Diario de la guerra del cerdo

Diario de la guerra del cerdo Citas y Análisis

“Los años, viejo, los años. El hombre astuto despliega a tiempo su estrategia contra la vejez. Si piensa en ella se entristece, pierde el ánimo, se le nota, dicen los demás que se entrega de antemano. Si la olvida, le recuerdan que para cada cosa hay un tiempo y lo llaman viejo ridículo. Contra la vejez no hay estrategia”.

Jimi (capítulo 1, página 43).

El gran tema de la novela es indudablemente la vejez: la vejez es despreciada por los jóvenes, pero también por los propios viejos. La particularidad de la trama de Diario de la guerra del cerdo está en que nadie, en ningún momento, intenta destacar valores positivos de la vejez. La frase, dicha por Jimi, enuncia que no importa lo que se haga, ser viejo está mal: no hay manera de hacer lo correcto, de no ser despreciable. Tampoco hay status social, dinero, belleza alguna, ideología política, actitud, que deje a alguien a salvo: sólo hay dos bandos, y cuando se pasa al bando de la vejez, no hay salvación. Al menos hasta el desenlace de la novela.

"Bien sabía Vidal que la vida siempre sigue, que nos deja atrás, pero se preguntó ¿por qué esta urgencia? En el mismo lugar en que horas antes un hombre de trabajo había caído asesinado, un grupo de chiquitines jugaba al fútbol. ¿Solamente él advertía la profanación? También lo ofendía la circunstancia de que esos mismos menores, mirándolo con una cara que parodiaba ingenuidad y comunicaba menosprecio, a un tiempo entonaran el cantito:

Viene llegando la primavera
que siembra flores en la vejez".

Narrador (capítulo 2, página 19).

El paso del tiempo se presenta como una violencia para los hombres maduros, sobre todo cuando los jóvenes insisten en burlarse de la vejez. El grupo de "chiquitines" juega al fútbol en el lugar donde un viejo recibió, apenas la noche anterior, una muerte brutal. La memoria, principal sostén de quien ya ha vivido mucho, es profanada por los jóvenes, quienes poco tienen para recordar y mucho para soñar hacia el futuro. Los jóvenes no muestran ningún respeto hacia la muerte, tan lejana para ellos, y encuentran gozoso recordarle a los viejos su pronto fallecimiento (cuando no deciden, directamente, asesinarlos). Los niños miran con desprecio a Vidal y entonan un canto, reversionando una letra de tango ("Viene llegando la primavera / sembrando flores en nuestro vergel"), de modo que el significado se transforme y pase a evocar una imagen mortuoria. Las flores, que en la letra original evocaban el surgimiento de la primavera como símbolo de vida, de felicidad, de amor, en la versión parodiada simbolizan la muerte, en tanto pasan a ser flores que se dejan en un evento fúnebre o sobre una lápida, lecho que espera a los viejos. En cuanto al universo simbólico, es importante relevar que las semanas en las que se desarrolla la trama tienen lugar en el invierno. Las estaciones del año, símbolo del paso del tiempo, representan los estadíos de la vida del hombre, y el invierno coincide con la última etapa del ciclo, la vejez. Dentro de esta simbología, entonces, la primavera, representante de la juventud, se instala en el cántico como aquella que entierra al invierno, es decir, a los viejos, sembrando flores sobre ellos. Los jóvenes, con su canto, cambian la letra del tango, género musical cuyo tema principal suele ser la nostalgia, y la vuelven un insulto o una amenaza. El cambio de la letra violenta a Vidal, podría pensarse, de un modo similar al cambio de los nombres de calles, que le recuerdan que su tiempo ya pasó. No es casual que, al continuar su camino, se quede mirando una casa en demolición, pensando cómo habría sido esa casa en el pasado.

"Como un animal que anhela su cueva, tenía ganas de volver a casa, pero con asombro descubrió que estaba inquieto y optó por cansar un poco los nervios antes de encerrarse en la pieza a pasar la noche. Se dijo que a sus años un hombre ha conocido tantas experiencias, que un episodio como el del hotel no lo sorprende demasiado. Lo comparó, sin embargo, a sueños en que la situación no es amenazadora ni angustiosa, pero que resultan opresivos por un indefinible poder de las imágenes".

