El astillero

El astillero Imágenes

La decadencia del astillero

La construcción del astillero en pleno estado de decadencia y descomposición es aludida recurrentemente a través de distintas imágenes que dan cuenta de su estado irreversible, como por ejemplo las imágenes visuales que lo asocian a la putrefacción de los cadáveres ("cadáveres de herramientas (...) cenotafios de yuyo, de lodo y sombra", p.39) o las imágenes olfativas que retratan su suciedad ("olor a podredumbre, a profundidades excavadas, a recuerdos muertos", p.90). La destrucción final del astillero, en efecto, es representada mediante una imagen auditiva y olfativa, que Larsen percibe desde la lancha: "su colgante oreja pudo discernir aún el susurro del musgo creciendo en los montones de ladrillos y el del orín devorando el hierro" (p. 214).

Angélica Petrus

El aspecto físico y la conducta de la hija de Petrus son representados mediante imágenes visuales y auditivas que acentúan su desorientación, falta de entendimiento y, finalmente, su idiotez. Se insiste en su mirada perdida, en su sonrisa sin razón, en la baba que constantemente le brota de la boca y en el sonido ronco, algo animal y estridente, de su risa absurda: "como ella era nadie, como solo podía dar en respuesta un sonido ronco y la boca entreabierta, embellecida por el resplandor de la saliva (...)" (p. 160).

La suciedad

La imagen de la suciedad configura gran parte de los espacios de Puerto Astillero y de los personajes que lo habitan. El astillero, la casilla de Gálvez, la oficina donde vive Kunz, los asentamientos pobres que rodean el astillero, el cafetín camino a Enduro, el bar El Chamamé son asociados con la suciedad y con características que se derivan de ella: lo gris, la sombra, la inmundicia, el abandono, la descomposición, el avance del lodo y los yuyos por sobre las superficies. Esa suciedad alcanza a aquellos personajes que están sumidos en la miseria. Así, la mujer de Gálvez es caracterizada como sucia y desaliñada, lo cual contrasta notablemente con la figura de Angélica, rubia, blanca, siempre arreglada, aunque hay en ella algo de artificial, de disfraz. La miseria incluso alcanza a Larsen, en la medida en que avanza la novela. Sin embargo, hace intentos por disimularla, y cada vez que se dispone a visitar a Angélica, se describe su excesivo ritual de limpieza y buen vestir.

El parto de la mujer de Gálvez

La escena del parto de la mujer de Gálvez se construye mediante varias imágenes visuales y auditivas que Larsen percibe y que hacen hincapié en el aspecto monstruoso y a la vez desesperante de ese parto solitario. El protagonista se acerca a la casilla de Gálvez atraído por el sonido de un rumor animal, que luego se torna en un alarido siniestro: "El ruido fue al principio una ciega, aguda protesta de cachorros; después, a medida que él iba cometiendo el error de enterarse, se hizo humano (...) el grito sofocado e incesante" (p. 213).

A medida que se acerca a la casilla, Larsen logra asociar esos sonidos con la imagen visual de la sangre y los espasmos corporales de la parturienta, que contribuyen a retratar la condición miserable de la mujer: "Vio a la mujer en la cama, semidesnuda, sangrante, forcejeando, con los dedos clavados en la cabeza que movía con furia y a compás. Vio la rotunda barriga asombrosa, distinguió los rápidos brillos de los ojos de vidrio y de los dientes apretados" (p. 213).