El astillero

El astillero El espacio imaginario de Santa María

El astillero se desarrolla en Santa María y sus alrededores, un espacio imaginario que se repite y retoma en distintos tramos de la producción de Onetti. En la configuración de este espacio ficcional, el autor pone en funcionamiento su ambición de crear un mundo propio, inspirado en el real, aunque en gran medida opuesto a él, que goce de soberanía y realidad propia. Efectivamente, en el curso de distintas obras, Onetti va dotando a Santa María de un mito fundacional propio, una historia, una geografía, una tradición y un conjunto de personajes que lo habitan y marcan su impronta. En virtud de esta recurrencia, la crítica ha denominado a esta serie de obras ubicadas en ese espacio la saga de Santa María, porque ayudan a construir y recrear, como en episodios y etapas, la densidad de ese espacio.

Santa María nace en La vida breve (1950) como una creación subjetiva del protagonista, Brausen, que se dedica a escribir un argumento cinematográfico sobre un tal doctor Díaz Grey, que vive en esa ciudad inexistente. Surge entonces como una realidad de segundo grado, como una proyección mental de un personaje ficcional. Sin embargo, de a poco el espacio inventado comienza a ganar autonomía y el propio Brausen huye finalmente a una ciudad que se llama Santa María y que lo enfrenta a los personajes de su propia creación. Los habitantes de Santa María presienten que son espejismos, fantasías inventadas por otro personaje también literario, lo cual dota a este universo de Onetti de un alto grado de irrealidad desde sus orígenes.

En El astillero, parte de esa historia se hace visible. Por un lado, lo hace a través de los personajes recurrentes, como Díaz Grey y Lasen; por otro, en la aparición del monumento a Juan María Brausen, en el centro de la plaza de la ciudad. A esta altura de la narrativa de Onetti, el creador de la ficción de Santa María se convierte en un personaje más; significativamente en el prócer fundador de esa ciudad. Luego la saga se continúa en algunos cuentos y en dos novelas más: Juntacadáveres (1964), que repone el pasado de Larsen que El astillero escamotea, y en Cuando ya no importe (1993), con la cual se cierra la serie.

Santa María es una ciudad-puerto inventada pero que puede asociarse a un referente concreto extraliterario, el de la realidad rioplatense. Está situada, de hecho, en algún lugar a orillas del Río de la Plata. En El astillero, se remite a Buenos Aires como un punto cercano de esa topología, y se aluden otros espacios reconocibles del mapa uruguayo, como Colón y el Rosario. Es una ciudad que tuvo un momento de gloria en el pasado y ahora exhibe las huellas frustradas de esa gloria.

En este sentido, la pertenencia de esta ciudad ficcional al universo rioplatense permite situar su historia y su decadencia en un contexto socioeconómico específico, ligado al fracaso de los proyectos modernizadores que se dieron en el Río de la Plata a mediados del siglo XX, con particular fuerza en Uruguay. La dedicatoria que abre el libro, dirigida a Luis Batlle Berres, ex-presidente e ícono de ese proceso, abona esa relación.