Muerte de un viajante

Muerte de un viajante Resumen y Análisis Acto I (Cuarta parte)

Resumen

Ben se fue del escenario, pero Willy sigue hablándole sobre sus hijos. Entra Linda, en bata, y le sugiere que vaya a dormir. Willy le pregunta dónde está el reloj con brillantes que le regaló Ben, y Linda le responde que él mismo lo empeñó años atrás. Willy sale diciendo que saldrá a caminar y vuelve a hablar solo.

Aparecen Biff y Happy, y hablan con su madre acerca de Willy. Linda dice que está peor cuando Biff vuelve a la casa, porque se llena de expectativas, luego se pone nervioso y se termina enfadando. La madre termina exigiéndole a su hijo que tome una decisión: o trata a su padre con el debido respeto o no vuelve más a la casa.

Entonces los tres oyen a Willy hablando en tono burlón como si se dirigiera a Biff. Este último intenta responderle pero su madre lo detiene. “¡Deja de disculparle, mamá! Siempre te ha tratado como a un trapo sucio. Jamás te ha tenido ni una pizca de respeto” (p.127), dice Biff, y luego elogia el comportamiento de Charley. Linda dice que Willy no será el mejor hombre del mundo pero es un ser humano que está sufriendo, y que luego de treinta y seis años de trabajar en la misma empresa le retiraron el salario. Cuando Biff y Happy se sorprenden y despotrican contra los jefes de su padre, Linda dice que ellos, como hijos, no se están comportando mucho mejor. Finalmente, cuenta que Willy le pide cincuenta dólares prestados a Charley cada semana, y finge ante ella que es lo que ganó como comisión de sus ventas.

Biff promete quedarse en la casa y conseguir un empleo. Linda le pregunta por qué fue lo echó Willy años atrás.“¡Porque sé que es un farsante y no quiere tener a su alrededor a nadie que lo sepa!” (p.129), responde Biff. Linda y Happy no entienden a qué se refiere. Entonces Linda le informa que su padre ha intentado suicidarse. Hay testigos de que su incidente automovilístico no fue un accidente, sino que se dirigió hacia el puente a propósito. Por otro lado, ella encontró en el sótano, el mes pasado, un tubo de goma corto escondido, y bajo la caldera había un manguito nuevo, de unión, en la tubería de gas. Los muchachos preguntan si lo quitó, y Linda responde que cada mañana lo quita, pero luego lo vuelve a poner, porque teme que le resulte insultante.

Biff se disculpa con su madre y promete no descuidar más la situación. Dice que no sirve para estar atado a un empleo, pero lo intentará. Happy le dice que su problema es que nunca intenta agradar a la gente. Y en el mundo del comercio, agrega, hay quienes creen que Biff está loco. Biff responde que no le importa lo que piensen; se han reído de su padre durante años, por lo que ambos deberían trabajar de carpinteros fuera de la ciudad.

Entra Willy y dice que a él nadie lo considera un loco en el mundo del comercio, y luego desafía a su hijo a ir a varias ciudades a preguntar por Willy Loman: en algunos sitios es una persona muy importante. Luego de buscar la pelea con su hijo, se dispone a irse a dormir. Biff le cuenta que al día siguiente irá a ver a Bill Oliver y le pedirá capital para dedicarse a los negocios. Linda festeja la noticia, pero Willy le ordena que se calle y luego le pregunta a Biff si su negocio será de artículos deportivos, y cuánto le dará Oliver. Biff no sabe, no lo ha visto todavía. Willy, entre ansioso y violento, le grita. Happy interrumpe: le propone a Biff que hagan una línea de artículos deportivos juntos. A los padres les parece maravilloso, y a los hermanos también. Linda intenta felicitarlos pero Willy la calla y luego empieza a darle consejos a Biff: que no vaya con ropa deportiva a ver a Oliver; que hable lo menos posible y no cuente chistes; que se muestre serio, elegante y tranquilo. Y que le pida quince mil dólares, que no sea modesto, ni parezca preocupado. Lo importante es la personalidad. Luego vuelve a maltratar a Linda, que intenta opinar, y Biff lo enfrenta pidiéndole que no le grite a su madre. Padre e hijo discuten hasta que Willy se va. Entonces Linda le reprocha a Biff que le haya vuelto a pelear, y le pide que vaya a disculparse con él a su habitación.

Los hermanos quedan dialogando, soñando con sus ideas de poner el negocio familiar. Luego Biff va a saludar a su padre. Willy sigue hablando a los gritos, diciéndole que “exprima” a Oliver. Biff le pide que se tranquilice. Willy continúa: que no se subestime, que hay algo grande en él, etc.

