Diario de la guerra del cerdo

Diario de la guerra del cerdo Resumen y Análisis Capítulos 1-9

Resumen

Capítulo 1

Lunes, 23 - miércoles, 25 de junio

Isidoro Vidal descansa hace una semana sin salir de su casa, a causa de un trasplante de dentadura que lo deja enfermo. Su hijo Isidorito vive en la pieza contigua a la suya en un inquilinato del barrio de Palermo, y siempre olvida arreglarle la radio a su padre. En esos días Vidal extraña entonces escuchar a Farrell, jefe secreto de los Jóvenes Turcos, movimiento político argentino.

El miércoles 25 decide salir finalmente para ir al café a encontrarse con sus viejos amigos (Jimi, Néstor, Rey, Arévalo y Dante) a jugar al truco, como de costumbre. Todos rondan los sesenta años. Esa tarde, Vidal pierde todos los partidos.

Hace mucho frío. En un momento entra al bar el diarero don Manuel, bebe un vaso de vino y sale. Unos minutos después, todo el grupo paga y también se va. Caminan entre charlas y bromas hasta que oyen un griterío. Avanzan con miedo. Escuchan golpes, injurias y, de pronto, ven a un grupo de muchachos armados de palos y hierros golpeando a un bulto que yace entre la basura. Arévalo dice que el bulto es el diarero, don Manuel. Vidal dice que tienen que hacer algo, pero los demás lo callan. Ven que el diarero está muerto. Una pareja joven también presencia la situación, y el chico le dice a Vidal que se vaya antes de que le pase algo a él también.

Vidal no encuentra a su grupo de amigos y vuelve a su casa. Intenta dormir pero está desvelado. Se resiste a ir al baño porque para eso debe atravesar dos patios, lo cual le resulta incómodo a su edad. Piensa en lo que vio. Para distraerse recuerda otra época, especialmente una tarde de amor que había vivido con una joven llamada Nélida que solía vivir en el mismo inquilinato, en el cuarto donde ahora hay un taller de costura. Reflexiona sobre las diferencias entre aquel tiempo y el presente, en el que por las dudas no se acerca demasiado a ninguna mujer para no parecer degenerado. Hace un tiempo ya que se volvió nostálgico y tiene "el vicio de los recuerdos" (p.14). Se duerme de madrugada.

Capítulo 2

Jueves, 26 de junio

Vidal se prepara para asistir al velorio de don Manuel. Ve preocupación en las caras de las chicas del taller, lo cual le resulta extraño. Una de estas chicas se llama Nélida, y le recuerda a la Nélida de su pasado. Nélida vive en el mismo inquilinato, en un cuarto con Antonia y doña Dalmacia. Vidal llama por teléfono a sus amigos, pero no encuentra a ninguno. Está nervioso por la presencia de las chicas así que decide ir al café y llamar desde ahí. Procura no cruzarse al encargado, a quien siempre debe la pensión.

Caminando por la avenida Las Heras, nota que los transeúntes lo miran con insistencia y él lo atribuye a su dentadura nueva. Se angustia pensando en una mujer que lo dejó en el pasado y en cómo se volvió más tímido e inseguro con los años. También le preocupa la falta de dinero.

Vida la pregunta a un joven diarero dónde es el velorio de don Manuel, pero éste lo trata con desdén. Está yéndose cuando escucha que el diarero dice: "Los que provocan, no se quejen" (p.18). Vidal, consciente de que su físico no le permitiría enfrentar al joven, sigue su camino.

Desde el café llama por teléfono a sus amigos, pero, una vez más, no encuentra a ninguno. Pasa por la zona del asesinato y nota que en el pasaje está impecable, sin ya pruebas del suceso, ni ningún policía. En el mismo lugar donde había yacido el cuerpo muerto de Manuel, unos jóvenes juegan al fútbol, y luego de mirar a Vidal, cantan: "Viene llegando la primavera / que siembra flores en la vejez" (p.19).

Llega a la panadería donde trabaja Rey, pero no lo encuentra. Pregunta por él a una de sus hijas y ésta lo trata mal, alegando que tiene una cola de gente por atender, y le dice que si no va a comprar, se vaya. Vidal queda enmudecido y luego hace su pedido habitual de pan.

