La Virgen de los sicarios

La Virgen de los sicarios Resumen y Análisis Parte 2

Resumen

Fernando reflexiona sobre el hecho de haber encontrado a Alexis cuando él ya es viejo. En ese sentido, compara la trama de su vida con "la de un libro absurdo en el que lo que debería ir primero va luego" (17). Acto seguido cuenta cómo Alexis se sorprende al llegar a su departamento porque no hay música. Fernando le compra una casetera y, después de resistir una hora la estrepitosa música que escucha Alexis, toma el aparato y lo tira por el balcón. Al día siguiente, el narrador repite exactamente la misma secuencia de acciones: compra una casetera, aguanta una hora la música de Alexis y arroja el aparato por el balcón. Alexis lo acusa de estar loco. Fernando, por su parte, le dice que esa mierda que el joven sicario escucha no es música, y que prefiere que fume basuco (pasta base de cocaína). Alexis le pregunta si le gustan las mujeres, a lo que el narrador dice que solo se ha acostado con dos mujeres en su vida. Luego agrega que para él es imposible concebir el amor con una mujer porque "es como si [ellas] no tuvieran alma" (18). Fernando le hace la misma pregunta a Alexis, y el joven sicario responde que no le gustan las mujeres ni se ha acostado con una. A raíz de esta confesión, Fernando comprende que se ha enamorado del joven sicario justamente por esa "pureza incontaminada de mujeres" (19) que se esconde detrás de los hermosos ojos verdes del muchacho.

El narrador ahora recuerda algunos sucesos que tienen lugar durante los primeros días que pasa con Alexis. Una mañana, por ejemplo, Fernando sale a comprar unos tapones para los oídos y es testigo de un intento de robo en el que el ladrón acaba matando a tiros al dueño de un jeep porque este no quiere darle las llaves del vehículo. A raíz de este episodio, el narrador critica la impunidad que existe en Colombia para este tipo de delincuentes, que rara vez son juzgados. Cuando Fernando le comenta lo ocurrido a Alexis, el joven sicario dice que el dueño del jeep tendría que haberle dado las llaves al ladrón.

Fernando quiere ir a visitar iglesias porque las considera un "oasis de paz" (21) en medio de esa atmósfera de violencia que se respira todo el tiempo en Medellín. Pero luego entiende que la mayoría de estos templos suelen estar cerrados justamente para que no los atraquen y reflexiona sobre la inseguridad en Medellín, ciudad en la que el robo es prácticamente un hábito. Por otro lado, el narrador también hace referencia a que hay treinta y cinco mil taxis desocupados atracando, y que todos los taxistas llevan la radio a todo volumen, escuchando partidos de fútbol, vallenatos o noticias optimistas sobre cómo descendió el número de muertos en Medellín ese día. Al mismo tiempo, Fernando da a entender que si una persona le pide al taxista que baje el volumen, este es capaz de matarla.

Más adelante, el narrador cuenta que le compró un televisor a Alexis, y que el joven sicario se queda todo el día embobado delante de la pantalla. Fernando entiende que el muchacho no requiere de su presencia y decide salir a buscar una iglesia abierta. En el camino, queda atrapado en medio de un tiroteo. Fernando camina despreocupado en medio de la balacera y sale ileso. Cuando el narrador le cuenta lo sucedido a Alexis, el joven sicario le dice que hubiese sido mejor que se escapara del tiroteo, a lo que Fernando le responde que jamás huiría porque "A mí la muerte me hace los mandados, niño" (24).

En cierta medida, el narrador entiende que el hecho de tener que salir durante el día para dejar tranquilo a Alexis tiene una compensación en el amor nocturno que el joven sicario le proporciona. A propósito de esto, Fernando narra una noche en que Alexis se levanta de la cama desnudo para abrir las ventanas de la habitación y dejar entrar la brisa. Al notar los tres escapularios que lleva el muchacho, el narrador recuerda la historia que el propio Alexis le ha contado: tiempo atrás, el joven sicario ha recibido tres balines de escopeta recortada (uno en el cuello, otro en el antebrazo y el tercero en el tobillo) y, según él, se salvó por los escapularios. Luego Fernando se queja porque sus vecinos "punkeros" tienen la música a todo volumen, a lo que Alexis dice que si a Fernando le molestan, él los puede matar.

Una tarde, Fernando y Alexis están dando una vuelta por Medellín, y el joven sicario ve al "punkero" caminando por la calle. Se acerca al hombre y le dispara en la cabeza. Justo en ese momento pasa cerca una moto, y Fernando grita que fueron ellos los que mataron al "punkero". El único posible testigo es una señora, que acepta la versión de los hechos que le propone el narrador.

Fernando vuelve a su casa; Alexis llega un poco después, con dos botellas y media de aguardiente. Se emborrachan y despiertan al día siguiente en medio de un charco de vómito. Luego Fernando reflexiona sobre la situación de estos nuevos barrios de gente pobre, ubicados en las laderas de las montañas, en los que se matan y se reproducen indiscriminadamente. El narrador hace referencia a que solo ha subido una vez a una de estas comunas, y que lo que sabe de ellas es más por lo que observa desde abajo.

Asimismo, Fernando no termina de entender quién es el verdadero responsable de la muerte del "punkero", si Alexis por haber disparado o él por haber hecho el comentario en el que se basó el joven sicario para asesinar al hombre.

