Diario de la guerra del cerdo

Diario de la guerra del cerdo Resumen y Análisis - Capítulos 41-49

Resumen

Capítulo 41

Al salir del hospital, Vidal recuerda que no es seguro que vaya a encontrar a Nélida en la casa de la calle Guatemala. Se entristece pensando en la vejez, en sus amigos, en la debilidad física, la falta de futuro que quita importancia a cualquier ambición en la vida. Oye tres explosiones, como de bombas.

Capítulo 42

Entra en la casa de la calle Guatemala y no encuentra a Nélida. Decide salir a buscarla y toma un taxi hacia los cafetines, esos en los que supuestamente trabaja Martín. El taxista le dice que hace bien en ir a un baile ahora que la guerra está terminando. Vidal entonces se da cuenta de que el taxista es joven. Se imagina abandonado en la calle, golpeado. Decide conversar, cuenta que perdió a un amigo. El taxista le dice que no está encarando bien el asunto, porque si antes de cada revolución se pusieran en una balanza las cosas buenas y las cosas malas, nunca habría revoluciones.

Capítulo 43

Entra a uno de los cafetines, que está casi vacío. Ve al hombre del bar conversando con otro, y Vidal les pregunta por el grupo musical en el que toca Martín. Ellos responden que ese grupo toca los fines de semana, no ese día. Pregunta por Nélida pero ellos no la conocen. Vidal entonces les pregunta por la ubicación de otro de los cafetines, le indican con desgano y él se dirige hacia ahí.

Capítulo 44

Vidal se asoma al otro cafetín, donde hay un sola persona. Decide ni siquiera preguntar y va hacia otro lugar, un sótano oscuro. Baja por la escalera y siente una mano que se apoya en la suya: es la de Tuna. Ella lo invita a su mesa. Vidal le informa a Tuna que está buscando a Nélida o a Martín, y ella se ríe y le recomienda que deje que Nélida se divierta con Martín; Tuna le ofrece a Vidal ir con ella a un hotel. Vidal le dice que no puede.

Capítulo 45

Vidal decide pasar por el inquilinato para preguntar si saben algo de Nélida. Se encuentra allí a Antonia, que le pregunta si encontró a Nélida, que lo estaba buscando a él por todos lados, hasta en el hospital. Vidal dice que ya no sabe dónde buscarla. Antonia dice que todo el mundo lo está buscando, que Isidorito, preocupado, también. Que quizás alguno de ellos fue a un garage donde Eladio refugia viejos, frente a la Recoleta. Por último, Antonia le dice a Vidal que se debería haber quedado en la casa, como le pidió Nélida.

Capítulo 46

Vidal llega a la Recoleta, divisa el cementerio. Un señor le habla de bombas y le anuncia que la primera explotó en el Asilo de Ancianos. Vidal entra al garage de Eladio y oye que alguien le grita "¡Viejo!". Se asusta pero enseguida reconoce la voz de su hijo, que corre hacia él contento de verlo. De pronto, Vidal escucha un alarido, un camión avanzando, vidrios rotos. Entiende que el camión atropelló a Isidorito. El conductor del camión dice "Un traidor menos" (p.185). Aparece Eladio para consolar a Vidal.

Capítulo 47

Pocos días después

Los amigos toman sol en un banco de plaza. Hablan de que los viejos ya no tienen miedo de mostrarse y de que la guerra era idiota. Vidal decide ir a ver a Nélida, después de haber estado triste esos días por la muerte de su hijo.

Entra a su cuarto y siente que sólo al lado de Nélida la vida le será tolerable. Se propone armar un bolso con lo esencial y mudarse definitivamente a la calle Guatemala. Aparece Antonia, y le dice que increíblemente Nélida lo sigue esperando, y luego sale, diciendo que paseará con su novio.

Capítulo 48

En la calle, Vidal se cruza a Antonia con su novio, que ya no es el sobrino de Bogliolo, sino Faber. Ante el pedido de Faber, Vidal los felicita, y sigue caminando. Entra a la casa de Nélida, que lo recibe con los brazos abiertos y le dice que lo quiere. Se besan.

Capítulo 49

Horas después, Nélida dice que preparará la cena, y Vidal se queda dormido. Cuando se despierta, ve que Nélida preparó una mesa de lujo. Vidal dice que más tarde tiene que salir, pero que si puede, volverá.

