Muerte de un viajante

Muerte de un viajante Resumen y Análisis Acto II (Cuarta parte), Réquiem

Resumen

Acto II (Cuarta parte)

Happy y Biff entran a la casa y Linda los recibe, enfurecida. Les pregunta cómo han podido abandonar a su padre así, humillarlo de esa manera. Biff pide hablar con él. Happy dice que él fue con esas chicas a perseguir a Biff para tratar de animarlo. Linda les grita a ambos que se vayan y no vuelvan. Happy dice que su padre igual la pasó bien con ellos y Biff lo calla, molesto. Happy sube a su habitación.

Linda insulta a Biff, acusándolo de holgazán y de mala persona. Este le da la razón a su madre y luego insiste en su decisión de tener una conversación seria con su padre. Entonces oye martillazos: es Willy plantando un huerto, en plena madrugada. Biff se horroriza y sale a verlo.

Mientras trabaja en la tierra, Willy habla en su imaginación con Ben acerca de un negocio de veinte mil dólares garantizados. Por el diálogo se comprende que se trata del seguro de vida de Willy. Ben duda en cuanto a la conveniencia del negocio, hasta que le da cierta razón. Willy asegura que su entierro será impresionante, que vendrán de todos lados. Ben dice que su hijo pensará que es un cobarde y lo odiará. Willy le suplica a su hermano que vuelvan a los buenos tiempos, cuando eran niños y había noticias agradables.

Biff le anuncia a su padre su partida definitiva. Willy le pregunta si se verá con Oliver. Biff le habla seriamente: cada vez que él se fue de la casa, fue por una pelea. Hoy comprendió que no importa de quién es la culpa. Linda considera que lo mejor es que Biff se vaya, y el joven intenta darle la mano a Willy, pero este insiste: “No hay ninguna necesidad de mencionar la estilográfica, ¿sabes?” (p.180). Con suavidad, Biff vuelve a decirle que no tiene ninguna cita con Oliver. Willy se niega a darle la mano y le dice a Linda que su hijo lo odia.

Biff le pregunta qué es lo que quiere de él. Su padre responde que quiere que él sepa que el odio es lo que destruyó su vida, y que no le eche la culpa, porque él no piensa cargar con las consecuencias. Biff insiste en que no le echa la culpa, pero ante los gritos de su padre lo desafía: le muestra el tubo de goma y le pide que se explique. Willy niega saber de qué se trata y Biff lo acusa de farsante, y de hacerlo a propósito para lograr su piedad. “¡Ya ves cómo me odia!” (p.181), le vuelve a decir Willy a Linda. “¡En esta casa nunca se ha dicho la verdad durante diez minutos!” (p.182), grita Biff. Y como Happy lo contradice en esta última sentencia, Biff dispara contra él: “Tú, gallito, ¿eres el ayudante del jefe de compras? No, tú eres uno de los dos ayudantes del ayudante del jefe compras, ¿no es cierto?” (p.182), y Happy debe reconocerlo. Biff dice que todos, en la familia, son mentirosos. Ante los llantos de su madre, Biff decide poner la verdad sobre la mesa y confiesa que en una ocasión robó un traje en Kansas y estuvo en la cárcel, y que lo han echado de todos los empleos que tuvo por robar. Responsabiliza al padre: “¡Y nunca he llegado a ninguna parte porque me llenaste tanto la cabeza de pájaros que no puedo aceptar órdenes de nadie!” (p.182).

Willy interrumpe el discurso de Biff sugiriéndole que entonces se ahorque. Pero Biff dice que no, que deben aceptar que no son nadie; él va a dejar de intentar ser algo que no quiere ser, y su padre debe dejar de esperar que lo haga. Biff llora y anuncia que se marchará por la mañana. Le pide a Linda que ayude a Willy a acostarse y se va a su habitación. Willy queda conmovido porque su hijo haya llorado por él: “Biff.. ¡me aprecia!” (p.183). Luego, embargado por la emoción, grita como una promesa: “¡ese muchacho va a ser magnífico!” (p.183).

