Viaje al centro de la Tierra

Viaje al centro de la Tierra Resumen y Análisis Capítulos 36-45

Resumen

Capítulo 36

Axel apenas alcanza a ver lo que sucede cuando la balsa se estrella contra las rocas. Cae al mar y, de no ser por Hans, no se habría salvado. Cuando se despierta, todo se ha calmado. El tiempo es plácido y Lidenbrock vuelve a estar entusiasmado. Le cuenta a su sobrino que han llegado a la otra orilla.

Axel le pregunta a Lidenbrock cuál es el plan una vez que lleguen al centro. Después de todo, ¿cómo volverán a casa? Lidenbrock se burla de su sobrino por preocuparse del final del viaje antes de completar su objetivo, pero le responde que encontrarán una nueva ruta o simplemente volverán por donde han venido. Hans, que ya está reparando la balsa, ha salvado la mayor parte de las posesiones del grupo. La brújula y el manómetro sobrevivieron, aunque las armas de fuego se perdieron. La comida y el agua deberían ser suficientes para lo que queda de la travesía.

Después de comer, Axel se pregunta dónde se encuentran geográficamente. Lidenbrock cree que han viajado más de novecientas leguas (4345 km) desde Reikiavik. Para saber mejor la ubicación consultan la brújula, pero se quedan atónitos cuando la ven: donde debe indicar el Sur, la aguja apunta al Norte. La tormenta los ha devuelto a la orilla de la que partieron.

Capítulo 37

Axel observa el comportamiento de su tío después de darse cuenta de que han regresado al punto de origen: “la estupefacción, primero, la incredulidad, después, y, por último, la cólera. Jamás había visto un hombre tan chasqueado al principio, tan irritado después” (p.230). Lidenbrock de pronto se vuelve desafiante contra la Naturaleza, diciendo que nada podrá doblegar su determinación de llegar al centro de la Tierra. Axel intenta decirle a su tío que toda ambición debe tener un límite, y se frustra cuando el estoico Hans no se pone de su lado. Axel sabe que no puede contra ambos y se resigna a seguir con la misión.

Antes de partir, Lidenbrock dice que quiere explorar más a fondo la costa, sobre todo porque han desembarcado en un lugar distinto del que habían partido. Axel le acompaña y caminan bordeando las paredes del acantilado. Bajo sus pies hay innumerables conchas marinas de criaturas muertas hace siglos. Algunos caparazones miden incluso cuatro metros de largo.

Los exploradores caminan por la orilla durante más de un kilómetro hasta que el suelo cambia de aspecto. Ahora es más áspero, testimonio de algún trastorno geológico. El suelo está lleno de granito roto, sílex y depósitos aluviales. Axel piensa que esta zona parece “un inmenso cementerio donde se [confunden] los eternos despojos de las generaciones de veinte siglos” (p.233). Los hombres se maravillan ante esta acumulación de toda la historia de la vida. Lidenbrock tiene la mandíbula desencajada mientras mira hacia la bóveda. Encontrar estas reliquias es como hallar la antigua biblioteca de Alejandría completa. Entonces encuentran el cráneo de una cabeza humana, y Lidenbrock se lamenta de que los científicos Milne-Edwards y Qatrefages no estén allí con él.

Capítulo 38

Axel explica la referencia a Milne-Edwards y Quatrefages. En 1863, unos trabajadores franceses desenterraron una mandíbula humana a cuatro metros bajo la superficie del suelo, en una cantera cerca de Abbeville (Soma). El descubrimiento tuvo una gran repercusión y estos dos estudiosos fueron fundamentales para dar a conocer el hallazgo. Lidenbrock y otros estudiosos alemanes se sumaron a apoyar el descubrimiento. Sin embargo, otros investigadores no creyeron que se tratara de un auténtico resto fósil.

Mientras Lidenbrock y Axel continúan caminando, encuentran el cuerpo de un hombre del cuaternario perfectamente conservado. Se quedan en silencio, asombrados. El cuerpo los mira a través de sus cuencas oculares. Esta visión les resulta increíble.