Al salir, se cruza a un grupo de muchachos que cantan "Cómo se pianta la vida del muchacho calavera" (p.192), cuando él pasa, pero Vidal les responde que "todo eso ya se acabó" (p.192) y sigue de largo.

En el café, los amigos reciben a Vidal con aplausos. Eladio reemplaza a Néstor en el juego de cartas. Vidal gana varios partidos y los demás se quejan de su suerte.

Análisis

El inicio de su relación con Nélida había alterado la percepción de Vidal, haciéndolo sentir joven y prefiriendo evitar la compañía de los viejos, por miedo al "contagio". Sin embargo, luego del episodio del hospital, sucede exactamente lo contrario: el ánimo de Vidal se desvanece y se siente viejo e indigno del amor de Nélida.

"¿Por qué atar a Nélida a un animal moribundo? Ninguno de los dos ganaría nada: a ella la esperaba una desilusión, que él, podía prever, pero no evitar... Rey y Dante lo habían asqueado de la vejez" (p.171).

Sus amigos lo asquean de la vejez, pero ahora él se siente parte inevitable de ese grupo. Mediante una metáfora expresa el sinsentido de enlazar a una muchacha joven y bella a su propia decrepitud. Él se autopercibe entonces como un "animal moribundo", es decir, un ser insustancial cuya existencia se define en esperar la muerte. En su reflexión, mantener la relación con Nélida sería "atar" a la muchacha, restringir su libertad, su posibilidad de vuelo, cualidades propias de la juventud, para reducir su actividad al cuidado de un viejo enfermo. La diferencia de edad entre él y la joven se le presenta ahora como un abismo insalvable entre dos modos, incluso, de vivir en el mundo:

"La gente joven no entiende hasta qué punto la falta de futuro elimina al viejo de todas las cosas que en la vida son importantes. “La enfermedad no es el enfermo”, pensó, “pero el viejo es la vejez y no tiene otra salida que la muerte" (p.172).

Se presenta el discurso más pesimista acerca de la vejez, que vuelve a asociarse con la imagen de la enfermedad, pero esta vez la comparación deja al viejo en un lugar peor que al enfermo, quien al menos puede tener esperanzas. La "falta de futuro" se vuelve definitoria de la existencia, y convierte a la vejez en una condena perpetua:

"La vejez era una pena sin salida, que no permitía deseos ni ambiciones. ¿De dónde sacar ilusión para hacer planes, ya que una vez logrados no estará uno para gozarlos o estará a medias? ¿Para qué seguir caminando hacia la calle Guatemala?" (p.171).

La vejez se presenta como lo que contamina todo, tiñiéndolo de pesimismo y no dejando lugar a la mínima esperanza. Ese pesimismo vacía de sentido cualquier acción, relativizándola: con una muerte próxima no pareciera tener sentido, siquiera, seguir caminando, volver a casa, ni mantener una relación. Pronto, el destino de Vidal toma un giro inesperado, en tanto la realidad irrumpe con fuerza y termina con el ensimismamiento pesimista de Vidal: Nélida no está en la casa. No encontrar a la muchacha preocupa a Vidal, ya que ahora el bienestar de la joven está en juego. La preocupación por la mujer se sobrepone a todo lo anterior, termina con su momento reflexivo y lo empuja a la acción. Ese sentimiento aumenta en tanto tampoco encuentra a la muchacha en los cafetines, y llega al extremo cuando Antonia le informa que Nélida está recorriendo la ciudad buscándolo, como también Isidorito. Vidal espera que, al menos, los jóvenes estén acompañados entre sí, pero esa esperanza se desvanece de inmediato: "—No, cada cual por su lado", dice Antonia, y da las indicaciones: "Yo creo que se fue a uno de los garages de Eladio —no al de Billinghurst, sino al de Azcuénaga, ¿sabes?, frente a La Recoleta— que el gallego utiliza como aguantadero de viejos" (p.183). Desde ese momento, el relato es invadido por una desesperación dada por el peligro de muerte, el aura de pesadilla vuelve a teñir los escenarios. Lo mortuorio vuelve a espacializarse:

"Al doblar por Vicente López divisó las cúpulas y los ángeles que asoman por arriba del paredón de la Recoleta y con desagrado descubrió que esa noche todas las casas le parecían bóvedas" (p.184).

