La Virgen de los sicarios

La Virgen de los sicarios Resumen y Análisis Parte 6

Resumen

Fernando comienza criticando los derechos humanos, a los que define como "alcahuetería, libertinaje, celestinaje" (100). Según el narrador, no hay inocentes en el mundo y a la hora de juzgar a las personas no se deben contemplar circunstancias como la miseria o la ignorancia. "El Estado está para reprimir y dar bala. Lo demás son demagogias, democracias" (100), sentencia Fernando.

Luego, el narrador nos posiciona en un bus en el que está viajando con Wílmar. Hace calor, en la radio suenan vallenatos a todo volumen y, para colmo, dos niños gritan y molestan a los pasajeros mientras la madre "... en la luna, como si nada, poniendo cara de Mona Lisa, la delincuente, la desgraciada, en vez de aterrizar a meter en cintura a sus dos engendros" (100). Wílmar saca su arma y dispara tres veces: una bala para la madre y las otras dos para sus "angelitos". Como el chofer tarda unos segundos más de la cuenta en abrirles la puerta, antes de bajarse del bus, Wílmar también lo asesina.

Fernando hace referencia a que antes de que él regresara a Medellín, pasó por la ciudad un loco que iba inyectando cianuro "a cuanta perra humana embarazada y a sus retoños" (102) encontrara en los buses. Lejos de considerarlo un loco, el narrador lo define como un "santo". Luego, Fernando lleva a Wílmar a conocer la casa de su infancia y la iglesia donde fue bautizado. Al salir de la iglesia, se encuentran con El Difunto. El narrador le dice que lo daba por muerto, y El Difunto dice que no, que al que mataron fue a El Ñato, un "parcero" de Junín, que odiaba a los maricas y quien fuera pionero en eso de disparar desde la moto. Fernando creía que a El Ñato lo habían matado hacía muchos años, y El Difunto dice que no, que lo mataron esa mañana y que puede ir al velorio para comprobarlo.

El narrador se viste todo de negro para ir al velorio de El Ñato, vestimenta que, según el propio Fernando, despierta orgullo y fascinación en Wílmar. Ya en la casa del muerto, Fernando se acerca a los familiares a darles el pésame. Acto seguido, se dirige hasta ataúd y constata de que se trata del mismo Ñato que él conocía, pero que creía muerto hacía muchos años. Finalmente, Wílmar y Fernando dejan la casa, este último con "la mente confusa" (109). Ni bien se alejan unos metros de la casa de El Ñato, bajan por la calle un carro de funeraria y dos motos, ametrallando la fachada de la casa.

Esa historia sobre El Ñato es, según el narrador, la última cosa bella que vive con Wílmar. Fernando hace referencia a una noche en que el diluvio es tan vehemente que se desborda no solo el río Medellín, sino también sus ciento ochenta quebradas. Esto produce, a su vez, que se desborden las alcantarillas, haciendo que un "inmenso mar de mierda" (111) comience a subir. La mañana siguiente no deja rastro de la tormenta, lo que, según el narrador, es un indicio de un día asesino. Fernando y Wílmar van a comprar un refrigerador nuevo para la madre de este último, y cuando van de regreso, el narrador decide pasar por el Versalles a comprar unos pastelitos. Una vez en el lugar, se encuentran con La Plaga. Cuando Wílmar entra a comprar los pastelitos, La Plaga le reprocha a Fernando que esté con el sicario que mató a Alexis. El narrador le dice que está confundido, que a Alexis lo mató La Laguna Azul, a lo que La Plaga responde que Wílmar es, justamente, La Laguna Azul. Wílmar sale con los pastelitos, y Fernando se despide de La Plaga. El narrador decide que matará a Wílmar, "este hijueputa" (113), pero primero entra en una iglesia para pedirle a Dios que lo ayude hacerlo.

Esa noche Fernando le dice que deben ir a dormir a un motel, frente a lo cual Wílmar reacciona con absoluta naturalidad. Una vez en la habitación, se desvisten, se acuestan y Wílmar se queda dormido, dejando, como siempre, su revólver arriba de la ropa. Pero las horas empiezan a correr y Fernando no logra tomar el revólver y dispararle a Wílmar. Amanece y el narrador entiende que "la venganza era demasiada carga para mis años" (115). Wílmar despierta y Fernando le pregunta por qué mató a Alexis, y el joven sicario le explica que porque Alexis mató a su hermano.

