Una habitación propia

Una habitación propia Resumen y Análisis Capítulo 6

Resumen

En la mañana del 26 de octubre de 1928, la narradora mira por la ventana y reflexiona sobre la indiferencia del público en general por la literatura. Ve a un joven y una mujer subirse a un taxi y su unidad la tranquiliza; se pregunta si sus pensamientos de los últimos días sobre las diferencias entre los varones y las mujeres han sido tensos. Se pregunta qué significa que esa visión haya “restaurado la unidad” (179) de su mente, considerando que esta siempre cambia de enfoque. Quizás la unidad del hombre y la mujer en el taxi es satisfactoria porque la mente contiene tanto una parte masculina como una femenina que deben vivir en armonía.

Esta fusión, cree ella, es lo que describe el poeta Samuel Taylor Coleridge cuando dice que una gran mente es "andrógina". Según el poeta inglés, la "mente andrógina (...) transmite emoción sin impedimentos (...) [y] es naturalmente creativa, incandescente e indivisa" (182). Shakespeare es un buen modelo de esta mente andrógina aunque, según la narradora, es más difícil encontrar escritores andróginos actuales. Considera que tanto los escritores como las escritoras de su época escriben desde sus lugares de varón o de mujer, es decir, con una “estridente preocupación por la sexualidad” (183).

A continuación lee a un escritor masculino muy respetado, Mr. A. La escritura es clara y fuerte, indicativa de una mente libre, pero luego se da cuenta de que protesta "contra la igualdad del otro sexo al afirmar su propia superioridad" (187), y considera que es un impedimento muy destructivo. Luego lee al crítico Mr. B. y detalla que “la frase cae pesadamente al suelo, muerta” (174) por su autoconsciencia de género. Concluye que “es funesto para todo aquel que escribe el pensar en su sexo. Es funesto ser un hombre o una mujer a secas; uno debe ser «mujer con algo de hombre» u «hombre con algo de mujer” (177). Es decir que si la mente de un escritor es puramente masculina o femenina, la escritura no es fértil, es parcial.

Finalmente, Woolf se hace cargo de la voz hablante. Dice: “aquí, pues, Mary Beton para de hablar” (180). Woolf responde a dos críticas anticipadamente. Primero, dice que a propósito no ha expresado una opinión sobre los méritos relativos de los dos géneros, especialmente como escritores, ya que no cree que tal juicio sea posible o deseable. En segundo lugar, considera que su audiencia puede creer que la narradora ha puesto demasiado énfasis en las cosas materiales y que la mente debería poder superar la pobreza y la falta de privacidad. Ella cita el argumento de un profesor que dice que, de los mejores poetas del siglo pasado, todos menos tres han tenido una buena educación y, todos menos Keats, han sido bastante acomodados. Sin cosas materiales, repite Woolf, no se puede tener libertad intelectual, y sin libertad intelectual, no se puede escribir un gran poema. Es comprensible que las mujeres, que han sido pobres desde el principio de los tiempos, todavía no hayan escrito un gran poema.

También responde a la pregunta de por qué considera que la escritura de las mujeres es importante. Dice que, como ávida lectora, la escritura demasiado masculina en todos los géneros la ha decepcionado últimamente. Cree que los buenos escritores son buenos seres humanos que están íntimamente conectados con la "realidad" y que pueden comunicar este sentido elevado de la realidad a sus lectores. Luego anima a las jóvenes de la audiencia a ser ellas mismas y a pensar en las cosas en sí mismas. Dice que Judith Shakespeare todavía vive dentro de todas ellas, y que si las mujeres consiguen dinero y privacidad en el próximo siglo, renacerá.


Análisis

El último capítulo pone en tensión la voz narradora y la idea de la verdad. Se realiza un cambio de narradora. Se dice: “aquí, pues, Mary Beton para de hablar” (195), y, luego: “terminaré ahora en nombre propio” (195). Esta nueva voz que emerge en los párrafos finales es la de Virginia Woolf dirigiéndose al auditorio de la universidad de Cambridge, sin la mediación de la ficción. Woolf reivindica su uso de la ficción como una manera de llegar a una “verdad” subjetiva. Dice que “así es como tiene que ser, porque con un tema de esta clase, la verdad sólo puede obtenerse colocando una junto a otra muchas variedades de error” (180). Esta valorización del punto de vista subjetivo y personal de una mujer puede considerarse, como hemos dicho, una toma de posición feminista.