Los chicos salen y el matrimonio queda hablando. Willy recuerda la entrada que hizo al campo en un partido Biff, años atrás. Luego, Linda pregunta, tímidamente, qué es lo que lo enfrenta con Biff. Pero Willy dice que está cansado. Linda le pregunta si al día siguiente volverá a pedirle a Howard que lo deje trabajar en Nueva York. Willy dice que sí y que todo se arreglará.

En el sótano, Biff saca un tubo de goma de detrás de la caldera. Horrorizado, mueve la cabeza hacia la habitación de sus padres.

Análisis

La escena final del primer acto revela, por primera vez en la obra, la perspectiva de Linda y el registro que esta tiene de la situación. En una franca conversación con sus hijos, Linda se muestra como el personaje que más al tanto está del estado senil de Willy. Sin embargo, también es quien más defiende a su marido y exige sea respetado:

No puedes venir a verme sólo a mí, porque yo le quiero. (Las lágrimas amenazan con brotar de sus ojos, pero no pasan de ahí.) Es el hombre al que más quiero en el mundo, y no toleraré que nadie le haga sentirse superfluo, deprimido y triste. Tienes que tomar de una vez una decisión, hijo, no puedes seguir con esa actitud. O le guardas a tu padre el debido respeto, o no vengas más a casa. Sé que no es fácil llevarse bien con él, nadie lo sabe mejor que yo, pero… (p.127)

De alguna manera, Linda elige a su marido por sobre sus hijos: prescindirá de la compañía de Biff y Happy, sacrificando su lugar de madre, con tal de no causarle a Willy el dolor y la frustración que le trae el pelearse con su hijo. Lo principal que exige Linda es que Willy sea tratado con respeto y que nadie lo haga sentir “superfluo”. Es decir, la principal preocupación de Linda radica en cuidar el autoestima de un hombre que, tal como se muestra en la obra, es de por sí delicado.

En el discurso de la mujer se evidencia también que ella, como Happy, desconoce el motivo que inició el antagonismo entre Biff y Willy. Esto resulta en que los tres mantengan posiciones distintas acerca de la calidad de persona que es Willy Loman:

BIFF: ¡Deja de disculparle, mamá! Siempre te ha tratado como a un trapo sucio. Jamás te ha tenido ni una pizca de respeto.

HAPPY: Papá siempre la ha respetado.

BIFF: ¿Qué coño sabes tú de esto?

HAPPY: ¡Sólo te pido que no digas que está loco!

BIFF: No tiene carácter… Charley no haría una cosa así. No lo haría en su propia casa… Vomitar esa porquería que le ronda la cabeza…

(p.127)

Biff parece enfurecerse al oír a su madre exigir para Willy un respeto que él nunca tuvo para con ella. Este tipo de declaración confunde o al menos sorprende a su madre y a su hermano: los diálogos sueltan breves indicios de que el motivo de conflicto entre Willy y Biff tiene un carácter secreto. Ese secreto actuará como objeto de intriga y, por ende, motor de la trama.

Biff sabe algo que los demás no, pero lo calla, como lo hizo durante años. Su madre ignora el asunto y reprende a su hijo como lo haría a un niño caprichoso: “Has de meterte en la cabeza que un día llamarás a esta puerta y te encontrarás con que aquí viven unos desconocidos” (p.127), amenaza.

Esta escena es la más relevante en cuanto al personaje de Linda, pero también resulta hondamente explicativa en cuanto al carácter de Willy. El protagonista está fuera del escenario la primera parte de la escena, por lo que los demás personajes pueden hablar sobre él sin miramientos. Así, Linda revela ante sus hijos, y por lo tanto al espectador, ciertas informaciones sobre Willy: "No te digo que sea un gran hombre. Willy Loman nunca ha ganado mucho dinero. Su nombre no ha salido nunca en los periódicos. No es la persona más agradable que jamás haya existido, pero es un ser humano, y le está ocurriendo algo terrible. Por eso debemos prestarle atención, evitar que acabe en la tumba como un perro viejo" (p.128).

