El astillero

El astillero Citas y Análisis

“Luego vino el primer encuentro verdadero, la entrevista en el jardín en que Larsen fue humillado sin propósito y sin saberlo, en que le fue ofrecido un símbolo de humillaciones futuras y del fracaso final, una luz de peligro, una invitación a la renuncia que él fue incapaz de interpretar. No reconoció la calidad novedosa del problema que lo enfrentaba con miradas furtivas, escondiendo la mitad de la sonrisa para morderse las uñas; la vejez o el exceso de confianza le hicieron creer que la experiencia puede llegar a ser, por extensión y riqueza, infalible”.

Narrador (Cap. 3: p. La Glorieta 1, p.21)

En este fragmento, que corresponde al primer encuentro entre Larsen y Angélica, el narrador anticipa el final de la novela, en el que los planes de Larsen son frustrados: por un lado, ante el diagnóstico médico de Angélica, será imposible concretar su deseo de tener hijos con ella y unirse a la familia Petrus; por otro lado, su plan de dominio por sobre las mujeres será contrarrestado por el control que ejercerá sobre él Josefina. Este anticipo tan prematuro en el curso de la trama pondrá en duda todo signo de éxito que Larsen construya en adelante.

“Iba vigilante, inquieto, implacable y paternal, disimuladamente majestuoso, resuelto a desparramar ascensos y cesantías, necesitando creer que todo aquello era suyo y necesitando entregarse sin reservas a todo aquello con el único propósito de darle un sentido y atribuir este sentido a los años que le quedaban por vivir y, en consecuencia, a la totalidad de su vida”.

Narrador (Cap. 4: El astillero 2, p.39)

En esta cita se pone de manifiesto la dimensión existencial del viaje de Larsen a Santa María. Corresponde a su primer recorrido por el galpón del astillero desde que aceptó ser gerente general. A pesar de la ruina que encuentra, es consciente de que necesita creer en la farsa de que la empresa puede prosperar porque eso es lo único que puede darle un sentido a su vida vacía. El personaje se muestra dispuesto a desempeñar tareas inútiles, sin fundamento, con tal de prolongar una ficción que lo evada de su realidad insignificante.

“Son tan farsantes como yo. Se burlan del viejo, de mí, de los treinta millones; no creen siquiera que esto sea o haya sido un astillero (…) No creen, me doy cuenta, ni siquiera en lo que tocan y hacen, en los números de dinero, en los números de peso y tamaño. Pero trepan cada día la escalera de hierro y vienen a jugar a las siete horas de trabajo y sienten que el juego es más verdadero que las arañas, las goteras, las ratas, la esponja de las maderas podridas. Y si ellos están locos, es forzoso que yo esté loco. Porque yo podía jugar a mi juego porque lo estaba haciendo en soledad; pero si ellos, otros, me acompañan, el juego es lo serio, se transforma en lo real. Aceptarlo así –yo, que lo jugaba porque era juego– es aceptar la locura”.

Larsen (Cap. 7: La glorieta III – La casilla II, p. 59)

En esta cita se configura la farsa como un juego compartido entre los personajes. Larsen comprende que, al igual que él, Gálvez y Kunz dedican su vida al simulacro del astillero, incluso a pesar de su fuerte escepticismo. Están entregados a un ritual de impostura por el solo hecho de mantener una apariencia y una rutina que llene sus vidas. No interesa para ellos que eso sea creíble, mucho menos que sea verdadero, sino que lo que importa es seguir jugando. A fuerza de insistir, la apariencia cobra más verdad que la realidad concreta que los rodea: la degradación, las arañas, las goteras, la podredumbre.

Pero, además, aquí el gerente general lee por primera vez esa búsqueda de una realidad alternativa como un signo de locura. En la medida en que la farsa deja de ser un mecanismo individual y pasa a ser un ejercicio compartido por otros, comienza a convertirse en realidad. Y aceptar eso implica aceptar la locura compartida: todos ellos inventan una realidad paralela, que compensa la miserable realidad de la que intentan escapar.

