Diario de la guerra del cerdo

Diario de la guerra del cerdo Temas

La vejez

El gran tema de la novela indudablemente es la vejez. En la vejez todo es triste y ridículo: hasta el miedo de morir" (p.65), dice el protagonista, un hombre de casi sesenta años. Efectivamente, la edad avanzada se presenta, en la novela, como una fatalidad indeseable, un club al que nadie quiere pertenecer, porque lo único que une a sus miembros es la decrepitud, la enfermedad, la espera de la muerte. Allí radica, quizás, la particularidad del relato: nadie, en ningún momento, intenta destacar valores positivos en la vejez. Desde el principio, la pérdida de la juventud se ve como algo problemático e indeseable, y la vejez es despreciada por los jóvenes tanto como por los viejos. En la guerra al "cerdo" (epíteto dado a los viejos), hay grupos en oposición, pero no hay valores en oposición: los jóvenes repudian la vejez, y los viejos también. Ninguno de los varones de esta novela prefiere la vejez a la juventud: esto se ve, por ejemplo, en las elecciones amorosas de los personajes principales.

En la novela pueden verse dos ideas sobre la vejez, encarnadas en el símbolo del "cerdo" y del "búho", que es como llaman al "viejo" los medios oficiales cuando hablan de la guerra. El chancho corporiza los atributos de la decrepitud adjudicada a los viejos, y el búho los de la sabiduría: "El búho me parece mejor. Es el símbolo de la filosofía —declaró Arévalo" (p.86). Sin embargo, según explica Arévalo más adelante, no hay modo de simbolizar la vejez de una manera enteramente positiva, desprendida de la decrepitud traída por los años: "El búho es el símbolo de la filosofía. Inteligente, pero repulsivo" (p.120). La visión sobre la vejez, en esta novela, es pesimista. En una de sus reflexiones más oscuras, el protagonista expresa el pasaje a la vejez como un camino hacia la oscuridad, hacia la muerte:"(...) la gente joven no entiende hasta qué punto la falta de futuro elimina al viejo de todas las cosas que en la vida son importantes (...) 'La enfermedad no es el enfermo', pensó, 'pero el viejo es la vejez y no tiene otra salida que la muerte'" (p.172).

La nostalgia

El protagonista de la novela se encuentra en una instancia de su vida en la cual ya vivió más que lo que le queda por vivir, y el pasado se filtra en su presente de forma constante, ya sea a modo de ensoñación o de recuerdo. La nostalgia es uno de los temas en estrecha relación con la vejez, quizás porque el pasado, por joven, fue mejor. El protagonista padece el envejecimiento y se refugia en el ensueño. "Acaso tal deterioro de su posición en la sociedad lo volvía nostálgico. El hecho era que de meses, tal vez años, a esta parte, se había dado al vicio de los recuerdos" (p.14). Los recuerdos suelen ocupar gran parte del pensamiento de Vidal, dado que se refugia en ellos para volver tolerable el presente, o bien para pensar, mediante imágenes de recuerdos opresivos, la oscuridad que se le presenta durante la "guerra al cerdo".

Los amigos del protagonista, todos hombres que rondan los sesenta años, también son tomados por el sentimiento nostálgico. Los amigos se llaman a sí mismos "muchachos", porque así lo hacían cuando eran jóvenes. Todos se aferran al pasado, Dante se tiñe el pelo para no lucir sus canas, Rey se resiste a jubilarse. "Bien sabía Vidal que la vida siempre sigue, que nos deja atrás, pero se preguntó ¿por qué esta urgencia?" (p.19).

