Diario de la guerra del cerdo

Diario de la guerra del cerdo Símbolos, Alegoría y Motivos

El invierno y la primavera (Símbolo)

El tiempo de la trama se da en las semanas más fuertes del invierno. Las estaciones del año, símbolo del paso del tiempo, representan los estadíos de la vida del hombre, y el invierno coincide con la última etapa del ciclo, la vejez. Es relevante, por lo tanto, que la "guerra al cerdo", la pesadilla de los viejos en esta novela, se desarrolle en esta estación.

Hay un momento de la novela en que se nombra a la primavera. Dentro de la trama, la primavera bien puede ser leída en su calidad de símbolo de juventud. Sobre todo cuando la oposición fundamental de esta historia se da entre los viejos y los jóvenes.

Vidal camina por la ciudad y ve que un grupo de "chiquitines" juega en el lugar donde un viejo recibió, apenas la noche anterior, una muerte brutal. Los niños miran con desprecio a Vidal y entonan un canto: "Viene llegando la primavera / que siembra flores en la vejez" (p.19), reversionando la letra del tango argentino ("Viene llegando la primavera / sembrando flores en nuestro vergel"), de modo que el significado se transforme y pase a evocar una imagen mortuoria. Las flores, que en la letra original evocaban el surgimiento de la primavera como símbolo de vida, de felicidad, de amor, en la versión parodiada simbolizan la muerte, en tanto pasan a ser flores que se dejan en un evento fúnebre o sobre una lápida, lecho que espera a los viejos. La imagen refleja a una joven primavera festejando la muerte del invierno. Dentro de esta simbología, entonces, la primavera, representante de la juventud, se instala como aquella que entierra al invierno, es decir, a los viejos, sembrando flores sobre ellos.

El altillo (Símbolo)

En esta novela, cuyos temas principales están ligados a la vejez, a la violencia y a la muerte, muchos de los espacios en los que tiene lugar la acción evocan la imagen de lo mortuorio: cámaras de exterminio, funerales, casas donde se velan a los muertos, cementerios, hospitales. En este contexto, el altillo del inquilinato en el que deben esconderse los viejos cuando los jóvenes amenazan con acabar con ellos, adquiere una dimensión simbólica en relación con esa imagen. Por un lado, el hecho de que los viejos se resistan a subir al altillo y sólo lo hagan por insistencia de sus hijos o familiares jóvenes, hace surgir la idea de un asentamiento para ancianos o geriátrico. Para algunos de los viejos, subir al altillo constituye una humillación. Doña Dalmacia, al entrar al altillo, "(...) manifestó su imponente desprecio: —Tres maricas. Los nenes los asustan y se esconden. Sepan; maricas, que yo quería quedarme abajo. Déjenlos que vengan; de un pechazo los volteo. Pero mi hija me manda arriba porque es una porquería y dice que estoy ciega" (p.139). Vidal tampoco quiere subir allí porque el espacio mismo lo equipara a los viejos, los que esperan la muerte: "A la luz del alba, que penetraba por la claraboya, vio a Faber y al encargado. Pensó: 'Duermen como dos cadáveres que respiran" (p.140). Esta presencia de lo mortuorio se presenta en extremo en el sueño de Vidal:

"En la silenciosa penumbra, Vidal se durmió. Soñó que su mano volteaba la vela, que el altillo se incendiaba y que él, una de las víctimas, aprobaba esa purificación por el fuego. Deseaba ahora, por circunstancias que en el sueño no podía recordar, el triunfo de los jóvenes y explicaba todo con una frase que le parecía muy satisfactoria: 'Para vivir como joven, muero como viejo'" (p.140).

La imagen del altillo incendiado, volviendo cenizas a esos viejos que parecen cadáveres, evoca la idea de un crematorio. En el inconsciente de Vidal, la aprobación de esa "purificación por el fuego" manifiesta su extremo desprecio por la condición que reúne a esos cuerpos en el altillo: la vejez.

Los cambios en la ciudad (Símbolo)

En muchas ocasiones el grupo de amigos comenta con pena los cambios de nombres de las calles de la ciudad. Esos cambios les recuerdan que su tiempo ya pasó, que poco queda de aquella ciudad en la que fueron jóvenes. También se quedan mirando casas en demolición, imaginando cómo habrán sido esas casas en el pasado. Claramente, se da una identificación entre los personajes mayores de la novela y la vieja ciudad que va dejando de existir. Los cambios en la ciudad simbolizan, por lo tanto, el paso del tiempo, la modernización, el avance que deja atrás a lo viejo, de la mano de lo nuevo.

El cerdo y el búho (Símbolo)

"—Bueno, pero, ¿por qué búhos o chanchos?

—Vaya uno a saber.

—¿De dónde sacaron la idea?

Dicen que los viejos —explicó Arévalo— son egoístas, materialistas, voraces, roñosos. Unos verdaderos chanchos" (p.86).

El reino animal da pie a gran parte de la simbología de la novela. Los titulares de los diarios nombran la pesadilla de la que son víctimas los viejos como "guerra al cerdo" o "cacería de búhos". En la dicotomía búhos o chanchos pueden verse dos símbolos, que representan dos ideas sobre la vejez: el chancho corporiza los atributos de la decrepitud adjudicada a los viejos, y el búho los de la sabiduría: "—El búho me parece mejor. Es el símbolo de la filosofía —declaró Arévalo" (p.86). Sin embargo, según explica Arévalo más adelante, no hay modo de simbolizar la vejez de una manera enteramente positiva, desprendida de la decrepitud traída por los años: "El búho es el símbolo de la filosofía. Inteligente, pero repulsivo" (p.120).

Estas dos figuras animales representan entonces al "viejo" en dos facetas posibles. Por un lado la figura del cerdo se liga a una barbarie voluptuosa, mientras que el búho representaba un imaginario de reflexión serena, un predominio de la comprensión intelectual: el búho figura la vejez como sabiduría, lejana a los placeres de la carne.

El pozo (Símbolo)

El problema de los viejos es que, de algún modo, no hay a dónde mirar: en el pasado está lo perdido, en el futuro también está la pérdida definitiva, que es la muerte. Varias veces se alude en la novela a un "no lugar" para los viejos en el mundo. En torno a esto, es interesante la imagen que presenta Arévalo, camino al entierro de Néstor:

"—(...) Me pareció ver un pozo, que era el pasado en que iban cayendo personas, animales y cosas.

—Sí —dijo Vidal — y da vértigo.

—También da vértigo el futuro —continuó Arévalo—. Lo imagino como un precipicio al revés. Por el borde asoman gente y cosas nuevas, como si fueran a quedarse, pero también caen y desaparecen en la nada" (p.120).

Arévalo habla de un pozo en donde todo desaparece, pasado y futuro. Ese pozo funciona como símbolo, por lo tanto, de la muerte. El hombre, en su vejez, está cercado: todo a su alrededor es oscuridad. A un lado, el pasado perdido para siempre; al otro, el futuro trae la muerte. Esta imagen del "pozo" que presenta Arévalo no expresa solo la soledad y la angustia del hombre frente a la propia muerte, sino también a la de los demás. Esta gente que se asoma y luego desaparece en la nada recuerda a la reflexión de Vidal acerca de los límites difusos entre la realidad y el sueño en relación a cómo se olvidaba fácilmente la vida de los que mueren, como si la muerte los volviera personajes de un sueño. En ambos, lo que se da es la idea de dos planos: uno de presencia o realidad, otro de ausencia o sueño. Esta dicotomía se asimila, fácilmente a la expresión comúnmente utilizada para aludir a la muerte, que es la de descanso eterno.