El astillero

El astillero Símbolos, Alegoría y Motivos

El astillero (Alegoría)

El astillero es alegoría del fracaso del proyecto modernizador uruguayo, porque es el punto en el que confluyen los elementos de un pasado económico promisorio con la devastación posterior. Lo que se pretendía espacio para la construcción y reparación de barcos (símbolos del posicionamiento de la región de cara al mundo), es decir, para el perfeccionamiento y la concreción del modelo agroexportador, deviene espacio de ruina y de muerte. Está lleno de máquinas obsoletas (“cadáveres de herramientas”, “piezas de metal en sus tumbas”, “máquinas en sus mausoleos”) y servicios inútiles (“fragmentadas por las promesas de luz de las flamantes columnas de alumbrado”, “la rampa vacía de barcos, de obreros”). El astillero dramatiza de esta manera el fracaso del modelo y la contracara del progreso: “el gran edificio carcomido se transformó en el templo desertado de una religión extinta” (174).

El escupitajo de Larsen (Símbolo)

Larsen repite en varias ocasiones el gesto de escupir como un modo de expresar su desprecio por lo que ve, pero también su frustración. Es un gesto despectivo que simboliza su rechazo a aquello que lo rodea, su disconformidad con la vida y, a la vez, su desparpajo. Larsen escupe su nuevo espacio de trabajo, el galpón del astillero, con lo cual exhibe una actitud irreverente y agresiva:

...volvió a escupir, no contra algo concreto, sino hacia todo, contra lo que estaba visible o representado, lo que podía recordarse sin necesidad de palabras o imágenes; contra el miedo, las diversas ignorancias, la miseria, el estrago y la muerte (…) escupió hacia arriba y hacia el frente, experto y definitivo, siguiendo con impersonal complacencia la parábola del proyectil. (38)

Santa María (Símbolo)

Para Larsen, Santa María es símbolo de su vida pasada, de aquel espacio al que ya no pertenece, y cuando la farsa en torno al astillero comienza a flaquear se convierte en símbolo de lo perdido (“el mundo perdido”, 149), esto es, de su libertad. En oposición, en Puerto Astillero Larsen se ve atado a la trampa de Petrus, y a su propia farsa, que pronto dejará de tener sentido y solo le mostrará lo vacía que es su vida.

La casa de Petrus (Símbolo)

La casa de Jeremías Petrus es símbolo de la familia y, en ese sentido, la añoranza de Larsen por ingresar en ella simboliza su deseo de entrar en su zona de confianza, formar parte de esa familia y reemplazar al viejo cuando muera. La casa es construida como tierra prometida y entrar en ella implica para Larsen formar parte de esa familia. Se lo plantea como uno de los objetivos con los que busca darle un sentido a su vida. Permanecerá por eso, inaccesible para Larsen, y él solo logrará entrar en la zona baja, de la servidumbre y la pobreza. El resto de la casa, los pisos altos, que corresponden a Petrus y a Angélica, permanecen vedados para él. Por eso Larsen fracasa en su intento por formar parte de esa familia: “(...) un cielo ambicionado, prometido; como las puertas de una ciudad en la que deseaba entrar, definitivamente, para usar el tiempo restante en el ejercicio de venganzas sin trascendencias (...)” (24).

Prender fuego el contrato (Símbolo)

Con la destrucción del contrato firmado por Petrus, Larsen pone fin a la farsa en torno a la recuperación del astillero. El hecho de que lo haga justo antes de acostarse con Josefina es muy significativo, pues constituye el momento en que su plan original de quedar a cargo de la familia Petrus queda absolutamente descartado, y ante ese fracaso se contenta en reemplazar a Angélica por su sirvienta. Aceptado este fracaso, Larsen acepta el fracaso del astillero y destruye el documento con que podía justificar su gerencia a largo plazo: “para quemar en la palangana el salvoconducto a la felicidad que le había firmado el viejo Petrus” (212).

El derrumbe final del astillero (Símbolo)

La escena de la destrucción del astillero que Larsen protagoniza en pleno delirio, desde la lancha que lo aleja definitivamente de Puerto Astillero, es muy significativa. Recién cuando el personaje logra tomar distancia de ese mundo y observarlo desde la lejanía de la lancha es que puede evidenciar los signos claros de su vertiginosa descomposición. El desmoronamiento del astillero simboliza así el derrumbe definitivo de la farsa que sostenía la expectativa de Larsen y disimulaba el sinsentido de su vida. Esfumado el simulacro, ya no hay nada que lo aferre a la vida, lo que queda confirmado por su repentina muerte, unos días después, de una pulmonía: “Hizo un esfuerzo para torcer la cabeza y estuvo mirando (…) la ruina veloz del astillero, el silencioso derrumbe de las paredes. Sorda al estrépito de la embarcación, su colgante oreja pudo discernir aún el susurro del musgo creciendo en los montones de ladrillos y el del orín devorando el hierro” (214).