El astillero

El astillero Resumen y Análisis Capítulos 1-3

Resumen

Capítulo 1: Santa María I

La novela se inicia con el relato del regreso de Larsen (o Juntacadáveres) a Santa María luego de su expulsión cinco años atrás, escoltado por la policía y por decisión del Gobernador. El narrador, que es parte de la comunidad de Santa María, comenta que, si bien alguien profetizó su regreso, pocos lo creyeron; incluso el propio Larsen, disuadido por la derrota, parecía haber renunciado a la idea de volver.

Sin embargo, cinco años después, en el presente de la novela, Larsen desciende en la parada de autobuses que llegan de Colón, con apariencia domada. El narrador registra y describe las actividades que Larsen lleva adelante el día de su llegada, valiéndose de lo que los habitantes de Santa María ven y de sus impresiones. Así, Larsen toma un aperitivo y almuerza en el bar Berna, donde persigue la mirada del patrón hasta que este lo reconoce. El narrador dice que muchos evidencian su actitud exagerada y su afán por ser descubierto y reconocido, mientras que otros, al contrario, destacan su actitud apática y desafiante.

Luego, Larsen recupera su habitación en la pensión del Berna y sale a recorrer Santa María. Nadie lo ve durante algunas horas. Luego visita por primera vez el bar del hotel Plaza. El narrador afirma que, en todo su recorrido, Larsen no responde a las preguntas de los que tratan de ubicarlo, e introduce un testimonio anónimo de un habitante que describe a Larsen como triste, envejecido, con ganas de pelear y desconfiado. En el bar del Plaza conversa con el barman y ve al doctor Grey pero no lo saluda. Enseguida se va y el narrador estima que regresa a dormir al Berna. Comenta que, durante los quince días posteriores, nadie se lo cruza, hasta que lo reencuentran una mañana en la iglesia, después de la misa, con un ramo de flores violetas. En esa oportunidad, delante de Larsen pasa la hija de Jeremías Petrus, arrastrando a su padre y sonriendo a Larsen levemente.

Capítulo 2: El astillero 1

El capítulo se inicia con una reflexión del narrador en la que especula sobre las razones de Larsen para regresar a Santa María y, particularmente, para visitar el astillero. Se pregunta si él sabía ya de la decadencia con la que se iba a encontrar o si intervino la casualidad o el destino en su voluntad de volver.

Enseguida, el narrador retoma el relato minucioso del recorrido de Larsen, esta vez con destino al astillero, tal como indica el título del capítulo. Asegura que, según se supo más tarde, dos días después de su regreso Larsen se dirige a la rambla y se sienta a leer y almorzar en el muelle de pescadores. Toma finalmente una lancha que lo lleva hasta Puerto Astillero, donde está el astillero de Jeremías Petrus. Se encuentra con las primeras señales de abandono y decadencia: grúas oxidadas, el edifico del astillero derruido, el cartel que reza “Jeremías Petrus & Cía.” desgastado, la rampa para barcos vacía. Recorre casas pobres, calles de barro sin huellas recientes de vehículos, columnas de alambrado instaladas en el pasado y ahora en desuso. En la medida que avanza, Larsen observa su entorno con mirada despectiva.

Entra en el bar Belgrano y se sienta a tomar un anís, mientras espera que pase la lluvia que se avecina. De pronto, llega al bar una mujer alta y rubia que se dirige, enardecida, al patrón del bar. La acompaña detrás otra mujer que contrasta con aquella por su actitud mansa y servicial. Larsen las observa y exhibe un marcado interés por la primera mujer. Decide acercarse al mostrador para llamar su atención: se dirige al dueño del bar y le pide una marca mejor de anís, ostentando su buen gusto. Mientras tanto, el dueño y la mujer mantienen una conversación en la que ella manifiesta su preocupación por los esfuerzos de su padre por hacer que el negocio funcione y la frustración ante las promesas falsas de los gobiernos de turno. El patrón la tranquiliza y le dice que todo se solucionará pronto.

Entretanto, Larsen y la sirvienta se miran, hasta que ella le indica a la mujer rubia que deben irse, porque llueve y se hará de noche. Larsen permanece un rato más en el bar y luego toma la última lancha de regreso a Santa María.

