Don Quijote de la Mancha (Primera parte)

Don Quijote de la Mancha (Primera parte) Resumen y Análisis Cuarta parte, Capítulos 42 - 45

Resumen

Capítulo 42: Que trata de lo que más sucedió en la venta y de otras muchas cosas dignas de saberse

Don Fernando expresa admiración por el relato del capitán cautivo. A continuación todos le ofrecen su ayuda y el hijo del duque le dice que su hermano marqués puede ser el padrino del bautismo de Zoraida. El cautivo le agradece pero rechaza el ofrecimiento.

Entonces llega a la venta un oidor. Aunque ya no quedan camas disponibles, la ventera lo recibe igual, porque él trae la suya, y ella le cederá su propio cuarto. Él llega con una joven muy hermosa, que es su hija. Se decide que ella dormirá en la habitación con las otras mujeres.

El cautivo cree reconocer en el oidor a su hermano, y lo confirma cuando los criados de él le dicen que se llama Juan Pérez de Viedma y es oriundo de las montañas de León. El cautivo les pide su consejo a don Fernando, a Cardenio y al cura, para ver de qué modo presentarse. Entonces el cura le ofrece presentarlos.

Mientras cenan, el cura le cuenta al oidor que en Constantinopla había conocido a un capitán de su mismo apellido, Ruy Pérez de Viedma, que era muy valiente y que había perdido su libertad en la batalla de Lepanto. Luego le cuenta la misma historia que el cautivo les había relatado previamente, hasta el momento en que el barco francés asalta a los fugitivos. Mientras habla, el cautivo mira con atención a su hermano.

Luego de que el cura finaliza el relato, el oidor, con lágrimas en los ojos, le dice que aquel capitán es su hermano. Relata brevemente lo que les sucedió a él y a su hermano en ese tiempo. Éste había ganado una gran fortuna en Perú y les había enviado dinero. Él había podido dedicarse a sus estudios y alcanzó un el cargo de oidor. También dice que su padre reza a Dios continuamente para la que muerte no cierre sus ojos antes de ver con vida a su hijo mayor.

El oidor está sorprendido de que su hermano no les haya escrito, porque su familia hubiera podido pagar el dinero de su rescate y se lamenta de no tener más noticias suyas y de desconocer su suerte. Asimismo se muestra agradecido con Zoraida, por el bien que le hizo a su hermano.

El cura entonces va a buscar a Zoraida y al cautivo, y los presenta ante el oidor diciéndole que ellos son su hermano y su cuñada. El oidor mira a su hermano detenidamente y, luego de reconocerlo, lo abraza y le dice muchas palabras que demuestran su afecto. También abraza a Zoraida y les ofrece a ambos su hacienda.

El cautivo y su hermano deciden que irán a Sevilla y avisarán a su padre que allí harán la boda y el bautismo de Zoraida. Todos van a acostarse y don Quijote se ofrece a cuidar las puertas de lo que él cree que es un castillo. Quienes lo conocen le agradecen y luego le cuentan al oidor sobre la locura del hidalgo.

Capítulo 43: Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, con otros estraños acaecimientos en la venta sucedidos

Antes del amanecer, llega al oido de las mujeres la voz de alguien que canta muy bien. Cardenio va a la puerta de la habitación de ellas a sugerirles que escuchen el canto de un mozo de mulas, y Dorotea le dice que ya lo están escuchando. El mozo de mulas canta una canción en la que compara su sentimiento amoroso con la navegación en el mar y a su amada con un estrella resplandeciente. Dorotea despierta a Clara para que escuche el canto, pero ella lo lamenta porque conoce al músico. Le explica que no es un mozo de mulas sino un señor feudal, y ambos están enamorados el uno del otro.

El músico canta una nueva canción de amor y Clara se tapa los oídos y empieza a sollozar. Dorotea le pregunta qué ocurre y ella, hablándole al oído, le responde que el músico es un caballero proveniente del reino de Aragón, que vivía frente de la casa de su padre. Él le había dado muestras de estar enamorado, pero nunca habían tenido la oportunidad de hablar. Un día el padre de ella decide marcharse y ella se va sin poder despedirse del joven. Entonces éste se escapa de su casa paterna y la sigue disfrazado de mozo mulas. Dorotea le dice a Clara que al amanecer la ayudará a resolver el asunto, pero ésta no cree que sea posible puesto que el padre del caballero es un hombre muy rico y no dejaría que su hijo se case con ella.