Narrador (capítulo 11, página 61).

En esta novela, la mayoría de las cuestiones relacionadas con la sexualidad se presentan conflictivas y como cubiertas por un halo de extrañeza. Los descubrimientos que Vidal hace sobre la vida sexual de sus amigos no constituyen una consecuencia de la guerra violenta que invade, repentinamente, la vida del grupo, pero por alguna razón ambas situaciones coinciden en un mismo episodio pesadillesco. En la frase citada, donde el narrador expone la interioridad de Vidal al volver del hotel de citas en el que compartió una situación incómoda junto a Rey y Tuna, puede leerse esta confusión: el episodio no es, en cuanto a lo anecdótico, demasiado grave, pero sin embargo le produce la misma angustia que un sueño inexplicablemente opresivo. De algún modo, los hechos violentos y el cruento discurso en boca de los jóvenes sobre la repugnancia que les producen los viejos, logra teñir la percepción de Vidal acerca de las elecciones de sus amigos en cuanto a sus relaciones con mujeres jóvenes. Vidal en ningún momento expone un juicio moral sobre el tema, pero no puede evitar cierta incomodidad: hay algo puramente físico, como una tendencia animal que se expone y parece contagiar todo lo demás. El símil que abre la cita evidencia esa tendencia, como si estos hombres solo pudieran identificar, en sí mismos y en los demás, lo puramente instintivo o animal. Vidal quiere volver a su casa como un animal que, intimidado por una situación, busca refugiarse en su cueva. No hay racionalidad humana que explique lo pesadillesco, sino pura sensación y necesidad de huir.

"Creyó por primera vez entender porqué se decía que la vida es sueño: si uno vive bastante, los hechos de su vida, como los de un sueño, se vuelven incomunicables porque a nadie interesan. Las mismas personas, después de muertas, pasan a ser personajes de sueño para quien las sobrevive; se apagan en uno, se olvidan, como sueños que fueron convincentes, pero que nadie quiere oír".

Narrador (capítulo 16, página 79).

El narrador, focalizado en Isidoro Vidal, expone los pensamientos del protagonista. Por un lado, resulta interesante la reflexión de Vidal, acerca de la muerte y el modo en que los muertos perviven en la memoria hasta ser olvidados: instantes después, Vidal se entera de la muerte de Néstor, lo cual desatará, en adelante, una serie de pensamientos en el protagonista, acerca de la facilidad humana para olvidar a los que ya no están. La intrascendencia de la muerte aparece con recurrencia en la novela, ya sea en la reflexión del protagonista como en escenas externas a él (como los niños jugando en el lugar donde había fallecido el diarero horas antes). Por otro lado, en esta misma cita, la reflexión de Vidal (y por lo tanto la totalidad del relato, teñida por su punto de vista), desestima y rechaza, implícitamente, lo que suele ser el discurso positivo acerca de la vejez. En la medida en que se produce una innegable disminución del poder físico, el discurso positivo sobre la vejez suele tender a una exaltación de valores relacionados a lo puramente mental o espiritual, como la idea de sabiduría. Dicho discurso hace del viejo un sabiondo digno de reverencia, un instructor basado en la experiencia que le han dado los años. En el pensamiento de Vidal, el concepto de "viejo sabio" no tiene lugar: a nadie le importa lo que un viejo tiene para decir, resulta aburrido y su saber, si hay alguno, se vuelve incomunicable, principalmente porque nadie quiere oírlo. Este tipo de reflexión, en la novela, ayuda a construir una visión pesimista sobre la vejez.

"—Lo que me fastidia en esta guerra al cerdo —se irritó porque sin querer llamó así a la persecución de los viejos— es el endiosamiento de la juventud. Están como locos porque son jóvenes. Qué estúpidos".

Vidal (capítulo 20, página 94).

La ironía en las palabras de Vidal yace en que, como lectores, conocemos la interioridad del personaje: el protagonista no se enfurece tanto por la cuestión de la guerra, sino por ver sus propias valoraciones y visión del mundo puestas a funcionar en contra suyo. Tanto Vidal como el resto de los amigos también "endiosan" a la juventud. Recuerdan con nostalgia su propio tiempo como jóvenes, desprecian a las mujeres "maduras" y desean, con desesperación, a las muchachas, incluso, en varios casos, a las menores de edad.