Capítulo 3: La glorieta 1

Dos semanas después de su primera visita a Puerto Astillero, Larsen participa de la misa de domingo en la iglesia de Santa María, tal como se anticipó al final del primer capítulo. Porta un ramo de violetas y permanece quieto e indiferente a las miradas y los comentarios que hace sobre él la gente de la ciudad. Esta misa coincide, cuenta el narrador, con la estadía de Angélica Inés, hija de Petrus, en Santa María, en casa de unos parientes.

Luego, Larsen regresa a Puerto Astillero y se instala en una habitación del bar y hotel Belgrano. Allí visita en numerosas ocasiones la casa de Petrus y cuchichea con la sirvienta, donde aprende que fue criada por la difunta esposa de Petrus y que mantiene una relación de adoración, fraternidad y a la vez dominio con Angélica. En esas conversaciones, Larsen seduce a la sirvienta con regalos, ruegos y reflexiones sobre el amor y consigue convencerla para concertar un primer encuentro con Angélica en la glorieta del jardín de la casa.

El narrador anticipa que ese primer encuentro es el comienzo de una humillación a Larsen y de su fracaso. El día del encuentro, el viejo Petrus está en Buenos Aires haciendo consultas con su abogado y visitando ministerios y bancos a los fines de resucitar su negocio. Josefina recibe a Larsen en el portón de la casa y lo advierte de respetar a Angélica, a lo que Larsen responde mostrando exagerada obediencia. En el recorrido que lleva hacia la glorieta, Larsen advierte, disgustado, el estado de deterioro de la casa, y le reprocha a la familia Petrus estar abandonándola a la ruina. Desde la glorieta, mientras espera a Angélica, Larsen observa la casa con ambición.

Cuando llega Angélica, Larsen adopta una pose exagerada de cortesía. La mujer es descripta ahora con rasgos de idiotez y desorientación. Larsen le relata la tarde de lluvia en que la vio en el Belgrano y, con palabras seductoras, le confiesa que tuvo desde entonces la necesidad de verla y hablarle. La conversación queda trunca porque Josefina, que esperaba en el jardín, golpea a un perro e ingresa a la glorieta, como dando por terminado el encuentro. Larsen manifiesta su interés por volver a ver a Angélica y Josefina lo acompaña a la salida. Una vez en el portón, Larsen intenta besar en la boca a la sirvienta, a modo de agradecimiento, pero ella lo detiene con indiferencia.

Análisis

En estos primeros capítulos se introducen algunos de los espacios que serán fundamentales en la novela, a partir de la novedad que el regreso inesperado de Larsen imprime en ellos.

En efecto, la novela se inicia con la llegada de Larsen, o Juntacadáveres, a Santa María, suceso que impacta en sus habitantes, pues rompe un equilibrio construido en los últimos cinco años. El narrador se encargará de reconstruir minuciosamente el recorrido del personaje por la ciudad, a partir de testimonios que dan cuenta de que la comunidad de Santa María lo recibe recelosa.

Después de recorrer Santa María, el personaje principal visita los dos espacios que serán centrales para la trama: el astillero y la glorieta de la casa de Petrus. El astillero, que da nombre a la novela, es el espacio protagonista, lugar originalmente destinado a construir y reparar embarcaciones, pero que en el presente de la narración se encuentra sumido en el abandono y la ruina. Su aspecto condensa la decadencia en la que ha caído Santa María, especialmente Puerto Astillero, luego del fracaso del proyecto modernizador uruguayo que tuvo lugar a mediados del siglo XX. De ese modo, en el astillero persisten las huellas de ese proyecto, pero degradadas por el desgaste del tiempo y el desuso. En la medida en que Larsen camina, observa con desprecio: “Calles de tierra o barro, sin huellas de vehículos, fragmentadas por las promesas de luz de las flamantes columnas de alumbrado; y a su espalda el incomprensible edificio de cemento, la rampa vacía de barcos, de obreros, las grúas de hierro viejo que habrían de chirriar y quebrarse en cuanto alguien quisiera ponerlas en movimiento” (15). La representación de la rampa sin barcos es la marca más visible de que el astillero está fuera de servicio.

