensato de Larsen se derrumban. Abolida la farsa, el personaje queda otra vez expuesto a su vejez y a su insignificancia, y lo único que queda como posibilidad es su muerte.

La identidad

El astillero representa un hito en un proceso que la narrativa de Onetti desarrolla desde sus comienzos, en torno a la exploración del sujeto: aquí el autor lleva al límite la disolución de la identidad del ser.

Larsen regresa a Santa María y ese viaje simboliza una búsqueda: más viejo y solo que cuando fue expulsado, el personaje regresa a la ciudad con el objetivo de encontrar algún propósito que le otorgue un sentido a su vida. Allí, Larsen enmascara su vacío vital con un nuevo “yo” que suplanta al anterior. En este sentido, la máscara aparece como una figura capaz de ocultar la verdadera identidad y compensarla con otra nueva, inventada, más promisoria. La identidad de Larsen en la novela queda supeditada a las imposturas y falsedades que mejor se ajustan a su máscara. El personaje se desplaza por Puerto Astillero amoldándose a sus circunstancias: lo vemos impostar la autoridad del gerente general, la sumisión del empleado obediente, la sensibilidad del hombre enamorado, la seguridad del seductor de mujeres. La máscara le da ilusiones y le permite mantener cierta dignidad, postergando el momento de aceptar su realidad.

Pero Larsen no es el único que se vale de esta figura para compensar su insignificancia. Todos los personajes que habitan Puerto Astillero exhiben un doblez, un grado de impostura que vuelve indescifrables sus identidades. Al igual que muchos otros personajes de Onetti, transitan sus vidas miserables fabricándose máscaras que finalmente no cubren otra cosa que su desolación, su vacío, la nada. Reside allí el rasgo existencial y angustiante del personaje onettiano. Gálvez es quien mejor asume la máscara, y recién al momento de su muerte surge por primera vez su verdadero rostro, su verdadera identidad.

Las clases sociales

En la novela se representan distintas clases sociales. En particular, hay una diferencia muy marcada entre dos estratos, que se hacen visibles en los espacios de Puerto Astillero. Por un lado, una clase trabajadora, representada por Gálvez, Kunz, la mujer de Gálvez y Josefina, caracterizada por una vida humilde, dedicada al trabajo, y sobre todo en el caso de los trabajadores del astillero, sumida en la miseria. Por otro lado, una clase alta, adinerada, representada en la figura de Petrus, dueño del astillero que contrata a aquella clase trabajadora, y su hija, Angélica, que gracias a su posición económica no necesita trabajar. En esta tensión, Larsen es una figura híbrida, pues tiene pretensiones de pertenecer a esa clase alta y aparenta ser un miembro de ella, pero en la medida en que la novela avanza, su pobreza lo condena a la clase baja.

La diferencia entre estos dos estratos queda simbolizada en la casa de Petrus. La estructura vertical de la casa simboliza la estructura jerárquica entre clases. De esta manera, Petrus y Angélica habitan en las plantas superiores de la casa, mientras que Josefina vive en el piso de abajo, a la altura del suelo. La misión frustrada de Larsen de pertenecer a la clase adinerada y a la familia de Petrus queda simbolizada en su imposibilidad de acceder a esas plantas altas. Su entrada a la casa se da únicamente por el piso bajo, donde vive Josefina. Por eso, él reconoce su fracaso al evidenciar su identidad con la sirvienta y no con los Petrus: “Nosotros los pobres” (210), dice.

La locura

En la narrativa de Onetti son muy usuales las enfermedades que carcomen la integridad de los personajes y los someten a momentos de gran patetismo, que se suman a su ya característica desintegración física y moral. En El astillero la locura define a Jeremías Petrus y a su hija Angélica. Esta condición, sin embargo, es ambigua durante la mayor parte de la novela, pues se confunde y se mezcla con la farsa que el resto de los personajes recrea. El equívoco se resuelve con el diagnóstico certero del doctor Grey.

De hecho, la locura parece también amenazar a los empleados del astillero, cuando Larsen identifica que la farsa compartida comienza a convertirse para ellos en una nueva realidad. No obstante, hay un rasgo fundamental que los diferencia de Petrus: el viejo no expresa en toda la novela el menor signo de duda respecto de su misión, es decir, es incapaz de discernir ese doblez que Larsen, Gálvez y Kunz sí evidencian. Así, Petrus jamás se da por aludido respecto a su fracaso, ni Angélica parece distinguir la traición de Josefina. Esa brecha entre Larsen y los Petrus es la que imposibilita, en última instancia, que las misiones del primero resulten exitosas.