Lo que los viejos lamentan de sí mismos, de la vejez, es lo mismo que los jóvenes ven en ellos. Aunque intentan discutirlo, los viejos reciben en la violencia de los jóvenes una exaltación del mismo desprecio que sienten por su propia condición, que se presenta inferior, en todo sentido, a la de su enemigo.

"En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser. Un odio bastante asustado…".

Arévalo (capítulo 21, página 100)

Entre las razones que se ofrecen para la guerra, el motivo psicológico parece ser el verdadero movilizador. Los jóvenes matan a los viejos para matar eso que detestan sobre su propio futuro, que es la vejez, la decrepitud, la espera de la muerte. Esta teoría será solventada poco después, en palabras de un médico. En principio, pareciera que la guerra produce no sólo una reflexión sobre el bando enemigo, sino también sobre el bando al cual se pertenece. Quizás esto responde a la particular relación que se establece entre ambos. Los integrantes de cada bando comparten parte de la identidad con los del bando enemigo: los viejos fueron jóvenes, los jóvenes serán viejos. La guerra parece darse, entonces, entre dos momentos de la vida de un hombre, condenado a atravesar ambos períodos. El odio asustado responde a la conciencia, por parte de la juventud, de lo que sabe que no podrá evitar. La guerra simboliza, en este sentido, el combate que se da en el interior de un hombre, entre las distintas etapas de su vida, entre su pasado y su futuro: es la guerra que el hombre tiene consigo mismo.

"—Nos callamos. ¿En qué piensas, Arévalo?

—Es para reír —confesó este último—. Tuve una especie de visión.

—¿Ahora?

—Ahora. Me pareció ver un pozo, que era el pasado en que iban cayendo personas, animales y cosas.

—Sí —dijo Vidal— y da vértigo.

—También da vértigo el futuro —continuó Arévalo—. Lo imagino como un precipicio al revés. Por el borde asoman gente y cosas nuevas, como si fueran a quedarse, pero también caen y desaparecen en la nada".

Arévalo y Vidal (capítulo 26, página 120).

En esta guerra, los jóvenes padecen con terror el ser conscientes de la inevitabilidad de su propia vejez. En espejo, los viejos sufren la conciencia acerca de la pérdida de la propia juventud. El problema de los viejos es que, de algún modo, no hay a dónde mirar: en el pasado está lo perdido, en el futuro también está la pérdida definitiva, que es la muerte. Varias veces se alude en la novela a un "no lugar" para los viejos en el mundo. En torno a esto, es interesante la imagen que presenta Arévalo, en el taxi camino al entierro de su amigo. Arévalo habla de un pozo en donde todo desaparece, pasado y futuro. El hombre, en su vejez, está cercado: todo a su alrededor es oscuridad. A un lado, el pasado perdido para siempre; al otro, el futuro trae la muerte. Esta imagen del "pozo" que presenta Arévalo no expresa solo la soledad y la angustia del hombre frente a la propia muerte, sino también a la de los demás. Esta gente que se asoma y luego desaparece en la nada recuerda a la reflexión de Vidal acerca de los límites difusos entre la realidad y el sueño en relación a cómo se olvidaba fácilmente la vida de los que mueren, como si la muerte los volviera personajes de algún sueño. En ambos, lo que se da es la idea de dos planos: uno de presencia o realidad, otro de ausencia o sueño. Esta dicotomía se asimila fácilmente a la expresión comúnmente utilizada para aludir a la muerte, que es la de descanso eterno.


"Se preguntó si la manera más directa de salir de su estúpida agitación no sería buscar a la muchacha en los cafetines donde guitarreaba el tipo ese, el tal Martín. No debía, sin embargo, excluir una posibilidad desagradable: que su llegada la contrariara (...). Empezaría entonces a perder el amor de Nélida: desgracia desde luego inevitable, porque resultaba absurdo que lo quisiera una muchacha tan linda y tan joven. Con esa llegada intempestiva la desengañaría de la equivocación o el capricho de quererlo. Quizá ahí mismo le diría que se fuera, que ella se quedaba con Martín (...). Imaginó la situación: su retirada bochornosa, entre la mofa de los parroquianos, mientras en el fondo del local la pareja se abrazaba; escena de final de película, con el castigo del villano (es decir, el viejo), la lógica reunión de los jóvenes, los enfáticos acordes de la orquesta y el aplauso del público".