Mientras tanto, la hija del ventero y Maritornes quieren burlarse de don Quijote, quien permanece de guardia en la entrada de la venta, a caballo y con su armadura puesta. Ellas se ubican en el agujero de la pared del pajar por donde pasan la paja, que da a la entrada de la venta. Desde allí oyen que el hidalgo, dando suspiros, proclama su amor por Dulcinea. Entonces la hija del ventero lo llama. Don Quijote se acerca al agujero, pensando que es una ventana y, creyendo que quien lo llama es la hija del dueño del castillo, la misma que lo había visitado en su habitación la vez pasada, le dice que no es posible corresponder a su amor, porque está comprometido con Dulcinea. Maritornes le pide que le de su mano y, mientras él se pone de pie sobre la silla de Rocinante para alzar la mano hasta el agujero, ella va a la caballeriza y toma la cuerda con la que está atado el asno de Sancho Panza. Luego ata la muñeca del hidalgo con un extremo de esa cuerda y asegura el otro a la puerta del pajar. Ella y la hija del ventero se van y dejan a don Quijote atado. Él se imagina que está encantado y se maldice por haber vuelto a ese castillo.

Al amanecer llegan a la venta cuatro hombres a caballo y golpean la puerta. Don Quijote, que todavía está de centinela, les dice arrogantemente que se vayan, puesto que la fortaleza no abre sus puertas hasta más tarde. Ellos discuten con el hidalgo sobre si el lugar es un castillo o una venta y luego siguen golpeando la puerta hasta que el ventero les abre. En ese momento, uno de los caballos de los hombres se acerca a Rocinante, y éste, por olerlo, se aleja y deja caer a su dueño. Don Quijote queda suspendido en aire, sujeto por la muñeca.

Capítulo 44: Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta

Don Quijote empieza a gritar y Maritornes va al pajar y lo desata. El ventero y los otros hombres que estaban allí van a ver que ocurre y el hidalgo desafía a quien niegue que él ha sido encantado. El ventero le explica a estos la locura del hidalgo. Ellos preguntan por un joven de no más de quince años vestido de mozo de mulas. El ventero no recuerda haberlo visto, pero los hombres saben que está allí, porque reconocen el coche del oidor a quien saben que el joven sigue. El hidalgo se enfurece porque los hombres ignoraron su desafío.

Uno de los hombres encuentra al joven en el corral durmiendo al lado de un mozo de mulas y vestido él también como mozo de mulas. Lo despierta y le habla tratándolo de “don Luis”. Le dice que su padre está angustiado por su ausencia y que lo llevarán de regreso a su casa. El mozo de mulas que está a su lado, viendo que lo tratan de “don”, va a la venta y les cuenta a los que están allí todo lo que ocurrió.

Dorotea le cuenta a Cardenio la historia del músico y de Clara. Luego entran a la venta los hombres con don Luis. El oidor les pregunta qué ocurre y uno de los hombres, reconociéndolo como su vecino, le informa que don Luis se escapó de su casa con ropas inadecuadas a su rango. El oidor reconoce al joven, lo abraza y lo lleva a un lugar apartado para preguntarle qué le sucedió.

Mientras tanto, el ventero comenzó una pelea con unos huéspedes que pretendían irse sin pagar. La ventera y su hija le piden ayuda a don Quijote, pero él se niega a actuar hasta conseguir la autorización de la princesa Micomicona. Ella accede y el hidalgo se dispone a luchar contra los hombres, pero luego se da cuenta que no puede combatir contra ellos porque no son caballeros y pide que llamen a su escudero. Maritornes, la ventera y su hija se desesperan ante esa situación.

Don Luis le dice al oidor que está allí porque ama a su hija y quiere casarse con ella. El oidor se queda sorprendido y le dice que no regrese a su casa hasta mañana, y que intentará resolver el asunto lo mejor posible.

Los huéspedes, persuadidos por el hidalgo, pagan al ventero su estadía. Luego llega a la venta el barbero a quien don Quijote le había quitado la bacía y Sancho Panza, los aparejos del asno. Cuando entra a la caballeriza, encuentra a este último y tratándolo de ladrón le pide que le devuelva sus pertenencias. Él le pega con el puño en la boca y el barbero comienza a gritar pidiendo auxilio. Sancho le dice que su amo ganó sus despojos en una "buena guerra", y don Quijote, que lo escucha, se queda admirado y se propone armarlo caballero en cuanto tenga la oportunidad.

El barbero explica que le han robado su albarda y su bacía. Don Quijote lo desmiente, diciendo que le quitó el yelmo de Mambrino en una guerra justa, y que autorizó a su escudero a quedarse con los jaeces de su caballo, aunque no sabe cómo estos se convirtieron en una albarda. Para confirmar sus palabras, le pide a Sancho que traiga el yelmo. Él lo hace con recelo. Don Quijote toma la bacía y declara que es el yelmo que ganó. Su escudero lo apoya, y afirma que el “basiyelmo” defendió al hidalgo de las pedradas de los encadenados.