Capítulo 3

Vidal vuelve y se mete en su cuarto. De pronto, escucha golpes y gritos. Luego de un rato sale y va al restorán de la esquina. Ve que en el taller de tapicero de autos, que está frente al inquilinato, hay una hilera de autos negros. Pregunta qué pasa y le comunican que el señor Huberman falleció. Luego va al velorio. Lo recibe Madelón, la hija de Huberman, con quien Vidal mantuvo una relación tiempo atrás, hasta que él cortó el romance porque no quería un noviazgo con ella. En ese entonces ella era linda, y ahora no: a Vidal le sorprende la apariencia actual de Madelón, "grande y ordinaria" (p.23). Ella se echa a llorar sobre su hombro y empieza a contarle cómo murió el padre, pero luego cambian de tema y Vidal aprovecha para irse a su casa.

Entra Jimi al inquilinato y Vidal le dice que deben ir al velorio del diarero por un deber de solidaridad, pero Jimi responde que no, que lo principal es pasar inadvertido y le pregunta cómo se está llevando con su hijo. Vidal dice que bien. Jimi dice "el que mejor está colocado es Néstor. Parecen hermanos con el hijo" (p.26). Vidal se queda pensando y reafirma para sí que su propio hijo es un muchacho querible y generoso.

Capítulo 4

En el fondo del caserón, Vidal encuentra a Nélida y Antonia conversando con el sobrino de Bogliolo. Antonia, riendo, le pide que se vaya, que no puede oír lo que están diciendo. El sobrino de Bogliolo dice que Vidal es un espíritu joven y Nélida dice que no sólo es jóven de espíritu, sino que está en la flor de la edad, que no se puede comparar con Faber, que es un viejo de cincuenta.

Vidal iba a entrar al baño, pero le da vergüenza la presencia de los jóvenes y vuelve a su habitación.

Capítulo 5

Vidal entra en la pieza y encuentra a su hijo. Isidorito está guardando en el ropero pertenencias y recuerdos de su padre, porque esa noche se reunirán allí "los de la Agrupación Juvenil de la Veintiuno" (p.31). Vidal le dice que se alegra y que él siempre se siente a gusto entre los jóvenes. Isidorito le dice que los de la agrupación no lo pueden ver, pero que tampoco quiere que su padre esté en la calle, así que lo manda a esconderse en el altillo. Le dice que no baje hasta que él le avise.

Vidal pasa un tiempo ahí en la oscuridad, con frío. Recuerda a Violeta, la madre de Isidorito. Recuerda el casamiento, luego recuerda el momento en que él se enteró que ella lo engañaba y otro momento en el que encontró la carta en la que ella se despedía y lo dejaba a cargo de su hijo.

Se queda dormido y sueña con un señor que pasa la tiranía de Rosas escondido en un altillo hasta que un hijo lo delata y la mazorca lo degüella.

Lo despierta Nélida, avisando que ya puede bajar, que los muchachos acaban de irse. Nélida lo ayuda a salir del altillo y luego espera que se acueste en la cama. Vidal piensa en la belleza de esa mujer, y luego ella cuenta que tiene un novio mecánico y músico, que toca en bares. Ella sale cuando llega Isidorito.

Capítulo 6

Viernes 27 de junio

Vidal se encuentra en el fondo del caserón con Faber y Bogliolo. Hablan sobre la noche anterior, cuando los jóvenes invadieron la casa. Bogliolo cuenta que estuvo con los muchachos conversando, y que cuando terminó la reunión, lo hicieron caminar y uno de ellos le dijo que olvidara lo que había oído, mientras otro le sacó la dentadura de un tirón. Faber comenta que igual les salió más barato que a Huberman. Bogliolo pide a Vidal que "sondee" a su hijo a ver si lo puede ayudar a recuperar su dentadura. Vidal promete hacerlo y luego pregunta qué pasó con Huberman. Faber saca del bolsillo un recorte de diario y lee las declaraciones del homicida, que admite que se sintió irritado por la lentitud del viejo para manejar y no pudo contener la tentación de dispararle. El asesino está en libertad.

Se van y aparecen Antonia y Nélida. Vidal dice que no soporta a Bogliolo. Antonia habla mal de Faber, dice que es un viejo repugnante, que aborda a ambas con intenciones groseras cada noche. "Viejos así no habría que dejar ninguno" (p.40), dice Antonia. Vidal dice que es un pobre diablo. Antonia, por su parte, dice que a ella no le importa y se va. Nélida advierte a Isidro que "no hable así" (p.40) delante de Antonia.