En un episodio, unos niños cambian la letra de un tango (género musical característico de la región del Río de la Plata y que suele tomar como tema principal de sus canciones la nostalgia), y la transforman en insultos o amenazas. El cambio de la letra violenta a Vidal, podría pensarse, de un modo similar al cambio de los nombres de calles, que le recuerdan que su tiempo ya pasó. No es casual que, al continuar su camino, se quede mirando una casa en demolición, pensando cómo habría sido esa casa en el pasado. Los viejos padecen con nostalgia los cambios de la ciudad, en los que no ven sino la destrucción de todo aquello con lo que se identifican. "—Aquí sólo para destruir somos rápidos —afirmó Rey" (p.60). Los viejos son constantemente desplazados, no son bien recibidos en ningún lugar durante la guerra al cerdo, porque bajo las leyes de lo animal, el mundo pertenece a los más fuertes, que son los jóvenes. "Que estamos viejos. Que no hay lugar para los viejos, porque nada está previsto para ellos. Para nosotros" (p.64). A falta de lugar en el presente, Vidal y sus amigos se aferran a su pasado. La propia y acabada juventud es objeto de admiración, de deseo, de nostalgia: "En la juventud, a lo largo de interminables caminatas nocturnas, habían tenido famosas discusiones filosóficas; después, aparentemente, la vida los había cansado" (p.79). El pasado es, por la vía del recuerdo, el refugio más preciado del protagonista.

La juventud

La juventud es un tema problemático en la novela. Como colectivo, la juventud de la novela se presenta como extremadamente violenta, capaz de asesinar sin piedad a inocentes, en pos de razones que terminan evidenciándose temperamentales, impulsivas, y por lo tanto, ridículas. Arévalo, el intelectual del grupo, reflexiona sobre los ataques desde un enfoque sociopolítico: él lee en esta guerra un fracaso de la juventud, y ve una ironía en que la generación que se libraría de mandatos y pensaría por sí misma, acaba pensando y actuando "como una manada", es decir, como seres animales, que no tienen la facultad de pensamiento y que sólo se guían por un instinto más bien grupal, pero de una especie no humana. "Se pasó de la aldea al enjambre —reflexionó Arévalo" (p.105). El final de la novela muestra que su discurso, su acción, y por lo tanto "la guerra al cerdo", se reduce a un ensañamiento carente de fundamentos reales. Los jóvenes guerreros se evidencian entonces como niños temperamentales, contagiados entre sí por un fervor tan vacío como peligroso.

En la novela, los jóvenes matan a los viejos por odio a ese futuro que ellos mismos, ineludiblemente, terminarán encarnando. Hacia el desenlace de la trama, los jóvenes llevan este problema al psiquiatra, porque se han dado cuenta de la paradoja de la situación, en la que matar a los viejos, dado que son su propio futuro, no dista del suicidio. La razón que ha dado causa a la guerra es la misma que, mediante una vuelta reflexiva, argumenta el final de la batalla. La juventud queda en una posición algo ridícula, en tanto que la guerra que iniciaron se muestra inútil, bárbara, infantil y poco pensada. Su batalla no termina porque se alcance una meta, ni por una repentina piedad por las víctimas, sino por razones que vuelven a la juventud un grupo únicamente egoísta: deciden terminar de matar cuando se dan cuenta de que se estaban matando a ellos mismos. Esta cualidad ilógica del accionar violento, que colaboraba al aire pesadillesco en la novela, en ningún momento se nutre de la lógica, sino que más bien el desenlace de la trama acentúa en su carácter violentamente ridículo.

Sin embargo, la juventud tiene, en abstracto, otra significación muy presente en la novela. Los "viejos" tienen sus contradicciones respecto de lo joven. "—Lo que me fastidia en esta guerra al cerdo —se irritó porque sin querer llamó así a la persecución de los viejos— es el endiosamiento de la juventud. Están como locos porque son jóvenes. Qué estúpidos" (p.94), dice Vidal, pero los lectores conocemos ciertos aspectos íntimos del personaje y sabemos que lo que verdaderamente enfurece al protagonista no es la guerra, sino el hecho de ver sus propias valoraciones y visión del mundo puestas a funcionar en contra suyo. Tanto Vidal como el resto de los amigos también "endiosan", ellos mismos, a la juventud. Recuerdan con nostalgia su propio tiempo como jóvenes, desprecian a las mujeres "maduras" y desean, con desesperación, a las muchachas, incluso, en varios casos, a las menores de edad.

