La vuelta al mundo en ochenta días

La vuelta al mundo en ochenta días Resumen y Análisis Capítulos XXVII-XXXI

Resumen

Cuando el tren se acerca al Gran Lago Salado en Utah, un hombre mormón sube a bordo, vestido como si fuera un miembro del clero. Es un misionero llamado Elder William Hitch, y anuncia que dará una conferencia en el vagón 117 sobre el mormonismo. Passepartout está intrigado y decide acercarse a escuchar.

El anciano habla para un moderado público de cómo el gobierno ha estado tratando de oprimirlos, pero también afirma que la resistencia es grande. Narra la historia de los mormones desde los tiempos bíblicos hasta el presente. Algunos de los oyentes se alejan, desinteresados, pero Passepartout se queda, solo, hasta el final. Cuando el anciano le pregunta si "plantará su tienda" (p.184) bajo la sombra de la bandera mormona, Passepartout se niega y finalmente deja el vagón.

El tren hace una parada en el Gran Lago Salado, y mister Fogg y su grupo tienen tiempo para visitarlo. Mientras deambulan junto a las mujeres de allí, Passepartout se maravilla ante el fenómeno de la poligamia que practican los mormones. Decide que siente lástima por el marido, que tiene la tarea de guiar a tantas esposas por la vida.

Nuevamente en el tren, este entra en terreno montañoso y peligroso. Como de costumbre, mister Fogg está tranquilo, pero Passepartout se preocupa por los posibles retrasos. En un momento, Aída reconoce al coronel Stamp Proctor, el hombre que peleó con mister Fogg en San Francisco. Se alarma porque se ha encariñado con mister Fogg de una manera que reconoce que es algo más que gratitud. Para distraer a Fogg, ella y Passepartout adquieren una baraja de cartas y lo involucran en un juego de whist.

El tren continúa atravesando el desierto estadounidense, pero de repente hace una parada inesperada: el puente que deben cruzar está en malas condiciones y no aguantará el peso del tren. Han enviado un telégrafo para llamar a otra formación, pero probablemente pasarán seis horas antes de que llegue. Todos los pasajeros están molestos, hasta que un hombre sugiere que, si se acercan al puente a alta velocidad, tienen muchas posibilidades de cruzarlo. Passepartout no está de acuerdo y propone que todos bajen con la carga, y así el tren pase vacío, para luego pasar ellos, pero no es escuchado. Luego de deliberar, todos están de acuerdo en realizar la hazaña: a ciento cincuenta kilómetros por hora, el tren pasa sin problemas, pero detrás de ellos el puente cae y estalla contra los rápidos del río.

A mitad del viaje en tren, Fogg y Proctor se encuentran. Todavía afectados por lo que sucedió en San Francisco, acuerdan entablar un duelo. Limpian un coche en la parte trasera del tren, y Proctor y Fogg toman cada uno un revólver. Sin embargo, cuando están a punto de comenzar a disparar, el tren es atacado por una banda de indios sioux.

Los sioux asaltan el tren y los pasajeros intentan luchar con valor contra ellos; incluso Aída se defiende con un revólver. Necesitan descubrir cómo detener el tren, porque a menos que el tren se detenga en la siguiente estación (un fuerte con soldados), los sioux ganarán la pelea. Passepartout de repente descubre cómo detener el tren y se lanza a hacerlo, en un impulso que nos recuerda el momento en que rescató a Aída de la pira funeraria, en la India.

Una vez detenido el tren, los soldados del fuerte vienen al rescate y los sioux huyen, pero se presenta otro problema: Passepartout y otros pasajeros han sido secuestrados por los indios.

Mientras los soldados atienden a los heridos en el fuerte, Fogg está decidido a encontrar a Passepartout, vivo o muerto. Entiende que incluso un solo día le haría perder su barco en Nueva York, pero sabe que es su deber encontrar a su leal sirviente. Decide ir en busca de los sioux, y el capitán del fuerte envía treinta soldados para que lo acompañen. Le pide a Fix que se quede con Aída y la mantenga a salvo. Fix acepta, y luego se pregunta por qué lo hizo; no puede entender por qué está tan fascinado por Fogg, cuando su objetivo es arrestarlo.