El narrador (Capítulo 35, página 150).

Vidal es consciente de su propia edad y, aunque por momentos intente desligarse de los otros hombres a los que considera indudablemente viejos, tiene vacilaciones en cuanto a su autopercepción. Aunque se siente más joven al lado de Nélida, la diferencia de edad, por momentos, se hace presente: "Cuando dijo esa frase creyó notar que la mirada de Nélida se volvía vaga. Alarmado se preguntó: '¿La aburriré? Es joven, está acostumbrada a gente joven y yo desde hace años no hablo sino con viejos'", (p.146). La propia vejez se aparece como un mal que amenaza a destruir su relación, una parte de sí que Vidal quiere ocultar, pero que aguarda al acecho constantemente. En tanto la relación con la muchacha lo hace sentir más joven, la posibilidad de perderla trae consigo la paranoia de ser viejo. Más aún cuando su competencia, el novio de Nélida, es un muchacho joven. En el momento en que la chica se ausenta para reunirse con su novio Martín y terminar la relación, la imaginación de Vidal se desata. Además de la paranoia ligada a los celos, lo que se manifiesta en las especulaciones de Vidal cuando se debate entre ir o no a buscar a Nélida es la amenaza del fantasma de la vejez. En la cita se ve cómo el fantasma de la vejez trae consigo la imposibilidad del amor: que una muchacha joven ame a alguien viejo es un "capricho", una "equivocación" que tarde o temprano se mitiga, se resuelve y desemboca en un paso "lógico", que es la reunión de los jóvenes. En la escena que imagina Vidal, nuevamente, el viejo es un personaje que no tiene más lugar que el del despreciable, el villano, aquel del cual hay que librarse.

"Pensó: 'Uno está seguro en la vida, y aun en medio de la guerra supone que lo malo ha de ocurrir a los otros; pero basta que un amigo muera (o que nos anuncien que tal vez muera) para que todo se vuelva irreal'. El aspecto de las cosas había cambiado, como en el teatro, cuando el iluminador gira un disco de vidrios de colores delante del foco de luz. El mismo doctor Cadelago, con esa discrepancia entre la expresión facial y las palabras, con su cabeza de calabaza hueca, en que se introduce una vela encendida para espantar de noche a los chicos, resultaba fantasmagórico. Vidal sintió que había desembocado en una pesadilla: mejor dicho: que estaba viviendo una pesadilla. 'Existe Nélida', se dijo y, en seguida, se reanimó".

El narrador (capítulo 38, página 160).

La atmósfera pesadillesca invade el episodio del hospital, en gran parte a causa del doctor Cadelago. El médico a cargo de Arévalo tiene una particularidad perturbadora. El personaje de Cadelago reúne en sí mismo la falta de lógica y la paradoja que encierra constantemente la atmósfera de la novela. La confusión se acentúa aún más en Vidal, quien de pronto recuerda "haber encontrado antes al doctor Cadelago, o a otra persona que sonreía porque estaba triste, o tal vez de haber soñado con alguno de esos encuentros" (p.160). Como en otros momentos de la novela, sueño y recuerdo se confunden, como también lo hacen la pesadilla y la realidad. En general esa perturbación es consecuencia de hechos violentos, que Vidal sufre día a día y por los cuales la vida se transforma en pesadilla. Como se ve en la cita, el efecto es el mismo de los sueños: elementos de la realidad llevados a un extrañamiento que puede tornar perturbador incluso aquello que nos resultaba familiar y amable. En el tiempo de la trama, Vidal presenció como un espectáculo pesadillesco, interpretado por sus amigos y otros conocidos, en espacios conocidos, acabó ocupando el lugar de lo real. En ese tiempo, ha descubierto facetas extrañas, desconocidas, en sus amigos, y la ciudad que tan familiar le resultaba se le tornó una escenografía fúnebre. Lo único que puede despertarlo de esa pesadilla es Nélida, porque junto a ella él ya no es el viejo protagonista de una pesadilla con final fatal, sino el novio de una jovencita.

