Diario de la guerra del cerdo

Diario de la guerra del cerdo La barbarie en Diario de la guerra del cerdo. Bioy Casares y la política argentina.

Bioy Casares publica, en 1969, una novela donde el conflicto principal está dado por la persecución de una juventud barbarizada que toma por víctima a adultos mayores, y los asesina brutalmente. Es preciso reparar en el contexto sociohistórico de la publicación y en los paralelos que pueden establecerse entre la trama de la novela y cierto posicionamiento que ésta podría estar planteando en relación a los movimientos políticos vigentes en la Argentina de la época.

Aunque no se especifica el momento concreto de la historia argentina en que tiene lugar la ficción, sí sabemos que sucede en Buenos Aires, en algún momento de la década de 1960 (por referencias a edificios históricos y cambios de nombres en las calles). También se dan algunas referencias históricas, que no ingresan inocentemente a la trama. Por ejemplo, cuando el protagonista tiene que pasar por primera vez varias horas en el altillo del inquilinato, a causa de que su hijo Isidorito recibe a miembros de la Agrupación Juvenil, Vidal se queda dormido y el narrador apunta: "Al rato estaba soñando con un señor que pasó casi toda la tiranía de Rosas escondido en un altillo, hasta que lo delató el mayor de los niños que por las noches le había hecho a su mujer y la mazorca lo degolló" (p.35). En cuanto a la trama, la identificación es clara: en el sueño se filtra el miedo a ser traicionado por su propio hijo, entregado por él a la tiranía enemiga, del mismo modo que el refugiado del régimen rosista. Sin embargo, la mención de Rosas no debe pasar desapercibida. Uno de los temas subyacentes en la novela es el de la barbarie, y esta fue históricamente asociada, por un sector del pensamiento argentino, al gobierno de Rosas y su modelo de pueblo. La figura de Rosas puede asociarse en cierto punto a la de un político construido en la ficción, que aparece mencionado por el narrador y por los personajes. Arturo Farrell, "a quien la opinión señalaba como secreto jefe de los Jóvenes Turcos" (p.5), era admirado por Vidal: "Ante los amigos, que abominaban de Farrell, lo defendía, siquiera con tibieza; deploraba, es verdad, los argumentos del caudillo, más enconados que razonables; (...) pero no ocultaba la admiración por sus dotes de orador, (...) y reconocía en él y en todos los demagogos el mérito de conferir conciencia de la propia dignidad a millones de parias" (p.6).

Atributos similares se adjudican fácilmente al caudillo argentino Juan Manuel de Rosas, una figura emblemática de la política argentina. Pero por la misma caracterización como caudillo y demagogo y su influencia en la conciencia popular, Farrel parece aludir, en la novela, al General Juan Domingo Perón, histórico líder político de la Argentina cuya figura es asimilada, por un sector de pensamiento mayoritariamente intelectual, a la de Juan Manuel de Rosas. Si Rosas es el político más problemático del siglo XIX, Perón es la figura política más emblemática del siglo XX en la Argentina, no sólo por su labor como mandatario (es elegido presidente tres veces), sino también por su influencia en los movimientos protagonizados por la juventud durante las décadas sesenta y setenta. Los "Jóvenes Turcos" bien podrían estar haciendo referencia a la Juventud Peronista, que en el momento de publicación de la novela (1969), agitaba las aguas de la escena política argentina bajo el liderazgo de Perón desde el exilio. El peronismo (como el rosismo) es un movimiento que encuentra en la escena social argentina tantos adeptos como opositores. En este último grupo se ubicaba, manifiestamente, el escritor Adolfo Bioy Casares, quien criticaba al peronismo por su populismo y por desatar la barbarie en la población.

Otra de las cuestiones que permite establecer un paralelo con la figura de Perón es que Farrell es, en la trama de la novela, una figura fuerte de la política que, sin embargo, no es miembro del gobierno. "¿Por qué el gobierno tolera que ese charlatán, desde la radio oficial, difunda la ponzoña?" (p.46), pregunta Rey, a lo que Vidal responde: "Yo creo que Farrell ha dado conciencia a la juventud. Si estás en contra de las charlas de fogón, todavía te van a confundir con los matusalenes" (p.46). La "guerra al cerdo" parece ser consecuencia de estas "charlas de fogón", donde un líder organiza a los grupos juveniles y los incentiva a la barbarie, al asesinato de viejos. La novela establece la relación entre Farrell y la juventud como una combinación peligrosa. Los jóvenes parecen tomados por una repentina convicción sinsentido, como una generación de marionetas en servicio de los intereses de un dirigente, que con la matanza de viejos amenaza, podemos pensar, con destruir el viejo ordenamiento social. El movimiento juvenil termina, en la novela, en un ridículo y lamentable fracaso, y el orden normal es restablecido. Si se tiene en cuenta este desenlace, puede leerse en la novela lo que algunos críticos señalan como un posicionamiento conservador por parte del autor respecto de los movimientos políticos contémporaneos, en ese entonces ligados al peronismo: no ve en ellos más que barbarie, tan peligrosa e inhumana como una manada de animales furiosos.