El fracaso del proyecto modernizador también es aludido en el segundo capítulo por la mujer rubia en el bar Belgrano, cuando destaca el origen político de esa decadencia material y responsabiliza a los gobiernos de no revertir la situación: “Los gobiernos pasan y todos dicen que sí, que tiene razón; pero pasan y no arreglan” (18). Pronto el lector confirmará que esta mujer es Angélica y su padre es el dueño del astillero, Jeremías Petrus.

La glorieta, por su parte, será el espacio de encuentro entre Larsen y Angélica, en la medida en que es un espacio reservado y situado fuera de la casa de Petrus, pues, para entrar en ella, hace falta una autorización del viejo. En ese sentido, Larsen añora poder entrar a la casa, que es metaforizada con la imagen del cielo prometido: “como la forma vacía de un cielo ambicionado, prometido; como las puertas de una ciudad en la que deseaba entrar” (24).

La novela se inicia, entonces, con la irrupción de Larsen en Santa María. El narrador rememora su expulsión por decisión del Gobernador, pero la razón de esa medida no será explicitada y permanecerá silenciada hasta el final. Sin embargo, se insinúan algunas pistas que permiten intuir que se trató de un suceso grave y de cierta violencia: el hombre, derrotado, tuvo que ser escoltado por la policía. Desde entonces, la comunidad de Santa María ha mantenido el tema enterrado, en silencio. Esto constituye un rasgo fundamental de la narrativa de Juan Carlos Onetti, que suele construirse sobre un punto vacío de información desde el cual se organiza el relato. La identidad de Larsen permanece marcada por ese enigma, lo que contribuye a sostener el alto grado de incertidumbre que vertebra toda la novela.

Por lo tanto, el relato se inicia y se organiza en torno a una incertidumbre fundante. A este clima, Onetti lo refuerza con estrategias narrativas que intensifican la imprecisión. La narración oscila entre un narrador-observador, que reconstruye la historia a partir de lo que ve pero también en base a testimonios de otras personas; fragmentos de monólogos de varios personajes y conjeturas propias; y un narrador de omnisciencia selectiva que presenta estados de conciencia de Larsen y en un solo capítulo se desplaza para presentar los pensamientos del doctor Díaz Grey.

El narrador-observador es el que abre la novela mediante el uso de una primera persona del plural, con la que afecta ser uno de los habitantes de la comunidad de Santa María y hablar en nombre de ese colectivo: “(...) el mismo Larsen, enfermo entonces por la derrota, escoltado por la policía, olvidó enseguida la frase, renunció a toda esperanza que se vinculara con su regreso a nosotros” (9). Esa voz adopta un estilo aparentemente documental, que busca mostrarse confiable y dar verosimilitud a su historia.

Sin embargo, en el relato que hace de los primeros paseos de Larsen por Santa María, se evidencia que este narrador está implicado subjetivamente con la comunidad y comparte su mirada negativa sobre Juntacadáveres: lo llama “forastero incurioso”. En ese sentido, su pretendida objetividad es puesta en duda. Además, los materiales de los que se vale para armar su relato de los hechos muchas veces son de procedencia dudosa: citas anónimas, chismes, rumores. Esto da cuenta también de cómo circula la información en Santa María, un espacio donde todos parecen conocerse y hablan a espaldas de la gente.

En suma, el discurso de este narrador-observador abunda en recursos que siembran incertidumbre y proponen múltiples sentidos posibles. Por un lado, presenta muchas veces más de una versión para relatar un mismo hecho, y en ciertos casos esas versiones resultan contradictorias. Por ejemplo, al comienzo del capítulo 2 presenta dos alternativas opuestas para definir la vuelta de Juntacadáveres: asevera primero que “fue la casualidad, claro”, y enseguida asegura lo opuesto: “O no fue la casualidad, sino el destino” (13).

Por otro lado, este narrador impregna su discurso de un tono conjetural, hipotético o de duda mediante el uso de adverbios (“probablemente”, “tal vez”, etc.) y verbos no aseverativos (“imaginar”, “poder ser”, “suponer”), o incluso reconociendo su propia incertidumbre o desestimando algunos testimonios que cita. Por último, utiliza el recurso de contar algo parcialmente, ocultando información, como sucede, por ejemplo, con el pasado de Larsen. Este conjunto de estrategias enmarcan un rasgo inherente a las novelas de Onetti: en ellas no interesa tanto la efectiva reconstrucción de los hechos sino la creación de un universo ambiguo, en el que arribar a un sentido único, definitivo, parece una misión imposible.

