La Virgen de los sicarios

Temas centrales

Violencia urbana

Aspecto de las comunas del norte de Medellín. Al fondo el barrio Santo Domingo Savio.

La violencia urbana es el tema central de la novela. Una violencia que es común a las urbes latinoamericanas y que tiene las mismas raíces sociales de marginación y conflictos políticos. En Colombia, la violencia que históricamente se generó en el campo ya desde principios del siglo XX, fue traspolada al plano de las grandes ciudades a partir de la década de los 60 con el nacimiento de las mafias de la droga. Bogotá, Medellín y Cali, especialmente, los principales centros urbanos del país, se convirtieron en los escenarios en donde los carteles de la droga impusieron su ley de violencia y corrupción.

Especialmente Medellín, el viejo centro industrial, se convirtió en uno de los cuarteles principales del poderoso cartel mafioso de Pablo Escobar, el cual convirtió la progresiva ciudad textil en una de las más violentas de América Latina.[2]​ Pablo Escobar fue dado de baja en 1993 y entre 1992 y el 2002 la ciudad registró 42.393 muertes violentas.[3]​

El sicariato

Representación de un sicario.

Las mafias colombianas y en especial las del Cartel de Medellín, pusieron de moda el término sicario como el asesino contratado para matar a un opositor político, ideológico o cualquiera que pusiera en peligro los negocios sucios. Lo que resulta aún más siniestro en la utilización de sicarios por las mafias colombianas es que estos fueran menores de edad provenientes de los barrios marginados de las grandes ciudades. La carencia de recursos y el ánimo de salir de la pobreza hizo que centenares de muchachos (y en numerosos casos muchachas) se convirtieran en máquinas de matar al servicio de las mafias.

Uno de los casos que ilustra cómo el asesinato a sueldo se convirtió en una forma de sustento económico para las clases menos favorecidas fue cuando Escobar pagó entre tres y cinco millones de pesos por asesinar a un agente de la policía.[4]​ La cifra ronda entre los 5,280 y 8,800 dólares de la época.

Medellín

Una calle de un barrio popular de la ciudad."A mi ciudad no vuelve la violencia", valla de 2008.

Medellín como cuna de numerosos escritores, es espacio recurrente de los mismos en obras de autores como Tomás Carrasquilla, Fernando González, Porfirio Barba Jacob, Manuel Mejía Vallejo, Gonzalo Arango y otros. Una ciudad estrictamente tradicional, regida por un catolicismo conservador y centro comercial e industrial del primer orden nacional, que entra en una crisis social profunda a fines del siglo XX por causa del surgimiento de las mafias. Las razones por las cuales un centro de emprendedores y que lideraba la economía colombiana en las décadas de los 50 y 60,[5]​ llegó al punto de un desbordamiento de la violencia urbana, corresponde a un complejo estudio que involucra fenómenos sociales, políticos y culturales de la historia contemporánea de Colombia. El libro de Vallejo evidencia una nostalgia entre una ciudad que perdió ese liderazgo, para ser dominada por un caos social sin la presencia del estado. Sobre el tema de Medellín, dice Jorge Orlando Melo:

"No es muy compleja su trama, sino la acumulación lineal de incidentes reiterados, en los que se muestra a donde ha llegado la matazón en Metrallo, cómo son los sicarios, cómo son las comunas que el autor dice adivinar más bien que conocer, cómo son las estrechas relaciones de odio y violencia que hacen parte de la vida de todos y que trasmutan lo que tocan. (...) En esta ciudad destruída, donde lo bello queda en la remota y casi idílica infancia o en la fantasmagoría de las luces nocturnas, el bien y el mal se confunden, y la vida y la destrucción son lo mismo".[6]​

Homosexualidad

Otro de los temas del libro es la homosexualidad, el cual es tratado de manera abierta y natural en un país en donde esta dimensión es considerada un tabú. Si bien el tema aparece como un fondo secundario para dar mayor relevancia a la violencia y al sicariato en Medellín, no pasan inadvertidas las relaciones homosexuales de los protagonistas, un hombre mayor con dos adolescentes que contrastan sus preferencias sexuales con el mundo duro, más bien masculino, de las bandas y el crimen. Al respecto dice el portal de la educación chilena:

"Quién más que Vallejo, un autor polémico, irreverente, barroquil, contradictorio, crítico, melancólico, el que se atreve a entablar una relación con las letras para dar libertad a un tema que la sociedad y el mundo lo tiene prisionero: “la relación homosexual entre un adulto y un joven”.[7]​