Capítulo 7

Vidal se siente mejor. Después de comer y dormir una siesta recibe a Jimi, que lo invita a lo de Néstor, que es un lugar seguro porque Néstor se lleva bien con el hijo. Van juntos, mientras caminan reflexionan, concluyen en que no hay estrategia contra la vejez. Recuerdan tiempos mejores.

Capítulo 8

Llegan a la casa de Néstor, que vive con su mujer, Regina, y su hijo, que también se llama Néstor. Los amigos conversan sobre los cambios de nombres de calles en la ciudad. Néstor (hijo) sale para encontrarse con otros jóvenes.

Luego, los viejos conversan sobre los asesinatos. Arévalo presenta especial preocupación. Se preguntan por la tolerancia del gobierno ante los hechos. Vidal dice que Farrell dio conciencia a la juventud. Rey lo acusa de hablar con los términos del demagogo, y Arévalo acusa a Rey de conservador. Hablan de una vieja ricachona a la que recientemente mataron unos jóvenes. Luego hablan de fútbol y Néstor les dice que el domingo estará en la tribuna de River. Los demás lo acusan de suicida y Dante los frena, alegando que Néstor va a ir con su hijo, de modo que estará seguro.

Cuando terminan de jugar, salen. Cada uno va hacia su casa, pero Rey le propone a Vidal que vuelvan caminando. El camino se alarga y Vidal imagina que Rey quiere decirle algo, pero se cansa y se despide.

Capítulo 9

Sábado, 28 de junio

Vidal se despierta con lumbago. En el fondo se encuentra a Nélida, que está lavando, mientras Faber le habla. Hablan sobre Antonia: está enojada con Nélida porque ésta no se digna a maltratar a Faber.

Pronto llegan Dante y Arévalo, y Nélida se retira. Arévalo anuncia que Dante quiere teñirse el pelo, y le pregunta a Vidal qué opina. Hablan de si conviene lucir canas o que se note la tintura. Nélida interrumpe para anunciar a Vidal que lo llama Rey por teléfono. Vidal atiende y Rey le dice que piensa invertir dinero en un hotel y que se lo quiere mostrar. Quedan en encontrarse esa misma tarde.

Análisis

"Los muchachos armaron, como todas las noches, la mesa de truco, en ese café de Canning, frente a la plaza Las Heras" (p.7). La novela presenta un marco de normalidad, de costumbres, para pronto interrumpirlo. El protagonista de la novela, Isidoro Vidal, lleva una vida "común", basada en la costumbre de reunirse con sus amigos a jugar a las cartas. Vidal está jubilado, pero sin embargo es el más joven del grupo, ya que no llega a los sesenta años. La edad es fundamental en esta novela donde el conflicto principal es la guerra que los jóvenes deciden desatar contra los viejos. Por eso mismo, quizás, el relato comienza con un hecho fundamental: Vidal se ha hecho un trasplante de dentadura. Eso imprime en el personaje una primera fatalidad que tiene que ver con la edad: si bien no es un anciano, decididamente ya no es joven; "el dentista le explicó que a cierta edad las encías, como si fueran de barro, se ablandan por dentro y que felizmente ahora la ciencia dispone de un remedio práctico: la extirpación de toda la dentadura por otra más apropiada" (p.6). El dato funciona para caracterizar el momento de la vida del protagonista (un hombre que da sus primeros pasos de entrada a la vejez) pero también para evidenciar que eso afecta la vanidad del personaje, es decir, que la vejez es, desde el principio, algo problemático e indeseable. Después de la operación, "la debilidad ahondó la pesadumbre; la fiebre le daba pretextos para seguir en el cuarto y no dejarse ver" (p.6). Incluso cuando se cruza y mantiene conversaciones con muchachas, hay una conciencia de la edad que le impide a Isidoro desenvolverse con felicidad: "Los tiempos habían cambiado. Si antes se encontraba en el fondo con una mujer, ambos reían; ahora pedía disculpas y rápidamente se alejaba, para que no pensaran que era un degenerado o algo peor" (p.14). La relación amorosa o sexual es, a lo largo de la trama, uno de los puntos problemáticos en torno al tema de la vejez.

"Los años, viejo, los años. El hombre astuto despliega a tiempo su estrategia contra la vejez. Si piensa en ella se entristece, pierde el ánimo, se le nota, dicen los demás que se entrega de antemano. Si la olvida, le recuerdan que para cada cosa hay un tiempo y lo llaman viejo ridículo. Contra la vejez no hay estrategia" (p.43).

