La Virgen de los sicarios

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El sicariato

La palabra "sicario" viene del latín sica, que hace referencia a una daga pequeña y fácil de esconder, muchas veces utilizada en la Antigua Roma para asesinar enemigos políticos. Por lo tanto, el sicario era la persona que mataba con este tipo de arma. Hoy en día, el significado de esta palabra ha mutado y se ha ajustado al contexto y las circunstancias en que estos asesinos se desenvuelven.

En Colombia, la palabra "sicario" adopta un significado aún más específico en función de las características particulares bajo las cuales se desarrolló esta actividad criminal, fundamentalmente durante las décadas del 80 y del 90. En aquellos tiempos, las mafias de la droga, con el Cartel de Cali y el Cartel de Medellín a la cabeza, tenían mucho poder y reclutaban adolescentes de los barrios marginales para encargarles asesinatos, ya fuera por ajustes de cuentas o para enviar mensajes intimidatorios a sus enemigos. Estos jóvenes encontraban en el sicariato una forma de obtener prestigio entre sus pares y la posibilidad de mejorar su precaria situación económica. Así las cosas, podemos decir que en Colombia el término "sicario" se refiere a un adolescente, perteneciente a la clase baja, que mata por encargo y que pertenece a una banda que responde a un jefe o "patrón".

Fernando Vallejo ya nos sumerge en el mundo del sicariato desde el título de la novela. Esta "virgen de los sicarios" es María Auxiliadora, a quien los sicarios van a pedirle cada martes "que no les vaya a fallar, que les afine la puntería y que les salga bien el negocio" (16). Al mismo tiempo, el autor también hace referencia al contexto particular que se vivía en Colombia durante la primera parte de la década del 90: Pablo Escobar, el líder del Cartel de Medellín, es asesinado por las Fuerzas Militares y la Policía Nacional de Colombia el 2 de diciembre de 1993. La muerte de Escobar produce una fuerte crisis interna en el Cartel de Medellín, lo que lleva a que el ejército de sicarios del cartel se fragmente en diversas pandillas. En este estado de acefalía del cartel comienza una verdadera guerra urbana, en la que estas bandas de sicarios luchan entre sí para disputarse territorios de Medellín. Este es el contexto en el que se desarrolla la historia de La Virgen de los Sicarios. En relación con esto, es pertinente aclarar que Alexis pertenece a una de las pandillas del barrio Santo Domingo Savio que está en guerra con las de La Francia, barrio del que proviene Wílmar.

Fernando, el narrador, obtiene mucha información respecto del mundo del sicariato a partir de lo que le cuentan Alexis y Wílmar, sus dos jóvenes amantes sicarios. De esta forma, aprende el complejo procedimiento para preparar "balas rezadas", se interioriza sobre los tres escapularios que llevan normalmente los sicarios (en el cuello para que les den el negocio; en el antebrazo para que no les falle la puntería; en el tobillo para que les paguen), y también se habitúa a la frialdad con la que tanto Alexis como Wílmar asesinan personas, a veces sin ningún motivo.

El tema del sicariato, presente a lo largo de toda la novela, nos lleva indefectiblemente al tema de la violencia. En ese sentido, podemos decir que Vallejo desarrolla de forma tan explícita y descarnada el mundo del sicariato como una crítica de la naturalización de la violencia que existe en Colombia.

La violencia

La violencia es, sin duda, uno de los ejes temáticos más relevantes a lo largo de la novela. Ahora bien, esta violencia, lejos de circunscribirse al mundo del sicariato, Vallejo la plantea como un triste rasgo identitario de los colombianos. Es decir, en varios pasajes de la novela se pone de relieve que el mayor problema de la violencia en Colombia radica en cómo la sociedad la ha naturalizado. De esta forma, el autor reflexiona sobre la violencia -de Medellín en particular y de Colombia en general- en un tono más bien pesimista y, hacia el final, definitivamente desesperanzado.