En la novela, la homosexualidad no es insinuada o sugerida con morbo, sino que es parte del entorno natural de la obra, hasta el punto que los personajes circundantes lo saben sin ninguna muestra de escándalo o sin ningún tipo de señalamiento moral.[8]​

Algunos críticos sin embargo, han visto en la novela una suerte de erotización del cuerpo otro del sicario como objeto de consumo y de "fantasías fascistas de profilaxis social y erradicación del desecho humano." El sicario deseado es una "máquina erótica y pre-letrada que en manos de su amante gramático dispensa la muerte y recodifica la ciudad."[9]​

Religiosidad popular

Colombia como país culturalmente católico, tiene además una fuerte tendencia a la religiosidad popular debido a una fusión entre la religiosidad popular del Medioevo europeo, las creencias ancestrales africanas negadas a los esclavos negros y camufladas con el santoral católico y las religiones ancestrales indígenas igualmente camufladas. Por lo tanto, la religiosidad popular se presenta como la religión alternativa a la iglesia oficial en la cual el pueblo expresa a su manera su propio encuentro con lo divino. Si bien algunos autores católicos pretenden la valoración y la inserción de la religiosidad popular dentro de los esquemas oficiales, lo cierto es que la religiosidad popular tiene su propia dinámica. Dice por ejemplo la Consejo Episcopal Latinoamericano:

"Por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular, entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan. Se trata de la forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado. La religión del pueblo latinoamericano".[10]​
Iglesia de Santa Ana.La devoción que los sicarios de Medellín tienen por la Virgen, inspiró el título de la novela de Vallejo.

La religiosidad popular asocia la espontaneidad, separa las normas y doctrinas específicas y es asumida especialmente por los grupos socialmente más deprimidos y sufridos.[11]​ En Medellín, una de las regiones más católicas y conservadoras del país, la religiosidad popular adquiere un tono insólito al hacerse componente de la violencia urbana y del sicariato. Una de las devociones populares más importantes es la veneración a María Auxiliadora, la cual inspira el título de la obra. El santuario mariano de Sabaneta, una ciudad del Área Metropolitana de Medellín, se convirtió en centro de peregrinación de la mafia y sus sicarios durante su apogeo. Esta advocación mariana de origen grecolatino, surge esencialmente asociada a la reacción cristiana a los avances musulmanes del Imperio otomano, especialmente en 1572.[12]​ De esta manera, se trata de una Virgen guerrera cuyo significado viene expresado en sus advocaciones:[13]​ "Auxilio potentísimo" según Juan Crisóstomo, "Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus y ayuda de los que somos débiles", según el poeta Melone, mientras San Germán, Arzobispo de Constantinopla le decía:

"Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda".

Juan Bosco le oraba de esta manera:

"¡Oh María, Virgen Poderosa! ¡Grande e ilustre defensora de la Iglesia y auxilio poderoso de los cristianos! Terrible como un ejército ordenado para la batalla, ¡Tú sola has destruido todas las herejías del mundo entero! Oh Madre querida, en nuestras angustias, en nuestras luchas, en nuestras dificultades defiéndenos del enemigo! Y en la hora de la muerte recibe nuestra alma en el paraíso. Amén.".[14]​

El fervor se ajusta a las expectativas del joven sicario y pide a María Auxiliadora, la virgen de los sicarios, para que lo libre de todo mal y peligro. Como se trata de una religiosidad popular, alternativa a la religión oficial, no existe la presencia de ninguna autoridad eclesiástica. El sicario y el mafioso se hace sacerdote de su propio rito y prepara las balas rezadas, se pone escapularios de la Virgen en el cuello, en las manos para no fallar la bala y en los pies para que la Virgen le ayude a escapar sano y salvo. Estos elementos están presentes en la novela, especialmente cuando Fernando y Alexis visitan los santuarios religiosos de la ciudad. Para otros sociólogos, la devoción mariana de los sicarios obedece a un culto a la madre (la cucha en la jerga popular medellinense).[15]​ Un tema analizado por el sociólogo Alonso Salazar en su obra No nacimos pa semilla en donde concluye que la ausencia de la figura paterna en los barrios populares, deja espacio a una sociedad matriarcal que se idealiza en una virgen como la Auxiliadora que, poderosa, sostiene con ternura a un niño. Cuando Fernando le propone a Wilmar que se vayan del país, este acepta con la condición de llevarle antes un regalo costoso a su madre y despedirse de ella.[16]​


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