“’Esta es la desgracia’, pensó, ‘(…) anduve dando vueltas para no enterarme, la ayudé a engordar con el sueño de la Gerencia General, de los 30 millones, de la boca que se rió sin sonido en la glorieta. Y ahora, cualquier cosa que haga serviría para que se me pegue con más fuerza. Lo único que queda para hacer es precisamente eso: cualquier cosa, hacer una cosa detrás de otra, sin interés, sin sentido (…) sin que importe que salgan bien o mal (…) cuando la desgracia se entera de que es inútil, empieza a secarse, se desprende y cae’”.

Narrador y Larsen (Cap 8: El astillero III – La casilla III, p.74)

En este pasaje se asiste a un punto alto en el pesimismo de Larsen. Es consciente del poder que tiene la desgracia sobre él. Tal es así que recurre a la personificación de la misma para darle esa fuerza. El personaje asume que, al dar rienda suelta a la farsa de la gerencia y de su vínculo con Angélica, no hizo más que incentivar el devenir de esa desgracia, y es esa opresión inevitable de la que es víctima y que lo entrega entonces a la tarea de hacer cosas sin sentido, sin motivación, sin interés. Larsen, en esta escena, desenmascara el vacío y la falta de sentido de su vida que hay detrás de la impostura.

“Estoy contento porque hace un rato sentí la desgracia, y era como si fuese mía, como si solo a mí me hubiera tocado y como si la llevara adentro quién sabe hasta cuándo. Ahora la veo afuera, ocupando a otros; entonces todo se hace más fácil. Una cosa es la enfermedad y otra la peste”.

Larsen (Cap. 8: El astillero III – La casilla III, p.79)

En este pasaje, Larsen abandona momentáneamente su tono impostado y autosuficiente, y exterioriza su angustia existencial con sus compañeros del astillero. Por un momento, el personaje puede alegrarse porque la soledad y la desgracia que lo corroen dejan de ser un rasgo individual y se convierten en una cualidad común entre todos ellos. Los personajes se hermanan así en una misma experiencia desgraciada y conforman una comunidad, en la que parecen no estar más solos.

“(...) no tenía más que aquella tediosa manía, el embrujo que soportaba y cumplía, la necesidad de prolongarlo. En la casilla sucia y fría, bebiendo sin emborracharse frente a la indiferencia del Gerente Administrativo, Larsen sintió el espanto de la lucidez. Fuera de la farsa que había aceptado literalmente como un empleo, no había más que el invierno, la vejez, el no tener dónde ir, la misma posibilidad de la muerte”.

Narrador (Cap. 9: El astillero IV – La casilla IV, p.86)

Aquí Larsen acaba de convencer a Gálvez para que regrese al astillero, es decir, para que se encarrile en la farsa y no renuncie al juego que comparten. Lo logra, pero el daño ya está hecho, porque la ausencia de Gálvez hizo tambalear la seguridad del simulacro, lo suficiente para que Larsen vea lo que se oculta detrás de ella: la vejez, la falta de un sentido en la vida y, en definitiva, la inminencia de la muerte.

“(...) estaba de pronto alegre, estremecido por un sentimiento desacostumbrado y cálido, humilde, feliz y reconocido porque la vida de los hombres continuaba siendo absurda e inútil y de alguna manera y otra continuaba también enviándole emisarios, gratuitamente, para confirmar su absurdo y su inutilidad”.

Narrador (Cap. 10: Santa María II, p.97)

Este fragmento corresponde a un pensamiento de Díaz Grey durante la entrevista que mantiene con Larsen en su consultorio. En ella toma cuerpo la sensibilidad existencialista de la novela y el nihilismo que se desprende de ella. Díaz Grey, que representa la voz del saber, es absolutamente consciente de que la vida del hombre es vacía, absurda, sin sentido, y la experiencia de Larsen le sirve como una reconfirmación de esa noción. De acuerdo al estilo de Onetti, sin embargo, el personaje de Díaz Grey no se desespera ante esa evidencia, sino que siente un alivio, una calidez, propia de su resignación.