La pesadilla vuelve a tomar la ciudad, las casas parecen bóvedas, quizás porque la muerte acecha a todo lo familiar. De algún modo la imagen presagia el desenlace trágico, el asesinato de Isidorito, con toda su confusión y fragmentación. Vidal entra al garage en un estado particular: "estaba tan cansado que olvidaba todo, como si pensara soñando"(p.184), los límites entre sueño y realidad se vuelven a confundir, "Distraídamente oyó que lo llamaban: —¡Viejo! Por un instante interpretó ese llamado como una acusación, pero en seguida reconoció la voz de su hijo" (p.185). La palabra que tematiza el mayor conflicto de la obra, "viejo", es dicha por última vez en la novela, pero ahora con un significado distinto. En la atmósfera de guerra que había acaparado la vida de Vidal, la primera acepción de esa palabra que resuena en la cabeza del protagonista es la de acusación, como si la violencia de la guerra hubiera logrado, además de causar tantos desastres, hacer olvidar la significación afectuosa y familiar de "viejo", palabra con la que un hijo se dirige normalmente a su padre. El conflicto entre estas dos acepciones evidencia, junto con el desenlace trágico, el modo en que la guerra se infiltró en lo más íntimo y familiar de la vida de las personas. Cuando Vidal reconoce la voz de su hijo llega a verlo, por última vez, feliz de haber encontrado a su padre. Lo que sucede después de ese instante resulta tan inverosímil e inesperado para Vidal que la escena, teñida del punto de vista del protagonista, se nos presenta fragmentada, como percibida por partes, sin llegar a formar una totalidad comprensible:

"Hubo una alteración en las imágenes. Vio la desaforada mole, oyó el alarido, oyó los vidrios y los hierros que seguían cayendo interminablemente. Después, en un instante de absoluto silencio —quizá el encontronazo paró el motor— entendió por fin: contra los automóviles del fondo, el camión había atropellado a Isidorito. Los hechos en ese punto se confundían, como si lo hubieran emborrachado. Las escenas mantenían la vividez, pero estaban barajadas en cualquier orden" (p.185).

La muerte de Isidorito configura un quiebre de la realidad para Vidal. Dicho quiebre se plasma en la narración, que incorpora incluso un lenguaje propio del artificio de la escritura o del cine para describir la acción: se rompe la linealidad de las escenas. El narrador apunta que hubo una alteración en las imágenes, como si la realidad misma se desfigurara ante la perspectiva del protagonista, que no puede distinguir con claridad el hecho, como si lo hubieran emborrachado. El símil colabora a ilustrar esta disminución del entendimiento de Vidal, sumido de pronto en una ebriedad impuesta por el exterior, como si el protagonista no tuviera más control de la situación que el que se puede tener en un sueño. La conciencia de Vidal no llega a traducir, siquiera, lo que está frente a sus ojos:

"Su atención desesperadamente se dirigía hacia una especie de arlequín reclinado contra un automóvil. El camión retrocedía despacio, con mucho cuidado. Vidal notó que le hablaban. El camionero le explicaba con una sonrisa casi afable: —Un traidor menos" (p.185).

Al igual que el doctor Cadelago, el camionero sonríe al comunicar la noticia más terrible. El asesino de su hijo está frente a Vidal en un episodio sumido en la confusión. En parte, lo que contribuye a la atmósfera de irracionalidad, es que el camionero mató a Isidorito por el bien de la causa que la juventud mantiene contra los viejos, y sin embargo no mata a Vidal, sino que le sonríe. No hay lógica que soporte el acontecimiento, sino más bien ironía: Isidorito muere en manos del bando al que él mismo pertenecía, la juventud ha matado a un joven, y lo ha hecho, supuestamente, por el bien de la juventud. La cuestión de la traición reaparece entonces, en este caso en el bando de los victimarios, para culminar con el episodio de la guerra, en un momento que para el protagonista de la novela coincide con el clímax de la pesadilla.

Luego de ese episodio, por primera vez en la novela, la continuidad de la trama se toma un respiro. No se narra lo que sucede inmediatamente después de la muerte de Isidorito. El capítulo siguiente evidencia la elipsis en las fechas: "Pocos días después" (p.186), y sitúa la acción en un espacio que demuestra una suerte de "vuelta a la normalidad". Los amigos se encuentran conversando en una plaza, a plena luz, y comentan el fin de la guerra: esa pesadilla iniciada la noche del 25, anunciada en el primer capítulo, se da por terminada.