Aparece entonces Ben y, como respondiendo a esta última línea de Willy, afirma: “Sí, excelente, con un respaldo de veinte mil dólares” (p.184). Linda percibe que su marido empieza a hundirse en pensamientos e intenta llevarlo a la cama. Happy le dice a su padre que se casará y cambiará, pero este no responde; oye a Ben hablando de una jungla oscura llena de diamantes. A pesar de las súplicas de Linda, Willy decide quedarse un momento a solas antes de subir a dormir. Willy le responde a Ben que sí, que esa es la única manera. Luego, le dice, entusiasmado, que su hijo Biff lo quiere, y que será magnífico con veinte mil dólares en el bolsillo. Ben incentiva su entusiasmo, luego avanza hacia la oscuridad y Willy lo sigue. Se oye un grito de Linda, llamándolo desde la habitación. Willy camina como callando sonidos que perturban su cabeza, y se precipita fuera de la casa.

Linda vuelve a llamarlo y no obtiene respuesta. Entonces se oye el ruido de un coche que se pone en marcha y sale a toda velocidad. Linda grita y Biff baja corriendo las escaleras llamando, desesperado, a su padre.

Después, la música deviene marcha fúnebre. Biff, Happy y Linda se visten lentamente. Amanece. Charley y Bernard se presentan, vestidos de negro, en la puerta. Linda baja vestida de luto, con un ramillete en la mano. Todos caminan hasta frenarse en gesto de contemplar una tumba.

Réquiem

Charley le dice a Linda, quien sigue arrodillada frente a la tumba, que ya está anocheciendo. Biff también insiste en que se levante. Happy protesta, enojado, contra la decisión de su padre: “le hubiéramos ayudado” (p.187), dice. Charley gruñe. Linda habla por primera vez para preguntar por qué nadie se presentó al entierro. Luego dice que no comprende: por primera vez en treinta y cinco años estaban libres de deudas. Solo necesitaba un pequeño salario. “Ningún hombre necesita tan sólo un pequeño salario” (p.187), responde Charley. Biff comenta que “sus sueños estaban equivocados” (p.188). Happy lo contradice, pero Biff se reafirma: su padre nunca supo quién era. Charley dice que no se lo puede culpar: un viajante debe soñar. Happy dice que le demostrará a su hermano y al mundo que Willy Loman no murió en vano y que tuvo un buen sueño, el único que se puede tener: el de ser el número uno y esforzarse porque sus hijos lo sean. Y él, dice Happy, lo será.

Biff mira con desesperanza a Happy y luego se inclina hacia su madre, diciéndole que es hora de irse. Linda pide un momento a solas para despedirse. Luego se dirige a la tumba y le pregunta por qué hizo lo que hizo, ahora que terminaron de pagar la casa, que ya no tienen deudas, ahora que son libres. Biff levanta a su madre y la abraza. Se alejan. Los siguen Charley, Bernard y Happy. En el escenario se ve cómo, por encima de la casa, se alzan “nítidas, esas sombrías torres que son los bloques de pisos” (p.189).

Análisis

El final de la obra se compone de una serie de elementos trágicos. El primero es el brutal enfrentamiento entre quienes sostuvieron un antagonismo durante toda la obra: Biff y Willy. El joven intenta abandonar la casa y la familia sin atravesar un conflicto, pero Willy no se lo permite: se niega a saludarlo como el joven pide, insiste en que asista a la inexistente reunión con Oliver y también lo amenaza para que no se vaya de la casa. El conjunto contradictorio de acciones y discursos confunde a Biff, quien decide exponerse ante su padre, preguntándole qué es lo que quiere de él. La respuesta de Willy evidencia los complejos sentimientos de responsabilidad y negación que perturban al hombre: le exige a su hijo que no le eche la culpa de sus fracasos. Es entonces cuando Biff decide poner las cartas sobre la mesa y pedir que, por primera vez en esa casa, se hable con sinceridad. En ese marco, el joven admite ante sus padres el largo historial de robos que cometió desde adolescente y que acabó costándole hasta un encarcelamiento. Biff nunca pudo controlar una conducta que, como se vio en los flashbacks, no fue corregida por su padre a tiempo (fue, incluso, festejada), y que le impidió comportarse con normalidad y conseguir trabajos en su vida adulta. En una línea similar, el joven denuncia que el discurso exacerbadamente ilusorio con el cual su padre gobernó el hogar familiar impidió su desarrollo: “Nunca he llegado a ninguna parte porque me llenaste tanto la cabeza de pájaros que no puedo aceptar órdenes de nadie!” (p.182), sentencia, desesperado, y señalando un comportamiento común en su padre que, sabemos, no ha tenido consecuencias solo en el joven, sino también en el mismo Willy y en Happy. Los “pájaros en la cabeza” son metáfora de los aires de grandeza, de la soberbia exagerada, que le impiden a Biff trabajar como lo hace la mayor parte de la gente. Y es esa misma soberbia la que le impide a Willy aceptar el trabajo que le ofrece Charley, y la misma que lleva a Happy a pavonearse de un cargo en el trabajo que, en realidad, no tiene. El orgullo exagerado les impide a los miembros de la familia pensar y actuar con claridad, ceder y aceptar ciertas circunstancias. Lo que Biff pide, en esta escena, es realismo. Y nada más realista que la muerte. Biff trae a la escena el elemento de goma con el que, como todos en la casa saben pero mantienen en secreto delante de Willy, el padre planea matarse.