“Pero este júbilo de sus ojos no era el de retorno de un destierro, o no solo eso. Miraban como si acabaran de resucitar y como seguros de que el recuerdo de la muerte recién dejada –un recuerdo intransferible, indócil a las palabras y al silencio– era ya para siempre una cualidad de sus almas. No volvían de un lugar determinado, según sus ojos; volvían de haber estado en ninguna parte, en una soledad absoluta y engañosamente poblada por símbolos: la ambición, la seguridad, el tiempo, el poder. Volvían, nunca del todo lúcidos, nunca verdaderamente liberados, de un particular infierno creado con ignorancia por el viejo Petrus”.

Díaz Grey (Cap 10: Santa María II, p.101)

Esta cita corresponde a un pensamiento del doctor Díaz Grey, simultáneo a la charla que mantiene con Larsen. Luego de reponer la historia de los gerentes generales que lo antecedieron, el doctor evoca para sí el impacto irreversible que generó en esos hombres la trampa de Petrus y la vida en Puerto Astillero. Díaz Grey diagnostica su paso por el astillero como una experiencia de profunda soledad; una la inmersión en un universo sostenido sobre símbolos falsos, que no tienen correspondencia con lo real. Ahora es Grey el que recurre a la metáfora de la muerte para definir el astillero: los anteriores gerentes han padecido allí una especie de estado de muerte, que los aleja para siempre de la cordura; de ahí que regresen como resucitados.

El hecho de que Díaz Grey se guarde estos pensamientos y no los comparta con Larsen impide que funcionen para él como una advertencia y, a la par, sí alertan al lector sobre el esperable y oscuro final de Larsen.

“Lo que siempre dije: ahora está sin sonrisa, él tuvo siempre esta cara debajo de la otra, todo el tiempo, mientras intentaba hacernos creer que vivía, mientras se moría aburrido entre una ya perdida mujer preñada, dos perros de hocico en punta, yo y Kunz, el barro infinito, la sombra del astillero y la grosería de la esperanza. Ahora sí que tiene una seriedad de hombre verdadero, una dureza, un resplandor que no se hubiera atrevido a mostrarle a la vida”.

Larsen (Capítulo 17: Santa María V, p.200)

Esta cita recupera un pensamiento que tiene Larsen cuando observa el cadáver de Gálvez. El personaje observa que, con su muerte, el gesto impostado de Gálvez se ha perdido y descubre su verdadero rostro. Representa el momento en que simbólicamente se ha caído la máscara de Gálvez, figura que metaforizaba la falsedad del personaje, su constante gesto impostado. En efecto, sabemos que el personaje, para compensar su vacío, se entregó a un simulacro que exigía mentiras y apariencias. Recién cuando muere esa exigencia se esfuma y emerge la verdadera identidad.

“Estaba solo, definitivamente y sin drama; tranqueaba, lento, sin voluntad y sin apuro, sin posibilidad ni deseo de elección, por un territorio cuyo mapa se iba encogiendo hora tras hora. Tenía el problema –no él: sus huesos, sus hilos, su sombra- de llegar a tiempo al lugar y al instante ignorados y exactos; tenía –de nadie- la promesa de que la cita sería cumplida”.

Narrador (Cap 18: El astillero VII – La glorieta V – La casa I – La casilla VII, p.202)

Este fragmento, que corresponde al último capítulo de la novela, pone de manifiesto la simbólica disolución que se empieza a operar no solo sobre el espacio de Santa María, cuyo mapa parece encogerse, sino también del personaje, Larsen, que en este capítulo se siente al fin muerto. Con esa disolución se representa su falta de propósitos: frustrado el simulacro, se expone su insignificancia y la vida y la muerte parecen ser lo mismo. Se genera de hecho un clima de fuerte irrealidad, donde no se entiende si el personaje está vivo o no. La ambigüedad queda sellada por los términos contradictorios “ignorados” y “exactos”, que son asignados antitéticamente al destino de Larsen, al tiempo y lugar al que estaría dirigiéndose. Con ello se anticipa su final incierto.