Además, el ensayo culmina con una profecía: una mujer poeta, en el futuro, va a poder igualar a Shakespeare. Woolf propone a Judith Shakespeare, la hipotética hermana del dramaturgo inglés, para cumplir esta tarea, e incita a la audiencia femenina a prepararse colectivamente para este momento. Considera que cuando todas tengan una habitación propia y 500 libras, una tradición literaria propia, la posibilidad de pensar con libertad sobre el mundo y los medios para salir por momentos de la sala común de sus casas y de las tareas de la maternidad, una gran poeta podrá existir. En este sentido, Judith funciona como mesías, una figura salvadora según el mundo judeocristiano.

Sin embargo, podemos objetar que la propuesta de Woolf es conservadora en tanto imita el modelo de escritura masculina individual. Se propone una mujer que sea como Shakespeare, que esté a su altura; se mide la literatura femenina con la vara de calidad de la literatura masculina.

De todos modos, el sexto capítulo contiene otra propuesta respecto del futuro de la literatura que es contradictoria con lo planteado anteriormente. Aunque se ha alentado a las mujeres a crear una sintaxis femenina y a construir una genealogía de literatura escrita por mujeres, en el último capítulo se propone escribir sin pensar en el sexo, desde una mente andrógina. La narradora postula que es funesto escribir desde la parcialidad consciente de un género. En cambio, las mentes andróginas escriben con una perspectiva más amplia.

El capítulo comienza con la descripción de una pareja subiendo a un taxi, que motiva la reflexión sobre la androginia: “la visión de aquellas dos personas subiendo al taxi y la satisfacción que me produjo también me hicieron preguntarme si la mente tiene dos sexos que corresponden a los dos sexos del cuerpo y si necesitan también estar unidos para alcanzar la satisfacción y la felicidad completas” (181). Luego, la narradora repone la idea del poeta Coleridge según la cual las grandes mentes son andróginas, es decir, contienen un costado femenino y uno masculino. Ante esto, la narradora contrapone dos tiempos: uno pasado, en el que los hombres contenían características femeninas y las mujeres, características masculinas, y las mentes de los poetas eran incandescentes; uno presente, en el que las personas tienen una estridente preocupación por la sexualidad y los autores escriben tomando consciencia de su sexo. Encasilla a Shakespeare como el prototipo del escritor andrógino del pasado y a Mr. A. como representante del nuevo paradigma, de comienzos del siglo XX. Sobre esto, es llamativo el cambio de postura frente a los iniciales estímulos a las mujeres para que desarrollen una escritura femenina.

Respecto de la literatura de Mr. A, la narradora comenta que la aburre porque hay un exceso del yo que trasluce una consciencia sobre sí mismo; dice que la “frase cae pesadamente al suelo, muerta” (188). Sobre esto, es interesante la metáfora utilizada por la narradora para calificar los problemas a los que se enfrenta una mujer lectora cuando se encuentra con una primera persona masculina. Se sugiere que el hecho de que un hombre escriba “yo” implica el oscurecimiento de las mujeres, como si no tuviesen habilitada la utilización de la primera persona. Expone este procedimiento inventando dos personajes, Alan y Phoebe: “Entonces Alan se levantó y la sombra de Alan aniquiló a Phoebe. Porque Alan tenía puntos de vista y Phoebe se apagaba bajo el torrente de sus opiniones” (171). La metáfora explica cómo se realiza el desplazamiento de las mujeres del lugar habilitado para la representación y la construcción de la subjetividad. Una vez más, se trata de un varón disminuyendo a una mujer poeta: la voz femenina se oscurece frente al punto de vista masculino.

A modo de conclusión, Una habitación propia es una importante pieza crítica sobre la literatura y sobre las dificultades que las mujeres deben enfrentar para desarrollar sus carreras artísticas. Además de analizar, con un enfoque materialista, las condiciones que provocan estos inconvenientes, el ensayo funciona como un aliento para las mujeres para escribir ficción y construir una genealogía literaria femenina.