El conservadurismo

En la novela, el conservadurismo es uno de los temas que aparecen asociados a la vejez. Tanto el protagonista como la mayoría de los personajes centrales son varones que tienen alrededor de sesenta años, y en general presentan puntos de vista algo conservadores, en tanto lamentan el paso del tiempo, los cambios en la ciudad, y enjuician a la juventud de su presente, a la que consideran de una estupidez peligrosa. Al protagonista, lo que más le preocupa de entregarse a la vida con Nélida es el hecho de dar la impresión de ser un mantenido. En relación con esto, también se exhiben otras tendencias conservadoras ligadas al pensamiento patriarcal, en general en el juicio que se tiene sobre las mujeres. Vidal, en una ocasión, se molesta con una señora a la que llama "vieja maldita" y afirma que todas las mujeres se creen reinas (p.10). Luego, al ver a una pareja joven, se dice de la chica que parecía "decente" (p. 12), lo cual exhibe que las mujeres son juzgadas por su comportamiento sexual.

El personaje de Dante es el que más enfáticamente representa ese discurso:

"—Para donde extiendan la vista —continuó Dante— encontrarán maldad y orden subvertido. Sin ir más lejos, ¿qué me dicen de la manera de vestirse de las mujeres? ¿No es el acabóse? ¿No estaremos en vísperas del fin del mundo?" (p.105).

Dante suele negar los casos de acoso por parte de viejos a jovencitas, y su juicio repara únicamente en el vestuario de las mujeres: es el mecanismo típicamente machista y misógino de quien culpabiliza a la víctima, por "provocar" al acosador. Este discurso se repite, en boca de Dante, numerosas veces, como si gozara con traer el tema a la conversación, aunque se esté hablando de cualquier otra cosa: "—¿Y me vas a decir que ese afán de la moda de las mujeres no es el acabóse? ¿No anuncia la disolución y el fin de todo? —porfió Dante" (p.119).

La barbarie

Uno de los temas subyacentes a lo largo de toda la novela es el de la barbarie. Por tratarse de un tipo de comportamiento salvaje, fuera de las normas de cultura, la barbarie aparece representada por la juventud: en su envalentonamiento violento, sin compasión, atacan a los "viejos" en manada.

La dicotomía civilización-barbarie fue abordada como tema en las obras más importantes de la literatura argentina. En esta novela esa problemática se reinstala, tanto por el argumento como por la mención del personaje histórico de Rosas, presente en un sueño del protagonista. Cuando Vidal tiene que pasar por primera vez varias horas en el altillo del inquilinato, a causa de que su hijo Isidorito recibe a miembros de la Agrupación Juvenil, "al rato estaba soñando con un señor que pasó casi toda la tiranía de Rosas escondido en un altillo, hasta que lo delató el mayor de los niños que por las noches le había hecho a su mujer y la mazorca lo degolló" (p.35). En el sueño se filtra el miedo a ser traicionado por su propio hijo, entregado por él a la tiranía enemiga, del mismo modo que el refugiado del régimen rosista. La asociación echa luz sobre la temática de la barbarie en la novela, dado que ésta fue históricamente asociada, por un sector del pensamiento argentino, al gobierno de Rosas y su modelo de pueblo. Y esta figura puede asociarse, a su vez, en cierto punto a la de un político construido en la ficción, que aparece mencionado por el narrador y por los personajes. Arturo Farrell, "a quien la opinión señalaba como secreto jefe de los Jóvenes Turcos" (p.5) era admirado por Vidal:

"Ante los amigos, que abominaban de Farrell, lo defendía, siquiera con tibieza; deploraba, es verdad, los argumentos del caudillo, más enconados que razonables; (...) pero no ocultaba la admiración por sus dotes de orador, (...) y reconocía en él y en todos los demagogos el mérito de conferir conciencia de la propia dignidad a millones de parias" (p.6).