Los capítulos finales brindan un cierre a los dos temas de la novela que la guerra, de algún modo, había desplazado: el de la amistad y el del amor. El hecho de que los amigos estén reunidos al final de la novela debe leerse como un posicionamiento del relato en favor de la amistad. La amistad se muestra como un valor capaz de sobrevivir a la guerra, a la violencia, incluso a una posible traición. El juego de cartas se retoma, con él todas las costumbres que fueron interrumpidas por la guerra que, si no fuera por la ausencia de Isidorito y Néstor, parecería no haber sido más que una simple pesadilla. Cuando Vidal emprende camino a la casa de Nélida, se encuentra a unos "muchachones": "mientras pasaba por el medio, uno canturreó: —Cómo se pianta la vida del muchacho calavera" (p.192). Los jóvenes intentan ofenderlo con la letra de un tango que alude a la muerte. La situación, días atrás, habría resultado completamente amenazadora para Vidal. Es una clara marca de que la guerra ha terminado y los viejos ya no corren peligro, el hecho de que Vidal responda: "—Les prevengo que todo eso ya se acabó" (p. 192), y siga caminando.

Otra situación que indica un claro fin de la guerra está dado por el noviazgo de Antonia y Faber. La noticia resulta una ironía para Vidal tanto como para el lector: Antonia había defenestrado a Faber, aludiendo a él como a un "viejo repugnante" al que había que exterminar sin piedad. Al presentar esta pareja, la novela ridiculiza ese fervoroso discurso anterior de la muchacha y lo evidencia vacío de fundamentos, convirtiendo ese pasado envalentonamiento en un capricho perecedero. De algún modo, se encarna en Antonia un posicionamiento que puede extenderse a toda la juventud de la trama: su discurso, su acción, y por lo tanto la "guerra al cerdo", se reduce ahora a un ensañamiento pasajero, carente de fundamentos reales. Los jóvenes guerreros se evidencian entonces como niños temperamentales, contagiados entre sí por un fervor tan vacío como peligroso. Pasado el fervor, cambian sin más su parecer, hasta el punto de poder enamorarse de quienes antes consideraban el enemigo.

La estructura de la novela propone un regreso al punto inicial, a un "estado normal" al que se vuelve pasada una tormenta. La guerra no produjo ningún beneficio y sí muchos pesares, entre los cuales se cuenta la pérdida de vidas humanas. Si se considera esto en conjunto con el hecho de que la guerra haya sido insuflada y llevado a cabo por una juventud que se muestra, al final, temperamental e irresponsable, se puede leer una tendencia ciertamente conservadora en la construcción de la trama: la juventud (lo nuevo) pretende revolucionarse contra los viejos (lo viejo), pero fracasa con violencia y el orden vuelve a restablecerse.

Sin embargo, no todo es vuelta a la normalidad. Puede verse una transformación en el protagonista de la novela, en tanto hacia el final toma ciertas decisiones que pueden leerse como un rompimiento y consecuente cambio o superación. En este caso, esa superación está ligada al tema del amor. Dolido por la muerte de su hijo, Vidal siente que "únicamente al lado de Nélida la vida era tolerable" (p.187), y por lo tanto decide amoldar su vida a eso que considera más parecido a la felicidad, que es la compañía de la muchacha:

"Sacaría del baúl una porción de cosas inútiles, reliquias poco atrayentes que había guardado por ser recuerdos de otros tiempos, de sus padres, de la infancia, de los primeros amores, y las quemaría sin lástima y no guardaría sino la mejor ropa (allá no se presentaría sino con lo mejor) y se mudaría definitivamente a la calle Guatemala. Con Nélida empezaría una vida nueva, sin recuerdos, que estarían fuera de lugar" (p.187).

El rompimiento se da respecto del pasado. Se abandona el sentimiento nostálgico para dejar lugar al amoroso. Vidal abandona el "vicio de los recuerdos" en el que se veía sumido al inicio de la novela. El protagonista ya no se aferra al pasado para eludir el presente. Decide, de hecho, dejar de evitar el presente, que para él es ahora la vida junto a Nélida, y desprenderse del pasado para dejar lugar a una posibilidad de futuro, asentada en el amor.