El gran tema de la novela es indudablemente la vejez: la vejez es despreciada por los jóvenes, pero también por los propios viejos. La particularidad de la trama de Diario de la guerra del cerdo está en que nadie, en ningún momento, intenta destacar valores positivos en la vejez. La frase citada, perteneciente a Jimi, uno de los amigos de Vidal, enuncia que no importa lo que se haga, ser viejo está mal: no hay manera de hacer lo correcto, de no ser despreciable. Tampoco hay status social, dinero, belleza alguna, ideología política, actitud, que deje a alguien a salvo: sólo hay dos bandos, y cuando se pasa al bando de la vejez, no hay salvación. Esta es la lógica que gobierna el universo de los personajes, al menos, hasta el desenlace de la novela.

Y tanto el protagonista como los personajes de los "amigos" parecen diseñados para que nada en ellos sirva de distracción y atente así contra el eje de la problemática: la vejez versus la juventud. El héroe de la novela tiene un vida más bien humilde, vive en un inquilinato cuyo alquiler le resulta difícil pagar porque su único ingreso es la jubilación (y los aportes de su hijo, que trabaja de noche). También es relativamente humilde la vida de los amigos, todos jubilados a excepción de Rey, que sigue trabajando en el mostrador de una panadería. El primer capítulo presenta a estos hombres como inofensivos señores avanzados en edad, algo cansados por la vida, sin mayor ambición que la de mantener sus costumbres. Jimi, Rey, Arévalo, Néstor, Dante, a pesar de las particularidades que los distinguen, comparten una identidad común: los personajes adultos parecen elegidos para acentuar su carácter de víctimas inocentes de lo que será, entonces, un ataque injustificado. A pesar de ciertas facetas menos "amables" que estos hombres evidencian con el correr de los capítulos, nada opaca esta primera impresión que sienta el grupo. Todos pertenecen a una clase modesta y trabajadora, lo cual no permite confundir cuál es el enemigo de la juventud en la guerra que se proponen llevar a cabo: no es una revolución contra los ricos ni los poderosos, ni los culpables de un orden explotador, sino que lisa y llanamente quieren exterminar a un grupo etario.

"Como la noche del 25 asumirá en el recuerdo aspectos de sueño y aún de pesadilla, conviene señalar pormenores concretos" (p.8). El narrador enfatiza en la temporalidad. La "noche del 25" señala un rompimiento respecto de la normalidad presentada. De por sí, es un presagio explícito de que acontecerá algo inusual, pero también algo "pesadillezco". La temporalidad también es la que define la historia de la novela: comienza el día en que se da el primer ataque y culmina poco después del último. Esto debe pensarse en relación con el título, ya que Diario de la guerra del cerdo cuenta, justamente, los hechos sucedidos en la vida de un hombre durante esa guerra. El concepto de diario es retomado como formato en tanto varios capítulos se inician con indicación de la fecha (día y mes, no año). Eso brinda la información, por ejemplo, de la duración total de la guerra: unas semanas del invierno.

Esa primera "noche del 25", entonces, los amigos salen del bar y presencian el asesinato despiadado de un viejo diarero a manos de un grupo de muchachos. "Vidal entrevió caras furiosas, notablemente jóvenes, como enajenadas por el alcohol de la arrogancia" (p.12). El símil postula el carácter inexplicable, ilógico, carente de sentido, del proceder de los victimarios: están sustraídos, enajenados, y parecen responder solamente a una autoridad que les es dada por su condición de juventud, la cual se asocia a la arrogancia. El "alcohol de la arrogancia" es la droga bajo cuyos efectos actúan los jóvenes. Esta apreciación no cambia a lo largo de la novela. Aunque más adelante se postulan algunas hipótesis acerca de los fundamentos del accionar de los jóvenes, ninguna de ellas, sin embargo, adquiere el estatuto de bandera. No hay una consigna unánime que agrupe a los jóvenes como justificación del ensañamiento. Se enuncian razones para la "guerra", sí, pero no parecieran ser éstas las que guían los ataques. Lo pesadillesco en la novela tiene que ver con el carácter inexplicable o injustificado de los ataques, frente a los cuales las víctimas sólo pueden esconderse, refugiarse, con la esperanza de despertar y que la amenaza se haya disuelto como un mal sueño.