"Vidal pasó de largo, entró en el garage, (...) estaba tan cansado que olvidaba todo, como si pensara soñando, (...) apareció una figura con los brazos en alto. Distraídamente oyó que lo llamaban:
—¡Viejo!
Por un instante interpretó ese llamado como una acusación, pero en seguida reconoció la voz de su hijo. Vio al muchacho (...) corriendo hacia él. (...) Hubo una alteración en las imágenes. Vio la desaforada mole, oyó el alarido, oyó los vidrios y los hierros que seguían cayendo interminablemente. Después, en un instante de absoluto silencio (...) entendió por fin: contra los automóviles del fondo, el camión había atropellado a Isidorito. Los hechos en ese punto se confundían, como si lo hubieran emborrachado. Las escenas mantenían la vividez, pero estaban barajadas en cualquier orden. Su atención desesperadamente se dirigía hacia una especie de arlequín reclinado contra un automóvil. El camión retrocedía despacio, con mucho cuidado. Vidal notó que le hablaban. El camionero le explicaba con una sonrisa casi afable:
—Un traidor menos".

Narrador (capítulo 46, página 185).

Desde que Antonia anuncia a Vidal que Isidorito y Nélida lo están buscando por la ciudad, el relato es invadido por una desesperación dada por el peligro de muerte y el aura de pesadilla vuelve a teñir los escenarios, los límites entre sueño y realidad se vuelven a enturbiar.

En la cita vemos cómo la palabra que tematiza el mayor conflicto de la obra, "viejo", es dicha por última vez en la novela, pero ahora con un significado distinto. En la atmósfera de guerra que había acaparado la vida de Vidal, la primera acepción de esa palabra que resuena en la cabeza del protagonista es la de acusación, como si la violencia de la guerra hubiera logrado, además de causar tantos desastres, hacer olvidar la significación afectuosa y familiar de "viejo", palabra con la que un hijo se dirige normalmente a su padre. El conflicto entre estas dos acepciones evidencia, junto con el desenlace trágico, el modo en que la guerra se infiltró en lo más íntimo y familiar de la vida de las personas.

Cuando Vidal reconoce la voz de su hijo, llega a verlo, por última vez, feliz de haber encontrado a su padre. Lo que sucede después de ese instante resulta tan inverosímil e inesperado para Vidal que la escena, teñida del punto de vista del protagonista, se nos presenta fragmentada, como percibida por partes, sin llegar a formar una totalidad comprensible. La muerte de Isidorito configura un quiebre de la realidad para Vidal. Dicho quiebre se plasma en la narración, que incorpora incluso un lenguaje propio del artificio de la escritura o del cine para describir la acción: se rompe la linealidad de las escenas. El narrador apunta que "hubo" una alteración en las imágenes, como si la realidad misma se desfigurara ante la perspectiva del protagonista, que no puede distinguir con claridad el hecho, "como si lo hubieran emborrachado". El símil colabora a ilustrar esta ausencia de voluntad en Vidal, sumido de pronto en una ebriedad impuesta por el exterior, como si el protagonista no tuviera más control de la situación que el que se puede tener en un sueño. La conciencia de Vidal no llega a traducir, siquiera, lo que está frente a sus ojos.

Al igual que el doctor Cadelago, el camionero sonríe al comunicar la noticia más terrible. El asesino de su hijo está frente a Vidal en un episodio sumido en la confusión. En parte, lo que contribuye a la atmósfera de falta de lógica, es que el camionero mató a Isidorito por el bien de la causa que la juventud mantiene contra los viejos, y sin embargo no mata a Vidal, sino que le sonríe. No hay lógica que soporte el acontecimiento, sino más bien ironía: Isidorito muere en manos del bando al que él mismo pertenecía, la juventud ha matado a un joven, y lo ha hecho, supuestamente, por el bien de la juventud. La cuestión de la traición reaparece entonces, en este caso en el bando de los victimarios, para culminar con el episodio de la guerra, en un momento que para el protagonista de la novela coincide con el clímax de la pesadilla.