Lidenbrock adopta un tono didáctico, como si se dirigiera a un público universitario. Comienza diciendo que sabe cuántos tomistas escépticos existen en el mundo y cómo los hallazgos de fósiles han sido explotados por charlatanes. Sin embargo, aquí hay una prueba real, auténtica. El cadáver está ahí para mirarlo y tocarlo. Mide menos de dos metros, es caucásico y pertenece a la familia que se extiende desde la India hasta los límites de la Europa Occidental.

Capítulo 39

El paseo continúa. Una extraña luz baña el entorno; no hay sombras. La niebla ha desaparecido. Encuentran una fantástica vegetación del período terciario de alturas colosales, pero como no hay sol las plantas carecen de coloración verde. Lidenbrock y Axel se adentran en la espesura y descubren grandes mastodontes deambulando. Axel está asustado, pero Lidenbrock le insta a seguir adelante.

De repente, los aventureros ven a un hombre vivo, de tres metros de altura, que pastorea a los mastodontes. Su altura y mechones salvajes lo hacen formidable. Ante el peligro, tío y sobrino se alejan rápidamente. Están atónitos; no pueden creer lo que han visto.

Mientras regresan, Axel se fija en unas rocas cuyas formas le recuerdan a Puerto Graüben. Los hombres saben que no han vuelto al punto exacto del que partieron, pero no están seguros de dónde están. Encuentran un cuchillo cubierto de óxido en la tierra, que Lidenbrock identifica como típico del siglo XVI, por lo que concluyen que alguna otra persona debió estar allí antes que ellos. En una losa de granito cercana se confirma esta hipótesis: las iniciales de Arne Saknussemm están grabadas en la entrada a un oscuro túnel.

Capítulo 40

Lidenbrock comenta el extraordinario hallazgo que acaban de hacer. Axel también se muestra entusiasmado y quiere continuar la aventura a toda cosa. Le comenta a su tío lo afortunados que son de que la tormenta los haya hecho regresar, porque de lo contrario nunca se habrían puesto sobre la pista de Saknussemm.

Los hombres vuelven a la balsa y zarpan de nuevo, desembarcando cerca del oscuro túnel. Se disponen a ingresar en él, pero, desgraciadamente, una gran roca les bloquea el paso. Como aquel obstáculo no pudo existir en tiempos de Saknussemm, es evidente que procede de algún terremoto ocurrido en los siglos posteriores.

Axel no renuncia a la misión y sugiere con fervor utilizar la pólvora para volar la roca. Todos acuerdan este curso de acción, que se llevará a cabo al día siguiente.

Capítulo 41

Axel confiesa que, a partir de ese momento, actuaron con insensatez, atrayendo el peligro: “nuestra razón, nuestro juicio y nuestro ingenio dejaron de tener participación alguna en los acontecimientos, convirtiéndonos en meros juguetes de los fenómenos de la Tierra” (p.254). A la mañana, los aventureros preparan los explosivos y colocan la mecha; luego regresan apresuradamente a la balsa y se hacen a la mar para protegerse de la explosión. La detonación es monstruosa y hace desatar una enorme ola en el mar. Los tres hombres apenas entienden lo que está ocurriendo, pero se dan cuenta de que su descuido ha hecho que todo el océano desemboque en la apertura hecha por la explosión. Son arrastrados salvajemente por la oscura galería, mientras se miran con ojos desorbitados. El mástil se rompe y la mayoría de las posesiones son arrastradas por la borda; ni siquiera les queda comida suficiente para un día. La balsa desciende casi de forma vertical, como en una caída, hasta que de pronto se detiene. Una tromba de agua los inunda momentáneamente.

Capítulo 42

A las diez de la noche, la balsa empieza a ascender a toda velocidad por un estrecho pozo. La experiencia es aterradora, y Axel supone que si no hay una abertura morirán aplastados en el techo de aquel túnel. Lidenbrock no se inmuta y parece casi tranquilo.

La temperatura aumenta a niveles casi insoportables. Los hombres deciden comer lo que queda de su comida y, luego, cada uno se pierde en sus pensamientos. Axel está desconsolado porque no volverá a ver a Graüben. En cuanto a Lidenbrock, murmura algo sobre el tipo de roca de la galería.