Que Willy Loman esté fuera de escena es determinante: Linda describe a Willy de una manera que él nunca podría describirse a sí mismo, al menos no en público, y mucho menos frente a sus hijos. Esos muchachos que de adolescentes admiraban el éxito que narraba su padre tras volver de trabajar, ahora oyen a su madre describir un estado real de la cuestión que dista mucho de lo maravilloso. Willy no solo ahora está en una situación más difícil en cuanto a lo laboral, sino que nunca ganó demasiado dinero; a Willy ahora no lo reconocen como él cree se merece, pero en verdad nunca fue reconocido. Muy lejos de la imagen que Willy quiere dar sobre sí mismo, Linda devela otra verdad de la vida de su marido, y apela a que sus hijos ayuden a su padre, al menos movidos por la compasión: “Un hombre humilde puede agotarse tanto como un gran hombre. En marzo hará treinta y seis años que trabaja para la empresa, ha introducido sus productos en zonas desconocidas, y ahora que empieza a envejecer, le retiran el salario” (p.128). En este tipo de parlamentos de Linda comienza a manifestarse la denuncia que la obra hace al sistema capitalista: sostenidas e impulsadas por el único valor de la competencia, las empresas exprimen a sus trabajadores hasta que estos dejan de rendir lo suficiente y, entonces, los desechan. Sigue Linda: “¡Desde hace un mes y una semana, sólo cobra comisiones, como un principiante, un desconocido!” (p.128). Pero la sutil mirada de Miller no se detiene en la mera denuncia a un sistema mundial e incontrolable, sino también en el modo en que cambia el trato que los hijos tienen para con sus padres en cuanto estos pierden la fuerza y la solidez encantadoras que alguna vez tuvieron. Cuando Biff y Happy se indignan por el modo en la empresa trata a su padre, Linda establece un doloroso paralelo entre el universo laboral y el familiar:

¿Son peores ellos que los hijos de Willy? Cuando les conseguía beneficios, cuando era joven, se alegraban de verle. Pero ahora sus viejos amigos, los agentes de compras de antaño, que tanto aprecio le tenían y que siempre se las arreglaban para hacerle un pedido cuando estaba apurado, han muerto o se han jubilado. Antes podía hacer en Boston seis o siete visitas al día. Ahora, con sólo sacar las maletas del coche y volver a meterlas, se agota. (p.128)

La vejez le quitó a Willy su frescura, su encanto, sus contactos, su fuerza, y todo eso se llevó también su salario, su autoestima y el afecto de varias personas. Tal como Linda lo plantea, pareciera imposible que el estado mental Willy se mantuviera intacto:

Ahora, en vez de pasear, habla. Viaja más de mil kilómetros, y cuando llega a su destino nadie le conoce, nadie le da la bienvenida. ¿Y qué pasa por la cabeza de un hombre que recorre mil kilómetros sin ganar un centavo? ¿Por qué no habría de hablar consigo mismo? ¿Por qué no? ¡Tiene que recurrir a Charley, pedirle prestados cincuenta dólares a la semana y fingir delante de mí que eso es lo que ha ganado! ¿Hasta cuándo podrá seguir así?

(p.128)

Linda es quien más padece la senilidad de Willy, pero es también, sin embargo, quien más intenta comprender lo que sucede en la mente de un hombre que anhelaba el éxito y, llegado a un momento tardío de su vida, ve que la fortuna escapa de él. Sobre todo, lo que Linda intenta comprender es cómo opera esta desgracia en un hombre que siempre se caracterizó por su orgullo: Willy no quiere dar lástima, ni rebajar su imagen a la de un hombre que no puede proveer a su familia, y por lo tanto se humilla ante Charley cada semana para poder llegar a su casa simulando al menos una situación menos hostil.

El complejo carácter de Willy Loman, personaje cuyos sentimientos primarios parecen oscilar entre la humillación y el orgullo, se hace visible en la excitación que lo gobierna en la segunda parte de la escena. El solo oír el plan que Biff acaba de comentarle, acerca de pedirle un préstamo a Oliver y poner un negocio junto a su hermano hace acelerar los pensamientos y las emociones de Willy a un nivel que lo deja casi al borde del colapso. Por un lado, le ruega a su hijo que en esa futura reunión controle ciertos impulsos como el de bromear, hablar demasiado, vestirse de determinada manera, todas actitudes que parecen más propias de Willy que de su hijo. Por el otro, estos consejos se confunden con otros muy distintos, como el de que “exprima” a Oliver y que no rebaje su imagen a la de un principiante:

WILLY: Exprime a…

BIFF: Que te tranquilices.

WILLY (incapaz de resistirse): Y si cae algo de la mesa mientras hablas con él, un paquete de tabaco o lo que sea, no lo recojas. Para eso están los meritorios.

(p.136)

El estado de excitación y explosión de emociones que toma a Willy tiene su raíz en dos asuntos: por un lado, él vivió los últimos quince o veinte años perturbado por el fracaso de su hijo, del cual se sentía culpable; por el otro, Willy parece estar hablando o aconsejándose a sí mismo, intentando explicarse qué es lo que debería hacer si empezara de nuevo, qué errores no cometer. Nuevamente, las historias de Willy y de Biff se confunden, por momentos, en una misma frustración para el padre. Porque es, también, una misma alegría, una misma esperanza. Willy dice sobre Biff, al final de esta escena: “Dios mío, aún hará algo grande. ¡Una estrella como ésa, espléndida, jamás puede extinguirse!” (p.136), y con sus palabras parece estar reivindicando tanto a su hijo como a sí mismo.