Atributos similares se adjudicaban al caudillo más representativo de la Argentina, Juan Manuel de Rosas, una figura emblemática de la política argentina del siglo XIX, pero también a Juan Domingo Perón, la figura política más importante del siglo XX en el mismo país. Perón, que en el momento de publicación de Diario de la guerra del cerdo comandaba desde el exilio a las organizaciones armadas revolucionarias compuestas en mayor medida por jóvenes, es la figura histórica a la que parece aludir el personaje de Farrell. (Para desarrollo sobre este tema ver en esta guía sección Otro "La barbarie en Diario de la guerra del cerdo. Bioy Casares y la política argentina").

Farrell es, en la trama de la novela, una figura fuerte de la política que, sin embargo, no es miembro del gobierno. "¿Por qué el gobierno tolera que ese charlatán, desde la radio oficial, difunda la ponzoña?" (p.46), pregunta Rey, a lo que Vidal responde: "Yo creo que Farrell ha dado conciencia a la juventud. Si estás en contra de las charlas de fogón, todavía te van a confundir con los matusalenes" (p.46). Lo conflictivo está dado porque al parecer las consecuencias de las "charlas de fogón" es la presunta barbarie organizada es el asesinato de viejos, aunque aún los amigos no están al tanto de lo sistematizado del asunto. Sin embargo esta "concientización de la juventud" es solo una de las cuestiones que rodean el problema de la guerra de los jóvenes contra los viejos. Según se desenvuelve la trama notamos que la verdadera razón de esa guerra no es, al fin y al cabo, política.

Sueño y realidad

En la contextura de la trama continuamente se entrelazan sueño y realidad. La narración está focalizada en Vidal, un personaje más bien nostálgico, que suele desligarse del presente huyendo hacia el recuerdo del pasado. En la interioridad del personaje, el recuerdo tiene un espacio similar al sueño, y éstos varias veces se confunden entre sí. Es sabido que los sueños se alimentan, en gran parte, de los residuos del recuerdo, sin importar si éste se remite a un momento de la infancia o a lo sucedido justo antes de dormir. Muchas veces se ven en el relato la difuminación de los límites entre un plano y otro. Por ejemplo, en varios pasajes Vidal no recuerda si algo lo vivió o simplemente lo soñó. En la misma línea, en algunos sueños del protagonista aparecen elementos de la realidad, pero extrañados. Otro ejemplo de la confusión entre planos radica en algunas reflexiones del protagonista, en las que asocia imágenes de su presente con otras de su pasado.

En la historia se dan coincidencias o repeticiones que parecen reproducir ese mecanismo propio de la interioridad de Vidal. Por ejemplo, el protagonista se enamora de una muchacha llamada Nélida, mismo nombre que una jovencita con la que mantuvo una relación en el pasado. La aparición de una muchacha con el mismo nombre que un viejo amor de juventud parece una coincidencia propia de los sueños, donde muchas veces una persona conocida se presenta con otro cuerpo, otro rostro. En los sueños de Vidal, muchas veces aparecen reconfigurados elementos de su vida real. También en sus recuerdos. En una ocasión, cuando Vidal vuelve del hotel de citas en el que compartió una situación incómoda junto a Rey y Tuna, puede leerse esta confusión: el episodio no es, en cuanto a lo anecdótico, demasiado grave, pero sin embargo le produce angustia, como un sueño inexplicablemente opresivo. Como en muchos otros momentos de la novela, el universo de los sueños permite explicar elementos de la realidad, al parecer carentes de lógica. El tema de los sueños y la realidad se hace presente en este tipo de mecanismos de comprensión y asociación de imágenes.

