Diario de la guerra del cerdo

Diario de la guerra del cerdo Resumen y Análisis - Capítulos 28-35

Resumen

Capítulo 28

Vidal está en la casa intentando recomponerse, cuando aparece Nélida. Ella insinúa algo sobre Madelón, en tono cínico y dice "Todas vienen porque están locas por él" (p.126). Vidal está demasiado cansado como para discutir y le dice que necesita desvestirse y acostarse. Nélida responde que nadie se lo impide y ella misma se desviste también. Se abrazan, se besan. Más tarde Nélida cuenta que se está mudando a la casa de una tía que murió. Vidal pregunta si es lejos y ella dice que no, luego conversan hasta que Vidal se duerme.

Capítulo 29

Vidal se despierta junto a Nélida, después de soñar que estaba en una casa con una abertura por la que entraban furiosos búhos. Recuerda que siempre se despertó antes que las mujeres. Repasa lo sucedido y se alegra de no haberle preguntado por el novio. Le parece que la explicación del universo es el acto del amor. Nélida se despierta, deciden preparar el desayuno. Ella le propone que se mude a su nueva casa. Él pregunta entonces por el novio. Ella le pregunta si le importa mucho, y él responde que sí. Entonces ella dice que va a terminar con el novio, para quedarse con él. Tocan la puerta del cuarto. Él se viste y sale a ver quién es.

Capítulo 30

El que tocaba la puerta era Faber. Éste le grita a Vidal que se esconda en el altillo, porque unos muchachos encontraron la puerta cerrada con candado y quisieron abrirla a balazos. Le cuenta que los jóvenes tuvieron que irse porque llegó un patrullero, pero prometieron volver. Vidal responde que se quedará en su cuarto, porque además no se considera viejo y no le asusta la muchachada del barrio. Faber advierte que los que prometieron volver no son del barrio sino del Club del Personal Municipal, que incautaron camiones de la División Perrera, y agarran viejos y los pasean enjaulados y luego los exterminan en la cámara para perros hidrófobos. Nélida le pide a Vidal que cierre la puerta y le dice que pase la noche en el altillo y que al día siguiente vaya a su casa en la calle Guatemala. Él acepta y Nélida le da la llave y la dirección.

Capítulo 31

Vidal sube al altillo, donde ya están Faber y el encargado. Éstos hablan de los ataques de los jóvenes. Bromean hasta que escuchan un tumulto debajo, golpes como de gente empujada. Oyen crujidos en la escalera y de pronto los apunta con la linterna doña Dalmacia, que dice que ella hubiera querido quedarse abajo, pero que la hija la obliga a meterse en el altillo.

Capítulo 32

Martes, 1° de julio.

Vidal se queda dormido. Sueña que él sin querer tiraba una vela y el altillo se incendiaba con ellos dentro, y que él aprobaba esa "purificación por el fuego" (p.140). Despierta y los demás están durmiendo. Baja y entra a su cuarto. Prepara un bolso con algunas prendas de ropa. Deja una nota para su hijo, donde le comunica que un amigo lo había invitado a pasar unos días afuera, sin más detalles. Luego, emprende el camino hacia la casa de Nélida.

Capítulo 33

Vidal encuentra la casa y entra. Lo recibe Nélida con mucho entusiasmo. La casa le resulta a Vidal grande y confortable. Acuerdan esperar unos días y luego ir a buscar el resto de las cosas de él. Vidal se pregunta si podrá vivir allí sin parecer un mantenido.

Capítulo 34

Vidal siente que los hombres en general no son tan afortunados como él. Nélida le pregunta si no va a extrañar su casa anterior y él asegura que no. Vidal le cuenta que en una ocasión iba a mudarse, pero la mujer lo dejó solo con el chico y las vecinas del inquilinato lo ayudaron a criarlo. También le cuenta que en un momento pensaba ser profesor. Acaba preguntándole por el novio, y Nélida dice que todavía no habló con él, pero que más tarde lo va a encontrar en uno de esos cafetines donde trabaja como músico. Vidal y Nélida almuerzan y luego él se queda dormido.

Capítulo 35

Vidal se despierta y busca con la mano el cuerpo de Nélida, pero ella no está. Al principio, se desespera, pero luego recuerda que ella le avisó, mientras él dormía, que iba a aclarar todo con su novio, y le pidió que no saliera de la casa ni le abriera la puerta a nadie. Él lamenta haberla dejado ir y no saber cuándo va a volver. Se viste. Considera ir a ver a Jimi, para distraerse de la ausencia de Nélida. Está un rato en la puerta indeciso, no sabe si irse o esperarla. Decide ir a buscarla a los cafetines donde Martín, el novio de Nélida, toca la guitarra. Inmediatamente considera que ese gesto podría disminuir el amor que siente Nélida por él. Se imagina una escena en donde él llega y ella decide quedarse con Martín. Vuelve a desesperarse.

