La Virgen de los sicarios

La Virgen de los sicarios Ironía

Fernando critica permanentemente la religión católica, pero tiene actitudes de un creyente devoto.

Fernando odia la religión católica; odia la Iglesia, los curas, esa "caridad" que, según él, perpetua la pobreza. En varios pasajes de la novela, el narrador se refiere al catolicismo en términos brutalmente ofensivos y descalificantes. Así y todo, Fernando ha visitado las ciento cincuenta iglesias que tiene Medellín, y lleva a Alexis y Wílmar a conocer varias de ellas; le reza a Dios e, incluso, a la virgen de los sicarios, María Auxiliadora. En esta contradicción que convive en Fernando respecto de la religión católica hay una fuerte carga de ironía que, sin embargo, no desdibuja al personaje, ya que desde el comienzo de la novela queda claro que estamos ante un narrador controversial que no teme exponer sus miserias ni sus contradicciones.

Fernando afirma que no hay que ayudar a los pobres, ya que es una forma de perpetuar la pobreza. Sin embargo él ayuda a Alexis y Wílmar, dos jóvenes sicarios pobres de las comunas.

En este ejemplo, podemos observar otra de las tantas contradicciones de Fernando que conllevan cierta carga de ironía. En varios pasajes de la novela, el narrador habla de la pobreza en términos despectivos y discriminatorios. Incluso, critica a la Iglesia y a los políticos que ayudan a los pobres, ya que, desde la perspectiva de Fernando, esto lo único que hace es perpetuar la pobreza. Ahora bien, a pesar de su aporofobia -es decir, de su odio, miedo y rechazo hacia los pobres-, Fernando prácticamente adopta a dos adolescentes pobres -Alexis y Wílmar- provenientes de las comunas, y les concede todos sus caprichos. En este sentido, resulta irónico que el narrador haga un recorte absolutamente arbitrario de la pobreza y no incluya a sus jóvenes -y pobres- amantes por el simple hecho de que le brindan placeres sexuales.

Fernando quiere encontrar y matar al asesino de Alexis, sin saber que se trata de Wílmar, su nuevo amante.

Cuando Alexis muere, Fernando se promete encontrar y matar al asesino de su joven amante sicario. Al poco tiempo, el narrador comienza una relación con Wílmar, repitiendo casi calcadamente lo que fue su relación con Alexis. Irónicamente es Wílmar, su nuevo amor, quien ha asesinado a Alexis. Cuando Fernando lo descubre, se encuentra en una posición bastante difícil: por un lado, quiere matar al asesino de su difunto amante, pero, por el otro, no quiere perder a su nuevo amante. Finalmente, para profundizar la carga irónica de la situación, Fernando no solo no matará a Wílmar, sino que hasta le ofrecerá empezar una nueva vida juntos fuera de Medellín, algo que ni siquiera le ofreció a Alexis cuando estaba vivo.

Alexis no tiene ningún problema en asesinar personas por los motivos más banales, pero no tiene el valor de matar al perro moribundo que encuentran con Fernando.

Alexis deambula por Medellín junto a Fernando asesinando personas por los motivos más banales. En ningún momento manifiesta culpa o arrepentimiento por estos asesinatos. De hecho, ni siquiera expresa algún tipo de sentimiento al respecto. Mata desapasionadamente, como si se tratara de algo que forma parte de su cotidianidad y que se realiza con esa indiferencia propia de los actos que componen una rutina obvia e invariable. Ahora bien, cuando Fernando y Alexis se encuentran con el perro moribundo, el joven sicario se sensibiliza hasta el extremo de no poder ni siquiera liberar al animal de su sufrimiento. En este sentido, es irónico cómo un animal despierta en Alexis un sentimiento tan fuerte y profundo mientras que las personas no le producen absolutamente nada.