Una habitación propia

Una habitación propia Resumen

En 1928 Virginia Woolf da una conferencia sobre las mujeres y la novela en el Newnham College y el Girton College, universidades femeninas de la Universidad de Cambridge. Luego convierte la conferencia en este ensayo y lo publica al año siguiente.

En el primer capítulo expone la tesis principal de Una habitación propia: las mujeres deben tener dinero y una habitación propia si quieren escribir ficción. Woolf aclara que utilizará a una narradora de ficción para relatar cómo llega a esta idea.

La narradora cuenta que, en un paseo por la universidad de Oxbridge, no le permiten ingresar a la biblioteca ni a la capilla por ser mujer. Va al comedor y ve a varios hombres comiendo y conversando. Luego vuelve a Fernham -la universidad de mujeres que la ha invitado- y tiene una cena mediocre. Reflexiona sobre cómo los varones tienen el tiempo, el lugar y el dinero para charlar sobre arte. En contraposición, piensa que las mujeres no logran recaudar dinero para ir a la universidad a causa de sus tareas familiares.

A continuación se dirige a la biblioteca del Museo Británico de Londres para entender por qué las mujeres son tan pobres. Encuentra innumerables libros escritos por varones sobre mujeres, mientras que casi no ve ejemplares escritos por mujeres. A continuación lee a un profesor que escribe sobre la inferioridad de las mujeres. Esto la enoja y, por eso, descubre que ese hombre ha escrito también enojado. En ese momento esboza una teoría sobre por qué los varones viven enojados en una sociedad patriarcal en la que tienen todo el poder y el dinero: postula que cuando los varones pronuncian la inferioridad de las mujeres, en realidad están reclamando su propia superioridad.

Por otro lado, la narradora cuenta que ha recibido la herencia de su tía. Dice que, como nadie puede quitarle el dinero, no tiene por qué esclavizarse frente a ningún hombre. Por eso siente la “libertad de pensar directamente en las cosas” (71). Considera que la independencia económica le da libertad de pensamiento: puede juzgar el arte, por ejemplo, con mayor objetividad.

A continuación investiga a las mujeres en la Inglaterra isabelina: quiere entender cómo han vivido. Cree que existe una profunda conexión entre las condiciones de vida y las obras creativas. Lee libros de historia y se entera de que las mujeres tienen pocos derechos en esa época. Se imagina lo que habría sucedido si Shakespeare hubiera tenido una hermana igualmente talentosa llamada Judith. Primero describe el posible curso de la vida de Shakespeare: escuela primaria, matrimonio y trabajo en un teatro en Londres. Luego imagina que su hermana no puede asistir a la escuela y su familia la desanima frente a su deseo de estudiar de forma independiente. Se casa en contra de su voluntad cuando es adolescente y se escapa a Londres. Los hombres de un teatro le niegan la oportunidad de trabajar y aprender el oficio, y ella termina suicidándose. Por este motivo la narradora considera que ninguna mujer de la época de Shakespeare podría haber tenido su genio: “Porque genios como el de Shakespeare no florecen entre los trabajadores, los incultos, los sirvientes” (83). A continuación dice que la mente de los artistas debe ser "incandescente" (105) como la de Shakespeare, es decir, debe filtrar los obstáculos de la vida personal.

En este sentido, encuentra, leyendo las obras de varias escritoras aristocráticas isabelinas, que la ira hacia los hombres estropea su escritura. Sin embargo, reconoce que la escritora Aphra Behn marca un punto de inflexión: se trata de una mujer de clase media que debe salir a trabajar. Según la narradora, Behn es la primera escritora en tener libertad mental.

Luego, la narradora se pregunta por qué las cuatro novelistas famosas del siglo XIX -George Eliot, Emily y Charlotte Brontë y Jane Austen- escriben novelas. Considera que, como mujeres de clase media, tienen poca intimidad y, por lo tanto, una mayor inclinación a escribir un género que requiere menos concentración. Además, son entrenadas en el arte de la observación social y la novela encaja perfectamente con sus talentos.

Más tarde revisa una novela recientemente publicada de una escritora ficticia llamada Mary Carmichael. Ve a Carmichael como una descendiente de las escritoras sobre las que ha comentado. Analiza su libro y encuentra un estilo muy desigual, y considera que puede ser una rebelión contra la idea de que la escritura femenina es florida. Sigue leyendo y encuentra la frase “A Chloe le gustaba Olivia” (151). Cree que esta escena entre dos mujeres solas es pionera en la literatura, ya que históricamente las mujeres han sido vistas solamente por varones y en relación con los varones. Reconoce que en el siglo XIX las mujeres se vuelven más complejas en las novelas, pero considera que cada género tiene un conocimiento limitado del sexo opuesto, y que la visión femenina es necesaria para completar una representación más verdadera sobre las mujeres. Sostiene que la creatividad de hombres y mujeres es diferente y que su escritura debe reflejar sus diferencias. La narradora entiende que, en cien años, con dinero y una habitación propia, Carmichael será una mejor escritora.

Luego, la narradora mira por la ventana a un hombre y a una mujer subiendo a un taxi. Esta imagen genera una idea: la mente contiene una parte masculina y una femenina y las dos partes deben vivir en armonía. Esto remite a la idea del poeta Samuel Taylor Coleridge, que ha dicho que "la mente andrógina (...) transmite emociones sin impedimentos (...), es naturalmente creativa, incandescente e indivisa" (182). Shakespeare es un buen modelo de esta mente andrógina. La narradora considera que en su época es más difícil encontrar ejemplos de mentes andróginas porque se trata de un período con una “estridente preocupación por la sexualidad” (183).

En el último capítulo, Woolf se hace cargo de la voz hablante y responde anticipadamente a dos críticas contra el ensayo. Primero, dice que no ha expresado una opinión sobre los méritos relativos de los dos géneros, especialmente como escritores, ya que no cree que tal juicio sea posible o deseable. En segundo lugar, considera que su audiencia puede creer que ha puesto demasiado énfasis en los aspectos materiales. Cita a un profesor que afirma que casi todos los poetas del siglo pasado han sido ricos y educados. Sin cosas materiales, repite, no se puede tener libertad intelectual, y sin libertad intelectual no se puede escribir una gran poesía. Es comprensible que las mujeres, que han sido pobres desde el principio de los tiempos, todavía no hayan escrito una gran poesía. Por último, responde a la pregunta de por qué insiste en que la escritura de las mujeres es importante. Dice que, como ávida lectora, la escritura demasiado masculina en todos los géneros la ha decepcionado. Ella anima a su audiencia femenina a ser ellas mismas y a observar “el cielo, y los árboles, o lo que sea, en sí mismos” (210). Dice que Judith Shakespeare vive dentro de todas las mujeres y que, con dinero y privacidad, renacerá.