La vuelta al mundo en ochenta días

La vuelta al mundo en ochenta días Imágenes

India

Mientras el grupo atraviesa el campo, primero en vapor, luego en tren y más tarde en elefante, Verne incluye varios párrafos de imágenes intensas que describen la increíble escena que se desarrolla ante ellos:

El vapor circunscribía volutas alrededor de los grupos de palmeras, en medio de las cuales surgían pintorescos bungalows y algunos uiharis, especie de monasterios abandonados, y templos extraordinarios enriquecidos por la perpetua ornamentación de la arquitectura hindú. Después había grandiosas extensiones de tierra que se delineaban hasta desaparecer de la vista; juncales plagados de serpientes y de tigres atemorizados por los resoplidos del tren y, por último, selvas perdidas por el trazado del camino, concurridas todavía por elefantes que contemplaban con ojo meditabundo pasar el desaforado convoy (p.60).

Estas imágenes resaltan las intensas diferencias entre India y las refinadas ciudades europeas en las que el grupo está acostumbrado a circular. Aun así, el contraste entre el vapor del tren, ese “desaforado convoy”, y lo salvaje de la naturaleza se desdibuja por momentos cuando el tren “resopla”.

Cabe recordar que estos son destinos a los que Julio Verne jamás concurrió; la composición de este motivo es un indicio de su enorme curiosidad literaria y científica.

El Ganges

La zona del río Ganges es descrita con minuciosidad por el narrador. El relato, vertiginoso hasta la llegada a esta zona, se detiene por un momento para componer esta imagen visual llena de verde y de vitalidad: animales, cereales, abundante agua y, entre toda esta abundancia, los indios realizando sus posiciones rituales. Esta imagen contrasta con la gris de Londres o la idea que más adelante se da de la ciudad de San Francisco, comparada con un tablero de ajedrez. En este caso, el Ganges es, por el contrario, puro color:

A través de los cristales del vagón, y con un tiempo despejado, se avistaba el paisaje diverso de Behar, montañas cubiertas de verdor, campos de cebada, maíz y trigo, ríos de estanques habitados por cocodrilos verdosos, aldeas bien dispuestas y selvas que aún conservaban la hoja. Algunos elefantes y cebúes inmensos iban a empaparse en las aguas del río sagrado; y cerca de estos, a pesar de la estación avanzada y de la temperatura ya fría, se veían tropeles de indios de ambos sexos, que efectuaban piadosamente sus santas abluciones (p.90).

“Después se hizo de noche, y en medio de los rugidos de los tigres, osos y lobos que se escabullían ante el ruido de la locomotora el tren se deslizó a toda velocidad (…)” (pp.90-91)

Esta imagen auditiva refuerza la oscuridad que sigue. El narrador enumera en un largo párrafo todas las ciudades que no pueden verse porque el tren atraviesa la noche cerrada. Lo que sí se puede apreciar es el sonido de lo salvaje, fuera del tren, compitiendo con el ruido de la propia locomotora.

"En la lejanía, sobre las montañas, se extendían vastas campiñas de cafetales. Passepartout se deleitó con la vista de esa ciudad ilustre, y se le figuró que con sus murallas circulares y un fuerte desmantelado, con forma de asa, tenía la apariencia de una enorme taza de café" (p.50)

La imagen de la ciudad de Moka se ve afectada por el hecho de haber recorrido enormes campiñas de cafetales para llegar a ella. Es por eso que a la breve descripción visual de la ciudad se le suma la reflexión del joven criado, quien ve a la ciudad como una enorme taza de café.