Como se dijo, el narrador-observador se alterna con otro narrador omnisciente, que se focaliza en la mayor parte de la novela en Larsen. Este narrador es capaz de describir el recorrido del personaje sin necesidad de contar con un testimonio o un chisme, y puede asimismo adentrarse en sus pensamientos: “Larsen supo en seguida que algo indefinido podía hacerse; que para él contaba solamente la mujer con botas, y que todo tendría que ser hecho a través de la segunda mujer, con su complicidad, con su resentida tolerancia. Esta, la sirvienta (…) no servía como problema al aburrimiento de Larsen” (16). De todas maneras, las motivaciones y los objetivos del protagonista no son explicitados. De hecho, muchas veces, el ingreso en su interioridad adensa aún más la incerteza y la ambigüedad. En este caso, por ejemplo, el narrador omnisciente permite al lector aprender que Larsen planea acercarse a la mujer rubia por medio de su sirvienta, pero el sentido último de su plan se evade.

Esta cualidad esquiva responde una vez más al afán de Onetti por abordar mundos inciertos y se vincula con la dimensión existencialista de la novela. Larsen regresa a Santa María marcado por la vejez, el pesimismo y la angustia existencial. Vuelve impulsado por una inquietud identitaria: va en busca de una nueva finalidad que rescate el sentido de su vida; una responsabilidad que lo exima de enfrentarse al opresivo vacío de su soledad, aun cuando esa tarea sea simulacro de algo imposible. Por eso el personaje asume desde su regreso un constante tono de falsedad e impostura; porque está haciendo el esfuerzo de evadir la desgracia definitiva que lo asedia.

Sus actos son premeditados; no deja nada librado al azar. Por ejemplo, en el bar Belgrano monta una escena para llamar la atención de las mujeres. Si bien sabe que cuando salgan van a pasar delante de él y lo verán, él decide forzar el encuentro: “el instante aconsejaba otra cosa, otra manera de ser mirado” (17). Como si se tratara de una puesta en escena, Larsen se acerca al mostrador y ostenta ante el barman su buen gusto en bebidas. El narrador omnisciente permite acceder al cálculo de Larsen, pero la reconstrucción de su interioridad tampoco es exhaustiva sino parcial, y omite sus intenciones de fondo. Esto evidencia una vez más que lo que interesa en la narración no es acceder a la verdad de Larsen, sino retratar su constante empeño por ocultar y falsificar su identidad. Esos vacíos estimulan al lector a ir reponiendo con el correr de los capítulos aquello que no se termina de decir.

El propósito de Larsen queda mejor definido en su primer encuentro con Angélica en la glorieta de la residencia de Petrus, cuando esboza su deseo por ingresar en la casa de Petrus. Para contribuir aún más a la incertidumbre, y ahondar en el patetismo de la figura de Larsen, el narrador contrarresta su cita exitosa con un anticipo de su fracaso y su humillación. Obnubilado por la farsa y por un exceso de confianza, el personaje es incapaz de anticipar un desenlace fatal:

la entrevista en el jardín en que Larsen fue humillado sin propósito y sin saberlo, en que le ofrecido un símbolo de humillaciones futuras y del fracaso final, una luz de peligro, una invitación a la renuncia que él fue incapaz de interpretar. No reconoció la calidad novedosa del problema que lo enfrentaba con miradas furtivas, escondiendo la mitad de la sonrisa para morderse las uñas; la vejez o el exceso de confianza le hicieron creer que la experiencia puede llegar a ser, por extensión y riqueza, infalible. (21)

Algo de ese fracaso tendrá que ver con la enigmática relación entre Angélica y Josefina. La primera es descripta con signos de idiotez y desorientación; como un animal acorralado, con una risa inmotivada, e incapaz de terminar las frases. Su actitud es sumisa y contrasta con la actitud dominante e imponente que parece definir a Josefina, tanto por las reglas que le impone a Larsen, como por la violencia con la que trata al perro en el jardín y, finalmente, por el rechazo al beso de Larsen. En este último caso, Josefina frena el acercamiento de Larsen como si le hablara a un animal, con un seco “quieto”. Con ese gesto, la sirvienta asume un rol dominante incluso por sobre el hombre y parece ubicarse por fuera de su farsa, indiferente a ella.