Va a la casa de Dante. Éste le anuncia que Jimi apareció, pero que Rey pidió que fueran a verlo a la panadería, porque tenía algo grave que decirles.

Análisis

"Lo despertó un estrépito que interpretó como su disparo contra un búho. Recordaba el sueño: Estaba en el refugio, una casucha de granito, que (según le explicaron) era resistente y segura. Con la satisfacción de quien inspecciona su propiedad, miró hacia arriba; faltaba el techo. Por la abertura bajaban sobre su cabeza furiosos búhos, que pesadamente remontaban vuelo, para volver al ataque" (p. 129).

Vidal se queda dormido junto a Nélida. Una vez más, su sueño tiene que ver con estar en una instancia de refugio, un espacio que sirve de resistencia frente a una amenaza del exterior, hasta que el exterior invade violentamente ese espacio interior. Como habíamos mencionado, el tema de la violencia se presenta como una amenaza constante para el protagonista de la novela. La violencia vuelve pesadilla a la realidad y se filtra, también, en el espacio del sueño, difuminando así los límites entre ambos planos. Lo particular en esta ocasión es el animal que encarna, en el sueño, la amenaza: son búhos. La imagen de lo animal vuelve a representar al enemigo al acecho, pero en este caso no se trata de manadas de jóvenes furiosos, sino de aquel animal que se identificaba con la vejez. Para el inconsciente de Vidal, en esta instancia, la invasión terrorífica es de la vejez, no de la juventud.

Esto bien puede tener que ver con la relevancia que cobra, en estos capítulos, el personaje de Nélida. Hasta entonces sólo había aparecido brevemente y funcionaba más bien como un elemento secundario que ayudaba a construir el personaje de Vidal. Hasta el momento ella es una muchacha joven y linda, cercana a Vidal por vivir en el mismo inquilinato y, lo más importante, no considera viejo a Vidal. Vidal ya había expresado su deseo por esta joven a quien, de todos modos, consideraba fuera de su alcance. En estos capítulos, la presencia de Nélida se vuelve decisiva, en la medida en que se enlaza románticamente con el protagonista. Esto no solo incorpora el elemento romántico a la trama y agrega una faceta amorosa al protagonista, sino que además es lo que logra "salvar" de algún modo a Vidal, destacando este personaje entre el resto de los amigos. El hecho de que una muchacha joven y bella quiera vivir con él, convierte al personaje en un hombre superior a aquellos con quienes tiene afinidad, cuyas relaciones con mujeres jóvenes aparecen necesariamente mediadas por el dinero (Rey y Tuna, Jimi y Leticia) o bien son nulas (Dante, Néstor). En compañía de Nélida, Vidal se siente automáticamente menos viejo y, por lo tanto, se considera fuera del bando de víctimas de la guerra al cerdo, del que poco antes se sentía parte:

"Pensó que si tuviera ánimo pasaría por lo de Jimi, para preguntar si el amigo había regresado, pero pudo más el impulso de llegar cuanto antes a casa de Nélida, como si junto a ella estuviera a salvo, no de la amenaza de los jóvenes, que ahora casi no lo asustaba, sino del contagio, probable por una aparente afinidad con el medio, de la insidiosa, de la pavorosa vejez" (p.142).

El símil presenta la vejez como una enfermedad contagiosa, de la que Vidal está repentinamente salvado. La vejez evoca la imagen de la enfermedad, frente a la cual el amor de Nélida inmuniza y cura. Ella aparece entonces, más que como una novia, como una enfermera que salva a un paciente de la muerte. Es importante recordar también que ella tiene el nombre de una muchacha a quien Vidal quiso en la juventud. De algún modo, el paralelo entre las muchachas puede estar funcionando para Vidal como una suerte de viaje en el tiempo: al vivir nuevamente el amor con una Nélida, Vidal revive la juventud, recupera algo de aquel muchacho que fue en el pasado. Esta nueva faceta amorosa, como una confirmación, envalentona a Vidal para negarse, por ejemplo, a esconderse de la amenaza de un nuevo ataque juvenil: "No voy a subir al altillo, con los viejos" (p.134).