Capítulo 45: Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad

El barbero pregunta a los que están presentes en la venta qué piensan de lo que afirma el hidalgo, creyendo con todo evidencia que está errado. Don Quijote desafía a quien lo contradiga. El barbero que es amigo de este, y que está presente en la venta, conociendo la locura del hidalgo, apoya su punto de vista por diversión. Así lo hacen también los demás. Respecto a la albarda, don Quijote no niega que lo sea y manifiesta que en esa venta suceden encantamientos, por lo que no se atreve a afirmar nada sobre las cosas que hay en ella. Se decide hacer una votación entre los presentes sobre la naturaleza del objeto, y la mayoría sostiene que la albarda es un jaez.

Llegan a la venta tres cuadrilleros. Uno de los criados del padre de don Luis manifiesta su asombro por lo que se decidió en la votación porque ve con toda evidencia lo contrario. Uno de los cuadrilleros lo defiende y don Quijote lo insulta e intenta golpearlo con su lanzón en la cabeza. Luego los otros de la cuadrilla de la Santa Hermandad y el ventero se enfrentan al hidalgo y quienes lo defienden, y se produce un gran caos.

Don Quijote pide que todos se tranquilicen, repite que la venta está encantada y les dice al oidor y al cura que pongan paz. Ellos así lo hacen. Cuando están todos sosegados, el oidor habla con don Fernando, Cardenio y el cura pidiéndoles que lo aconsejen sobre qué hacer con el asunto de don Luis. Don Fernando propone llevar a don Luis a Andalucía, para que vea a su hermano, el marqués.

Uno de los cuadrilleros constata que don Quijote es el hombre a quien la Santa Hermandad había mandado a apresar por la liberación de los galeotes. Entonces lo toma del cuello fuertemente y lo acusa de salteador de caminos. Don Quijote toma a su vez del cuello al cuadrillero y ambos se mantienen así hasta que don Fernando los separa. Los cuadrilleros vuelven a acusarlo de salteador de caminos y él se ríe, los trata de ignorantes por no conocer las reglas de la caballería andante, y los llama “salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad” (p. 339).

Análisis

Luego de que el capitán cautivo concluye la narración de su historia, llega a la venta un oidor, es decir, un magistrado que se dedica a escuchar pleitos y dictar sentencias, quien resulta ser el hermano de aquel. La buena posición económica de él y el hermano que se dedicó al comercio se ponen de manifiesto, pues hubiese bastado con que el cautivo les escribiera para que su familia pague el rescate, según afirma. De manera que con esto se pone en evidencia lo que el discurso de las armas y las letras de don Quijote anticipaba sobre ambos oficios, sus dificultades y sus retribuciones.

Don Quijote, en efecto, vuelve a mencionar ambos oficios, cuando da la bienvenida al oidor diciendo: “Seguramente puede vuestra merced entrar y espaciarse en este castillo, que aunque es estrecho y mal acomodado no hay estrecheza ni incomodidad en el mundo que no dé lugar a las armas y a las letras (…)” (p. 317).

Aquí se da una nueva anagnórisis, esta vez, entre los hermanos Ruy y Juan Pérez de Viedma, quienes no se veían hace veintidós años, tal como narra el cautivo (cap. 39). El oidor cuenta brevemente los sucesos, reponiendo parte de la historia que el cautivo desconocía sobre los integrantes de su familia, y luego el cura prepara el momento del encuentro entre ellos. La historia se cierra felizmente, y en breve se da inicio a una nueva, con el enigmático canto de un joven vestido como mozo de mulas. Esta tiene como protagonistas a doña Clara, la hija del oidor, y a don Luis. Ambos son jóvenes de menos de quince años. Ellos están enamorados mutuamente y mantienen su amor en secreto. No han hablado nunca, pero él la ha visto por la ventana de la casa de ella en algunas oportunidades. Él la sigue desde que ella y su padre partieron rumbo a Sevilla, y canta canciones de amor.

La primera canción que se nos presenta trata el tema del amor según el tópico de la nave de amores o la travesía de amor, en donde se asimila la navegación con el sentimiento amoroso: “Marinero soy de amor / y en su piélago profundo / navego sin esperanza / de llegar a puerto alguno” (p. 321 ). El poeta compara a su amada con una estrella que lo guía en su travesía: “Siguiendo voy a una estrella / que desde lejos descubro, / más bella y resplandeciente/ que cuantas vio Palinuro” (p. 321). Y más adelante con la misma comparación alude al nombre de su amada Clara: “¡Oh clara y luciente estrella / en cuya lumbre me apuro! (p. 322). Además, el poeta alude a la Eneida de Virgilio, ya que menciona a Palinuro, el piloto de la nave de Eneas. Su comparación remite al canto 3: “Y aún la Noche que las Horas llevan no había cubierto la mitad de su orbe; / se lanza ágil de su lecho Palinuro y todos / los vientos explora y recoge las brisas con sus oídos, / observa cuántas estrellas se deslizan por el cielo callado” (pp. 511-515).