Dejan el motel, y Fernando le confiesa a Wílmar que él iba con Alexis la tarde en que él lo mató. El joven sicario le dice que ya lo sabía. En este punto, Fernando le dice que Wílmar que ya no tiene sentido seguir en Medellín; y le ofrece empezar una nueva vida lejos de esa ciudad. Wílmar acepta, pero primero debe pasar por su barrio, La Francia, a saludar a su madre. A la mañana siguiente suena el teléfono en lo de Fernando: es una persona de la morgue que le pide que vaya a identificar el cadáver de Wílmar.

Fernando entra en la morgue, refiriéndose a sí mismo como "el hombre invisible" (117). Mientras camina por el lugar, hace una descripción de los cuerpos y órganos que ve y que acabarán en una fosa común. Llega hasta la mesa en la que está Wílmar, se acerca y nota que tiene los ojos abiertos. Entiende que lo llamaron a él porque en el bolsillo del muchacho había un papel con su número de teléfono. Todos los cuerpos que están allí son declarados NN y, contra lo que pensaba Fernando antes de ir, no están refrigerados.

El narrador abandona el lugar y, luego de caminar un poco por las calles de Medellín, llega hasta la estación de buses. Se queda observando a sus compatriotas, que "Subían a los buses, bajaban de los buses convencidos de que sabían adónde iban o de dónde venían, cargados de niños y paquetes" (120-121). Fernando se despide diciendo que se tomará uno de estos buses "para donde vaya, para donde sea" (121), y cierra la narración con un dicho: "Y que te vaya bien / que te pise un carro / o que te estripe un tren" (121).

Análisis

En esta última parte de La Virgen de los Sicarios, Fernando profundiza la crítica respecto de algunos de los preceptos fundamentales en los que se ordena el mundo. Por ejemplo, denuesta los derechos humanos, equipara la democracia con la demagogia, y brinda una perspectiva de lo que debería ser el Estado: un organismo represor, que ponga orden en este mundo colmado de caos, miseria y violencia; elementos que, desde el controversial punto de vista del narrador, se los debemos a los pobres, que se reproducen indiscriminadamente, sin tomar conciencia del mal que le producen a la humanidad. Al mismo tiempo, Fernando también sentencia que no hay inocentes en este mundo, lo que da cuenta de que, en este punto de la novela, su desencanto con la vida y su profunda desilusión respecto de la humanidad se han profundizado.

Por otra parte, en estas últimas páginas se consolida el vínculo entre el narrador y Wílmar. Es imposible no ver en esta nueva relación de Fernando la duplicación de aquella que tuvo con Alexis. Sin ir más lejos, en varios pasajes de la novela podemos apreciar cómo el narrador vuelve una y otra vez sobre cuestiones que ya desarrolló con anterioridad, como queriendo marcar, de alguna manera, la repetición incesante de una misma historia. Son varios los críticos que sostienen que el juego de repeticiones que encontramos en el texto es una alusión a las dinámicas de la violencia, que se repite, que no cesa, y que en Colombia pareciera ser una cuestión cíclica; la condena a una reiteración interminable. Desde este punto de vista, la trama de La Virgen de los Sicarios presenta pocos elementos (la relación de Fernando con jóvenes sicarios, las visitas a las iglesias, las muertes arbitrarias, los viajes en taxi), pero que, sin embargo, se repiten una y otra vez, como dando a entender que la lógica que opera en Medellín es autofagocitaria, y que es imposible salirse de ciertas dinámicas como, por ejemplo, la violencia. Ahora bien, esta sensación de que es imposible salir del desastre, del caos de violencia y muerte que impera en Medellín, se traduce en Fernando en una profunda desesperanza, y esta desesperanza -casi absoluta en esta parte de la novela- parecería justificar esa "solución" genocida que propone Fernando en más de una oportunidad. Tanto Wílmar como Alexis materializan estos deseos criminales de Fernando al matar pobres, quienes, para el narrador, son los principales causantes de los males que denuncia.