El tren se prepara para partir una vez más, con Fogg todavía fuera. Aída se niega a irse en el tren, y Fix se da cuenta de que algo también lo detiene, y debe quedarse allí con ella a esperar a Fogg. Finalmente, Fogg aparece, junto a Passepartout y a los otros pasajeros que han sido rescatados.

Ahora llevan veinte horas de retraso, y Passepartout se castiga a sí mismo, una vez más, por ser la causa del retraso. Fix, sin embargo, propone que recuperen el tiempo montando en un trineo para alcanzar al tren en Omaha, Nebraska. Como es invierno, hay nieve en el suelo y el trineo tiene velas para atrapar el viento. Así, puede moverse incluso más rápido que un tren expreso. Liderados por el conductor del trineo, Mudge, llegan a Omaha a través del frío, justo a tiempo para tomar un tren. El resto del viaje en tren a Nueva York transcurre sin incidentes. Sin embargo, una vez que llegan al puerto, se dan cuenta de que el vapor salió apenas 45 minutos antes de su llegada.


Análisis

En su retrato de diferentes sistemas de creencias, Verne a menudo compone caricaturas de algunas religiones. Esto se experimentó inicialmente durante el viaje del grupo por la India, cuando el hinduismo fue retratado como exótico y a menudo bárbaro, y vuelve a entrar en juego en estos capítulos con el mormonismo. El mormonismo aparece como un extraño producto de la libertad religiosa de la que Estados Unidos se enorgullece. Se apodera de muchos de sus estereotipos, particularmente la poligamia, y solapa algunos juicios de valor en los pensamientos cómicos de Passepartout al respecto:

Passepartout, en su cualidad de soltero militante, no miraba sin cierto horror a esas mormonas, encargadas de forjar, entre muchas, la felicidad de un solo hombre. En su buen sentido, de quien se apiadaba más era del marido. Le parecía espeluznante tener que guiar tantas damas al mismo tiempo por las peripecias de la vida, conduciéndolas así, en tropel, hasta el Edén mormónico, con la perspectiva de tenerlas allí, por toda la eternidad, en compañía del glorioso Smith, que debía ser adorno de aquel jardín de delicias (p.186).

Este punto de vista, evidentemente patriarcal, casi misógino, se completa con la secuencia final del capítulo: un mormón corre hacia el tren en movimiento y se sube, desesperado, escapando de la comunidad mormona:

Cuando el mormón recuperó el aliento, Passepartout se atrevió a preguntarle educadamente cuántas mujeres tenía para el solo, y por la forma en que se venía escapando conjeturaba que una veintena al menos.

-¡Una, señor!- contestó el mormón, alzando los brazos al cielo-, ¡Una ya es bastante!”

(p.187)

Por otra parte, en estos capítulos se forma una alianza entre Aída, Passepartout y Fix. Los tres intentan proteger a mister Fogg lo mejor que pueden y ayudarlo a regresar a Londres, pero cada uno tiene motivaciones muy diferentes. Aída se mueve por su creciente amor por el hombre que la salvó de la muerte en la India. Passepartout, por su parte, está motivado por una profunda lealtad a su amo y su causa. Fix, por otro lado, sigue su sentido del deber: el detective necesita llevar a Fogg de regreso a Inglaterra sano y salvo para que finalmente pueda hacer su trabajo y arrestarlo. Podríamos decir que hay una ironía dramática aquí, ya que Fogg no tiene idea de que estos esfuerzos a su alrededor para mantenerlo a salvo están efectivamente ocurriendo: el amo está demasiado preocupado por salir triunfante en su apuesta, y cree, además, que es él mismo quien tiene absolutamente todo bajo control.

Cuando intentan cruzar el puente, Passepartout encarna la voz de la lógica y la razón en un momento de pánico acalorado. Con su propuesta, la más sensata, demuestra que en realidad es más inteligente de lo que se cree. Sin embargo, debido a que es un sirviente, no tiene poder ni influencia y es simplemente silenciado. Afortunadamente, en el momento de acelerar el tren y lanzarse al otro lado, nadie resulta herido y logran cruzar el puente, a pesar de que, apenas el tren pasa por allí, la estructura se desploma contra el río. Esta situación demuestra aún más que Passepartout es subestimado por su condición de criado. De haberle hecho caso, tal vez el puente aún seguiría en pie.