El agua alrededor de la balsa empieza a hervir y Axel apenas puede sofocar su miedo. Mira la brújula y ve que se ha vuelto loca, apuntando en todas direcciones.

Capítulo 43

La aguja de la brújula se agita sin control, un movimiento que Axel atribuye a las fuerzas magnéticas. Está aterrorizado, porque la corteza mineral se está rompiendo a su alrededor. Las explosiones son frecuentes y el calor sigue aumentando. Sin embargo, Lidenbrock no se asusta y le cuenta a su sobrino su esperanza de que se produzca una erupción que los lleve finalmente a la superficie.

Los viajeros siguen subiendo casi toda la noche. Axel siente como si se asfixiara; entra y sale de ensoñaciones.

Cerca de la mañana los exploradores descubren que están ascendiendo más rápido. La formación de la chimenea se ensancha y Axel puede ver profundos corredores. Las llamas crepitan; ya no hay agua hirviendo, sino solo una pasta de lava que los eleva. La erupción es periódica y de vez en cuando el movimiento se detiene, para luego volver a empezar. Llamas rodean a los hombres. Axel apenas está consciente. Se siente como un hombre condenado a morir atado a la boca de un cañón.

Capítulo 44

Cuando se despierta, Axel descubre que está tumbado en la ladera de una montaña. La zona está bañada por la cálida luz del sol y las montañas están cubiertas de frondosos árboles verdes de asombrosa belleza. Lidenbrock y Hans también han sobrevivido. Los viajeros encuentran fruta y un manantial, por lo que sacian su hambre y su sed.

Encuentran a un niño, y después de probar hablar con él en distintos idiomas, logran comunicarse en italiano. Así se enteran de que están en el medio del Mediterráno, en la isla Stromboli, Italia. Han ascendido por el volcán Etna.

Abandonan el bosque de olivos y llegan al puerto de San Vicenzo. Hans reclama el importe por la última semana de servicio, que Lidenbrock le paga. El islandés estrecha sus manos y, en silencio, esboza una sonrisa.

Capítulo 45

Para asegurar transporte a casa, los viajeros fingen que han naufragado, sabiendo que los habitantes de Stromboli no creerán sus verdaderas aventuras. Martha y Graüben se alegran mucho cuando tío y sobrino regresan a casa. Hans permanece un tiempo con ellos, pero después regresa a Hamburgo.

Como resultado de sus viajes, Lidenbrock se convierte en un gran hombre. Hace conocer su viaje a todo el mundo y deposita el manuscrito de Saknussemm en un archivo. A pesar de su modestia, su el relato se traduce a varios idiomas y alcanza una fama considerable.

Uno de los sucesos que Axel y Lidenbrock analizan es el movimiento de la brújula. Se dan cuenta de que durante la tormenta en el mar de Lidenbrock (como llamaron a la gran masa de agua subterránea), la bola de fuego magnetizó el hierro de la balsa y desorientó la brújula; este suceso es el que, al parecer, invirtió los polos del aparato.

Análisis

En estos últimos capítulos, Axel demuestra un crecimiento en su carácter. Aunque en varias ocasiones sigue mostrando desconfianza, ha podido acercarse al punto de vista de su tío y manifiesta un entusiasmo similar por el viaje. Irónicamente, él es quien sugiere romper el obstáculo de la roca en lugar de dar la vuelta, lo que revela que ha superado sus temores conectando con la parte aventurera (e imprudente) de su ser. Lidenbrock sigue siendo tan testarudo, tempestuoso y optimista como siempre.

Uno de los aspectos interesantes del personaje de Lidenbrock es su visión de sí mismo con respecto a la Naturaleza. Cuando descubre que han regresado a la misma orilla de la que partieron, exclama: “¡Con que los elementos conspiran contra mí! […] Bueno, ya se verá de lo que mi voluntad es capaz. ¡No cederé, no retrocederé una línea, y veremos quién puede más: la Naturaleza o el hombre!” (p.230). Se trata de una afirmación audaz y arrogante; también es bastante insensata, dada la merced en que se encuentran los aventureros ante la Naturaleza. De hecho, se podría afirmar que, en el tema Humanidad vs. Naturaleza, el ser humano no gana la batalla contra las fuerzas naturales. El plan de Axel de explotar la roca envía a los aventureros directamente a la superficie terrestre, por lo que nunca llegan hacia el centro. La Naturaleza demuestra que ella sigue al mando al no dejar que los viajeros alcancen su destino, desbaratando por completo la misión que da título a la novela.