Una de las escenas más fuertes y, al mismo tiempo, más grotescas de la novela se desarrolla en estas páginas: Wílmar asesina a una madre y sus dos niños simplemente porque estos últimos estaban gritando en un bus. Luego, como si esto fuera poco, el joven sicario también mata al chofer porque este tarda demasiado en abrirles la puerta para que bajen. Quizás es en este episodio en donde más claramente se pone de relieve el alcance de la violencia en Medellín y lo poco que vale la vida. Wílmar no duda en asesinar a dos niños simplemente porque gritan en un bus y a su madre por no reprimirlos. La mayoría de los asesinatos que perpetra Wílmar son injustificados y espontáneos, atributos que también podemos aplicar al concepto de violencia en Medellín. En ese sentido, nadie está a salvo de esta violencia, de estos sicarios como Wílmar o Alexis que crecieron en un contexto en el que el valor de la vida de una persona estaba completamente devaluado.

Por otra parte, es interesante observar cómo determinadas estrategias narrativas que utiliza Vallejo actúan de forma sinérgica y solidaria respecto del espíritu de la trama. Es decir, de la misma forma que la historia de La Virgen de los Sicarios refleja el caos y la violencia de Medellín a principios de la década del 90, el tono descarnado y el ritmo frenético que le imprime Fernando a la narración contribuyen a crear esa atmósfera de anarquía y terror. Otra de estas estrategias es la arbitrariedad de algunos hechos que componen la trama; sin ir más lejos, la aparición de El Difunto parece menos arbitraria que forzada. En síntesis, la trama no sigue un hilo conductor lógico y se presenta intempestiva -como la violencia en Medellín-.

Fernando estaba convencido de que El Difunto le hacía gala a su nombre y estaba muerto. Pero resulta que no, que estaba de vacaciones y que al que mataron fue al Ñato. En un contexto en el que reina la violencia y la muerte pueden darse este tipo de confusiones: el que parecía muerto está vivo, y viceversa. Este equívoco contribuye a difuminar esa delgada línea que divide la vida de la muerte en Medellín. Incluso Fernando va más allá en el alcance que puede tener esa violencia: "Me despedí de El Difunto reconfortado por sus palabras aunque a la vez inquieto por la perspectiva insidiosa de que al Ñato, y en general al ser humano (...) lo pudieran matar dos veces" (107).

Luego otro personaje irrumpe en escena de una forma espontánea e injustificada: La Plaga, quien le dice a Fernando que Wílmar es el asesino de Alexis. Una vez más, la trama no responde a ninguna progresión coherente de hechos y nos presenta arbitrariamente un nuevo giro. El nuevo amante de Fernando, de repente, se convierte en el asesino de su amante anterior, lo que lleva al narrador a tomar la decisión de matarlo. Aquí también podemos observar la facilidad con la que, en este contexto de caos y violencia, se pasa del amor al odio, y de la vida a la muerte; solo basta un incidente arbitrario, como la aparición de La Plaga en este caso.

Ahora bien, Fernando no logra llevar a cabo su venganza, en parte, porque entiende que Wílmar es menos responsable por la muerte de Alexis que el propio contexto de Medellín. Por eso toma la decisión de llevarse a Wílmar lejos de la ciudad. La paradoja es que el joven sicario acepta, pero en esas pocas horas en que va a despedirse de su madre, lo matan. De alguna manera, se desprende de este hecho la idea de que Medellín propone una dinámica de la violencia de la cual no se puede escapar; una dinámica cíclica, omnipresente e implacable. Al mismo tiempo, Fernando, ya como "el hombre invisible" recorriendo los pasillos de la morgue, buscando a Wílmar, define a Colombia de esta manera: "... es más bien irregular, imprevisible, impredecible, inconsecuente, desordenada, antimetódica, alocada, loca..." (118). El narrador reflexiona sobre su patria y le atribuye una progresión de características negativas que, al mismo tiempo, explican por qué justo cuando faltaba tan poco para que Wílmar se salvara, fue asesinado.

Ya en el final de la novela, el tono de Fernando se vuelve definitivamente desesperanzado y nostálgico. Se despide de los lectores y las lectoras agradeciendo la compañía a través de las páginas; se sube a un bus cualquiera, hacia ninguna parte; vuelve a quedarse solo (sin Alexis, ni Wílmar, ni lectores). A propósito de aquellas personas que viajan en el transporte público, como él mismo en ese momento, Fernando sentencia: "Pobres seres inocentes, sacados sin motivo de la nada y lanzados en el vértigo del tiempo. Por unos necios, enloquecidos instantes nada más..." (121).