El papel de Passepartout en todo este viaje es, en buena medida, el de establecer contrastes con mister Fogg. Por un lado, frecuentemente, y sin intención, retrasa el viaje cuando se mete en problemas, como su ingreso descalzo a la pagoda o el accidente en la casa de opio. Pero, por otro lado, sortea los obstáculos en más de una ocasión e incluso actúa son sorprendente astucia, como cuando salva a Aída del sutty en India o, como en esta situación, cuando logra detener el tren en el fuerte.

Fogg está experimentando la transformación que se espera de un protagonista en un viaje, sobre todo en el relato de aventuras, como dijimos en el análisis de los primeros capítulos. A medida que pasa el tiempo, su exterior duro y estoico comienza a ceder mientras muestra verdadero afecto, tanto por Passepartout como por Aída. Así como en su momento estuvo dispuesto a dejar a su criado en Hong Kong y continuar viaje, esta vez se muestra dispuesto a perder su apuesta con tal de rescatar a Passepartout de los sioux: “Mister Fogg permanecía inmóvil y cruzado de brazos. Tenía que adoptar una resolución terminante. Mistress Aída lo miraba sin emitir palabra… Él comprendió enseguida esta mirada. Si su criado había sido capturado, ¿no debía intentarlo todo para rescatar lo de los indios? - Lo encontraré vivo o muerto -dijo firmemente a mistress Aída” (p.207).

Además, Fogg muestra cada vez más cordialidad y cuidado hacia Aída, en pos de mantenerla a salvo y protegida. El lado más suave de Fogg emerge a medida que se acercan al final del viaje.

Retomando el retrato de los sioux, al igual que con las tribus que viven en la India, Verne describe a los indios americanos que atacan el tren como salvajes, menos que humanos: “Simultáneamente, los sioux habían irrumpido en los vagones. Corrían como monos rabiosos sobre las cubiertas, tiraban abajo las portezuelas y peleaban cuerpo a cuerpo con los viajeros. El furgón de equipajes había sido saqueado, expulsando los bultos a la vía. La gritería y los tiros no mermaban” (p.204). Los sioux descienden en enjambres y son capturados como una manada de animales por los valientes pasajeros del tren. Esta no es otra que la lógica colonial: la idea de naciones que imparten civilización a través de la palabra y de la sangre a “bárbaros incivilizados” en los cinco continentes; en La vuelta al mundo en ochenta días, esto se ve claramente en diferentes momentos, pero sobre todo en este y en el rescate de Aída en la India.

A medida que se acercan lentamente a Europa, y a la fecha límite de los ochenta días de su aventura, los desafíos a los que se enfrentan Fogg y su grupo se hacen más grandes y absurdos. Esta aparición de obstáculos crecientes, muy característica de la novela de aventuras o quest, sugiere que en el tramo final del viaje de Nueva York a Inglaterra tendrán que pensar en la solución más ridícula hasta ahora para regresar a tiempo para la apuesta. El capítulo XXXI termina en un intenso suspenso, cuando llegan a Nueva York y descubren que el barco hacia Europa ya se ha ido. Sabemos, a esta altura, que Fogg nunca se ha rendido, y no lo hará tampoco ahora.

Retomando el asunto de los estereotipos que mencionamos más arriba, recordamos que Fogg respondía al arquetipo inglés y Passepartout, al francés. Ahora, el Coronel Stamp Proctor se presenta como el estereotipo del estadounidense, según la mirada europea: ruidoso, provocador, irracional, de barba roja y estatura gigantesca, es como un leñador legendario. También Passepartout hace mención a los estadounidenses como algo osados y brutales, cuando lo llaman “cobarde” al manifestar sus reservas con respecto a cruzar el puente con el tren a toda velocidad: “Yo les mostraré que un francés puede ser tan americano como ellos" (p.196), piensa. Por “americano”, entonces, se entiende valeroso, pero también irracional.