Muerte de un viajante

Muerte de un viajante Resumen y Análisis Acto II (Primera parte)

Resumen

Willy y Linda desayunan, alegres. Hablan sobre Biff y Happy, que salieron temprano, juntos,y sobre la cita que Biff tiene con Oliver. Yéndose, Willy dice que comprará semillas al volver esa tarde, y que mantiene la esperanza de que tengan una casita de campo en el futuro, con habitaciones para que sus hijos puedan visitarlos con sus esposas. Linda le pregunta a su marido si hablará con Howard y este responde que sí, que le dirá que ya no puede seguir en la carretera. Luego Linda le recuerda que le pida un pequeño anticipo para poder pagar la prima del seguro, como también la reparación del coche y de la nevera. Willy despotrica contra los electrodomésticos que se estropean. Entonces Linda dice que con doscientos dólares saldrán adelante: con eso terminarán de pagar la hipoteca, después de veinticinco años. Por último, Linda le dice a Willy que Biff y Happy lo invitaron a cenar, solos los tres, en un restaurante esa noche. Willy se entusiasma con el plan y, antes de irse, le pide a Linda que no zurza más medias.

Ya sola, Linda llama por teléfono a Biff. Le cuenta, entusiasmada, que el tubo de goma ya no está en el sótano, así que Willy se debe haber deshecho de él. Sin embargo, de inmediato se entera que quien se deshizo del tubo fue Biff. Finalmente, Linda le desea a su hijo que tenga éxitos en su reunión con Oliver.

Willy ingresa a la oficina de Howard Wagner. Sobre la mesa hay un magnetófono que Howard enciende mientras saluda a Willy. Durante varios minutos, Loman intenta hablarle sobre el trabajo, pero Howard le hace oír las grabaciones de sus hijos y su esposa en el magnetófono. Willy termina afirmando que se comprará uno, empujado por Howard, que dice que solo cuesta ciento cincuenta dólares y que no se puede vivir sin ese objeto. Finalmente, Willy plantea que no puede seguir viajando e intenta recordarle a Howard lo que le dijo tiempo atrás acerca de conseguirle un puesto en la ciudad. Howard responde que no encontró ningún puesto. Willy insiste, humilde: sus hijos son grandes, no necesita que le pague más de sesenta y cinco dólares a la semana; él está demasiado cansado como para viajar, y nunca antes le ha pedido un favor a nadie. Howard se niega: no tiene vacantes. Willy le pide compasión: él ya trabajaba para su padre cuando este le preguntó qué le parecía el nombre Howard para su hijo por nacer. Ante la negativa de Howard, Willy comienza a enojarse: solo necesita cincuenta dólares por semana, es un buen vendedor, a los dieciocho años decidió no ir a Alaska, como su padre y su hermano, porque conoció a un viajante de comercio de ochenta y cinco años que era querido en todos lados por su trabajo, y entonces él apostó a su trabajo y a su futuro en la empresa. Pero en aquel entonces había respeto y camaradería, y la personalidad era de lo más importante en la profesión. Hoy todo es rutinario, distinto, lamenta Willy; ya no lo conocen.

Howard no se conmueve por el relato de Willy y dice que debe atender a otras personas. Willy levanta la voz: su padre, le dice a Howard, le hizo promesas en ese mismo despacho. Y ahora, después de treinta y seis años en la empresa, no puede ni pagar su seguro.

Howard sale de la oficina. Willy queda solo por unos instantes, dándose cuenta de que le gritó a su jefe. Luego habla solo, dirigiéndose en su imaginación a Frank, padre de Howard, preguntándole si no recuerda sus promesas. Accidentalmente, enciende el magnetófono y comienzan a reproducirse las voces grabadas de los hijos de Howard. Willy se asusta y sus gritos hacen entrar a Howard.

Howard vuelve y Willy se despide diciendo que irá a Boston. Howard le dice que no: hace tiempo quiere decirle que ya no quiere que trabaje para la empresa. Willy se desespera: necesita el dinero. Howard le dice que no sea orgulloso y le pida a sus hijos, que ya son grandes. Willy replica que no puede depender de sus hijos, que no es un inválido. Howard se retira diciéndole que, cuando pueda, deje los muestrarios en la oficina.