Por otro lado, el narrador establece una relación directa entre el influjo migratorio de los campesinos a la ciudad de Medellín y la violencia. Fernando cuenta que la generación anterior a la de él, es decir, "los viejos", se fueron del campo "huyendo dizque de «la violencia» y fundaron estas comunas sobre terrenos ajenos, robándoselos, como barrios piratas o de invasión" (83). Paradójicamente, estos hombres llegaron a Medellín portando sus machetes. En este punto, Fernando se pregunta: "¿para qué quiere uno un machete en la ciudad si no es para cortar cabezas?" (83). En ese sentido, el narrador comprende que, en buena medida, estos campesinos fueron los responsables de instalar la violencia en Medellín, porque ellos eran en sí mismos la violencia, y cuando se trasladaron del campo a la ciudad no estaban tratando de huir de la violencia sino de ellos mismos. Luego Fernando define al campesino colombiano como "la mayor plaga sobre el planeta", y explica que los hijos y nietos de estos simplemente cambiaron los machetes por revólveres, lo que naturalmente contribuyó a la escalada del nivel de violencia en Medellín.

Asimismo, Fernando entiende que la violencia está íntimamente ligada a la pobreza, y que estos dos fenómenos siguen una lógica progresiva, es decir, "Una muerte trae otra muerte y el odio más odio" (58). En relación con esto, el narrador plantea que el odio y la violencia son como la pobreza: "arenas movedizas de las que no sale nadie: mientras más chapalea uno más se hunde" (58).

Por último, está claro que la violencia se expresa a lo largo de toda la novela fundamentalmente a través de los dos jóvenes amantes sicarios de Fernando, Alexis y Wílmar. En ese sentido, la despreocupación y la insensibilidad con las que los jóvenes sicarios asesinan expresan un rasgo particular de la violencia en Colombia: forma parte de lo cotidiano, de lo "normal"; y es justamente en esta naturalización de la violencia como parte de la normalidad en lo que se basa Fernando para sentenciar que Colombia es una nación condenada.

La muerte

En La Virgen de los Sicarios, la muerte es la consecuencia natural de la violencia imperante en Medellín a principios de la década del 90. Con el asesinato del capo-narco Pablo Escobar, el grupo de sicarios que actuaba bajo sus órdenes se fragmenta, y esto desata una auténtica guerra urbana en la que las pandillas de sicarios de diferentes barrios humildes de Medellín se disputan territorios. Como consecuencia de estos enfrentamientos, las calles de la ciudad se llenan de muertos, hasta el punto de saturar las morgues. En ese sentido, podemos decir que la novela de Vallejo da cuenta de este período aciago de la historia reciente de Colombia, en el que los muertos se contaban de a cientos por semana. Ahora bien, más allá de que Fernando critica la naturalización con la que el pueblo colombiano asume estas muertes, también es cierto que él acaba acostumbrándose a la naturalidad con la que Alexis y Wílmar asesinan a diferentes personas; de alguna manera, el narrador comprende que Colombia es un país enfermo de violencia y de muerte, y acaba resignándose. "Que lo único aquí seguro es la muerte" (22), dice Fernando a propósito de lo que ofrece su Medellín natal.

Por otro lado, el narrador se muestra permanentemente desafiante respecto de la muerte. Él ya es un hombre grande, que regresó a su tierra "(...) vuelto un viejo, a morir" (8). En ese sentido, Fernando no teme por su vida, incluso después de que le avisan que hay sicarios que están buscándolo a él y a Alexis para matarlos. "A mí la muerte me hace los mandados, niño" (24), le explica el narrador a Alexis después de que este último le reproche que no se ha puesto a salvo durante un tiroteo. Lo cierto es que Fernando está completamente desencantado de la vida, ha perdido cualquier tipo de esperanza de que Colombia mejore, y es en esta crisis existencial profunda donde radica su falta de temor a la muerte. A propósito de esto, en un momento Fernando se dirige directamente al lector o a la lectora y le dice: "Mire parcero: no somos nada. Somos una pesadilla de Dios, que es loco" (40). Asimismo, una tarde el narrador le pide el revólver a Alexis para suicidarse, pero el joven sicario vacía el cargador del arma contra el televisor para que a Fernando no le quede ninguna bala.

