Viaje al centro de la Tierra

Viaje al centro de la Tierra Parte de la ciencia que hay detrás de la novela de Verne

Julio Verne pretendía que Viaje al centro de la Tierra fuera no solo emocionante, sino también didáctica; quería compartir con sus lectores las novedades apasionantes de diversos campos científicos y proveer un conocimiento más profundo del que normalmente se esperaría de una novela. Por ello, los lectores modernos deben tener en cuenta algunos de los aspectos científicos que abarca la narración.

1. Geología

La Tierra está dividida en corteza, manto y núcleo. La corteza es dura pero delgada: se extiende unos 5 kilómetros bajo los océanos y hasta 70 kilómetros bajo los continentes. El manto, que se divide en una parte superior y otra inferior, tiene un grosor de unos 2890 kilómetros y está formado por roca caliente y semisólida. El núcleo también está dividido: el exterior está compuesto por líquido (hierro y níquel) y tiene un grosor de 2270 kilómetros, mientras que el núcleo interior es de níquel y hierro sólidos, extremadamente caliente (alrededor de 5430 ºC), está entre 2800 y 6400 kilómetros por debajo de la superficie terrestre y tiene un radio de 1220 kilómetros.

Cuando Axel y Lidenbrock estiman el radio de la Tierra en aproximadamente 1600 leguas (7725 km), su cálculo no es del todo errado, lo que supone un problema para el viaje, por el tiempo que les llevaría descender hasta el centro. Por eso, Axel le dice al profesor, en un momento del viaje, que “de continuar así, emplearemos dos mil días, que son cerca de cinco años y medio, en llegar al centro del globo” (p.162). En este punto, Lidenbrock no quiere saber de cálculos científicos, porque confía en el precedente de Saknussemm como garantía del éxito de sus esfuerzos. Con respecto a la temperatura del centro, Lidenbrock sigue la teoría de Humphrey Davy (un científico del siglo XIX), por la cual sostiene que la Tierra no tiene un núcleo líquido (lo que es falso para el núcleo externo) y que su calor “no reconoce otro origen que la combustión de su superficie” (p.47). Por su parte, Axel nunca abandona la teoría “del calor central, aun cuando no sintiese sus efectos” (p.161). En este punto, Lidenbrock está menos al día en la ciencia que su joven sobrino por una necesidad narrativa, para que sea más creíble el viaje. Actualmente, se sabe que el centro de la Tierra posee una temperatura similar a la que tiene la superficie del sol, lo que se explica por el calor remanente de la formación inicial del planeta, la descomposición de elementos radioactivos y la solidificación de su núcleo interno.

2. Paleontología

En su travesía, los viajeros se topan con un ictiosaurio, un plesiosaurio y un mastodonte. Los ictiosaurios, cuyo nombre significa “lagarto pez”, aparecen por primera vez en el triásico. Eran vertebrados marinos que respiraban aire y carecían de branquias, por lo que se asemejan a las ballenas actuales. Los plesiosaurios son reptiles marinos que se caracterizaban por tener un cuello largo, cuatro aletas que parecían palas y una cola. Los dientes del plesiosaurio eran como agujas y se curvaban alrededor de su mandíbula en forma de U, sus fosas nasales estaban más cerca de sus ojos que de su hocico y su capacidad auditiva era similar a la de las ballenas y los delfines. Los mastodontes deambularon principalmente por la zona actual de Norteamérica en la era del pleistoceno. Pertenecen al orden de los proboscides (como los elefantes y los mamuts), medían entre 2,5 y 3 metros de altura y pesaban entre 4 y 6 toneladas. Su cuerpo era largo; sus patas, relativamente cortas, y estaban cubiertos de un largo pelaje marrón rojizo.

Estos animales, que pertenecen a distintos períodos de la prehistoria, se encuentran presentes en el vasto espacio subterráneo que recorren los aventureros, lo que convierte al viaje en un fantástico recorrido a través del tiempo. El orden de ese viaje es, en gran medida, cronológico, porque en el final aparecen los mastodontes, que pertenecen al mismo tiempo que el hombre prehistórico. Con esta aparición, la alucinación que tiene Axel en la balsa se convierte en un presagio de todo lo que observarán en su viaje: “¡El sueño en que había visto renacer todo el mundo de los tiempos prehistóricos, de las épocas ternaria y cuaternaria, tomaba forma real!” (p.243).

3. Paleoantropología

Verne agregó a la edición de 1867 de Viaje al centro de la Tierra los últimos descubrimientos en la paleoantropología, que se incluyen en los capítulos 37, 38 y 39 de la novela. Allí menciona la disputa contemporánea acerca de la presencia de humanos en el período cuaternario, coexistiendo con animales como los mastodontes. Lidenbrock y Axel se topan primero con una calavera y después con el cuerpo completo y preservado de un hombre cuaternario, lo que confirma en la ficción la teoría que por entonces se debatía. La pregunta que le surge a Axel, y que otorga suspenso al relato, es por qué esos restos se encontraban en aquella enorme caverna subterránea: “Aquellos seres animados, ¿se habían deslizado mediante una conmoción del suelo, hasta las playas del mar de Lidenbrock cuando ya estaban convertidos en polvo, o vivieron allí, en aquel mundo subterráneo, bajo aquel cielo fantástico, naciendo y muriendo como los habitantes de la superficie de la tierra? Hasta entonces, solo se nos habían presentado vivos los peces y los monstruos marinos; ¿erraría aún por aquellas playas desiertas algún hombre del abismo?” (p.240).

Estas preguntas, que cierran el capítulo 38, anticipan la aparición en carne y hueso de un hombre prehistórico, pastoreando mastodontes, en el capítulo siguiente. Es un hombre de más de tres metros y medio de alto, imponente figura que hace que Axel y Lidenbrock huyan para poner sus vidas a salvo. La fisonomía de aquel hombre no se condice con la teoría darwiniana de la evolución: se para erecto y no tiene apariencia simiesca. En la época en que se publica esta novela, Verne no creía que los seres vivos prehistóricos fuesen más primitivos que los contemporáneos. Por eso imagina bestias y hombres de tamaños colosales que habitan las profundidades de la Tierra. Aun así, la novela deja lugar a la duda, porque el propio narrador descree de lo que acaba de ver: “prefiero admitir la existencia de algún animal cuya estructura se aproxime a la humana […]. Pero ¡un hombre, un hombre vivo, y con él toda una generación sepultada en las entrañas de la Tierra, es completamente imposible! ¡Eso, jamás!” (pp.244-245).