Uno de los modos en que aparece esta cuestión de la pesadilla y el sueño advertida por el narrador tiene que ver con el desarrollo narrativo, la manera en que se produce en la historia un desprendimiento de la realidad, por el carácter ilógico de los hechos que irrumpen en la vida del protagonista y sus amigos. Vidal, aún preocupado por su dentadura y el modo en que ésta afecta a su imagen, se enfrenta a las miradas de las muchachas del inquilinato, Nélida y Antonia:

"Una circunstancia lo extrañó: aunque estaba prevenido, no sorprendió una sola sonrisa, ni nada que sugiriera la burla. Vio caras graves, preocupadas, asombradas, quizá temerosas y aun coléricas. Todo esto le pareció inexplicable" (p.15).

Vidal es visto como víctima, incluso antes de él mismo saber que lo es. Esto responde a que él no se considera del todo un viejo. Padece signos de envejecimiento, sí, pero la vejez, en esta novela, es un club al que nadie quiere pertenecer. Isidorito anuncia a su padre que por la noche vendrán miembros de la Agrupación Juvenil y a Vidal no le resuena ninguna alerta:

"—Lo que es yo, me felicito que vengan. Hace un rato pensaba que siempre estoy a gusto con los jóvenes.

—Nadie sabe porqué te sentís tan a gusto" (p.32).

Hasta el momento, Vidal sólo ha presenciado el asesinato de un hombre viejo y no ha relacionado eso consigo mismo. Pero tanto Isidorito como Antonia y Nélida, por jóvenes, saben que no se trata de un hecho aislado, sino de una guerra que acaba de desatarse. El caso de Antonia ofrece a Vidal, incluso, un testimonio de la repentina furia juvenil. Ella protesta contra Faber, uno de los "viejos" que vive en el inquilinato: "¿Qué no ha hecho? Es un viejo repugnante. Se lo cuento y me sofoca la rabia. De noche la aborda a una con intenciones de lo más groseras" (p.40). Una de las razones que se enuncian, a lo largo de la novela, para justificar la guerra contra los viejos, se basa en esta idea del sinvergüenza, del viejo "repugnante": la juventud ve con asco cualquier relación sexual (o intento de) entre un viejo y una joven. Vidal intenta apelar a la piedad de Antonia, diciendo que nadie desea ser viejo ni feo, pero para la muchacha la cuestión no acaba sin embargo en denuncia o pedido de distancia, sino en voluntad de exterminio: "Viejos así no habría que dejar ninguno —sentenció Antonia" (p.40). Vidal no puede lidiar con ese discurso, que lo sorprende por su repentinamente extrema dimensión, y comienza a entender las circunstancias pesadillescas que lo rodean.

"Hablando nadie se entiende. Nos entendemos a favor en contra, como manadas de perros que atacan o repelen un circunstancial enemigo" (p.7), reflexiona, en un momento, Vidal. El símil postula por primera vez una imagen que aparecerá, en adelante, instalada en la novela: el humano en su costado animal. Teniendo en cuenta lo planteado anteriormente acerca de la ausencia de valores ideológicos o políticos en la base del antagonismo entre la juventud y la vejez, podemos considerar que el conflicto se sostiene en lo puramente físico. Lo humano, en la problemática principal de la novela, se reduce a lo animal. Y en el reino animal la única ley es la de la fuerza: los más fuertes vencen a los débiles. En relación a la idea de "manada", el símil también plantea una equivalencia entre lo animal y lo humano en torno al modo en que se agrupan, en esta novela, los personajes: lo único que los divide es la edad, como a los animales la especie. Porque en Diario de la guerra del cerdo, los años que se tienen determinan la pertenencia a uno de los dos bandos posibles, el que "ataca" o el que "repele". De este modo, el símil condensa un presagio significativo de la guerra que se desata en la novela poco después.