En el mismo capítulo (43), también don Quijote evoca a su amada Dulcinea en un soliloquio en el que se lamenta por no tener noticias de ella. También evoca a la luna y al sol. A la primera se refiere diciendo: “¡oh luminaria de las tres caras!” (p. 235). La metáfora se explica por las tres caras de lunas, en sus respectivas fases visibles: creciente, llena y menguante. Al sol se refiere con una alusión a Apolo, utilizando nuevamente el tópico del amanecer mitológico. Según la mitología griega, Apolo, el dios del sol, conducía un carro con cuatro caballos. Por eso leemos: “Y tú, sol, que ya debes de estar apriesa ensillando tus caballos” (p. 235). Con esto se deduce que el amanecer ya está próximo. Y, continuando con la alusión a Apolo, dice más abajo: “tendré más celos de ti que tú los tuviste de aquella ligera ingrata que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia o por las riberas de Peneo” (p. 235). Se refiere con esto al mito de Dafne y de Apolo. Dafne, la “ligera ingrata”, corre perseguida por Apolo, quien la hostiga permanentemente. Ella le pide a su padre, el dios-río Peneo, que la proteja y él la convierte en el árbol de laurel.

Finalmente, la burla que le hacen Maritornes y la hija del ventero al hidalgo contrasta con el estilo de novela sentimental que poseía la historia de doña Clara y don Luis, que se narra al comienzo del capítulo. Don Quijote, oír la voz de la hija del ventero que lo llama, recrea en su imaginación una escena típica de novela sentimental:

A cuyas señas y voz volvió don Quijote la cabeza, y vio a la luz de la luna, que entonces estaba en toda su claridad, como le llamaban del agujero que a él le pareció ventana, y aun con rejas doradas, como conviene que las tengan tan ricos castillos como él se imaginaba que era aquella venta; y luego en el instante se le representó en su loca imaginación que otra vez, como la pasada, la doncella fermosa, hija de la señora de aquel castillo, vencida de su amor tornaba a solicitarle, y con este pensamiento, por no mostrarse descortés y desagradecido, volvió las riendas a Rocinante y se llegó al agujero (…) (p. 325)

Pero en este caso, el tema y el tono de la novela sentimental está parodiado, ya que se deja ver el fuerte contraste entre la ficción literaria y la realidad de la venta. Además el tono es cómico porque las mujeres de la venta se están burlando del hidalgo.

En los dos capítulos siguientes, la historia de doña Clara y don Luis se entreteje con la disputa por la naturaleza de los objetos que don Quijote y Sancho Panza le quitaron a un barbero (cap. 21). Acá queda sin explicación la aparición del asno de Sancho Panza con sus aparejos, puesto que se lo habían robado en Sierra Morena (cap. 25). El barbero reclama su bacía y la albarda de su asno, y Sancho se defiende con palabras que parecen aprendidas de su amo: “en buena guerra ganó mi señor don Quijote estos despojos” (p. 334). Don Quijote se sorprende y quiere armarlo caballero.

La disputa sobe la naturaleza del objeto que le quitaron al barbero (bacía o yelmo) no se cierra. Sancho, por conveniencia, crea una palabra híbrida para unificar ambas perspectivas: “baciyelmo” (p. 334), porque admitiendo que en parte también es un yelmo, tiene posibilidades de quedarse con la albarda del asno que también está en disputa. El barbero amigo del hidalgo, por diversión, defiende la postura de éste, y luego todos los huéspedes que conocen su locura hacen lo mismo. Por diversión o por conveniencia, la perspectiva del hidalgo, aunque es absurda, adquiere fuerza.

Por otro lado, don Quijote confiesa que las perspectivas son engañosas, al menos en esa venta, puesto que cree que está encantada. En esta no se atreve a emitir un juicio certero sobre los objetos que allí se encuentran, a excepción de los que conciernen a la caballería andante, como el yelmo de Mambrino, puesto que en esta materia no tiene dudas.

Al final del capítulo 45 su perspectiva se enfrenta con la de los cuadrilleros de la Santa Hermandad. Ellos lo acusan de salteador de caminos por haber liberado a los galeotes (cap. 22). El hidalgo, a su vez, los acusa de “ladrones en cuadrilla” y “salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad” (p. 339), apela a los códigos de la caballería andante, materia en la que no tiene dudas, y deja cuestionada la honradez de ellos y la de la Santa Hermandad.