Análisis

En esta segunda parte de la novela, Fernando describe cómo se desarrollan los primeros momentos de su relación con Alexis. El narrador accede a comprarle una casetera al joven sicario porque, más allá del halo de romanticismo que por momentos busca atribuirle a su vínculo con el muchacho, lo cierto es que se trata de una relación por conveniencia: Alexis mantiene relaciones sexuales con Fernando a cambio de beneficios económicos, y el propio narrador accede a los caprichos del joven sicario para obtener beneficios sexuales. En este sentido, está claro que la relación entre Fernando y Alexis puede asociarse al delito conocido como "prostitución de menores". Esta es una de las razones por las cuales La Virgen de los Sicarios es considerada una novela "sexualmente subversiva". Si bien es cierto que la relación entre el narrador y el joven sicario parece ser en todo momento consensuada, lo cierto es que la edad de Alexis cancela, al menos desde un punto de vista legal, cualquier posibilidad de exonerar de responsabilidad a Fernando respecto de lo controversial del vínculo.

Por otro lado, es evidente que la percepción que tienen Alexis y Fernando de la realidad de Medellín es muy distinta. Esto es así por varios factores: la diferencia de edad que existe entre ellos, el hecho de que Fernando haya pasado varias décadas en el exilio, la diferencia sociocultural que hay entre ellos -que se refleja en sus trabajos: sicario y gramático-. Ahora bien, dentro de estos factores también podemos analizar el hecho de que Alexis es un agente activo en la construcción de esta nueva realidad de Medellín: la naturalidad y arbitrariedad con la que asesina a las personas acaba reflejándose luego en la atmósfera que se respira en la ciudad. Medellín está enferma de belleza y muerte, en buena medida, porque quienes definen su identidad son personas como Alexis. Así, cuando Fernando le cuenta la secuencia del robo del jeep, Alexis sentencia que el dueño del vehículo tendría que haberle dado las llaves al ladrón, no solo porque conoce sino también porque define las dinámicas de la calle. La relación con Alexis, además de proporcionarle beneficios sexuales a Fernando, también la brinda una perspectiva más cruda y realista de esta nueva realidad de Medellín, que nada tiene que ver con la de su infancia.

En estas páginas también vuelve a ponerse de relieve el tema de la religión católica. Fernando tiene una marcada obsesión por las iglesias porque considera que son los únicos espacios en donde todavía puede encontrar un poco de silencio y de paz. Al mismo tiempo, conforme avanza la novela, se hace cada vez más evidente que el narrador mantiene una relación bastante compleja con el catolicismo: por un lado, tiene un enorme conocimiento de los asuntos de la Iglesia, conoce y visita la mayoría de las iglesias de Medellín, asiste a las procesiones, pide ayuda a la Virgen; pero, por otro lado, realiza una crítica fulminante a esta misma Iglesia, blasfema contra Dios y contra Jesús, y acusa a la religión católica de multiplicar la pobreza mediante sus "acciones caritativas". En buena medida, podemos decir que la gran cantidad de discursos contra la Iglesia y la religión católica que pueblan la novela sirven como un soporte para la tesis de Fernando: la influencia de una Iglesia hipócrita, representante de una divinidad terrible, incapaz de amar y llena de maldad, no puede generar otra cosa que una comunidad como la colombiana, espiritualmente pervertida. Más allá del rechazo que Fernando siente por el catolicismo, para dejar solo a Alexis mirando la televisión, el narrador sale a buscar iglesias abiertas, como si, subliminalmente, nos quisiera trasmitir esta contradicción que convive en él a propósito de su religiosidad. De alguna manera, la religión católica está tan enquistada en la historia personal del narrador que, aun odiándola, Fernando no puede prescindir de ella, aunque sea como parte de una costumbre.

En esta segunda parte también nos encontramos con una situación determinante: el primer asesinato de Alexis delante de Fernando. El joven sicario ve por la calle al "punkero" que molestaba al narrador con su música y, sin mediar palabra, le dispara en la cabeza. Este hecho es significativo porque da cuenta no solo de la naturalidad con la que Alexis les quita la vida a las personas, sino también cuán frívolos pueden ser los motivos para llevar a cabo dichos asesinatos. Esta primera muerte explícita funciona como un punto de partida de una progresión de asesinatos que cometerá el joven sicario, cada vez más brutales y arbitrarios. Fernando no se muestra escandalizado frente a la impunidad con la que su joven amante asesina al "punkero", aunque sí se cuestiona quién es el verdadero responsable por su muerte: si Alexis por haber disparado o él por haber hecho el comentario que derivó en el asesinato. Lo cierto es que en un contexto tan violento como Medellín, prácticamente es imposible no ser cómplice de dicha violencia de alguna manera. Si bien Fernando no logra defiinir en ningún momento quién es el verdadero responsable por la muerte del "punkero", a medida que avance la novela, el narrador se irá sintiendo cada vez más cómodo en el rol de autor intelectual de los asesinatos de Alexis. Sin ir más lejos, comienza a referirse al joven sicario con metáforas que denotan cierta admiración: "¿Cuántos muertos lleva este niño mío, mi portentosa máquina de matar?" (32). En esta cita no solo podemos observar cierta fascinación por parte de Fernando hacia el joven sicario, sino también una idea de posesión: Alexis es "su" niño, "su" portentosa máquina de matar, lo que implica que, así como utiliza al joven para obtener placer sexual, también puede utilizarlo para eliminar a todas aquellas personas que, de una forma u otra, le molestan.