Veinte poemas de amor y una canción desesperada

Veinte poemas de amor y una canción desesperada Resumen y Análisis "Poema 11"

Resumen

El yo lírico observa la noche en el cielo y se lamenta por el abandono de su amada y su soledad. Luego, une a su amada con todos los elementos de esa noche, profundizando su dolor. Finalmente, decide que es hora de seguir otro camino, uno que no esté lleno de angustia y que lo aleje de todo.

Análisis

Este poema está compuesto por seis estrofas de métrica irregular y verso libre, sin rima. El yo lírico es la única voz, y solamente en un verso apostrofa a su amada ausente, mientras que en la mayor parte del poema habla de ella en tercera persona. A diferencia de la mayoría de los poemas, frente a esa ausencia de ella, el yo lírico no le habla en segunda persona como si estuviera con él, sino que, aquí, parece aceptar la distancia al referirse a su amada como “ella”.

La soledad es el tema principal de este poema, que comienza con el yo lírico observando el cielo en medio de la noche. Ya en el tercer y cuarto verso aparece el dolor en su voz: “Girante, errante noche, la cavadora de ojos/ A ver cuántas estrellas trizadas en la charca” (p.49). Aquí, a través de una hipálage, el yo lírico adjetiva de “errante” a la noche cuando el errante es él, que busca poseer a su amada en distintos espacios y caminos, sin poder encontrarla. Cabe destacar que esto no solo ocurre en este poema, sino en toda la obra. La angustia del yo lírico aparece, además, en la búsqueda de estrellas rotas, trizadas, en el cielo (al que nombra metafóricamente como “la charca”).

En la tercera estrofa, aparece nombrado el verdadero motivo de su angustia: “Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos/ a veces fulgurece su mirada debajo del cielo” (p.49). El yo lírico está mirando el cielo buscando esa mirada que ya no está junto a él. Aquí Neruda retoma una imagen clásica de la literatura (de la poesía, sobre todo, pero también de otras ramas de la escritura): la del enamorado que mira al cielo evocando a la persona que no está junto a él.

Sobre el final de esa misma estrofa comienza el yo lírico a “pedirle ayuda” a la naturaleza para poder olvidar a su amada: “Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz soñolienta” (p.49). El “viento de los sepulcros” metaforiza el olvido; es un viento que puede enterrar el recuerdo. Lo interesante aquí, además, es que el yo lírico pide que ese viento destruya la “raíz soñolienta” de la noche, es decir, aquello que trae la noche en sí misma y que no le permite olvidarse de su amada. La noche aparece, por lo tanto, como una fuerza que inevitablemente atrapa al yo lírico y lo envuelve en el recuerdo de ella.

Sin embargo, en lugar de olvidarla, a partir de la siguiente estrofa el recuerdo de ella se vuelve aún más poderoso, hasta el punto en el que el yo lírico no puede evitar hablarle directamente, en segunda persona, a la amada ausente: “Pero tú, clara niña, pregunta de humo, espiga” (p.50). A partir de allí, la describe como si fuera una parte constitutiva de la naturaleza; como si la naturaleza estuviera hecha de ella, y ella, de todas las cosas de la naturaleza. Por eso es imposible no recordarla, que no aparezca en todos los elementos de esa noche.

Sobre el final del poema, el yo lírico decide que debe tomar otro camino, uno que se aleje de todo, ya que todo le recuerda a su amada. Es decir, debe seguir un camino imposible. Si bien Veinte poemas de amor y una canción desesperada no tiene una narración de hechos que se encadenen, sí se puede afirmar que el yo lírico nunca encuentra ese camino que lo aleje definitivamente de ella y que, poema tras poema, fracaso tras fracaso, va quedando más hundido en la soledad y la desesperación hasta llegar, precisamente, a “La canción desesperada”.