Willy queda solo y Ben aparece en el escenario. Willy le pregunta cómo logró su éxito, a lo que Ben responde que no requiere mucho si uno sabe lo que hace. Willy llora: todo le ha salido mal. Ben le ofrece ocuparse de su negocio maderero en Alaska. Willy se entusiasma y llama a gritos a Linda. Esta aparece, con su aspecto del pasado. Willy le comenta la oferta de Alaska y Linda argumenta que allí donde están tiene un trabajo muy bueno y eso es suficiente, que no hace falta que todos los hombres conquisten el mundo. Luego, Linda se dirige a Ben y le dice que Wagner prometió a Willy hacerlo socio de la empresa algún día. Willy se convence con las palabras de su esposa de que está en el camino correcto y no debe cambiarlo. Ben está por irse, pero Willy lo retiene para mostrarle a Biff, que acaba de llegar, y contarle que tres universidades lo disputan. Lo importante, dice, no es lo que uno hace sino a quiénes conoce, los contactos. Eso es lo bueno del país: uno puede terminar cargado de brillantes solo porque agrada a los demás. Eso le sucederá a Biff. Ben se va, advirtiéndole que hay un continente esperándolo para hacerlo rico. Willy dice que lo logrará allí donde está.

Análisis

El segundo acto se inicia con un tono completamente distinto, en términos dramáticos, al que gobernaba al primero. El giro, encarnado más que nada en la actitud de Willy, responde a una única motivación: la reunión que Biff tendrá con Bill Oliver. Eso es lo que esperanza a Willy y lo que lo vuelve alegre y optimista. Tan alegre está que Linda está convencida de que su marido abandonó su plan suicida. Sin embargo, Biff no tarda en corregirla, señalando que lamentablemente fue él mismo quien quitó el tubo de goma del sótano.

De todos modos, el aire de optimismo gobierna la primera escena de este inicio de acto. A pesar de que nada está exactamente resuelto, el hecho de que Biff haya partido a la reunión con Bill hace que Willy, lejos de controlar sus expectativas, se comporte como si su hijo ya fuera dueño del negocio que, en realidad, solo planea tener. Linda tampoco puede evitar su emoción al hablar sobre Biff: “Con ese traje parecía un…, ¡alguien importante!” (p. 139).

La esperanza del matrimonio Loman, igualmente, no deja de estar contrastada con una realidad que se ofrece mucho menos maravillosa. Los electrodomésticos, como el auto, siguen arruinándose y se mantienen así como un silencioso símbolo del deterioro y la decadencia que los Loman no pueden superar: "¡Por una sola vez en mi vida, me gustaría tener algo que funcione como Dios manda antes de que se estropee! ¡Siempre estoy compitiendo con los chatarreros! Acabo de pagar el coche y está en las últimas. La nevera consume correas como una puñetera maníaca. Calculan la duración de estos chismes, sí, la calculan para que, en cuando termines de pagarlos, dejen de funcionar" (p.140). Los problemas siguen siendo consecuencia de un sistema capitalista ideado para el consumo: los productos no están diseñados para durar, resistir, sino para arruinarse dentro de determinado lapso de tiempo y así tener que ser reemplazados.

Algo de ese funcionamiento se replica en el trabajo, en tanto las personas que son empleadas dentro de un sistema son desechadas en cuanto se vuelven menos productivas. La escena entre Willy y Howard basa su tragicidad justamente en ese concepto. Willy conserva una noción más romántica del trabajo, más ligada a la vocación y a la personalidad, mientras que Howard no se guía por nada que tenga que ver con lo humano: su mirada está puesta plenamente en la productividad y en los avances tecnológicos.

Willy y Howard no representan solamente opiniones contrapuestas, sino también generaciones disímiles. Willy se identifica con una manera de pensar el trabajo que se liga a un pasado. Esto se evidencia, entre otras cosas, en las referencias que el personaje cita en su entrevista, como por ejemplo el caso de aquel viejo vendedor que conoció cuando era joven y que “cuando murió, cientos de viajantes y clientes asistieron a su entierro. Luego, durante meses, flotó una atmósfera de tristeza en muchos trenes” (p.146). Willy utiliza esta referencia para ilustrarle a Howard su desazón: “En aquellos tiempos, la personalidad contaba más en la profesión, Howard. Había respeto, camaradería y gratitud. Hoy todo es rutinario y no hay ocasión de cultivar la amistad o de desplegar la personalidad en el trabajo. ¿Comprendes lo que quiero decir? Ya no me conocen” (p.146). Esa manera de pensar y vivir el trabajo se encuentra abandonada o superada por la modernidad, representada por Howard. La escena con el magnetófono simboliza perfectamente esa disonancia: Howard está fascinado por un aparato, último grito de la tecnología, y no le presta atención a Willy, cuyo “valor” en tanto trabajador reside en años y años de experiencia. Willy se ve perturbado por un aparato que no puede comprender y lo asusta por su poder. Lo que Willy acaba exigiendo es algo de respeto por un hombre que ha dedicado, sacrificado su vida y su existencia por un trabajo, y que hoy es desechado por el mismo sistema que lo exprimió hasta agotarlo: “¡Te estoy hablando de tu padre! ¡Me hizo ciertas promesas en este mismo despacho! No puedes decirme que has de atender a alguien…, he trabajado treinta y seis años para esta empresa, Howard, ¡y ahora no puedo pagar mi seguro! No puedes comerte la naranja y tirar la cáscara… ¡Un hombre no es una fruta!” (p.146).