Al conflicto accedemos, como lectores, desde el punto de vista de las víctimas. La novela está narrada por una voz en tercera persona que focaliza en el personaje de Vidal. Esto quiere decir que la voz narrativa, aunque es extradiegética (no representa a un personaje que tiene lugar en la trama), por momentos adopta el punto de vista de Vidal, por lo que el relato se tiñe de la interioridad de éste, a la vez que la narración accede a los sentimientos, pensamientos, recuerdos, sueños del protagonista. A eso podemos adjudicar, por ejemplo, el modo en que se describe a la parejita que presencia, junto a Vidal, el asesinato del diarero: "(...) ella parecía una chica decente" (p.12). La apreciación, aunque pertenece a la voz del narrador, corresponde claramente al modo de pensar el mundo de Vidal, en quien se enfoca. Este tipo de juicios son recurrentes, también en boca de otros personajes, y suelen evocar una tendencia conservadora. El tema de lo conservador, que se relaciona estrechamente con el de la vejez, colabora a construir la idiosincrasia de estos personajes. A lo largo de la novela, el conservadurismo suele resonar en torno al juicio que se tiene sobre las mujeres y, mayoritariamente, en un lamento compartido por el grupo de amigos en relación a los cambios que modernizan la ciudad:

"Tiene razón Dante —observó Arévalo— Hay que oponerse al cambio de nombres. Cada veinte años cambian las casas, cambian los nombres de las calles…

—Cambia la gente— señaló Jimi y se puso a tararear—: ¿Dónde está mi Buenos Aires?

—No hay razón para considerar que es la misma ciudad —aseguró Arévalo" (p.44).

Por supuesto que el tema del conservadurismo responde, en general, al sentimiento nostálgico. Los amigos se llaman a sí mismos "muchachos" no por un "complicado y subconsciente propósito de pasar por jóvenes (...) sino que obedece a la casualidad de que alguna vez lo fueron y que entonces justificadamente se designaban de ese modo" (p.7). El paso del tiempo preocupa a los amigos. Dante se tiñe el pelo para no lucir sus canas, Rey se resiste a jubilarse. Pero el padecimiento se agudiza al iniciarse la guerra. Al día siguiente de la muerte del diarero, el lugar de los hechos no muestra ninguna señal del crimen acontecido, ni siquiera hay allí un vigilante.

"Bien sabía Vidal que la vida siempre sigue, que nos deja atrás, pero se preguntó ¿por qué esta urgencia? En el mismo lugar en que horas antes un hombre de trabajo había caído asesinado, un grupo de chiquitines jugaba al fútbol. ¿Solamente él advertía la profanación?" (p.19).

El paso del tiempo se presenta como una violencia para los hombres maduros, sobre todo cuando los jóvenes insisten en burlarse de la vejez. El grupo de "chiquitines" juega en el lugar donde un viejo recibió, apenas la noche anterior, una muerte brutal. La memoria, principal sostén de quien ya ha vivido mucho, es profanada por los jóvenes, quienes poco tienen para recordar y mucho para soñar hacia futuro. Los jóvenes no muestran ningún respeto hacia la muerte, tan lejana para ellos, y encuentran gozoso recordarle a los viejos su pronto fallecimiento (cuando no deciden, directamente, asesinarlos). Los niños miran con desprecio a Vidal y entonan un canto: "Viene llegando la primavera / que siembra flores en la vejez" (p.19), reversionando la letra del tango argentino ("Viene llegando la primavera / sembrando flores en nuestro vergel"), de modo que el significado se transforme y pase a evocar una imagen mortuoria. Las flores, que en la letra original evocaban el surgimiento de la primavera como símbolo de vida, de felicidad, de amor, en la versión parodiada simbolizan la muerte, en tanto pasan a ser flores que se dejan en un evento fúnebre o sobre una lápida, lecho que espera a los viejos. En cuanto al universo simbólico, es importante relevar que las semanas en las que se desarrolla la trama tienen lugar en el invierno. Las estaciones del año, símbolo del paso del tiempo, representan los estadíos de la vida del hombre, y el invierno coincide con la última etapa del ciclo, la vejez. Dentro de esta simbología, entonces, la primavera, representante de la juventud, se instala como aquella que entierra al invierno, es decir, a los viejos, sembrando flores sobre ellos. Los niños, con su canto, cambian la letra del tango, género cuyo tema principal suele ser la nostalgia, y la vuelven insulto o amenaza. El cambio de la letra violenta a Vidal, podría pensarse, de un modo similar al cambio de los nombres de calles, que le recuerdan que su tiempo ya pasó. No es casual que, al continuar su camino, se quede mirando una casa en demolición, pensando cómo habría sido esa casa en el pasado.

