La Virgen de los sicarios

La Virgen de los sicarios Imágenes

Las comunas

Son varios los pasajes de la novela en los que Fernando propone potentes imágenes sensoriales en relación con las comunas, es decir, esos barrios humildes ubicados en las laderas de las montañas, de donde provienen los sicarios. "Yo hablo de las comunas con la propiedad del que las conoce, pero no, sólo las he visto de lejos, palpitando sus lucecitas en la montaña y en la trémula noche" (30), dice Fernando a propósito de la imagen que él tiene de estas comunas desde la terraza de su apartamento en Medellín. Luego, cuando narra la experiencia de haber entrado en una de ellas, relata: "... sigamos subiendo, viendo: ojos secretos nos espían por las rendijas" (57). Más adelante Fernando define las comunas también con una serie de imágenes: "Rodaderos, basureros, barrancas, cañadas, quebradas, eso son las comunas. Y el laberinto de calles ciegas de construcciones caóticas..." (59). Fernando le dedica a estas comunas una gran cantidad de imágenes sensoriales, como si quisiera trasmitirle al lector que esta nueva realidad de Medellín, aun con toda su decadencia y su violencia, también posee una parte fascinante, casi hipnótica.

Las iglesias

Fernando visita diferentes iglesias de Medellín a lo largo de toda la novela. A raíz de esto, son frecuentes las imágenes sensoriales en relación con estos templos. Por ejemplo, en uno de los tantos paseos que el narrador da con Alexis accedemos a una imagen más que elocuente respecto no solo de una iglesia, sino también sobre cómo se pone de relieve en el contexto de la ciudad: "A lo lejos, sobre el mar de bruma alucinada que cubría el centro, flotaba la alta cúpula de la iglesia de San Antonio" (89). Luego, en otra de las iglesias que visita, Fernando recurre a algunas imágenes visuales para describirla: "Desde el altar mayor presidiendo la iglesia, de negro, aureolada por los destellos de su pequeño resplandor dorado, la Virgen Dolorosa me miraba" (90). Asimismo, son frecuentes las descripciones de cuán vacías o llenas están esas iglesias: "Entramos a la iglesia: semidesierta, con unos cuantos viejos y viejas de poca monta y ni un sicario" (95). También Fernando describe las iglesias desde afuera, es decir, a la distancia; como, por ejemplo, cuando habla del barrio Manrique: "Desde abajo, desde mi niñez, te veía, tus casitas como de juguete y tu iglesia gótica. Una iglesia alta, gris, espigada, de un gótico alucinante, estirándose sus dos torres puntudas como queriendo alcanzar el cielo" (110).

A raíz de las recurrentes imágenes sensoriales vinculadas a las iglesias a lo largo del relato, Fernando logra una suerte de asedio permanente de los símbolos y las iconografías de la religión católica, asedio del cual se valdrá en varias oportunidades para desplegar una crítica mordaz hacia el catolicismo.

Los cuerpos de Alexis y Wílmar

Los cuerpos de Alexis y Wílmar representan para Fernando una fuente inagotable de belleza y juventud. A raíz de esta concepción, el narrador no escatima en imágenes sensoriales para hacer referencia a ellos. Por ejemplo, en un momento en que Fernando recuerda el cuerpo desnudo de Alexis, dice: "La pelusita del cuerpo a la luz del sol daba visos dorados" (26). Por otro lado, al describir una situación similar, pero esta vez con Wílmar como protagonista, el narrador dice: "Que su desnuda belleza se realzaba por el escapulario de la Virgen que le colgaba del pecho. Y que al desvestirse se le cayó un revólver" (94). Ahora bien, en contraste con esta imagen idealizada de Wílmar, Fernando nos brinda otra muy distinta cuando hace referencia al cuerpo ya sin vida del joven sicario: "... un cadáver boca abajo en una mesa chorreando sangre de la cabeza sobre el piso, y en el mismo piso, en un rincón, una ropa tirada: unos pantalones, una camisa y unos zapatos. Un moscardón pasó zumbando, alborotando el olor fresquecito de la Muerte" (120). En síntesis, los cuerpos de Alexis y Wílmar aparecen descritos en varias oportunidades a lo largo del relato, aunque esas descripciones se vuelven más poéticas o más crudas dependiendo si los cuerpos de los jóvenes sicarios todavía pueden brindarle algo a Fernando -placer, amor, asesinatos- o ya se han convertido en un cadáver más dentro del caos de violencia y muerte que impera en Medellín.

La lluvia

Fernando hace referencia en varias oportunidades a las lluvias de Medellín, tanto las que suceden luego de que él regresa del exilio como aquellas que recuerda de su infancia. A propósito de estas últimas, completando una de las imágenes propuestas en "Las iglesias", Fernando recuerda: "Desde abajo, desde mi niñez, te veía, tus casitas como de juguete y tu iglesia gótica. Una iglesia alta, gris, espigada, de un gótico alucinante, estirándose sus dos torres puntudas como queriendo alcanzar el cielo. Las nubes negras, cargadas, pasaban, y al pasar se pinchaban en sus pararrayos y se soltaba la lluvia. ¡Qué aguaceros!" (110). Por otro lado, en relación con las lluvias que él se encuentra luego de regresar del exilio, Fernando hace referencia a aquella vez que visitó una comuna: "Las comunas a distancia me encienden el corazón como a una choza la chispa de un rayo. Sólo una vez subí, y bajé, y nada vi porque me lo impidió tremendo aguacero. Uno de esos aguaceros de Antioquia en el que el cielo cargado de rabia se desfonda" (30). Como podemos observar, para el narrador las lluvias forman parte del paisaje de Medellín; es decir, son una circunstancia inherente a la ciudad que, en buena medida, contribuye a darle un marco a ese caos de violencia y muerte que impera en Medellín.