Es interesante que, incluso hablando sobre la muerte, sobre su propio suicidio, Willy precise disfrazar la circunstancia, exacerbarla, colmarla de ilusión. El hombre le habla a su hermano con tono profesional, con aire de un gran hombre de negocios que plantea ante otro haber descubierto el trato perfecto:

BEN: ¿Cuál es el negocio?

WILLY: Son veinte mil dólares al contado. Garantizados, un asunto de máxima confianza, ¿comprendes?

(p.178)

La decisión ya trágica del suicidio se vuelve más terrible en términos dramáticos en tanto las palabras que utiliza Willy para convencerse de realizar tal acción se enmarcan en el discurso capitalista. La obra deja en claro así su denuncia; lo que motiva el suicidio de Willy es una necesidad económica: “Qué negocio, ¿eh? Excelente, excelente. Porque ella ha sufrido mucho, Ben, esa mujer ha sufrido mucho, ¿comprendes? Un hombre no puede irse y volver en esas condiciones, Ben, un hombre tiene que conseguir algún resultado” (p.178). Willy no puede renunciar a sus ideas acerca de lo que debe ser un hombre, y esas ideas están estrechamente ligadas al éxito económico, a la posibilidad de proveer. El protagonista de la obra ve obstaculizada la posibilidad de brindar sustento económico a su familia estando en vida, y la frustración lo lleva a colocar al valor de lo económico por encima del de la vida. Sin embargo, nada parece presentársele fácil a Willy cuando se trata de conseguir dinero, ni siquiera entregando su propia vida:

BEN: No seas iluso. Es posible que consideren que la póliza no lo cubre.

WILLY: ¿Cómo se atreverían a negarse? ¿No me he deslomado trabajando para pagar religiosamente todas las primas? ¿Y ahora no van a pagar? ¡Imposible!

BEN: Te llamarán cobarde, William.

WILLY: ¿Por qué? ¿Acaso necesito más redaños para quedarme aquí el resto de mi vida, convertido en un cero a la izquierda?

(p.178)

Una personalidad como la de Willy, atravesada por polos opuestos de emociones, como el orgullo exagerado y la más honda humillación, vive en una lucha consigo mismo. El diálogo imaginario que sostiene con Ben es el modo en que la pieza ilustra ese carácter de constante pugna: Ben está muerto y la discusión que el protagonista mantiene con él no existe más que en su mente; Ben representa una de las dos posiciones que se debaten al interior de Willy. Y este diálogo se resuelve con Willy convenciendo a Ben, es decir, Willy convenciéndose a sí mismo:

BEN (cediendo): En eso tienes razón, William. (Da unos pasos, pensando, y se vuelve). Y veinte mil…, eso es algo palpable, desde luego, no una quimera.

WILLY: ¡En eso estriba su belleza, Ben! Lo veo como un diamante que brilla en la oscuridad, duro y áspero, que puedo recoger y tocar con la mano.

(p.178)

Varias de las discusiones que Willy mantenía con otros personajes a causa de sus ideas sobre lo necesario para tener éxito en los negocios tenían que ver con el problema de lo tangible, lo concreto, y lo abstracto. Escenas atrás Willy discutía con Charley: el primero hacía hincapié en que él le había dado nombre a Howard y ahora ese hombre lo echaba, mientras que el segundo le pedía que entendiera que ese tipo de valor no tenía ninguna importancia, que lo único definitivo era lo que se podía palpar con las manos, lo que se podía vender. En el fragmento citado del diálogo entre Willy y Ben parecería recuperarse ese motivo: los veinte mil dólares del seguro son “palpables”; por primera vez parecería que Willy apuesta a un negocio que no se basa en quimeras, sino que se dispone a conseguir algo que puede “recoger y tocar con la mano”. Eso sí, a cambio debe dar su vida. La imagen a la que recurre Willy, y que se repetirá en boca de Ben en varias oportunidades hasta la salida definitiva de la escena del protagonista, apunta a la particularidad del “negocio”, a las circunstancias que deben atravesarse antes de obtener el tesoro. Los veinte mil dólares son vislumbrados por Willy “como un diamante que brilla en la oscuridad”, es decir, como un magnífico tesoro al que se accede con la valentía de adentrarse en la muerte.