Por último, vale la pena mencionar que Fernando en más de una oportunidad se refiere a "la Muerte" con mayúscula, como si se tratara de un nombre propio. Esta decisión narrativa le confiere identidad a la muerte, como si se tratara de un personaje más. Por ejemplo, cuando habla del taxista al que Alexis le dispara en la nuca: "(...) lo licenció la Muerte: la Muerte, la justiciera, la mejor patrona, lo jubiló" (48). La personificación que hace Fernando de la muerte al escribirla con mayúscula y al atribuirle la capacidad de poder "licenciar" al taxista da cuenta de que es tan frecuente y normal por esos días en Colombia que prácticamente adquiere un estatus de entidad concreta.

La religión católica

Ya desde el título La Virgen de los Sicarios, podemos inferir que la religión católica va a ser uno de los temas presentes en la novela. Asimismo, en las primeras páginas, Fernando hace referencia a que cuando él era niño, la Virgen de Sabaneta era la Virgen del Carmen, pero que ahora, muchos años después, la han cambiado por María Auxiliadora. Todos los martes, muchas personas pertenecientes a la clase baja -entre ellas, los sicarios- peregrinan desde las comunas de Medellín hasta Sabaneta para rezarle y pedirle a la Virgen. En este punto, Fernando establece una relación directa entre ser pobre y ser muy católico, como si la pobreza fuera casi una enfermedad que conllevara una intensa fiebre religiosa. Por otro lado, el narrador afirma que toda religión es insensata: "Si uno la considera así, desde el punto de vista del sentido común, de la sensatez, se hace evidente la maldad, o en su defecto la inconsubstancialidad, de Dios (...)" (74). En este sentido, podemos observar que para Fernando la fe católica es un síntoma de falta de sentido común, siendo los pobres, en su opinión, las personas menos sensatas de la sociedad.

Al mismo tiempo, el narrador expone su repulsión absoluta por la religión católica de una forma contundente: "... no hay roña más grande sobre esta tierra que la religión católica" (66). Uno de los argumentos que más repite Fernando a la hora de criticar a la religión católica es que ayuda a los pobres y, según él, "el que ayuda a la pobreza la perpetúa" (68).

No obstante este odio encarnizado que Fernando predica contra la religión católica, él disfruta de visitar iglesias de Medellín junto con sus dos jóvenes amantes sicarios, ya que allí suele encontrar esa paz y ese silencio que jamás encontrará en las calles de la ciudad. Hay un sinnúmero de referencias a iglesias de Medellín, y muchas veces es justamente en el contexto de estas visitas a las iglesias que tanto Alexis como Wílmar llevan a cabo sus asesinatos. Además, Fernando también hace referencia a que por lo general varias de estas iglesias permanecen cerradas debido a la amenaza de saqueo por parte de los pobres. En relación con estos dos últimos ejemplos, podríamos decir que una de las cuestiones que más le critica el narrador a la religión católica tiene que ver con el hecho de haberse dejado "invadir" o "engañar" por los pobres. En ese sentido, cuando Fernando replica las palabras "típicas" de un hombre pobre -"Deme tanto, jefe, que hoy no he desayunado. Tengo hambre" (102)-, el propio narrador responde: "Que te la quite tu madre que te parió (...). O el cura papa que es tan buen defensor de la pobrería y la proliferación de la roña humana" (102).

El amor homosexual

La Virgen de los Sicarios ha sido catalogada como una novela "sexualmente subversiva", no por abordar la temática del amor homosexual, sino por presentar una historia que puede inscribirse dentro de la pedofilia y de la prostitución de menores. Más allá de que Fernando plantee la relación con Alexis y con Wílmar en términos románticos, está claro que los dos jóvenes sicarios, menores de edad ambos, se vinculan con él por una cuestión de necesidad, es decir, para obtener ciertos beneficios (una casetera, un televisor, techo y comida, armas) a los que no podrían acceder, ya que pertenecen a la clase baja de Medellín.