El narrador explicita, incluso, esta temática, en tanto da cuenta de una dificultad para discernir los límites, en la historia, entre realidad y sueño: "Como la noche del 25 asumirá en el recuerdo aspectos de sueño y aún de pesadilla, conviene señalar pormenores concretos" (p.8). Efectivamente, lo pesadillesco caracteriza gran parte de los hechos de la novela. Y Vidal, en varios momentos, huye de ese presente pesadillesco hacia una ensoñación donde la atmósfera, hecha de fragmentos del pasado, es más amable. Los límites entre la realidad vivida y la imaginada son difusos: "Retrospectivamente resultaba difícil distinguir lo que había pensado de lo que había soñado" (p.79). En muchos momentos, la realidad irrumpe con violencia y despierta a Vidal "del sueño o de los recuerdos" (p.81), para hacer resurgir la atmósfera de pesadilla.

Lo pesadillesco en la novela tiene que ver con el carácter inexplicable o injustificado de los ataques, frente a los cuales las víctimas sólo pueden esconderse, refugiarse, con la esperanza de despertar y que la amenaza se haya disuelto como un mal sueño. Uno de los modos en que aparece esta cuestión de la pesadilla y el sueño advertida por el narrador tiene que ver con el desarrollo narrativo. En la historia tienen lugar hechos que resultan inexplicables para el protagonista y sus amigos, como si estuvieran presenciando una realidad extraña, o viviendo una pesadilla.

La guerra

Uno de los temas que se explicitan en la novela es el de la guerra. La narración misma se configura en torno a registrar, en un diario, la vida del protagonista durante el período de la "guerra al cerdo". El conflicto principal se construye también en función de esa guerra: hay dos bandos claramente delimitados, los jóvenes atacantes y los viejos que luchan para sobrevivir. Se problematizan figuras propias de la temática de la guerra, como la violencia y las razones argumentales, psicológicas, científicas que sostienen una batalla civil. También se juzga el accionar del gobierno y de los medios de comunicación en el tratamiento del tema, así como se discute en el plano de lo que sería la "opinión pública". Hay personajes que encarnan, en determinados momentos, las figuras usuales de la guerra, como los "traidores" (Jimi, en el bando de los viejos; Isidorito en el de los jóvenes). La figura del traidor da pie a que algunos personajes esbocen teorías acerca de una "guerra psicológica": se trataría de una estrategia del bando enemigo para provocar divisiones en el grupo de los viejos. Esparciendo el rumor de que hay "traidores" entre los ancianos, los jóvenes estarían tendiendo una trampa para disolver el espíritu grupal de sus contrincantes.

En general, la postura de la novela se inclina a problematizar el tema, criticando la guerra, evidenciando una hipocresía en las razones que se oficializan para justificar una guerra y dando a entender que lo único que hay debajo es capricho, egoísmo, sinrazón. El final de la novela coincide con el final de la guerra y se evidencian entonces las consecuencias, las vidas perdidas en vano, sacrificadas por razones perecederas y ridículas.

La amistad

La amistad se presenta como el único lazo afectivo del protagonista que se mantiene intacto hasta el final de la narración, en una historia donde todo parece cambiar o destruirse. A pesar de ciertos momentos en que las relaciones trastabillan, y de instancias en que se problematiza qué sucede con la amistad en relación al paso del tiempo y al envejecimiento de los individuos, el final de la novela parece destacar una mirada positiva sobre el tema de la amistad. El lazo amistoso se postula como lo que sobrevive a guerras, a la violencia, incluso a posibles traiciones. La amistad es, en esta novela, una relación que sólo se rompe con la muerte.

El amor

El tema del amor aparece encarnado, más que nada, en la pareja de Vidal y Nélida. Si la amistad es lo que se sostiente, lo que se mantiene de principio a fin, el amor aparece como aquello capaz de transformar a los personajes. Vidal abandona un modo nostálgico en el que se encontraba sumido, ligado al pasado y a los recuerdos, para comenzar una nueva vida junto a Nélida, junto a la cual recobra la esperanza y la posibilidad de pensar en el futuro. Por otro lado, el amor se propone como lo que reconcilia, lo que salva distancias: Antonia y Faber, representantes de bandos opuestos durante la "guerra al cerdo", acaban siendo pareja.