Vidal se encuentra en una instancia de su vida en la cual ya vivió más que lo que le queda por vivir, y el pasado se filtra en su presente de forma constante, ya sea a modo de ensoñación o de recuerdo. La nostalgia es uno de los temas en estrecha relación con la vejez, quizás porque el pasado, por joven, fue mejor. El protagonista padece el envejecimiento y se refugia en el ensueño. "Acaso tal deterioro de su posición en la sociedad lo volvía nostálgico. El hecho era que de meses, tal vez años, a esta parte, se había dado al vicio de los recuerdos" (p.14).

En relación a esto, cabe destacar el recuerdo de aquella chica llamada Nélida, con la que Vidal mantuvo un romance en su juventud. Teniendo en cuenta la contextura de la trama, en la que, según veremos, continuamente se entrelazan sueño y realidad (tema importante en la novela), resulta llamativo que Vidal termine en pareja con otra muchacha llamada, también, Nélida. En la interioridad del personaje, el recuerdo tiene un espacio similar al sueño, y éstos varias veces se confunden. Es sabido que los sueños se alimentan, en gran parte, de los residuos del recuerdo, sin importar si éste se remite a un momento de la infancia o a lo sucedido justo antes de dormir. La aparición de una muchacha con el mismo nombre que un viejo amor de juventud parece una coincidencia propia de los sueños, donde muchas veces una persona conocida se presenta con otro cuerpo, otro rostro. En los sueños de Vidal, muchas veces aparecen reconfigurados elementos de su vida real. Por ejemplo, cuando el protagonista tiene que pasar por primera vez varias horas en el altillo del inquilinato, a causa de que su hijo Isidorito recibe a miembros de la Agrupación Juvenil, Vidal se queda dormido y el narrador apunta:

"Al rato estaba soñando con un señor que pasó casi toda la tiranía de Rosas escondido en un altillo, hasta que lo delató el mayor de los niños que por las noches le había hecho a su mujer y la mazorca lo degolló" (p.35).

La identificación es clara: en el sueño se filtra el miedo a ser traicionado por su propio hijo, entregado por él a la tiranía enemiga, del mismo modo que el refugiado del régimen rosista.

La mención de Rosas no debe pasar, tampoco, desapercibida. Uno de los temas subyacentes en la novela es el de la barbarie, y esta fue históricamente asociada, por un sector del pensamiento argentino, al gobierno de Rosas y su modelo de pueblo. La figura de Rosas puede asociarse en cierto punto a la de un político construido en la ficción, que aparece mencionado por el narrador y por los personajes. Arturo Farrell, "a quien la opinión señalaba como secreto jefe de los Jóvenes Turcos" (p.5) era admirado por Vidal:

"Ante los amigos, que abominaban de Farrell, lo defendía, siquiera con tibieza; deploraba, es verdad, los argumentos del caudillo, más enconados que razonables; (...) pero no ocultaba la admiración por sus dotes de orador, (...) y reconocía en él y en todos los demagogos el mérito de conferir conciencia de la propia dignidad a millones de parias" (p.6).

Atributos similares se adjudicaban a uno de los caudillos más importantes que tuvo Argentina, Juan Manuel de Rosas, una figura emblemática de la política argentina del siglo XIX, pero también a Juan Domingo Perón, la figura política más importante del siglo XX en el mismo país. Perón, que en el momento de publicación de Diario de la guerra del cerdo comandaba desde el exilio a las organizaciones armadas revolucionarias compuestas en mayor medida por jóvenes, es la figura histórica a la que parece aludir el personaje de Farrell. (Para desarrollo sobre este tema ver en esta guía sección Otro: “La barbarie en Diario de la guerra del cerdo. Bioy Casares y la política argentina.”).

Farrell es, en la trama de la novela, una figura fuerte de la política que, sin embargo, no es miembro del gobierno. "¿Por qué el gobierno tolera que ese charlatán, desde la radio oficial, difunda la ponzoña?" (p.46), pregunta Rey, a lo que Vidal responde: "Yo creo que Farrell ha dado conciencia a la juventud. Si estás en contra de las charlas de fogón, todavía te van a confundir con los matusalenes" (p.46). Lo conflictivo está dado porque al parecer las consecuencias de las "charlas de fogón" es la presunta barbarie organizada es el asesinato de viejos, aunque aún los amigos no están al tanto de lo sistematizado del asunto. Sin embargo esta "concientización de la juventud" es sólo una de las cuestiones que rodean el problema de la guerra de los jóvenes contra los viejos. Según se desenvuelve la trama se ve que la verdadera razón de esa guerra no es, al fin y al cabo, política.