Hecha esta salvedad, la relación entre Fernando y los dos jóvenes sicarios se presenta en todo momento como consensuada. Esta correspondencia o reciprocidad del amor, Fernando la vuelve explícita en varios pasajes de la novela como, por ejemplo, cuando describe cómo duerme con Alexis: "Nuestras noches encendidas de pasión, yo abrazado a mi ángel de la guarda y él a mí con el amor que me tuvo, porque debo consignar aquí (...) lo mucho que me quería" (24). De alguna manera, el narrador entiende que los jóvenes sicarios están con él por conveniencia, pero, al mismo tiempo, siente que eso no cancela la posibilidad del amor.

Por otro lado, también son varios los pasajes en los que el narrador refleja su fascinación por los cuerpos tanto de Alexis como de Wílmar y, al mismo tiempo, matiza los comentarios intercalando formas románticas o amorosas de referirse a ellos; por ejemplo: "(...) diecisiete años, como Alexis, mi amor: tenía los ojos verdes, hondos, puros, de un verde que valía por todos los de la sabana" (9); "Ver a mi niño desnudo con sus tres escapularios me ponía en delirium tremens" (26); "Yo no sé si vas a crecer más o no niño, pero así como estás eres la maravilla. Mayor perfección ni soñarla. La pelusita del cuerpo a la luz del sol daba visos dorados" (26).

Ahora bien, en La Virgen de los Sicarios el amor homosexual se presenta, por momentos, como la forma más pura y absoluta del amor. A propósito de esto, Fernando hace referencia a que estudió con los curas salesianos y que de ellos aprendió que "la relación carnal con las mujeres es el pecado de la bestialidad, que es cuando se cruza un miembro de una especie con otro de otra, como por ejemplo un burro con una vaca" (18). Por otro lado, el narrador también admite haberse acostado con dos mujeres en toda su vida, hecho que le gustó, pero del que no esperaba el amor porque, en su opinión, las mujeres parecen no tener alma.

Es evidente que la novela de Vallejo propone una constante interpelación a los valores morales tradicionales de Colombia. En ese sentido, vale la pena aclarar que muchos de estos valores, sobre todo en la región en donde nació y creció Vallejo, se basan en los parámetros de la religión católica. El tratamiento que le da el autor al tema del amor homosexual, más allá de coincidir con creencias personales manifestadas públicamente por Vallejo en más de una oportunidad, busca interpelar e incomodar esa perspectiva colombiana tradicional respecto de la diversidad sexual.

La pobreza

Muchos críticos han definido el estilo de Fernando Vallejo como directo y controversial. Ahora bien, en relación con esta segunda característica, está claro que el tratamiento que el autor le da al tema de la pobreza es el que más reacciones de indignación produce en buena parte de sus lectores, ya que siempre se expresa en un tono agresivo, discriminatorio y clasista. En este sentido, vale la pena aclarar que las ideas -muy cuestionables- que el narrador desliza en varios pasajes de la novela respecto de los pobres han sido reproducidas por el propio Vallejo en diversas entrevistas, lo que da cuenta de que forma parte del sistema de creencias del propio autor.

En primer lugar, Fernando hace referencia a los pobres que van hasta el santuario de María Auxiliadora en Sabaneta "a pedir, a pedir, a pedir que es lo que mejor saben hacer los pobres amén de parir hijos" (10). El narrador ya exhibe desde el comienzo de la novela un rechazo hacia la clase social baja, a la que acusa y acusará cada vez con mayor ahínco de reproducirse como animales, como una "plaga", sin darse cuenta de que están multiplicando la miseria del mundo. En ese sentido, Fernando hace referencia a que no hay que ayudar a los pobres, ya que es una forma de perpetuar la pobreza; luego explica que una de las leyes del mundo es que de una pareja de pobres nazcan cinco o diez; y concluye la idea diciendo que la pobreza se autogenera y se propaga como un incendio en progresión geométrica, y que la única solución que encuentra él para erradicar esa pobreza es contaminar con cianuro el agua de los pobres.