A pesar de que desde esta conversación con Ben Willy parece convencido de su decisión final, el modo en que se suceden las acciones produce que la intriga se mantenga hasta el final del segundo acto. Porque si lo que definió la perturbación del protagonista a lo largo de años fue su complejo antagonismo con su propio hijo, la conversación que ambos acaban manteniendo en este acto pareciera tener que apaciguar la honda desesperación que empujaba a Willy al suicidio. Sin embargo, la obra ofrece un movimiento que, por contrario, no atenta contra el verosímil y al mismo tiempo intensifica el carácter trágico de la pieza: el saber que Biff nunca perdió el cariño por su padre, el saber que su hijo es capaz de preocuparse por él hasta deshacerse en lágrimas, conmueve a Willy hasta el punto de anhelar con mayor fuerza facilitarle a su muchacho las oportunidades de conseguir algún éxito, ayudándolo con los veinte mil dólares del seguro. Y así, entre el reconfortante sentimiento de reconciliación con su amado hijo y la esperanza de que este finalmente encuentre un camino en su vida, Willy se entrega a la muerte.

El Réquiem ofrece una última imagen irónica que completa el cuadro trágico del protagonista, en tanto el entierro configura un final cruel y patético para la vida del viajante. En el segundo acto, Willy fantaseaba sobre lo que pasaría después de su muerte, y vociferaba ante el Ben que habitaba en su imaginación: “¡El entierro será impresionante! ¡Vendrán de Maine, Massachusetts, Vermont, New Hampshire! Todos los veteranos, con matrículas desconocidas en sus coches…, ese chico se quedará boquiabierto, Ben (...)! (p.178). Las últimas expectativas de Willy Loman tampoco se cumplen: por un lado, al entierro solo asisten su esposa, sus hijos y los fieles Charley y Bernard; por el otro, Biff no acaba de sentir por su padre una impresión o emoción tal que lo deje “boquiabierto”, como Willy desearía. De hecho, el joven es el único que se atreve a decir que el hombre al que están velando tuvo sueños “equivocados” y que nunca supo realmente quién era. Biff parece haber decidido que, después de vivir por años las consecuencias de la mentira, es hora de adoptar la sinceridad como actitud definitiva.

No es exactamente lo que sucede con Happy, quien sin pudor protesta contra la decisión de su padre y profiere: “le hubiéramos ayudado” (p.187). El comentario del joven resulta irónico, en tanto sabemos que Happy efectivamente sabía que su padre necesitaba ayuda -aquella ayuda que le reclamaba Biff-, y que, pudiendo haberlo ayudado, no lo hizo. Charley lo sabe y por eso gruñe ante el comentario del joven: el vecino y amigo de Willy lo ayudó hasta el final, incluso dejándose maltratar por él, y solo tiene para el difunto palabras de comprensión y afecto.

En relación a Happy, también es notorio cómo el joven no logra apaciguar el sentimiento competitivo y los sueños de éxito que su padre le inculcó: insiste con que ahora deberá ser el número uno, ya que supuestamente eso es lo que Willy quería para sus hijos. Es decir, Happy enarbola la exigencia de grandeza como bandera a sostener, incluso cuando está enterrando a su padre, incluso cuando está siendo testigo de lo que esa clase de sueño hace en un hombre.

Una última nota irónica de la pieza aparece en boca de Linda: su marido se suicidó el día en que terminó de pagar la casa. La sensación de estabilidad financiera añorada durante tantos años se presenta por primera vez en la historia de un hombre cuando este ya no existe: Willy Loman trabajó por treinta y cinco años para poder construir esta sensación de seguridad y estabilidad, y sin embargo se suicida justo cuando podría empezar a disfrutar de los resultados de su sacrificio.

La obra termina con una última imagen simbólica. Cuando los familiares de Willy se alejan, en el escenario se ve cómo, por encima de la casa, se alzan, “nítidas, esas sombrías torres que son los bloques de pisos” (p.189). La modernidad y los brutales avances del progreso a los que tanto temía Willy Loman se alzan, triunfantes, frente a su lecho de muerte, indicando la clara victoria de un sistema basado en la novedad por sobre la vida y el sacrificio de un hombre con sueños de grandeza.