Sin embargo, termina teniendo que ceder y esconderse. El ruido que despertó a Vidal había sido un disparo, sí, pero en la realidad no es él quien tiene un revólver en sus manos, sino un grupo de muchachos. Fuera de la ensoñación amorosa, Vidal es, para los jóvenes asesinos, uno de esos búhos de los que hay que librarse. Faber anuncia a Vidal que los jóvenes se fueron porque había aparecido una patrulla, pero prometieron volver, y esta vez cuentan con elementos para la guerra: "se incautaron de los camiones de la División Perrera y recorren las arterias de la ciudad, a la caza de viejos que buscan en sus reductos domiciliarios y se los llevan de paseo, enjaulados, en mi opinión para escarnio y mofa" (p.134). La amenaza animal, en la realidad, sigue siendo encarnada por una juventud asesina. Los jóvenes, que ya gozaban en comparar a los viejos con perros despreciables, llevan al extremo la asociación y la vuelven directamente física: los viejos ocupan, bajo esta tiranía juvenil, el lugar de un perro, y por lo tanto serán obligados a actuar como si lo fueran. No como cualquier perro, además, sino como aquellos que a la sociedad no interesan, que no son queridos por nadie y cuyo destino es ser sacrificados: "Hay quienes pretenden, señorita, que los exterminan en la cámara para perros hidrófobos" (p.134), le cuenta Faber a Nélida.

En esta novela, cuyos temas principales están ligados a la vejez, a la violencia y a la muerte, muchos de los espacios en los que tiene lugar la acción evocan la imagen de lo mortuorio: cámaras de exterminio, funerales, casas donde se velan a los muertos, cementerios, hospitales. En este contexto, el altillo en el que deben esconderse los viejos cuando los jóvenes amenazan con acabar con ellos en el inquilinato adquiere una dimensión simbólica en relación con esa imagen. Por un lado, el hecho de que los viejos se resistan a subir al altillo y solo lo hagan por insistencia de sus hijos o familiares jóvenes, hace surgir la idea de asentamiento para ancianos o de geriátrico. Para algunos de los viejos, subir al altillo constituye una humillación. Doña Dalmacia, al entrar al altillo, "manifestó su imponente desprecio: —Tres maricas. Los nenes los asustan y se esconden. Sepan; maricas, que yo quería quedarme abajo. Déjenlos que vengan; de un pechazo los volteo. Pero mi hija me manda arriba porque es una porquería y dice que estoy ciega" (p.139). Vidal tampoco quiere subir allí porque el espacio mismo lo equipara a los viejos, los que esperan la muerte: "A la luz del alba, que penetraba por la claraboya, vio a Faber y al encargado. Pensó: 'Duermen como dos cadáveres que respiran'" (p.140). El narrador apunta las reflexiones de Vidal en ese espacio pesadillesco, donde los viejos deben esperar para protegerse del ataque de los jóvenes, es decir, para postergar su propia muerte. El símil citado trae la imagen de la muerte y la imprime sobre la de la vejez: los viejos, dormidos, no se diferencian de los muertos más que en el acto más básico, como si respirar fuera lo único que tienen en común los viejos con el resto de los vivos. La muerte es un futuro tan próximo para la vejez que su fantasma habita junto a ellos durante el presente. La presencia de lo mortuorio aparece en extremo en el sueño de Vidal:

"En la silenciosa penumbra, Vidal se durmió. Soñó que su mano volteaba la vela, que el altillo se incendiaba y que él, una de las víctimas, aprobaba esa purificación por el fuego. Deseaba ahora, por circunstancias que en el sueño no podía recordar, el triunfo de los jóvenes y explicaba todo con una frase que le parecía muy satisfactoria: “Para vivir como joven, muero como viejo" (p.140).

La imagen del altillo incendiado, volviendo cenizas a esos viejos que parecen cadáveres, evoca la idea de un crematorio. En el inconsciente de Vidal, la aprobación de esa "purificación por el fuego" manifiesta su extremo desprecio por la condición que reúne a esos cuerpos en el altillo: la vejez. Esa misma condición parece reunir a Vidal con sus amigos en un grupo que, desde que está en pareja con Nélida, se le presenta indeseable: "Es verdad que en ocasiones miraba a sus amigos con aprehensión, o poco menos, como si fueran adictos a un vicio, la vejez, del que lo salvaba el amor de la muchacha" (p.150). La relación con Nélida modifica su percepción y acentúa el juicio que Vidal tiene sobre los hombres mayores. La vejez es una enfermedad contagiosa o un vicio que tiene efectos físicos visibles: al visitar a Dante, el narrador apunta que "Vidal lo encontró de tan mal color —una palidez amarillenta y verdosa— que se preguntó si le parecería más viejo por oposición a la juventud de Nélida" (p.151).