En este segmento del segundo acto, entonces, Miller sitúa a Howard Wagner como un símbolo del progreso y la innovación que contrasta con las nociones desactualizadas que Willy Loman conserva sobre el mundo de los negocios. Casi todos los detalles de la oficina de Howard enfatizan la innovación y la novedad tecnológica, desde la moderna oficina hasta el magnetófono que fascina a su dueño. La escena muestra cómo Howard está más interesado en el futuro que en el pasado, en tanto ignora los ruegos de su empleado y se concentra solamente en su novedoso aparato. En contraste, Willy no puede hablar sobre su futuro en la compañía, sino sobre su historia en ella y las promesas que se le hicieron en el pasado. El miedo que le produce a Willy el magnetófono funciona como símbolo de la obsolescencia del personaje en el mundo moderno de los negocios: Loman no puede lidiar con la innovación. Incluso sus valores, como se evidencia en esta escena, parecen ya inútiles: Willy habla sobre un tiempo pasado en el que ser un viajante de comercio volvía a un hombre merecedor de respeto y afecto, un tiempo que claramente no tiene lugar en el presente (y que quizás tampoco lo tuvo en el pasado). Willy nuevamente queda preso de su idea de que la personalidad y los contactos son factores críticos en el mundo de los negocios, un discurso que no parece tener mucho asidero en una realidad donde los aparatos tecnológicos son más dignos de admiración que los hombres.

La fracasada reunión con Howard desespera a Willy y traslada su mente a una escena pasada en la que el protagonista rechazó una oferta de Ben para trabajar con él en Alaska. El flashback deja ver que la decisión no residió tanto en Willy, sino que la opinión determinante fue más bien la de Linda:

WILLY: Linda, me ha hecho una oferta para ir a Alaska.

LINDA: Pero tienes… (A Ben) Aquí tiene un empleo muy bueno.

WILLY: Pero en Alaska, pequeña, podría…

LINDA: ¡Tal como te va ahora es suficiente, Willy!

BEN: (a Linda) ¿Suficiente para qué, querida?

LINDA: (temerosa de Ben y enfadada con él) ¡No le digas esas cosas! Suficiente para ser feliz aquí y ahora. (A Willy, mientras Ben se ríe) ¿Por qué todos tenéis que conquistar el mundo? Caes muy bien a la gente, los chicos te quieren y algún día… (A Ben) El viejo Wagner le dijo hace poco que, si continuaba así, sería socio de la empresa, ¿no es cierto, Willy?

(p.149)

La motivación de este flashback es clara, y coincide con la de la mayoría de los casos en la obra: el remordimiento, el arrepentimiento. En este caso, lo que perturba a Willy es recordar una oportunidad que hoy siente desperdiciada, sentimiento que se exalta en tanto acaba de comprobar, en su reunión con Howard, que nada de lo que creía sucedió. El peso dramático del flashback tiene que ver, como suele suceder en la pieza, con el contraste entre las expectativas del pasado y la desconcertante realidad del presente: “Estoy forjando algo en esta empresa, Ben, y si uno forja algo, es que probablemente va por el buen camino, ¿no crees?” (p.149), se explicaba Willy ante su hermano años atrás. Pero la particularidad de este flashback es que por primera vez el peso de la decisión que en el presente se considera equivocada no reside en Willy Loman. Es su esposa la que consideró “suficiente” el trabajo que Willy desempeñaba, y quien lo empujó a apostar a esa empresa de la cual algún día, supuestamente, sería socio. Aunque Willy sea quien termine convenciéndose de que está en el “buen camino”, es probable que guarde algún tipo de rencor hacia su esposa por esa situación. Esto, de alguna manera, explicaría en parte el trato que Willy tiene para con Linda, y el modo en que esta no solo no reacciona de mal modo ante él sino que actúa con infinita ternura y comprensión ante su marido.