En esa misma dirección, Fernando sentencia: "Los pobres producen más pobres y la miseria más miseria, y mientras más miseria más asesinos, y mientras más asesinos más muertos" (83). En esta cita podemos observar cómo el narrador establece una relación directa entre la pobreza y la violencia que impera en Medellín. Más allá de que esta relación pueda tener cierto valor de verdad, el problema es que Fernando prácticamente culpa a los pobres de ser pobres, de multiplicar esa pobreza que, a su vez, multiplica la violencia y los muertos.

Por último, nos encontramos con esta cita que ilustra de una manera contundente el recalcitrante y condenable clasismo del narrador: "¿Yo explotar a los pobres? ¡Con dinamita! Mi fórmula para acabar con la lucha de clases es fumigar esta roña" (96). Aquí vemos cómo Fernando juega con el doble sentido que puede tener el verbo "explotar" (el de abusar laboralmente de una persona o el de hacer que algo explote) para expresar sin eufemismos su odio hacia los pobres.

La ciudad de Medellín

La ciudad de Medellín constituye uno de los ejes temáticos de La Virgen de los Sicarios, no solo por ser el contexto en el que se desarrolla la historia, sino porque, en buena medida, las características particulares de esta ciudad impulsan y determinan cada una de las acciones de los personajes.

Está claro que a Fernando su ciudad natal le despierta sentimientos encontrados, una mezcla de fascinación y odio, que se refleja en la forma en que la va describiendo conforme avanza la historia: por momentos, con un tono más bien nostálgico; por momentos, preso de una cólera exacerbada. Parte de este contrapunto de sentimientos que tiene Fernando por Medellín, y que se trasluce en la intensidad de su relato, se puede explicar a partir de su historia personal: nació allí, vivió en el exilio muchos años y ahora que ha regresado, se encuentra con que ya no queda casi nada de esa Medellín idealizada de su infancia; por el contrario, la pobreza y la violencia han enfermado de muerte a la ciudad.

Son varios los pasajes de la novela en los cuales Fernando se refiere a Medellín en términos trágicos o siniestros. Un ejemplo de ello es: "Amanecimos en un charco de vómito: eran los demonios de Medellín, la ciudad maldita, que habíamos agarrado al andar por sus calles y se nos habían adentrado por los ojos, por los oídos, por la nariz, por la boca" (28). Aquí el narrador no solo plantea la ciudad de Medellín como un espacio infernal, plagado de maldad, sino que también hace referencia a la capacidad de infectar a las personas de esa maldad.

Por otro lado, el tema de la ciudad de Medellín también se desarrolla a partir de su historia. Fernando explica las dinámicas de las comunas, esos barrios improvisados en la periferia de la ciudad, en donde se asentó la clase baja y de los cuales provienen tanto Alexis como Wílmar. Estas comunas, producto del incremento de la pobreza durante las últimas décadas, son la fuente de violencia de Medellín. Fernando las describe en estos términos: "Barrios y barrios de casuchas amontonadas unas sobre otras en las laderas de las montañas, atronándose con su música, envenenándose de amor al prójimo, compitiendo las ansias de matar con la furia reproductora" (28).

Más allá de que Medellín se plantea como un contexto infernal plagado de demonios (sicarios, ladrones, religiosos, políticos), Fernando disfruta de visitar las innumerables iglesias de la ciudad, acompañado de Alexis o Wílmar. Las iglesias retrotraen al narrador a su infancia, a un momento de cierta ingenuidad y pureza. Más allá de que él aborrezca a la religión católica, estos templos le ofrecen un poco de esa paz y ese silencio que de ninguna manera encontrará jamás en las calles de Medellín.

Por último, en esta cita podemos apreciar de una forma más que elocuente las sensaciones de Fernando respecto de Medellín: "Hombre vea, yo le digo, vivir en Medellín es ir uno rebotando por esta vida muerto. Yo no inventé esta realidad, es ella la que me está inventando a mí" (76).