Estos últimos capítulos son interesantes, sobre todo, por los descubrimientos que hacen Lidenbrock y Axel: el cementerio de fósiles, los mastodontes, los restos humanos y el hombre gigante y vivo. Estos hallazgos se suman a los anteriores, como las plantas y animales encontrados en el trayecto. El crítico Allen A. Debus examina la ciencia de Viaje al centro de la Tierra, empezando por el modo en que Verne utiliza hábilmente a un científico real —Humphrey Davy— junto con una autoridad ficticia —Arne Saknussemm— para dar la impresión de que el increíble viaje es posible tanto por la teoría científica como por la experiencia práctica.

Para Debus, los aspectos paleontológicos de la historia hacen de la novela una obra de la vida a través del tiempo. El viaje se transforma así en un espectacular museo que revive el pasado, en el cual el narrador es como un curador o guía. Desde el momento en que se hallan en el océano, el descubrimiento de fósiles suele presagiar a los especímenes vivos. La mandíbula de mastodonte que encuentran en el capítulo 30 aparece luego en carne y hueso en el capítulo 39. Y al cráneo humano hallado en el capítulo 38 le sigue en el siguiente un hombre gigante vivo, lo que el narrador anticipa cerrando con suspenso el capítulo anterior: “¿erraría aún por aquellas playas desiertas algún hombre del abismo?” (p.240). El extraño sueño de Axel, a su vez, también presagia las enormes criaturas marinas que luchan en el océano.

Debus examina el papel de la evolución en la obra, concluyendo que Verne es bastante escéptico respecto a esta teoría científica. El pastor gigante que ven los personajes está erguido y no es simiesco; parece casi imaginario. Incluso Axel admite que parece una ilusión, lo que acaso pone en duda, para el lector, su verdadera existencia: “¡No! ¡Es imposible! ¡Hemos sido juguetes de una alucinación de los sentidos! ¡Nuestros ojos no vieron lo que creyeron ver! ¡No existe en aquel mundo subterráneo ningún hombre! (p.244). Sin embargo, Debus señala que Verne no aceptaba la idea de hombres-simio físicamente menos evolucionados y de aspecto primitivo. Verne era muy consciente de los debates de la época sobre el tema y escribió historias que cuestionaban a Darwin y las rebuscadas teorías evolutivas. De esta manera, Verne era a la vez contemporáneo a su tiempo, avanzado para su época, y un poco atrasado en la ciencia moderna. Esta perspectiva polifacética es lo que hace que sus obras sean tan atractivas y duraderas.

La aventura del final pone a prueba a los personajes, exponiéndolos ante el poder inmenso de la Naturaleza. Mientras caen por el pozo que abrió la detonación, Axel se siente vulnerable y cierra los ojos “como un niño pequeño, para no ver las tinieblas” (p.258). Asombrosamente, Lidenbrock conserva la fe en que saldrán salvos y Hans permanece impasible, como en todo el trayecto del viaje, y sigue siendo el salvador de Axel, que habría perecido si no fuera por su cuidado. Podríamos afirmar, en este sentido, que el único que se va transformando a lo largo del viaje es Axel.

No obstante, observamos que los tres aventureros han construido un lazo afectivo por todo lo que vivieron. Esto es perceptible en la sonrisa que esboza Hans al final del viaje, o en la tristeza que siente Lidenbrock a la hora de despedirse del fiel islandés. Esto quiere decir que el viaje los ha modificado en un sentido más profundo, que no es visible superficialmente, lo que se relaciona con la alegoría del viaje al interior del yo. Tío y sobrino terminan siendo felices; el primero, convirtiéndose en un explorador famoso, y el segundo, casándose con su amada Graüben.