Sin embargo, Vidal es consciente de su propia edad y, aunque por momentos intente desligarse de los otros hombres a los que considera indudablemente viejos, tiene vacilaciones en cuanto a su autopercepción. Aunque se siente más joven al lado de Nélida, la diferencia de edad, por momentos, se hace presente: "Cuando dijo esa frase creyó notar que la mirada de Nélida se volvía vaga. Alarmado se preguntó: '¿La aburriré? Es joven, está acostumbrada a gente joven y yo desde hace años no hablo sino con viejos'" (p.146). La propia vejez se aparece como un mal que amenaza a destruir su relación, una parte de sí que Vidal quiere ocultar, pero que aguarda al acecho constantemente. En tanto la relación con la muchacha lo hace sentir más joven, la posibilidad de perderla trae consigo la paranoia de ser viejo. Más aún cuando su competencia, el novio de Nélida, es un muchacho joven. En el momento en que la chica se ausenta para reunirse con su novio Martín y terminar la relación, la imaginación de Vidal se desata. Además de la paranoia ligada a los celos, lo que se manifiesta en las especulaciones de Vidal cuando se debate entre ir o no a buscar a Nélida es la amenaza del fantasma de la vejez:

"Se preguntó si la manera más directa de salir de su estúpida agitación no sería buscar a la muchacha en los cafetines donde guitarreaba el tipo ese, el tal Martín. No debía, sin embargo, excluir una posibilidad desagradable: que su llegada la contrariara, que lo viera como a un desorbitado o como a un desconfiado. Empezaría entonces a perder el amor de Nélida: desgracia desde luego inevitable, porque resultaba absurdo que lo quisiera una muchacha tan linda y tan joven. Con esa llegada intempestiva la desengañaría de la equivocación o el capricho de quererlo. Quizá ahí mismo le diría que se fuera, que ella se quedaba con Martín (desde que sabía el nombre, lo aborrecía). Imaginó la situación: su retirada bochornosa, entre la mofa de los parroquianos, mientras en el fondo del local la pareja se abrazaba; escena de final de película, con el castigo del villano (es decir, el viejo), la lógica reunión de los jóvenes, los enfáticos acordes de la orquesta y el aplauso del público" (p.150).

El fantasma de la vejez trae consigo la imposibilidad del amor: que una muchacha joven ame a alguien viejo es un "capricho", una "equivocación" que tarde o temprano se mitiga, se resuelve y desemboca en un paso "lógico", que es la reunión de los jóvenes. En la escena que imagina Vidal, nuevamente, el viejo es un personaje que no tiene más lugar que el del despreciable, el villano, aquél del cual hay que librarse. En esta novela, la sexualidad de los viejos es un error obsceno, en el cual nadie quiere pensar, ni siquiera los viejos mismos. Tanto Vidal como los otros personajes mayores hablan con desprecio de las mujeres viejas. El protagonista, al llegar a la casa de Dante, observa a la mujer que lo recibe:

"(...)le abrió la puerta “la señora”. Así la llamaba Dante, sin que nadie supiera con exactitud si era su criada o su mujer, aunque probablemente cumpliera ambas funciones. (...) La piel de la mujer, de tono rojizo, estaba recubierta de pelos negros; también negra era la cabellera, salpicada de mechas grises. En cuanto a las facciones, los años las habían sin duda abultado, de modo que se presentaban, como en otros ancianos, toscas y prominentes. Vidal se preguntó si “esta bruja” habría sido o sería aún (ya que en la intimidad de los hogares ocurren cosas inimaginables) la concubina de su amigo. “Un cuadro tan repulsivo, que lo mejor es desearles una pronta muerte" (p.151).

La vejez no sólo vuelve a un cuerpo indeseable, sino también digno de desprecio, de repulsión. A Vidal le parece "inimaginable" que Dante tenga relaciones sexuales con esa mujer. Nuevamente, en el cuadro de lo imaginable (como evidenciaba la cita anterior) la sexualidad solo puede ser encarnada por jóvenes. Todo lo demás debe salirse del plano para que el público pueda mirar con tranquilidad la escena y luego aplaudir. Esta imposibilidad de la sexualidad en su relación con los cuerpos viejos aparece también en el juicio que el resto de los personajes tiene sobre Doña Dalmacia. Es una mujer grande, que ha descuidado su cuerpo, y a la que todos llaman "Soldadote". Cuando aparece en el altillo, el viejo encargado dice sobre Dalmacia "Hoy por hoy esa mujer es un hombre asqueroso. Caprichos de la vejez" (p.139). Pareciera que la "de-sexualización" del cuerpo viejo recae en una degeneración: una mujer vieja ya no merece ser llamada "mujer", como si junto con su juventud perdiera, también, su género femenino.